Tuesday, April 29, 2008

Son cuentos


-D.d.: Muchos lectores identifican a los personajes con el autor, y luego reclaman o se enojan con el escritor por actitudes de sus personajes… ¿Te ha sucedido esto?


-R.F.: Eso le pasa a la gente que lee poco. Piensa que toda la primera persona es verídica. Mucha gente estaba segura de que yo había estado en la guerra de Malvinas, por ejemplo. O que había estado en un restaurante de Londres trabajando… Pero son cuentos; por el solo hecho de que esté en primera persona, ¿vas a pensar que me pasó a mí?



Rodrigo Fresán
entrevistado por Gabriela Pedranti
en Dosdoce Revista Cultural

Sunday, April 27, 2008

Eso es el oficio


"Sin ir muy lejos, en este mismo congreso, una de las escritoras nos contaba que tiene ocho manuscritos en un cajón. Alfaguara le acaba de publicar su primera novela. Y tiene cinco novelas en manuscrito y tres libros de cuentos. A mí me parece notable esto, que te muestre que más allá de que haya publicación o no, que haya agente o no, que haya mercado o no, existe la escritura. Eso es el oficio. Dedicarse a esto como una carrera en la que lo que importa es el deseo de contar una historia más allá de lo que pase con ésta, si la vayan a leer 50 personas o 5000. Eso me parece más profesional que otros escritores que lo son y tienen que sacar un libro cada año por exigencias del mercado".

Edmundo Paz Soldán
en entrevista con Miguel Esquirol Ríos
en The Barcelona Review

Saturday, April 19, 2008

Estrechez de corazón

Hace un año q pasó. Cómo pasa el tiempo de raro. A veces me parece q fue ayer, a veces me parece q fue hace una década o dos. A veces me parece q no pasó nunca. Ya da un poco lo mismo. Porque igual pongo esta ofrenda en una tumba q no existe de alguien q existe aún menos:

La ofrenda es Estrechez de corazón: un clásico de Los Prisioneros, padre de muchos otros grupos y bandas q siguieron o imitaron o piratearon su propuesta en los últimos años. Aún. Un poco para seguir esa línea clásica, pongo una versión sinfónica-electrónica. Con la Orquesta Sinfónica Juvenil, ¿de Chile?, en el Estadio Nacional. Sí: Jorge González ahoga su voz y se ahoga con la orquestación, el audio no es óptimo, la imagen se pixelea y étc, étc. Ok. Pero de que es un material de colección, lo es. Y por eso lo pongo. Cuánto disfrutan tocar los instrumentistas, cuánto goza el concertador, cómo se hace música con espíritu dionisíaco. Eso me gustaría verlo más seguido en los teatros o salas de concierto clásicos, donde a veces parece q todo es cuestión de trabajo, de horarios, de bluff, de hueva.

En fin. Va este video a un año, antecedido por algo de la letra q lo dice todo. O casi. O al menos lo q yo habría podido decir hace un año. De hecho, lo dije, ¿ajá? O quizás no. Tal vez sí, porque consecuencias hubo. Sale, no más.

"no te pares frente a mí
con esa mirada tan hiriente
puedo entender estrechez de mente
soportar la falta de experiencia
pero no voy a aguantar
estrechez de corazón...

"...las palabras son cuchillas
cuando las manejan orgullos y pasiones...

"...estás llorando y no haces nada
por comprender a nadie excepto a ti...

"...estás llorando y no haces nada
por perdonar a nadie excepto a ti...".

Sunday, April 13, 2008

No es país para viejos: cuando el sentido no tiene sentido


Sí. Ya sé que No country for old men es un filme que ganó el Oscar a la mejor película, a la mejor dirección (Joel y Ethan Coen), al mejor actor de reparto (Javier Bardem) y al mejor guión adaptado (la cinta está basada en la novela homónima de Cormac McCarthy). También sé que obtuvo cuatro nominaciones más: mejor fotografía (Roger Deakins), mejor montaje (Roderyck Jaynes), mejor sonido y mejor edición de sonido (Skip Lievsay), además de numerosos premios en diversas justas y festivales de cine.

Y sé que he dicho en alguna parte que no suelo ver ese tipo de cintas multipremiadas de las que todo mundo habla.

Pero tampoco soy fundamentalista.

Y cuando una película, laureada o no, tiene que verse, la veo. Toda posición a priori que pudiera tenerse debe quedar de lado cuando se está frente a una obra de arte genuina y genial.

No country for old men es así. De esas obras que deslumbran e inquietan, que regocijan y al mismo tiempo desahucian al espectador. Porque es una cinta extraordinariamente concebida, pero brutal y sin concesiones a la hora de sumergirnos al mundo. A nuestro mundo. A la vida que nos toca vivir en estos tiempos. Tiempos que no son para débiles. Ni para viejos. ¿Son para alguien estos tiempos?


Los hermanos Coen (Sangre fácil, Muerte entre las flores, Fargo, El gran Lebowski) llevan a la pantalla un trabajo maduro y admirable, una especie de western posmoderno -que no necesariamente se desarrolla al oeste y en el que no todos son indios o vaqueros o sherifs, aunque los hay-, en el que nos presentan un mundo con leyes vulneradas, habitado por seres con fisuras interiores, dañados, sin plenitud existencial y acaso por ello sólo sobrevivientes.

Sobrevivientes, sí. ¿Pero por cuánto tiempo?

Las premisas de la historia son éstas: Un tipo, Llewelin Moss (Josh Brolin), encuentra dos millones de dólares en el campo de batalla de unos narcos que se mataron entre ellos, porque algo en la negociación les salió mal. Llewelin toma la decisión de llevarse el maletín con el dinero -quién no haría lo mismo que Moss- para intentar cambiar sus perspectivas de vida, al lado de su esposa Carla Jean (Kelly Macdonald). Pero ésa, por supuesto, es una pésima decisión, porque nadie, menos los narcos, están dispuestos a perder así como así dos millones de los verdes. Comienza, entonces, una cacería bestial que derramará mucha sangre, poco importa si es de culpables o inocentes.

Tal como ocurre y nos intimida en la vida real un mundo opresivo, lleno de mafias y violencia. Como en México. Como en USA.

¿Es por la droga y el dinero?, le pregunta un colega al nihilista y apesadumbrado e impotente shérif Ed Tom Bell (un actor gigante: Tommy Lee Jones). Sí, por ésas y otras razones. Por ellas, igual, no es raro ver maquinando entre nosotros, en nuestras calles, a un tipo tan desquiciado como vacío como Anton Chigurh (un intenso y de miedo Javier Bardem), que mata porque no entiende, ni le interesa entender, para qué sirve la vida. Llegué hasta aquí como llegó esta moneda, dice mientras la lanza y deja que la suerte, el azar, decida si matará o no a la víctima que tiene enfrente.

No podía ser menos. Porque queda claro, o al menos es deseable pensar, que el azar está detrás de toda esta vida posmoderna y sus re-glas-sin-re-glas. Porque de lo contrario, si todo esto tiene sentido, no tendría sentido.


La trama de No country for old men es hasta cierto punto sencilla de seguir, sí. Pero no revela a la primera toda la profundidad y vertientes que alcanza. Por fortuna, por talento, es una cinta que admite y de hecho reclama verse una segunda y tercera vez. Y una cuarta y quinta, para así terminar por comprender y reconocer que nuestro entorno completo, el actual, ha sido plasmado en la pantalla.

Ya sólo por disfrutar el sonido del silencio de la peli, su inquietante natural sound, o su extraordinaria fotografía de fotografía -o de película- que logra emocionar, intimidar, desolar o enclaustrar por igual, según lo requiera la escena, es razón más que suficiente para disfrutar No country for old men, que desde principios de marzo ya está disponible en devedé.

Ésta es una cinta intensa, disfrutable y no menos artística. Emocionante y agradecible. Para venir de donde viene, no es poco. De hecho, es paradigmática. Su final es sorprendente y con tamaños. Con actuaciones en serio y una historia que significa más de lo que cuenta. Se trata de una propuesta tal vez no del todo para débiles y quizá no del todo para viejos. O quizás sí. Para que asuman aquello en lo que han convertido el mundo. Pero, lástima, ¿acaso no se dice que los viejos están en la ópera y no en el cine?


Friday, April 04, 2008

Queremos tanto a la Fleming


Aquí va lo que escribí del concierto de Renée Fleming en Mx. Un evento musical, operístico, pero, por lo visto, sobre todo social. Ahí, mal que mal, estuvimos todos. Sale.


Queremos tanto a la Fleming
Por José Noé Mercado


No es la de Los cuentos de Hoffmann, pero es una muñeca que canta. En rigor no lo es, cierto, pero podría serlo. Así lo demostró la querible soprano estadounidense Renée Fleming, el pasado 28 de marzo, en su debut en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. Y, de hecho, en tierras charolastras.

Por qué, si no es una muñeca podría parecerlo. Desde luego, por su imagen, por su porte delicado y elegante, bonito. Divo, pero agradable. Igual porque el escenario se vuelve un aparador cuando ella está en él. Lo que en Bellas Artes sucedió, ya que además de haber generado en los parroquianos expectativas que rebasaron la opacidad lírica que normalmente se programa en el recinto, mucha gente que hacía años no se aparecía entre el público, decidió dejarse ver, salió de su madriguera. O sarcófago. Y fue para adorar a la Fleming, para atestiguar su canto. Y, más que nada, para hacer notar que hay gustosos de la ópera, ellos, que no se guían más que por los nombres de renombre. Y más si es el de una muñeca, tan famosa y popular como la misma Barbie.

¿Todo eso no es más que una frivolidad? Sí, lo es. Hubo entre los operófagos quien, apresurado, sentenció, mintiendo o equivocado: La voz de la Fleming es fea. Aunque no se atrevió a escribirlo, interesado más bien en la socialité. En consignar, por si a alguien no le quedaba claro su lugar, los saludos y abrazos a sus queridos amigos. Apapachos, palmadas y besitos.


Pero justamente esa frivolidad es un ingrediente que ha acompañado a la ópera, como género, en los más de cuatrocientos años que tiene de haber sido inventada. Y, por lo menos en Bellas Artes, hacía tiempo que no relucía con tanto esplendor en el seno de nuestra sociedad.

Porque no había motivo, siquiera.

Eso, tener una razón, un pretexto para sentirse parte de la ópera y su atmósfera, para bañarse en sus rayos, es el principal alcance de Renée Fleming en nuestro máximo foro artístico (colóquese aquí, si se desea, cualquier otra frase chapeada de arribismo).

Una dosis de primermundismo lírico (que, entre otras luminarias, forman varios cantantes mexicanos), el de los grandes teatros y casas disqueras, es lo que se inyectó al público que desde días antes había agotado el boletaje, ansioso de un evento así, aunque tocara la orquesta que habitualmente ningunea, con y sin argumentos.

En esta ocasión, sin embargo, la Orquesta del Teatro de Bellas Artes fue dirigida por Constantine Orbelian, quien brindó idea al conjunto. Idea o sopa, digamos. Y como ya se sabe, a veces del podio a la boca se cae la sopa. O la idea. Y sí, se cayó varias veces en los innumerables —bueno, no fueron innumerables, pero eso pareció dado su nivel de ejecución— pasajes instrumentales que rellenan todo concierto de este tipo y que no fueron la excepción en esta velada (Obertura de Nabucco, Preludio al acto tercero de Lohengrin, algo del ballet de Fausto, Meditación de Thaïs, Vals de Mascarada, Tahiti Trot).



Fleming, por su parte, interpretó canciones de Richard Strauss y arias de I vespri siciliani, Rusalka, Thaïs, Gianni Schicchi, Tosca, Porgy & Bess y My Fair Lady, además de ofrecer tres propinas a un público, entusiasta, que le ovacionó todo, quizá porque había decidido que nombre mata programa. O, incluso, interpretación.

Lo cierto es que Renée Fleming podría ser una muñeca, Olympia o similar, por su canto lindo —el timbre es realmente bello, cálido, color champaña y por lo tanto bebible— con absoluto control y rigor técnico, planeado y ejecutado sin errores. Como un mecanismo en óptimas condiciones. Que no falla (ni en lo que no le queda a su lirismo ligero con algo de cuerpo como el "Vissi d’arte"). Y que hace disfrutar al espectador. No lo angustia, no lo hace sufrir. No lo estresa ni martiriza con su inseguridad. Y eso es de aplaudirse.

Sobre todo en Bellas Artes.

Renée Fleming canta como quiere cantar —no como otras cantantes lo hacen. O lo hicieron. Y menos como algunos críticos quisieran—. Incluso si ello de repente implica jazzear la emisión, o bocalizar el texto a su manera. Fleming no es lo que otras fueron, por fortuna en ciertos casos, por desgracia en otros, pero es lo que hay. Y de lo que hay, es de lo mejor. Tanto, que le dio brillo a un panorama operístico tan nublado como el nuestro. Por eso en México, desde ese día, queremos tanto a la Fleming.

Thursday, April 03, 2008

Superbad es supercool


Qué risas. Qué risas, no: qué carcajadas. Últimamente pocas pelis han exprimido tanto mi buen humor como la adolescente Superbad, aka, en emeequis, Supercool. Un filme cáustico, con hartos fluidos corporales y escenas hilarantes no tan aptas para persignados, dirigido por Greg Mottola y escrito por Seth Rogen y Evan Goldberg.

Los guionistas, justamente, dan el nombre a Seth (Jonah Jill) y Evan (Michael Cera), protagónicos, al lado de Fogal-McLovin (Christopher Mintz-Plasse), de esta película del género o subgénero algo sobre explotado de comedias universitarias, made in USA.

Así, de alguna manera, se nos deja ver que los escritores han recurrido al legítimo recurso, que suele dar buenos resultados, al menos en su sinceridad, de echar mano de los pasajes autobiográficos o, mínimo, de vivencias cercanas, directas o indirectas. En ese sentido, la sinceridad, en el cine, en el arte, atrae siempre. O casi.

Y Superbad atrae. No por nada, sólo en USA, ha recaudado más de 100 millones de dólares, 80 más de los 20 que costó. Su equipo de producción, creativo, en algunos casos de actores, se consolida cada vez más (Virgen a los 40, Ligeramente embarazada, Talladega nights) en la industria cinematográfica de comedia, no exenta de toques grotescos y algo escatológicos.

De la estirpe de Porky´s, American pie y, desde luego, la mítica Desmadre a la americana del pionero de la comedia de instituto John Landis, surge Supercool, que de entrada presenta mucho mayor logro y cohesión como película que sus antecesoras de género. En sí, se erige en la cumbre de él.


Sí. Ok. Debo reconocer que la historia y los personajes no se salvan del cliché: so-mos-chi-cos-lú-ser-pa-je-ros-pe-ro-pla-nea-mos-co-ger-ya, hoy. Esta noche, en la fiesta de graduación. O en la de fin de cursos, da igual. En la que por supuesto hay chicas deseables, mucho alcohol y hormonas alborotadas. Seth lo sabe y le dice a Evan algo así: Las chicas toman, borrachas y calientes pueden irse a la cama con alguien que quizá para ellas signifique un error. Nosotros podemos ser esos errores.

Gran expectativa, ¿cierto?

Seth, Evan y Fogal, tres perdedores y algo tetos de la preparatoria, tendran acceso a la fiesta de la gente cool de su escuela -entre quienes están las huecas pero deliciosas Jules (Ema Stone) y Becca (Martha MacIsaac)- porque, de alguna forma, fanfarroneando, se han comprometido a llevar el alcohol, pues todos son menores de edad y no tienen acceso a él.

Así que Fogal se conseguirá una identificación tan falsa como estúpida con el nombre de McLovin (basta googlear McLovin para darse una idea del impacto del personaje) para comprar la bebida. O intentarlo. Aventura que lo llevará a divertirse a lo grande con un par de polis desmadrosos y vaciladores, buena onda, de los que deberían existir más ejemplares en la vida real para no tener una idea tan gris o negra de la policía (perdón, lo acepto: vivo en México, DeEfe, y estoy prejuiciado en este aspecto, supongo).

Clichés -divertidos pero clichés-, decía, que no salvan los guionistas ni el director. Cierto. Además de falta de edición más severa e implacable que eliminara, o de perdida redujera, ciertas escenas innecesarias (como una fiesta antes de la fiesta).

Pero lo que hace a Superbad supercool es el tratamiento del tema de la amistad entre Seth y Evan. Seth no fue aceptado en la misma universidad que Evan y ambos saben que semejante circunstancia acabará con su lazo, que les viene desde la infancia. Aunque no lo dicen abiertamente, ambos temen la pérdida de esa amistad en muchos sentidos cómplice y dependiente, que se irá a la mierda sin remedio.


Aunque en buena parte de la cinta vemos a los chicos con ansias sexuales, expresándose en términos decididamente vulgares y a ratos machistas, que todo adolescente, o quien tiene contacto con ellos, reconoce de inmediato, lo que en realidad flota en el ambiente es una relación de amigos (conmovedora la escena en que Seth le dice a Evan que lo ama y Evan le responde que él lo ama a él: una escena tierna, libre de todo morbo y de hecho memorable), amistad que tristemente se terminará después del verano, cuando se separen con el único argumento de que así es la vida no más, ni modo.

Y sí. Así pasa. En eso no pude dejar de identificarme y recordar a casi todas, o todas, las amistades que tuve en cada escuela que he pisado-y no sólo las escolares, por cierto-. Y que hoy sólo ellas saben dónde están o qué fue de sus vidas. Todo esto lo que viene a significar es que, después de todo, en Superbad hay personajes creíbles y lo que a la larga es más importante: entrañables. Con clichés y sin ellos. Como seres humanos cualquiera.