Thursday, October 26, 2006

Tata Vasco en Bellas Artes

Octubre. Casi se acaba el año lírico en BA. Aún queda El murciélago. Peor es nada, ¿cierto? Posteo de mientras mi reseña-crítica de Tata Vasco. Hay fotos exclusivas para el blog cortesía de la siempre generosa Ana Lourdes Herrera. Y las tres últimas imágenes me fueron facilitadas igual con generosidad tatavasquiana, en su faceta de fotógrafo, por Lázaro Azar. Gracias a Lu y a La por acordarse de este escribicionista.


Tata Vasco en Bellas Artes
Por José Noé Mercado



Poco importó que la obra Tata Vasco del compositor Miguel Bernal Jiménez (1910-1940) sea en realidad un drama sinfónico (si bien de drama no tiene mucho), pues la Compañía Nacional de Ópera igual la presentó como parte de su Temporada 2006, los pasados 22 y 24 de octubre, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes.

Fuera del homenaje a rendir por el 50 aniversario luctuoso del músico michoacano (y del particular interés de un par de funcionarios del Instituto Nacional de Bellas Artes en que este drama en cinco cuadros fuera presentado), la decisión de la CNO de escenificar este título de Bernal Jiménez sería francamente cuestionable. En principio por la dieta de repertorio operístico fundamental que padecemos en México. Y, más que todo, porque Tata Vasco es, en conjunto, una obra bastante desafortunada.

¿Por qué?
Entre otras muchas razones, porque cuenta con un libreto, autoría de Manuel Muñoz, de pluma forzada y retorcida, carente de vuelos literarios y musicales, con versos y rimas que acusan cojera o muletas de relleno, además de un adoctrinamiento moral y religioso cuya obviedad en un escenario artístico primero asfixia, después aburre y termina por despertar la hilaridad del público a estas alturas del siglo 21. Las cantilenas son largas y no ponen de relieve la importante labor humanística, educativa y misionera de Vasco de Quiroga, lector como se sabe de Tomás Moro y su Utopía, sino que lo trazan en el paisaje lanzando peroratas cada vez que aparece. Un ejemplo: “Trocaréis por vida casta / la carnal poligamia / ya que fiel mujer no habría / con secuela tan nefasta”. Otro: “Religión, trabajo, amparo / y justicia y sociedad / sea el programa / y les deparo la eternal felicidad”. Otro: “Siempre castos, no viciosos; / siempre fuertes en la fe; / siempre unidos, laboriosos, / como en Cristo os enseñé”.

Por su parte, Bernal Jiménez en esta obra estrenada en 1941 demuestra sus amplios conocimientos musicales. Sí. No hay duda. Utiliza para la redacción de la partitura diversas técnicas, formas y estilos, pero el resultado musical por momentos es inconexo, ya no digamos del libreto, sino de sí mismo, por más que recurra a ciertos temas, a manera de leitmotiv, para identificar personajes o circunstancias y tratar así de discurrir durante la obra.

Vocalmente, más allá de lo difícil que es para cantar el retorcido libreto de Muñoz, el compositor tampoco parece ayudar a los cantantes. La orquestación, a ratos denso muro que adolece de ventanas suficientes para que se asomen las voces, sepulta la emisión de los solistas y no pocas veces sacrifica la dicción, o entendimiento, de lo cantado por el coro. Por lo demás, parecería claro que Bernal Jiménez es un buen compositor, incluso un destacado compositor, de obras no tan extensas, pero no se afirma como un autor de largo aliento. Ello se siente, y resiente, en las dos horas y media, poco menos, que dura Tata Vasco. Es más cuentista que novelista, para hablar en términos literarios. Y ya en éstos puede expresarse también que con el sólo conocimiento de ortografía y gramática no se escribe, no se compone, una novela. Ni un relato, siquiera.
En esta producción presentada en Bellas Artes el elenco fue encabezado por el barítono Jesús Suaste, como don Vasco de Quiroga. Gracias a su inocultable experiencia y técnica vocal salió airoso de un rol verdaderamente incómodo de cantar. La solvencia es su sello, aun cuando en lo escénico se percibió algo pardo y abotagado a causa, en definitiva, del vestuario, lo segundo, y del nulo trazo en escena, lo primero.

Como Coyuva, la soprano Violeta Dávalos en determinados pasajes dejó escuchar el bello timbrado de su registro medio, en un canto efectivo y logrado, que en general se oyó sumergido, igual que el del resto de los solistas, en el desmedido volumen orquestal impuesto por el director Fernando Lozano. Es una lástima que el concertador no se haya ocupado de la emisión vocal porque a todo el público, o casi, le habría gustado escuchar a los cantantes que participaron en la puesta. Dávalos igual echó mano de su colmillo lírico y de la musicalidad que le caracteriza para sortear los retos de la partitura, sin embargo el tenor Néstor López, como el príncipe Ticátame, no corrió con igual suerte y lo único que logró fue desgañitarse en vano, perdiendo la línea de canto y sin poder controlar del todo su emisión (principalmente en las vocales), al margen de que su voz no tiene el poder dramático o spinto que exige su papel. En mejores condiciones intervino, en cualquier caso, su colega de tesitura José Luis Eleazar, en los tres partiquinos que abordó.
Y dentro de los que deben destacarse del resto del elenco se encuentran el Tercer Fraile de Josué Cerón (qué bello timbre baritonal) y el hechicero Petámuti del bajo Arturo López Castillo (siempre dispuesto a sacar con entrega un papel aun si es comprimario). La Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes, agrupaciones a las que se sumó la Schola Cantorum de México, cumplieron con buenas ejecuciones, pero condicionadas por la batuta, de la que más arriba ya quedó algo apuntado, de Fernando Lozano.

La puesta en escena fue, ante todo, muy vistosa por la escenografía, utilería y vestuario de Sebastián. El intenso colorido y la carga abstracta de expresividad tan inherente a este artista plástico chihuahuense internacional, que se regocija con la fuerza de la forma y devenir de sus especies de papirolas, visualmente dejó una impronta muy particular en este montaje de Tata Vasco. Y se complementó, logrando notable unidad y congruencia, con la iluminación de César Guerra y las proyecciones de Rafael Blásquez y Matías Carbajal, quienes reforzaron el concepto planteado por el escenógrafo, cuyo gran pero, debe señalarse, fue el riesgo de una propuesta sobreestilizada si se considera en perspectiva la trama y lugares en que ésta se desarrolla.


Así, resultó lamentable que la dirección escénica de José Solé se haya limitado (ahora que están de moda) a recrear un plantón, en el que los elementos del escenario únicamente formaron plastas visuales, y que la coreografía de Marco Antonio Silva para las danzas que incluye esta obra no haya pasado de un ejercicio entre naif y seudo folclórico.

A final de cuentas, muchos aficionados líricos se preguntaron, aunque nadie les respondiera satisfactoriamente, cuál era el sentido de haber desempolvado esta partitura no del todo lograda, a 12 años de haberse interpretado por última vez, en concierto, aquí en Bellas Artes. En todo caso, y como lo señaló durante la primera función una maestra ex corista, “todo esto, más que para Miguel Bernal Jiménez, parece que fue un homenaje para Sebastián”. Y en efecto: ¿fue algo más?

La clase de Bukowski
De pronto he comprendido que x alguna razón la cruda e iconoclasta, y ebria, presencia del escritor y poeta Charles Bukowski (Andernach, Alemania, 1920 - Los Angeles, USA,1994) hacía falta en este blog. Quizá x lo sórdido y realista de su pluma que nos recuerda agobiantemente lo que en realidad es la vida. Y porque Buk siempre fue un provocador al que se voltea a ver, algo así como una suerte de escribicionista. O casi. Razones sobran, entonces, para postear un poema, mínimo es mejor que nada, sobre el ejercicio de la escritura y que bien pudiera ser, o es, una clase para escritores y aspirantes. Y para tener por aquí a Bukowski.


Cómo ser un gran escritor

tienes que cogerte a muchas mujeres
bellas mujeres
y escribir unos pocos poemas de amor decentes
y no te preocupes por la edad
y/o los nuevos talentos.
sólo toma más cerveza, más y más cerveza.
anda al hipódromo por lo menos una vez
a la semana
y gana
si es posible.
aprender a ganar es difícil,
cualquier pendejo puede ser un buen perdedor.
y no olvides tu Brahms,
tu Bach y tu cerveza.
no te exijas.
duerme hasta el mediodía.
evita las tarjetas de crédito
o pagar cualquier cosa en término.
acuérdate de que no hay un pedazo de culo
en este mundo que valga más de 50 dólares
(en 1977).
y si tienes capacidad de amar
ámate a ti mismo primero
pero siempre sé consciente de la posibilidad de
la total derrota
ya sea por buenas o malas razones.
un sabor temprano de la muerte no es necesariamente
una mala cosa.
quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos
y como la araña se paciente,
el tiempo es la cruz de todos.
más
el exilio
la derrota
la traición
toda esa basura.
quédate con la cerveza
la cerveza es continua sangre.
una amante continua.
agarra una buena máquina de escribir
y mientras los pasos van y vienen
más allá de tu ventana
dale duro a esa cosa
dale duro.
haz de eso una pelea de peso pesado
haz como el toro en la primera embestida.
y recuerda a los perros viejos
que pelearon tan bien:
Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun.
si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas
como te está pasando a ti ahora,
sin mujeres
sin comida
sin esperanza...
entonces no estás listo
toma más cerveza.
hay tiempo.
y si no hay
está bien
igual.

Sunday, October 15, 2006

Con tinta roja

"¿No te enseñaron eso en la Escuela? Puta, no sé para qué los hacen estudiar, por la chucha. Yo no estudié ni hueva y sé más que toda tu generación junta. El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle", dice don Saúl Faúndez, editor de la sección policial del diario El Clamor.

Lo anterior es de la novela Tinta roja (un estudiante de periodismo en prácticas profesionales que es adiestrado por un viejo lobo de la nota roja, forjado en el quehacer diario sin necesidad de la escuelita), libro de Alberto Fuguet que leí y disfruté hace ya un par de años y del que me acordé anoche, antes de dormir, repasando ciertos hechos presenciados una hora antes.

Siempre tuve la inquietud de escribir nota roja (real, pues hasta donde recuerdo literariamente puede decirse que en algo la he abordado). Una inquietud que quizá se asemeja a la del cantante de ópera que se mete con canciones populares o viceversa. Una especie de crossover, digamos. Aunque en definitiva el canto, popular o clásico o de concierto es uno solo. Que requiere matices y estilos, obvio. Pero que en esencia es uno solo. Y así es el periodismo. Y más ampliamente: la escritura es una sola. Los géneros, aunque deban considerarse en sus características y particularidades, a la hora buena no importan tanto. Lo que vale y queda es la mirada personal, el punto de vista, y talento desde luego, si es que lo hay, del ejecutante. Lo mismo si canta que si escribe, o si pinta o esculpe o compone. Qué se yo.

Ayer en la calle, durante una caminata nocturna y meditabunda por la ciudad, me topé con material y oportunidad para escribir nota roja. Desde luego, pensé en ese viejo periodista enfermo de la próstata, don Saúl Faúndez, y pues me animé a debutar, previa gesta reporteril, en esto de la escritura con tinta roja. Ahí va.


Motociclista cercado por la muerte
Por José Noé Mercado


No lo sabía, pero cabalgaba, con la velocidad de un relámpago, hacia el Más Allá. Eran las 11:26 de la noche del 12 de octubre, día de La raza y víspera de un supersticioso viernes 13. La macabra e ignorada cita, en forma de emboscada, sería un par de minutos más tarde. Edwin Landeros Serratos, de 21 años de edad —según lo identificarían luego familiares y amigos entre gritos de horror—, conducía, sin casco, su veloz motocicleta Honda, placas 02387, a más de 150 kilómetros por hora.

La sensación de libertad, el viento algo frío sobre su cara y el poderoso rugido del escape hoy parecen haber sido las migas de pan que habrían de hacer caer al joven en la trampa fatal. Sin sospechar siquiera lo que le deparaba su destino, la muñeca de su mano derecha giró aún más hacia atrás e incrementó la velocidad de su última carrera vital. La muerte con sus gélidas extremidades ya instalaba una cerca infranqueable a su alrededor.

El encuentro de la Dama de negro con Edwin fue brutal.

En la intersección de la Calzada México-Tacuba y Lago Saima, colonia Huichapan, delegación Miguel Hidalgo, zona poniente del Distrito Federal, una carroza fúnebre, camioneta Grand Marquís negra, matrícula 2437CC, de la agencia García López, se cruzó en el camino de la motocicleta rojiazul desenfrenada del joven Landeros Serratos, presumiblemente sin luces, y ambos vehículos se estamparon de frente, en una colisión de alcance catastrófico.

El impacto hizo los efectos de catapulta, por lo que Edwin Landeros, cual hombre bala que surca los aires, salió disparado, ya sin su motocicleta, y fue a estrellarse de manera bestial contra el pavimento 50 o 60 metros más allá del lugar del choque, produciéndose fracturas múltiples entre ellas diversos traumatismos craneoencefálicos que acabarían con su vida. La trampa de la muerte había funcionado, y así parecía subrayarlo un hecho por demás insólito. El cuerpo inerte de Landeros Serratos fue a caer justo a las puertas de un camposanto, el Británico, primero de los varios cementerios de la zona y que dan nombre a la estación de metro —línea 2, que corre de Cuatro Caminos a Tasqueña— ahí cercana: Panteones.

Apenas rebasadas las 23:30 horas, paramédicos de la ambulancia 538 del Escuadrón de Rescate y Emergencias Médicas —ERUM— que llegaron de inmediato al lugar de los hechos, certificaron el deceso del infortunado motociclista, mientras que el chofer de la carroza fúnebre, identificado como Daniel Melgoza Jiménez, de 39 años de edad, fue detenido por patrulleros de la unidad MIH1-3054, y trasladado ante el Ministerio Público de la Novena Agencia de Investigación para deslindar su responsabilidad en el accidente.

El cadáver de Edwin Landeros Serratos fue colocado en una de las jardineras, la derecha, a la entrada del Cementerio Británico. Tardaron en cubrirlo. Tendido sobre el pasto aún se podía ver con la playera blanca y el rostro desfigurado cuando amigos y familiares que aullaban de dolor, como si lo que estuviesen viviendo fuera una completa irrealidad que trataba de colarse en sus vidas verdaderas, colocaron y encendieron vasos de veladoras alrededor de su cuerpo inanimado.

Los coches patrullas, y grupos de gente curiosa, se acumularon. Una segunda ambulancia llegó con su estridente sirena encendida pero, informada de que ya en nada podía ayudar, se marchó discretamente, contagiada del silencio mortuorio, aun en medio de los gritos incrédulos de los seres cercanos al occiso, que privaba en el lugar.

La noche y las intermitentes torretas rojiazules —como el bicolor de la motocicleta accidentada—, el llanto inconsolable y la música emanada de las ventanillas de los automóviles que pasaban por la calzada, conferían al ambiente un cierto sabor espectral e indeseable.

La carroza fúnebre tenía el frente destrozado, pero las luces traseras —pensar en el término calaveras era osado— se mantenían encendidas. En el interior, las bolsas de aire estaban desparramadas. Los líquidos del motor chorreaban, dejando manchas lúbricas en el piso y un aroma óleo en el aire.

Yerto, como su otrora tripulante, y a los pies de la carroza, el brioso caballo de acero permitía imaginar lo terrible del impacto recibido. Estaba, simplemente, destrozado y retorcido. Fragmentos de su endeble coraza quedaron salpicados en los alrededores. Uno de ellos tenía tatuado el logotipo de la marca.

Los reporteros especializados en la fuente policíaca comenzaron a llegar. También llegó una motoneta tripulada por dos jóvenes lacerados por el llanto, que se abrieron paso entre la gente y depositaron a un lado del que seguramente fue su amigo la corona de flores que habían ido a comprar y llevaban en la mano. No puede ser, decían, no puede ser.

Los periodistas, como fueron arribando, saludaron a los policías y les preguntaron sobre los hechos. En sus libretas anotaban datos o hablaban por teléfono celular. Ya era más de medianoche. Los fotógrafos hacían estallar sus flashes contra los vehículos colisionados y contra el fallecido. Llegó la televisión. Los cámaras buscaron los mejores ángulos. Diversos coches se estacionaron en las orillas de las aceras para poder mirar. Unos los vestigios del choque. Otros el dolor de los deudos. Los patrulleros les pedían que avanzaran, pero nadie les hacía caso. Los integrantes de la prensa fumaban y algunos se hacían bromas o se comentaban la nota.

Todos los presentes, de alguna manera, querían ser, y eran, testigos de la fragilidad humana. De su evanescencia. Cierto que en ese instante nadie parecía alegre con la tragedia de otros. Pero, sin duda, sí se alegraron de que esta vez no fueran ellos los involucrados en el trago amargo y mortal que la vida nos tiene preparado más tarde o más temprano.

Saturday, October 14, 2006

Bravura Vargas


Nada, que el martes 10 de octubre el gran Ramón Vargas cantó una gala mozartiana, por aquello de los 250 años de Mozart, en Bellas Artes. Es cada vez más raro verlo en escenarios nacionales, por eso hay que disfrutar su arte cuando viene. Esta vez estuvo espléndido, con deslumbrantes coloraturas y agilidades, con técnica y fraseo sin mácula. La condición vocal de Vargas está en plenitud si bien se conserva fresca, como cuando era belcantista rossiniano o donizettiano. Ha ganado peso y oscuridad en el registro grave y en el centro su instrumento adquirió un timbrado aún más rico. Los agudos siguen ahí, con brillo y redondez. Cantó arias de Don Giovanni, La flauta mágica, El rapto en el serrallo, Así hacen todas (qué raro suena no poner Così fan tutte), La clemencia de Tito, e Idomeneo. La bravura de Vargas sobre el escenario fue en definitiva lo mejor que hemos escuchado desde hace mucho tiempo en Bellas Artes. Como propinas interpretó el Lamento de Federico, y su infaltable Furtiva lagrima.

El contenido vocal de la gala fue transmitido, en exclusiva, ayer en el programa de radio ¡Viva la ópera! de un amigo, Errico Zermeño, quien me invitó para hacer algunos comentarios. Como no tenía mucho qué hacer, diferencia por la que algunas veces atrás estuve impedido de aceptar otras invitaciones, y además es de todos conocido que soy un vargasfan declarado, pues fui con todo gusto. Zermeño trasmite en Opus: 94.5 FM, todos los jueves a las 21 horas, tiempo de ciudad de México.

X cierto que durante la gala le entregaron a Ramón la Medalla de Oro del INBA. La reseña, diríase oficial, con todos los detalles, la escribí para la revista Pro Ópera. Saldrá en noviembre. Así que aquí corto.

Pero bueno, unos cuantos comentarios lastimeros, no más:

Lástima que el Teatro de Bellas Artes no se llenara al máximo. ¿Se llenaría a tope la semana pasada, cuando estuvo la peruana Tania Libertad? A veces los mexicanos damos pena ajena (esa frase tan coloquial es hermosa: no sólo damos pena sino que propiciamos la ajena).

Lástima que muy pocos medios de comunicación masiva dijeran algo, antes o después, sobre esta gala y sobre la medalla con que se reconoció la destacada trayectoria de RaVa. Aunque es lógico, estando tan preocupados, como estamos: yo al menos sí que lo estoy, por si Ludwika anda o no con Pablo Montero, si Plutarco Haza sale como pareja de Claudia Lizaldi o sólo son amigos, si la Chule y LuisMi esperan bebé y para cuándo, o si debemos o no concederle el perdón a Tiziano Ferro puesto que ya reconoció que fue un error haber descrito a las mexicanas como feas y bigotonas.

Lástima que las palabras de Ramón Vargas a punto de iniciar la gala, aludiendo al plantón de la APPO cerca del Senado de la República, y de Bellas Artes, no hayan quedado claras. ¿Fueron a favor, en contra, o en ningún sentido? Esto causó cierta suceptibilidad en algunos sectores del público, ya se sabe cómo está de álgido el ambiente político en México, y en estos días no hay nada peor, al parecer, que hablar de política sin definición. A mi entender, RaVa dijo que al hacer arte podemos olvidarnos un poco de todo lo demás, lo cotidiano, y ya. Pero para el de otros, no dijo eso, sino vaya uno a saber qué. En definitiva, creo, poco importa lo que dijo o no. Lo que importaba de Vargas, en esos momentos, era su arte vocal.

Lástima que la Orquesta del Teatro de Bellas Artes bajo la dirección de Ramón Shade por ratos no estuvo a la altura de las circunstancias. Ni a la altura ni a lo ancho.

Lástima que Sara Bermudez, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, al momento de entregar la presea a Ramón Vargas equivocara el nombre de la medalla. Una pifia más. Ya ni es novedad.

Lástima de organización para entregar la medalla. Se entregó justo cuando terminó la primera parte de la gala (y sin haberlo anunciado), de modo que el público ya iba de salida. Algunos regresaron a la ceremonia, otros no.

Lástima que la medalla se entregue a cada rato. Qué bueno que se entregue a los artistas más destacados de nuestro país, pero debería darse más a desear. Este año, mínimo, he asistido a cuatro o cinco entregas de esta misma presea. Ya hasta perdí la cuenta.

Lástima que, en general, la velada haya sido tan fría. Tan aséptica. Suele pasar eso cuando hay tanta perfección interpretativa y algo se queda sin cuajar. Vaya uno a saber qué.

Pero qué gusto escuchar a Ramón Vargas a todo lo que da y con un programa tan atractivo y lucidor.

Lástima que cuando fui a solicitarle a RaVa que me firmara mi programa de mano, imagen de este post, me lo dedicara, o casi, para noe.com Por supuesto, corrigió. Y ese lapsus queda como una peculiar anécdota así que hagamos de cuenta que lo iba a dedicar a http://josenoemercado.blogspot.com y a sus visitantes. Gracias, pues, Ramón Vargas.

Thursday, October 12, 2006

From a Buick Eight


"Llega un día en que la mayoría de la gente ve cómo está el panorama y se da cuenta de que no arruga los labios para darle un beso en la boca a un destino sonriente, sino porque la vida acaba de meterles en la boca una pastilla de sabor amargo".

Buick 8: Un coche perverso
Stephen King

Monday, October 02, 2006

Carmen, ¿de nuevo?, en Bellas Artes


Posteo mi crítica de la Carmen 2006 presentada en BA, producción que anda x estos días, igual, en el FIC. Las ilustraciones que se verán enseguida son bocetos pertenecientes a un estudio del reconocido cineasta y director de escena Carlos Saura Atarés (Huesca, 1932), quien conoce a fondo, muy a fondo y en serio, esta ópera de Bizet que ha llevado a varios escenarios, entre ellos, alguna vez, la pantalla grande.


Carmen, ¿de nuevo?, en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

Realmente se puede esperar y exigir muy poco, tal vez nada, de una Compañía Nacional de Ópera cuando el día del ensayo general del título que habrá de estrenar dos días después tiene $16 pesos de fondos en su cuenta bancaria.

Por lo tanto, casi cualquier acto lírico que materialice la CNO es ya superar las expectativas generadas ante la falta de presupuesto, que debería destinarle la institución cultural que tiene los recursos, de nuestros impuestos, para semejante fin.
Nadie se sorprende, y eso es lo más grave, de que hoy el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y su titular doña Sara Bermúdez, Sari para sus amigos, parezcan estar asfixiando las actividades líricas de la Ópera de Bellas Artes. Muy por el contrario, lo sorprendente sería que no se estuviese haciendo lo mismo con los diferentes organismos culturales y artísticos del país que dependen del CONACULTA.

Ante el miserable panorama económico, trasladado al cultural, pedirle muchas y magníficas peras (u ó-peras: en este caso da lo mismo) al olmo de la Compañía Nacional de Ópera sería iluso, en principio, injusto, después, y triste, al final de cuentas. ¿Qué le queda, entonces, al público operófago de México para salir de ese afligimiento lírico al que ha sido arrastrado? De momento, quizá sólo recurrir al viejo método de permitir que se le dore la píldora. Así que un poco de ficción en el siguiente párrafo no vendría mal para levantar el ánimo, a guisa de introducción a lo que verdaderamente importa: lo artístico de estas funciones:
La Compañía Nacional de Ópera, luego de ponderar y elegir detenidamente de entre los poco más de 100 mil títulos que integran el catálogo operístico mundial a lo largo de sus pasados cuatro siglos de existencia como género, y sin desconsiderar con la antelación debida por un lado las necesidades líricas y por otro las apetencias propositivas en la materia que hay en nuestro país, se decantó por una opción en cualquier sentido irrefutable: la célebre Carmen de Geroges Bizet, para ser presentada, como parte de su Temporada 2006, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los pasados 24, 26 y 28 de septiembre. Sólo tres funciones, mas tal vez con aquella frase en la mente que dice De lo bueno, poco. Pero la CNO no ofreció un montaje de Carmen cualquiera, cómo va a ser, sino la producción escénicamente encabezada por José Antonio Morales —Josefo—, esto con la finalidad inobjetable de que quienes no la han visto en los varios lustros que lleva de aparecer en los más variados escenarios nacionales (si es que alguien no la hubiese presenciado una o dos o tres o cinco o más veces), pueda por fin disfrutar de ella.
La Carmencita fue cantada en la primera función por la soprano María Luisa Tamez y en las dos restantes por la mezzo Belem Rodríguez. Tamez lo hizo con fuerte dominio escénico y voz madura y bien manejada con exhibición de matices a través de un amplio registro, que lució especialmente en el centro bien coloreado y al momento de arrostrar las notas graves, aunque arriba quedó a deber. Si bien su concepción de la gitana no desbordó sensualidad, alcanzó a ser creíble y cumplió. Belem Rodríguez es una cantante muy joven y enfrentó varias dificultades al abordar un rol que aún no logra rellenar. Sus desafinaciones fueron constantes. El centro de su voz es bello y cálido, pero su emisión tiende a decolorarse arriba y abajo. Carece de elegancia y refinación en su canto. Vulgariza el fraseo. Hay momentos en que la voz cae en manierismos que la hacen mayar y por ello mismo musicalmente se va quedando. La orquesta tuvo que cacharla en varios pasajes. Por lo demás, escénicamente ofreció una protagonista aburrida y bien portada, producto de que como intérprete se percibía espantada sobre el escenario, como si ella fuese la que enfrentaría al toro en lugar de Escamillo (en el caso de que éste hubiese tenido en el cuarto acto un toro para lidiarlo y no se limitara a dar trapazos al aire como un franelero bancario). Todo esto mejorará, seguramente, conforme Rodríguez adquiera más confianza y experiencia en los escenarios, pero de mientras quedó claro que la tiraron al ruedo, sin traje de luces, acaso para calmar sus ansias de novillera. Y de Bellas Artes se la llevan al Festival Internacional Cervantino para este mismo rol. ¿Como porqué mérito y razón?
Fernando de la Mora, como Don José, volvió a ofrecer un canto de primera línea, especialista notable del repertorio francés. Muy distinto del De la Mora que participó en La bohème, en este mismo recinto en julio pasado, y del que hablé en mi reseña-crítica correspondiente, sus matices, sus filados, sus reguladores, su media voz, en conjunto los recursos y sutilezas expresivas de su canto, demostraron la capacidad interpretativa y vocal de este destacado tenor mexicano internacional.

Fue un auténtico placer escucharlo en ese nivel, no así a su colega Alfredo Portilla, quien abordó el rol en las dos últimas funciones con gran incomodidad para su instrumento, que casi siempre estuvo bajo en afinación. La voz sonó corta y parda, su respiración fatigada (en el aria de la flor, el jueves 28, se sofocó desde las primeras notas y si logró concluirla fue por puro corazón y astucia, aunque no faltó un cronista, en rigor crítico underground, que en el segundo entreacto lamentó así lo presenciado: “Qué barbaridad, ya tronó mi querido Portillita y aún le faltan dos actos”). Curiosamente, hacia el final de la ópera Alfredo Portilla parece abordar la obra de manera menos estresante para sus facultades, sin embargo, en conjunto, Carmen es una partitura que no le favorece, pues no le permite mostrar en esplendor el hermoso timbre que posee, ni ese fraseo cálido e intenso que le caracteriza. Por lo demás, el italiano, como repertorio y estilo, le viene mucho mejor que el francés.
El papel de Micaela se lo alternaron las sopranos Silvia Rizo y Belinda Ramírez (segunda función). El canto de Rizo fue descuidado en su afinación y en el aria del tercer acto llegó a una estridencia innecesaria, hecho sin duda raro puesto que su timbre rico en armónicos bien puede enfrentar el papel de una manera muy lírica, lo que despertó algunos bu, que ciertos censores escrupulosos de mala manera se apresuraron a callar. El barítono Jorge Lagunes, quien recién debutó en el Covent Garden, no tuvo problemas para ser el cantante que se llevara las últimas dos funciones (y en la primera su nivel fue igualmente bueno) por una interpretación brillante de Escamillo, un papel que domina vocal y escénicamente. Y puede subrayarse que si alguien destiló sensualidad y seducción en el escenario (ya que las Carmencitas, como queda escrito, más bien resultaron modositas) con su interpretación de Mercedes, fue la mezzosoprano Verónica Alexanderson. Bien cantadas sus breves intervenciones y mejor actuados sus lubrificantes coloquios con Zuniga primero y Dancairo después, en la taberna de Lillias Pastia.
La dirección escénica y escenografía de José Antonio Morales funciona, pero nada más. La escena final que algunos se desviven en elogiar con goyas, goyas, por ejemplo, la resuelve con una gasa con la pintura de un toro que más bien despierta simpatía, o risa: delante de ella Carmen y don José, si la luz del fondo permanece apagada, detrás, si la luz se enciende, la plaza y Escamillo dando los trapazos antes mencionados. Así alternan hasta que ambos planos supuestamente se fusionan dando a entender, o al menos deseándolo, que a Carmen la embiste el toro de su destino. O algo así. Por eso la escena se observa falsa: ¿por qué la gente de la plaza no evita que don José mate a Carmen? ¿O por qué no la salva Escamillo si ahí está, loado por torear un toro que es tan invisible como lo podría ser el célebre traje del emperador? Eso por no ahondar en otras escenas, como cuando don José deja escapar a Carmen, que muestra un supuesto empellón y una supuesta caída estilo Chavo del 8. En fin, lo cierto es que cuando en el arte se perciben con facilidad tantos supuestamente siempre se estará al borde del ridículo.
Como concertador, al frente de la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes y la Schola Cantorum de México, se contó con la batuta del estadounidense Kamal Kahn, quien impuso tiempos, al principio de la obra interesantemente ligeros y ágiles, que terminaron por convertirse en una vertiginosa lectura sin relieves que no logró extraer la sustancia expresiva de la partitura. A ratos, el sonido de la orquesta (a causa de los instrumentistas: no del director) se escuchó atropellado y poco definido. Ese ritmo galopante pareció dejar muchas notas y frases musicales como pueden quedar granos de maíz al fondo de cazuelas o bolsas de palomitas, dicho de otra forma: sin acabar nunca de reventar. El concertador, que entiende mucho de canto, ayudó a los solistas, lástima que algunos de éstos no siempre lo ayudaron a él.

En resumen: con poco dinero la CNO puso Carmen, en Bellas Artes, de nuevo. O sea que ¿qué hay de nuevo, viejo?