Tuesday, December 30, 2008

Pro Ópera enero-febrero 2009

Finaliza 2mil8, pero, de alguna forma, 2mil9 llegará en breve, si no es que algo de él llegó ya.

Entre otras razones, porque el primer número 2mil9 de la revista Pro Ópera ya circula y, también, está en línea, sin que aún sea enero. Esta edición sale adelantada. Pero está bien. Viene completa y mejor poder leerla desde ya. No creo ser el único ansioso.

La portada (foto de la admirada Ana Lourdes Herrera) corresponde a un extendido texto mío. Platiqué con la soprano Irasema Terrazas, la mezzosoprano Verónica Alexanderson, el tenor Óscar de la Torre y el barítono Armando Gama, que juntos forman el cuarteto vocal Arveiros. Cuatro entrevistas en una aquí.

También mío se publica una versión remix de mi entrevista con el compositor cubano José María Vitier, autor de la música de Santa Anna. A propósito de esta obra, presentada en el Teatro de la Ciudad, que lleva libreto de Carlos Fuentes, igual sale mi crítica.

Igual, con fotos de ALH, se publica mi crítica de L´elisir d´amore en la sala Miguel Covarrubias. También sale, como cada número, mi columna Ópera en México (con diversas críticas, reseñas y demás textos, incluso algunos de otros autores que complementan la sección), con México en el Mundo. Y también saco un par de textos en Ópera en los Estados.

Aunque escribí mucho, lo mío no es todo. Vienen muchas cosas más, de numerosos autores. Puede leerse en papel: recomendable, o consultarse ya, de manera completa en:

Pro Ópera, enero-febrero 2mil9


Wednesday, December 24, 2008

Navidad 2mil8

FOTO: JNM

Pues llegaron las fiestas de fin de año 2mil8. Antes, estas fechas me caían pésimo. Ahora las tolero y, en lo posible, las disfruto. Es, quizás, cuestión de quedar sano por dentro. O algo parecido.

Nada: felices fiestas a todos los lectores de este blog. Que la navidad traiga algo de calma. Y que 2mil9 sea, mal que mal, un año vivible.

Eso y un abrazo

José Noé Mercado

Tuesday, December 23, 2008

Grandes regalos...


"En literatura, los más grandes regalos se reciben siempre de aquellos que uno no conoce. Y eso lo sabemos todos los escritores del mundo".
Iván Thays

Necesitar la intemperie...


"Estudié periodismo porque no me interesó la carrera de Letras. Nunca pensé que el humanismo fuera académico; dije: ´bueno, si estudio Letras, voy a terminar como un investigador de cubículo, una literatura de cubículo, y yo necesito la intemperie´. Entonces me gustó el periodismo por eso: porque aprendí literatura, economía, historia, política.

"Me agencié una serie de conocimientos que hubiera sido imposible capturar en la carrera de Letras. Estudié periodismo porque no había de otra; era lo más cercano que yo encontraba a la literatura y, además, yo sentía que en mi caso el periodismo también era una forma de ganarme la vida. Para ser un maestro de cubículo, quién sabe qué tendría que haber hecho"


Daniel Sada
en entrevista con Ariel Ruiz Mondragón
en Milenio semanal, núm 581 y en

Saturday, December 20, 2008

Noé Colín, bajo cantante


El bajo Noé Colín está estrenando página web. Ya puede consultarse en alemán y, muy pronto, en español e inglés.

Me da gusto. Es importante. Pues ahora estar en internet es, de alguna manera existir y estar presente con fotos, grabaciones, repertorio, críticas, currícula y todo aquello que documenta una trayectoria lírica de la talla de la que ha desarrollado Noé Colín. La dirección para visitar virtualmente a este bajo mexicano es:


Bienvenido a la red, tocayo.

Sunday, December 14, 2008

Calidad de crítico




* "No puedo más con la vejez de mi adolescencia, ya no puedo más con las exigencias que me hacen los malditos intelectuales ni con las que me hace mi alma educada según el cumplimiento del deber y el arrepentimiento".


* "Me emborrachaba desde las nueve de la mañana y así logré escribir unas crónicas perfectamente delirantes y esquizofrénicas. En general, todos los intelectuales me están exigiendo cordura y orden en mi calidad de crítico, pero a todos me les río en la cara y les anuncio, agrandándolo, mi despelote. Así todos se llevarán la gran sorpresa cuando dé nuevas señales de vida".


Mi cuerpo es una celda
Andres Caicedo
Dirección y montaje Alberto Fuguet

Monday, December 08, 2008

Andrés Caicedo revive con ayuda de Fuguet



Andrés Caicedo ya no está del todo en una celda, sino en el ánimo y la sensibilidad de los lectores que, de un tiempo a la fecha, lo están descubriendo por toda Latinoamérica. En México, por ejemplo, su nombre ya no es desconocido. Cada vez más se sabe quién es este escritor y cinéfago caleño tan contemporáneo y, lo mejor, vigente, desaparecido hace 31 años.

Al redescubrimiento de este personaje harto ha contribuido su autobiografía, dirigida y montada por su par chileno, el también escritor y cineasta Alberto Fuguet. Mi cuerpo es una celda se lanzó ya en México, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2mil8. Se lanzó hace unos días en Chile (donde me cuentan que ya está agotado) y Colombia y se lanzará ya igual en Perú. Pronto circulará, supongo, en toda América Latina y, quizás, otros lados.

Estuve en Guadalajara y en la FIL y en la presentación de este libro-documental. Conversé también con Alberto Fuguet sobre este singular proyecto y hoy salió algo al respecto publicado en el periódico Excélsior. Creo que a esta hora todavía se podrá conseguir un ejemplar impreso, o de cualquier modo se puede leer en línea, y, por si acaso, procedo a postearlo.




Excélsior 8-Dic-2008
Andrés Caicedo revive con ayuda de Fuguet
Por José Noé Mercado

GUADALAJARA.-“Me gusta que la gente piense que ya estoy acabado, para que reciban de tanto en tanto la sorpresita”, escribió Andrés Caicedo, quien está de regreso al mundo. El 4 de marzo de 1977, a los 25 años de edad, murió el escritor y cinéfilo colombiano sobre su máquina de escribir, luego de recetarse 60 seconales. Pero ahora, como en una cinta clase B, nos da la sorpresita de volver, para finalmente ser reconocido fuera de su país, a través de Mi cuerpo es una celda, suerte de documental filmado con tinta por el escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet.

Mi cuerpo es una celda (Editorial Norma) es un libro que, después de estrenarse en Chile y Colombia, se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2008. Se trata de una autobiografía, de un testimonio de puño y letra de Caicedo, bajo los créditos de dirección y montaje de Fuguet, quien en el making of explica: “Caicedo no escribió este libro tal como existe y acaso no lo concibió, al menos de manera consciente, pero es su libro. No se sentó a escribir Mi cuerpo es una celda. Simplemente se sentó todos los días a escribir lo que fuera. Todo lo que está en el libro ha sido escrito por Caicedo. El material base fueron cartas, trozos de papel, diarios a medio terminar, libretas, cuadernos argollados, críticas de cine, artículos de prensa y ‘escritos’”.

A partir de este magma, Fuguet esculpe un conmovedor testimonio en primera persona (la de Caicedo), que al tiempo que nos muestra su vitalidad y pasión por la literatura y el cine, se desgarra y fisura irremediablemente como existencia, en la soledad, en la incomprensión, en la urgencia de conectar con el mundo: pero en la conciencia de su imposibilidad. Caicedo, igual que le pasaba con el baile de la salsa, quería pero no podía: “He soñado que muchas mujeres me asedian, que quieren bajarme los pantalones y yo nunca me dejo: aterrado ante la idea de que encuentren, allí donde esperan vigor, tiesura, un pedazo de músculo flácido porque se encuentra desencantado con el mundo, porque él mismo ya no quiere darse gusto de vida, sino que viene buscando la muerte”.

El mérito de Fuguet radica no en la simple recopilación y armado de textos, sino en comprender y enfocar la sensibilidad de Caicedo para llevar las premisas (un chico cinéfilo y suicida, de pelo largo y gafas onderas, tartamudo y fiestero) hasta el encuadre de un personaje profundo y empático que despierta en el lector la ansiedad de abrazarlo y, quizás, protegerlo en su caída, para contribuir a una salvación.

El narrador chileno muestra sus dotes de director y usa diversas tomas y planos para encontrar detalles y matices entrañables en Caicedo: lo leemos, por ejemplo, en poemas, posts, ensayos, crónicas, críticas, contemplando su ciudad, su río, dialogando por carta muchas veces sobre la cultura pop o, simplemente, tirado durante una hora en el suelo de su habitación, en silencio y completa oscuridad. De lo anterior, puede deducirse que la estructura de Mi cuerpo es una celda es sólida, pero ágil, imaginativa, de lectura rápida y con punch.


Este libro es el fruto de un encuentro epifánico de Fuguet con Caicedo. El chileno supo de Caicedo en 2000, en Lima, Perú, pues en la hoy desaparecida librería La Casa Verde, mientras hacía hora, encontró su libro Ojo al cine: “Veo los datos del autor: 25 años, colombiano, y empiezo a hojear: James Dean, Roger Corman, Taxi Driver, películas de terror, cosas muy actuales, y digo: ‘qué es esto, de dónde salió’.

“Compro el libro, me voy al aeropuerto, me subo al avión, son tres horas a Santiago, y aterrizo otra persona. Fascinado, me encuentro con el hermano que siempre anduve buscando, con el par, con el tipo que yo sentía que me hacía falta para haber sido menos atacado, alguien que me habría podido proteger, que me habría podido decir ‘tú también puedes escribir de esto, no está mal escuchar música en inglés, no eres un traidor por escuchar a Radiohead o a The Rolling Stones, en vez de escuchar rancheras: tú puedes ser chileno o peruano, ecuatoriano, colombiano o mexicano, ver películas extranjeras y, sin embargo, procesarlas localmente’”.

Fuguet afirma que “Caicedo es un escritor que puede viajar. Su lenguaje, sobre todo en sus textos de no ficción, no es tan difícil, raro o colombiano como la gente podría pensar, sino el de un autor contemporáneo, moderno y nuevo, que puede viajar también a otros idiomas. Para cualquier persona que la haya pasado mal, ya no digo alguien que se ha matado o está en ello, que haya dudado de sí misma, que esté insegura o que sienta que algunos se han burlado de ella, es un autor impresionante porque escribe desde el corazón.

“Más allá de la figura del pelo largo o de aquello de que todo el día estaba como volado, Andrés Caicedo, claramente, escribió. Hay toneladas de sus cartas. Las de cine son alucinantes, porque Andrés era un cinéfilo que veía de todo: desde basura hasta gran arte. Era un tipo que veía a François Truffaut, a Roger Corman. Cuesta imaginarse que Caicedo escribió al final de los 60, en América Latina. O sea, si fuera norteamericano habría sido contemporáneo de Jack Kerouac o William Burroughs, de la Beat Generation, o de gente más grande que él, como Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald.

“En su momento, Andrés escribía como nadie en América Latina. Cuesta muchísimo entender que en una ciudad de provincia, en Colombia, en los mismos años de Cien años de soledad, había un tipo que sin internet, sin VHS, sin YouTube, parecía que estaba viviendo en Nueva York. Era un tipo con la información que yo, aun hoy, conozco muy poca gente que la domina. Creo que hay muchas formas de entender a Andrés Caicedo, pero, entre otras facetas, es el gran cinéfilo latinoamericano. Hay gente que va al cine para huir. Andrés iba a refugiarse. Se dio cuenta que afuera la vida no era tan buena y que había que ver cine. Él vio películas para salvarnos a nosotros. Porque, más que un crítico, quería que la gente fuera a ver las mismas cintas que él había visto. En ese sentido, era un psicópata, un cinépata. Él sentía que la gente debía ver sus películas y que, logrando eso, iba a salvar al mundo. A lo mejor se dio cuenta que, en el fondo, no iba a poder salvarse él, pero si la gente veía las películas que él veía, el mundo iba a ser mejor. Y yo creo que el mundo, efectivamente, es mejor por Andrés”.

Sunday, December 07, 2008

Los pobres también ríen: L´elisir d´amore en la Covarrubias



No había encontrado el tiempo para postear mi crítica de L´elisir d´amore en la Sala Miguel Covarrubias. La coloco ahora que el río está tan revuelto, aunque no se diga. Como lo había previsto incluso desde antes de escribir esta crítica, nombres irán y nombres vendrán, lo que por sí mismo no cambiará nada. Hay cuestiones por resolver en las instituciones culturales de nuestro país más profundas que un simple cambio de piezas, que una cataficcia de funcionarios. Veamos si se acepta el reto de un cambio de fondo o sólo se cambia para seguir igual.

Eso. Y mi crítica.

Los pobres también ríen:
L’elisir d’amore
en la Covarrubias

Por José Noé Mercado

A las dos primeras funciones de la puesta en escena de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti, presentada por la Compañía Nacional de Ópera y la UNAM en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario, asistió muy poca gente. Es cierto que las noches del 4 y 6 de noviembre un avionazo y una fuga de mercaptano, respectivamente, desquiciaron el tránsito capitalino rumbo al sur de la ciudad. Pero, lo que en términos líricos es más grave, también es cierto que una buena parte del público operístico habitual de Bellas Artes ahora muestra su escepticismo y apatía ante las actividades presentadas por la CNO.

A eso hemos llegado.

Tristemente, ni Donizetti ni su Elisir fueron capaces de convocar el entusiasmo de nuestro entorno operista. Costó trabajo encontrar a algún parroquiano que respondiera afirmativo a la pregunta de si iría al Elisir. Y es lógico. No sólo porque esta obra del belcantismo, dentro de nuestra limitada programación, la hemos visto seguido en México en los últimos meses-años. La verdadera razón de esta indiferencia tiene mayor profundidad y es algo serio: hace tiempo que el resultado canoro y escénico de nuestra ópera (hablo de la CNO), a veces más bueno, a veces más malo, es lo de menos y circunstancial. Puesto que lo que ha dejado de funcionar, y así condiciona todo lo demás, es el esquema de su producción. El sistema se ha agotado.

Y es que el marco jurídico, la norma, la legislación bajo la que debe operar la institución encargada de producir ópera en suelo nacional, como a todavía un amplio sector de las instancias burocráticas de este país, nos viene de muchos años atrás, de cuando la realidad de México y del mundo era distinta. De cuando la música se compraba y no se bajaba, de cuando los blogs no podían ser más que de papel, de cuando íbamos a administrar la abundancia y, más bien, terminamos administrando una nueva crisis.

Cuando se ha hablado de una eventual Reforma de Estado en México, en esencia, lo que se pone sobre la mesa es la necesidad de ajustar el marco de las instituciones para que les permita —y obligue a— responder a la realidad y necesidad de nuestro tiempo, no a las del pasado, ya inexistentes. En ese sentido, la Compañía Nacional de Ópera necesita con urgencia, ya no digamos una revolución para no sonar incendiarios, pero sí una reforma medular en su esquema operativo, de financiamiento, de programación, de transparencia. Renovarse o morir.

Mientras eso no ocurra, no importa quién esté al frente de la CNO, toda discusión, toda crítica, incluyendo la estrictamente artística, no pasará de la epidermis. Sólo quien se beneficia del paupérrimo estado actual de las cosas podría desear que la situación lírica en México no cambie. Para bien. Aunque claro, si una institución se reforma, deben reformarse las demás, de las que se depende. Ése será el gran reto y la gran oportunidad, por ahora sólo es el gran obstáculo.



Volviendo a la epidermis, o sea al Elisir en la Covarrubias, la tercera y última función, la del día 9, sí contó, casi, con sala llena. En su mayoría, estudiantes y gente que sale o sale el domingo y que se río con esta ópera como si fuera la primera vez que la veían. Quizá porque, en efecto, fue la primera vez que la veían.

El tenor Rogelio Marín cantó un Nemorino vocal y musicalmente correcto. Al menos esa impresión quedó mientras se le escuchó, pues su voz, pequeña y delgada, fue inaudible, como cubierta por un velo, durante un buen rato. Su mejor momento vino con “Una furtiva lagrima”, que respiró y fraseó con técnica y belleza. En ese pasaje su voz sí se escuchó con brillo. Lamentablemente, su actuación creó, más que un personaje simpático, uno deprimido, melancólico, apagado y sin chispa. Al final, si conquista no es por encanto, sino por lastimero y apocado

La soprano Gabriela Herrera, durante años en Stuttgart, Alemania, interpretó a Adina con musicalidad y coloraturas precisas. Aunque ella misma es pequeña en escena, su voz le da el tamaño necesario para enfrentar con éxito un protagónico. No es un timbre particularmente bello ni cálido, pero es agradable, sobre todo cuando su instrumento ya está caliente y deja atrás un vibrato algo capretino.

Armando Gama abordó con simpatía al fantoche Belcore. Con un agradable color vocal, producto de su buena colocación y de estar justo en un rol que queda. El barítono sorteó sus trabalenguas sin excepción, aunque hubo algunas frases acentuadas raramente. Esto se debió a los tiempos de correcaminos impuestos por Marco Balderi, al frente de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes.

La agrupación respondió bien a sus exigencias, igual que lo hicieron los solistas, pero Balderi, bip-bip, sacrificó en varios momentos la dicción y, por tanto, la comprensión auditiva del texto. Simplemente no se entendía. Se aceleró tanto en algunos pasajes que, llegado el caso, más que barcarola parecía dirigir pasito duranguense, en el que todos bailaban desenfrenados. Muchas veces en este tipo de ópera bufa belcantista la música es fronteriza con la superficialidad, y con esta clase de acelerones se corre el riesgo de hacerla decididamente ramplona y banal. Y de no atender la melodía.

También el bajo Rosendo Flores sufrió en su respiración con esta velocidad y tuvo que cortar algunas frases para tomar aire, lo cual es comprensible. Sin embargo, Flores es un intérprete experimentado y se le vio suelto en la escena, bailador, simpático, y sólido en su canto. Es un artista confiable. Carla Madrid hizo una Gianetta con gracia e ingeniosa, pues en sus intervenciones se adelantaba a proscenio para ser escuchada y que no le pasara lo que a Marín, que por el trazo escénico muchas veces apareció al fondo del escenario, incluso detrás del coro.

La puesta en escena de César Piña, que por cierto es la misma de 2004 en Bellas Artes, en este teatro donde todo es pequeño: el coro, por ejemplo saturaba el panorama, tuvo un acentuado tono infantil, que combinado con los coloridos telones que intentan crear el entorno y una iluminación cruda: encendiendo y apagando focos sin sutileza, dieron más bien un contexto de festival escolar de día de las madres. La gracia de una ópera bufa está implícita en el tema, en la música, en el libreto (y se materializa con la interpretación) y no en chistes escénicos gastados como ése en que la tropa de Belcore no se detiene cuando él lo hace y lo atropella, en bailes fomes haciendo la ronda, en un coro sonriendo como si viniera de Banco Azteca (o sea inexplicablemente para los demás: como inexplicable resulta un par de escaleras de madera rajada que no suben a ningún lado), o una ancianita corriendo por el elíxir y por Nemorino.

Qué mala ópera tenemos, musitó durante los aplausos un aficionado cerca de mí. Hablaba solo, creo. Para sí mismo. Pero no estaba dispuesto a callar su impresión. Acaso ése sea el principio del camino para que, quizás, las cosas se reformen y cambien. La mayor parte del público asistente, mientras tanto, aplaudía y, sobre todo, reía. En medio de un panorama con semejante pobreza lírica, como la nuestra, me pareció una prueba inequívoca de que los pobres también ríen.