Wednesday, May 09, 2007

Más Kundera que Tunick

Varias amistades me preguntaron si participaría (o participé) en el desnudo masivo en el Zócalo del DeEfe el domingo pasado, a fin de que Spencer Tunick pudiera realizar una de sus típicas sesiones fotográficas.

No fui ninguno de los 18 mil, 19 mil o 20 mil, que sí participaron, y que batieron el récord de poseros empelotados en el mundo. ¿Por qué no participar?, me repreguntaron. Porque no soy partidario de la cosificación humana, les respondí.

Qué reaccionario, qué moralista, qué conservador, me dispararon. Prefiero, en todo caso, la pornografía a la cosificación, dije con toda calma. La pornografía, fuera de implicaciones morales relativas, vivifica al ser humano, expliqué, en cambio la masificación de cuerpos que pierden identidad, puesto que pasan a ser un número, uno entre todos iguales, más bien recuerda a un campo de concentración donde el individuo no existe. Como no existe para los Estados fascistas.

Prefiero la libido a lo lívido. Siempre.

Es que es arte, me dijeron. Yo no sé, igual y sí, pero igual y no: ¿seguro que lo es?, pregunté. El arte no cosifica, no anula, no iguala, dije. ¿Y la libertad, esa sensación de despojarte de pudores y atavismos milenarios?, preguntaron. No creo experimentarla al despojarme de la ropa, ojalá, pero sería como muy fácil, ¿no?, como cargarse de energía en Teotihuacan o algo similar, respondí. El desnudo me gusta con identidad, personal, no con difuminación de masa. ¿Y de verdad crees, pregunté, que el mundo deba voltear a ver al sur de USA porque en México, en el DeEfe, se es ejemplo de libertad y democracia como dijo Tunick luego de la sesión? Un país, dije, donde siete de cada diez personas jamás han tocado un libro, y el arte nos vale puro sorbete (y si no que se lo pregunten a los artistas), donde 60 o 70 por ciento de la población (de la que no se ha largado a USA a buscar algo mejor que lo que hay aquí) vive en pobreza o pobreza extrema, y al que una duda enorme, no dije que lo haya habido pero tampoco que no, de fraude electoral, otro, le hace más sombra que cualquier caudillo. ¿El mismo país, indolente, de las muertas de Juárez es el ejemplo?

No politices, me dijo alguien. Está bien, no politizo, dije. Quizá porque autorizar el Zócalo para la sesión de Tunick no tenga ninguna implicación política (qué curioso, y ejemplo de libertad y tolerancia, que el gobierno local sea perredista y buena parte de los poseros -como un día después de la hazaña de participar en el desnudo masificativo lo contó entusiasmado en cadena nacional, en el noticiario televisivo de Adela Micha, un ex compañero de generación en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, del que fuera de saber que trabaja en un periódico de derecha le había perdido la pista-, gritaban a coro, mientras se dirigían corriendo a la calle 20 de Noviembre para la penúltima toma, la célebre cantaleta del "voto por voto, casilla por casilla", claro que ya sin el estilo y el fondo demandante que tuviera con Andrés Manuel López Obrador, sino por echar desmadre, nomás, porque así somos los mexicanos, chacoteros, vaciladores: bullangueros), pero sobre todo, pensé, dejo de politizar porque en mi blog, saludablemente no suelo hablar de política. En su pieza uno quiere tener sólo aquello que le place y hablar de política no me place en mi blog. Supongo que hay excepciones.

Mejor, prometí, pondré algo de Milan Kundera. Algo que tiene que ver con el desnudo y el pudor, que podría recordarme sin esfuerzo la sesión de Tunick y los poseros rompe récords.

Ahora cumplo. Milan Kundera, de quien incomprensiblemente no había posteado nada en este blog escribicionista, me parece uno de los grandes novelistas pensantes (hay los que sólo narran, lo cual no está mal) del siglo 20. Es uno de mis favoritos. He leído toda su obra, toda. La leí, además, en un periodo de mi vida definitorio, denso. Y desde entonces su obra, él, se me volvió entrañable. Tengo que postear más, ya empiezo por dos fragmentos y es algo, sobre Kundera, el otro K de Checoslovaquia. El autor cuyos personajes nos demuestran, como escribiera Carlos Fuentes, que ya no es necesario amanecer convertido en escarabajo, como Gregorio Samsa, para ser tratado como insecto.

"Marchaba alrededor de la piscina, desnuda, junto a un montón de mujeres desnudas. Tomás estaba arriba en un cesto que colgaba del techo de la piscina, les gritaba, las obligaba a cantar y a hacer flexiones.

"Cuando alguna hacía mal un ejercicio, le disparaba.

"Quiero volver una vez más a ese sueño: el terror no empezaba en el momento en que Tomás disparaba el primer tiro. El sueño era horroroso desde el comienzo. Ir desnuda junto a las demás mujeres desnudas, marcando el paso, era para Teresa la imagen básica del horror. Cuando vivía en casa de su madre no la dejaban cerrar con llave la puerta del cuarto de baño. De ese modo, la madre quería decirle: tu cuerpo es como los demás cuerpos; no tienes derecho alguno a la vergüenza; no tienes motivo alguno para ocultar algo que se repite en decenas de millones de ejemplares. En el mundo de la madre todos los cuerpos eran iguales y marchaban en fila uno tras otro. La desnudez era para Teresa, desde su infancia, el signo de la uniformidad obligatoria del campo de concentración; el signo de la humillación.

"Y aún había otro horror, nada más empezar el sueño: ¡todas las mujeres tenían que cantar! No era sólo que sus cuerpos fuesen iguales, igualmente despreciables, que fueran meros mecanismos sonoros sin alma, ¡sino que además las mujeres se alegraban de ello! ¡Aquélla era la alegre solidaridad de los imbéciles! Las mujeres estaban felices de haberse deshecho de la carga del alma, de ese ridículo orgullo, de la ilusión de la excepcionalidad, felices de ser por fin todas iguales. Teresa cantaba con ellas pero no se alegraba. Cantaba por temor a que, si no lo hiciera, las mujeres la mataran.

"¿Pero qué significado tenía que Tomás les disparara y que cayeran una tras otra muertas a la piscina?

"Las mujeres que se alegran de ser idénticas e indiferenciables celebran en realidad su muerte futura, que hará que su identificación sea absoluta. Por eso el disparo no era más que la feliz culminación de su marcha macabra. Por eso, después de cada disparo de la pistola, empezaban a reír alegremente y, mientras el cadáver se hundía bajo la superficie, ellas cantaban aún más alto.
"¿Y por qué era precisamente Tomás el que disparaba y por qué quería matar también a Teresa?

"Porque había sido él mismo quien había hecho que Teresa fuera a parar allí. Eso era lo que quería decirle a Tomás el sueño, ya que Teresa era incapaz de decírselo por su cuenta. Ella había venido a buscarlo para huir del mundo de la madre, donde todos los cuerpos eran iguales. Había venido a buscarlo para que su cuerpo se volviese único e irremplazable. Y ahora él volvía a dibujar el signo de la igualdad entre ella y las otras: a todas las besa igual, las acaricia igual, no hace ninguna, ninguna, ninguna diferencia entre el cuerpo de Teresa y otros cuerpos. De ese modo la había mandado de vuelta al mundo del que quería escapar. La había mandado a marchar desnuda junto a otras mujeres desnudas".
La insoportable levedad del ser
(Segunda parte, "El alma y el cuerpo", episodio 15
Milan Kundera


"¿Por qué sentía semejante pudor? ¿Acaso no sangran todas las mujeres cada mes? ¿Acaso había inventado ella los órganos sexuales femeninos? ¿Acaso era responsabilidad suya? No lo era. Pero la responsabiliad no tiene que ver con el pudor.

"La base del pudor no es un error nuestro, sino el oprobio, la humillación que sentimos de tener que ser lo que somos sin haberlo elegido y la insoportable sensación de que esa humillación se ve desde todas partes".

La inmortalidad
Milan Kundera

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