Sunday, August 16, 2009

Cinépata: cine fuera del cine


Hace unos días publiqué este artículo en el suplemento La Plaza -que edita Manuel Lino-, del periódico El Economista. Luego Boletín Informativo de Chile sacó otra edición. Ahora lo coloco en versión director´s cut.

Cinépata: cine fuera del cine
x José Noé Mercado


Sin duda, la forma de ver cine ha cambiado.

En buena medida, el lugar y la plataforma donde uno ve películas, también se han modificado. Entre otras razones, por la tecnología contemporánea y la mezcla de necesidad y posibilidad de no ceñirse a una cartelera impuesta por las grandes distribuidoras y cadenas cinematográficas.

Hoy un cinesifilítico, para usar el término setentero acuñado por el colombiano Andrés Caicedo, tiene la oportunidad de ver lo que quiere y necesita. Cuando, donde y a la hora que desea. Incluso desplazándose en una pantalla que no se queda fija en un mismo sitio durante la función, gracias a dispositivos móviles que reproducen video.

Y ahora el cine igual se consigue en lugares antes no necesariamente cinéfilos. En la red, en los puestos piratas fuera del metro o con surtidores audiovisuales especializados que le consiguen a uno todo. O casi. Y sin desembolsar mucho que digamos, porque si bien la piratería es un delito, la sociedad no la percibe como tal. La tolera y, de hecho, la práctica a plena luz del día aunque sea a nivel particular como parte de su cultura. Basta echar una mirada en casa o en la oficina y se encontrará, sin duda, copias de la nueva temporada de True Blood, el Final Cut Studio, o una película que aún no se estrena en el país. O algo parecido. Esa lucha, al menos en términos de combate tradicional (operativos, decomisos, persecuciones virtuales), irremediablemente la está perdiendo la autoridad y la industria. Así nos tocó vivir.

En esta vertiente, también la manera de ofrecer cine, de hacerlo, de financiarlo, tendría que ajustarse a la realidad contemporánea, digital y cibernética. Aquí, en este escenario, es donde la visión siempre pionera en tiempos de cambio y la cinepatía del escritor y director chileno, Alberto Fuguet, cobran relevancia sustancial.

Para muestra, Cinépata (www.cinepata.com): la página que Alberto Fuguet puso en funcionamiento a partir del 28 de mayo para descargar contenidos de manera gratuita y lícita, puesto que el material que ahí se encuentra y el que se irá agregando es pensado o cedido por sus autores especialmente para el sitio.

En la etapa de lanzamiento se puso a disposición de los cinépatas el largometraje Tanto tiempo de Claudio Polgati en estreno mundial, los cortos Matías va a terapia y Dos horas del propio Fuguet, además de varios videoclips que el narrador chileno ha dirigido, entre ellos Ruinas de Shogún, Máquinas de Teleradio Donoso o Esquemas juveniles de Javiera Mena, en sus versiones A y B.

Para este mes de agosto, se han sumado los largos Como un avión estrellado del argentino Ezequiel Acuña, quien igual aporta su clip La gota, Lo que soñó Sebastián del escritor y ahora debutante cineasta guatemalteco Rodrigo Rey Rosa y La represa del chileno Rodrigo Salinas, así como el corto Agarrando pueblo de Luis Ospina y Carlos Mayolo, el experimental Silence del colombiano Aldo Paternostro y el documental Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos, también de Ospina.




Cinépata es, hay que decirlo, una gran idea. A alguien se le tenía que ocurrir una opción así, que apuesta por algo distinto y que, en el fondo, sí es una opción. Porque mediante unos cuantos clicks, se pueden descargar para siempre, nada de fechas de vencimiento, los contenidos en formato para celular, iPod, PSP, para la computadora o bien para quemarlos directamente a un DVD y tirarse a verlos en televisión o incluso, pantalla HD. Y, por si fuera poco, hay materiales extra para los verdaderos cinéfagos, como trailers, fotografías o los guiones de las películas.

Cinépata, por cierto, no es YouTube o algún sitio de concentración masiva e indiscriminada de películas o videos. El portal tiene sede en Santiago de Chile —lo que ciertamente alenta la descarga desde fuera, algo que podría mejorarse, más si se opta por un formato de alta calidad—, pero el catálogo de títulos será latinoamericano. Y aunque la página, como la red, tiene en potencia un alcance mundial, hay una estética pretendida que se convertirá en una ética distintiva. En una moral. En una forma compartida, aunque variada, de entender el mundo. De asumirlo, a través de una pantalla cinematográfica. Que a fin de cuentas lo que busca, como todo arte, es conectar con sensibilidades compatibles.

Algo no menor es que Cinépata no busca lucrar. Algún tipo de donación, patrocinio o mecenazgo quizás se necesitará para mantenerse, pero es, más bien, puro amor al cine, pues no le cuesta nada a quien descarga contenidos, ni tampoco a quien desea poner ahí sus materiales. Aunque evidentemente cuenta, como control de calidad y afinidad a la idea del sitio, con un comité de valoración para las obras postuladas a formar parte del catálogo, se abre como una puerta para todos aquellos directores latinoamericanos que no han encontrado la oportunidad, la forma o los recursos para estrenar sus obras. O para quienes deseen mostrarlas ex profeso ahí, donde ya se contará con un público cautivo, interesado y numeroso.

Cinépata es una sala de cine que no exhibe, pero abastece. No tiene butacas ni está en un mall. No proyecta ¡Cácaro! o ¡Cojo! Pero es cine fuera del cine. Es cine de hoy, ojalá para perdurar. Aunque también es más que eso. El tiempo dirá más exactamente qué, igual que sus alcances. En todo caso, para los cinéfilos ahora ya es un dealer querible con todos los encantos y comodidades de lo pirata, pero en legal.

Friday, August 14, 2009

Ciudad Juárez: el traspatio del primer mundo


En el Boletín Informativo de Chile se publicó esta crónica. Allá la dividieron en dos partes: Primera entrega y segunda entrega. Aquí la dejo completa.


Ciudad Juárez: el traspatio del primer mundo
x José Noé Mercado



DOCE

No siempre se llega a un cuadro, a una fotografía, desde el aire.

Es raro.

Yo arribé en el vientre de un avión a una realidad que es imagen de una ciudad industrial y lúcida, amable y trabajadora, enclavada en los contrastes terrenales del tercer mundo, la violencia mafiosa y la indiferencia asesina serial de mujeres.

Ciudad Juárez, pensé, es un infierno y no sólo por el sofocante calor de más de 40 grados centígrados que marcaba el termómetro al salir de la aeronave. También lo es porque se trata de una urbe en la que no hay nada y que paradójicamente parece tenerlo todo. Hasta su propio cártel de narcotráfico. Es probable que la realidad sea a la inversa. Lo hay todo y parece no haber nada. Quizá el infierno es no saber si lo cierto es lo primero o lo segundo.

ONCE

No mentiré. Acá no hay reporteros heroicos.

El periodismo duro, el de opinión o investigación, en Ciudad Juárez no existe. Quién se atrevería a recibir el desquiciante dilema de ser silenciado: ¿plata o plomo?, que a final de cuentas es una moneda cuyo frente y reverso tienen la misma cara.

Por la parte literaria, desde 2666 éste es territorio Bolaño. Por aquí andan Pelletier, Amalfitano, Fate y como se sabe es probable que hasta Benno von Archimboldi haya venido para Santa Teresa. Así que agregar algo mucho tiene de oficioso.

O quizás no.

Los apuntes de un visitante deefeño también cuentan. Más porque hace unos días una amiga fan de Liz Norton, mis ojos en Santiago de Chile, incrédula y con horror me narraba por Messenger un reportaje que transmitían por Canal 13 sobre la violencia provocada por el narcotráfico en Ciudad Juárez. Incluso me mandó el link para ver el programa en vivo por Internet, pero no se pudo abrir. Allá o en México alguien se ocupó de bloquear la señal.

La fan de Liz igual me pidió que le contara si toda esa violencia extrema que veía en la pantalla —un hombre con cabeza de un chancho muerto provocando a otro cártel, tiroteados, aceras ensangrentadas, policías y periodistas atemorizados fue lo que más le impresionó—, era un montaje o irreal.

Ojalá fuera una pesadilla, le dije. Pero no. En Ciudad Juárez nadie duerme. Al menos no tranquilo. Porque camarón que se duerme, se lo carga la Chingada.


DIEZ

Antes de salir del aeropuerto hay que pasar revisión con unos milicos, de los muchos que patrullan la ciudad. Espero turno y observo a una mujer de unos 40 años y de muy atractivo cuerpo que venía en mi vuelo con un ranchero malencarado, que sospeché que era narco. O que parecía interesado en dejar esa impresión. Traía un sombrero Saucedo, camisa tipo Mario Almada: con costuras y adornos de lujo, vaqueros y botas de fantasía. Obvio, ostentaba gruesas cadenas de oro, anillos con pedrería y bigote y pelo en pecho, negros. No le faltaban sus Ray-Ban. Ambos fueron mis compañeros de asiento durante los primeros minutos de viaje. Luego se pasaron a unos lugares vacíos que había adelante, a la altura de las alas. Al bajar él echó bronca, leve: nada trágico, a otro pasajero quien le pedía que lo dejara pasar antes de que siguiera obstruyendo el paso al sacar su equipaje de mano.

El milico oficial Fuentes me preguntó mi nombre, se lo dije, y revisó mi valija y dio luz verde. Apenas salí a la calle sentí que alguien me aplastaba. Una mano gigantesca. La mano del calor desértico, ciega, inútil, yerta. Mucha gente traía puesta la verde. Cómo quedó México, pregunté al recordar que la selección de fútbol jugó un partido pre mundialista. ¿Calificó?, dije. No se sabe aún, me dijeron.

NUEVE

Rumbo al hotel.

Por un bulevar me doy cuenta de los comercios que hay en una zona que me hace recordar, de nuevo, películas infames de pistoleros fronterizos mexicanos emuladores de Clint Eastwood.

Hay restaurantes de comida rápida. Algunos centros comerciales. Fábricas. Hay demasiado cemento en el panorama. En cierta medida es como estar en un pueblo de USA aunque reproducido, para llevar. O en México, vaya, pero no del todo. El Paso, Texas, queda a cinco minutos. A un lado va el río Bravo. Hay anuncios en inglés. Poca gente en la calle. Busco que en algún negocio haya un letrero que diga Se habla español.

OCHO

Mi habitación es agradable a ratos. El clima artificial está al máximo y refresca, pero luego cala en los brazos y el rostro. Hay que apagarlo. Luego todo se acalora y hay que darle On.

La televisión no tiene mando a distancia. Tengo cama King-size. Al menos se puede fumar. Voy al restaurante y compruebo que las ensaladas no es lo bueno en las regiones del Paso del Norte. Alguien me sugiere carne. Un rib-eye o un filete mignon. Maravillosa diferencia. Salgo a explorar.

SIETE

Enciendo la ear-eye-snif-recorder.

Hay abandono en la ciudad. Vuelvo a observar poca gente en las banquetas, incluso en horas de la tarde y noche, cuando el calor ha disminuido, lo que no deja de ser un decir. Encuentro tonalidades de gris y tierra por todas partes. Las casas son de una o dos plantas, con patio delantero. Hay quietud. Calma. Me invade esa sensación de que ya lo he visto todo, pero la controlo. Paso delante de un terreno amplio que alberga una estructura metálica y roja mate. Está inacabada y huele a agua estancada. De ella provienen ruidos que puede ser lo mismo la vida de algún pájaro o de un perro o un animal rastrero de cuatro patas. No puedo evitar un pensamiento morboso: si tuviera el cuerpo de una mujer muerta, no me sería difícil deshacerme de él en este sitio en complicidad con la noche. O la madrugada. Me entero que la propiedad era de un narcotraficante. Lo agarró la tirana. Hoy está en venta. Sigo. Hay pequeños negocios cerrados, de tomas de fotografías para pasaportes, de gestoría de documentos de emigración. Miro uno tras otro locales vacíos. O abandonados, con las mercancías cubiertas de polvo. Parece que los locatarios tenían prisa por marcharse. Y adónde, me pregunto. No lo sé. Pero me da por especular. Pienso en los comercios del videojuego serial Silent Hill, porque a ratos uno se siente en un pueblo fantasma.

Voy a dar a una avenida llena de consultorios médicos y sanatorios. Salgo de ella, deseando no caer en uno de ellos. Camino y fumo. Una como autopista, que no lo es. Freno. No quiero ser atropellado. La opción es internarme en un barrio con suelo de tierra, descontando que tierra hay en todas partes, incluso en las superficies donde no debería haberla. Desde aquí se aprecia con nitidez el horizonte recortado por las siluetas inestables y angustiadas de las montañas. Hay un intento de jardín con árboles artríticos y muy probablemente en fase terminal donde no hay nadie y unos bancos de cemento.

A lo lejos distingo una bandada de perros que esperan a un camarada. Son más temerarios que yo y se disponen a cruzar lo que me pareció una autopista. Sigo mi camino. Oigo un rechinamiento de llantas. Volteo. La llanta delantera primero, luego la trasera, ambas del lado derecho de una camioneta blanca, pasan por el cuerpo que se revuelve de uno de los canes. Cierro los ojos, pero no tardo en abrirlos. No escasean los lotes a medio construir o de plano los predios baldíos, sin mayor atractivo que el que yo me empeño en encontrarles. Son como poemas mal escritos y por ello incomprendidos. Sudo. Cruzo aceras de un lado a otro. Es encantador perderse por calles y avenidas que uno jamás pensó que existieran y que de hecho desaparecerán inmediatamente después de que uno transite por ellas. No traje mapa. No creo necesitarlo. Una librería pequeña, cerrada. Husmeo por los cristales de la puerta y distingo unos ejemplares de literatura autoayuda. Avanzo. Fuera de una casa hay un coche deportivo con las puertas abiertas del que sale música bandolera, dos tipos con playera de la selección de México están recargados en la pared y beben cerveza. Al pasar junto a ellos miro que el zaguán de la casa está abierto y dentro hay otros sujetos bebiendo y jugando a los naipes. Me miran y quizá descubren mi extranjería. Memorizo dónde se localizan hamburgueserías Wendy´s, Rapiditos Bip-bip, ciertos hoteles y negocios que ofrecen salidas diarias a Las Vegas. Por 55 USA dólares, no más. He visto a algunas mujeres jóvenes caminar solitarias. Unas me dieron la impresión de que habían salido del trabajo e iban a sus casas. Otras que habían salido de sus casas e iban al trabajo. Al tercer turno, seguro. Me interno por el centro y doy con prostitutas decrépitas sentadas en una silla fuera de sus vecindades. Me miran, las miro, entre luz amarillenta. No me detengo porque imagino para darme valor que seguir caminando es mi seguro de vida. En las esquinas hay tipos carcajeantes, en banda. Algunos me ofrecen líneas, mota o lo que yo quiera. El olor es a tubería. Una patrulla con las puertas abiertas está atravesada entre dos calles. Las luces de la torreta me dan en la cara. Rojo, azul. Rojo, azul. Dos ratis catean a una pareja, sobre la pared. Llego a un punto por el que decido que no puedo seguir, si es que quiero seguir.

SEIS

Una montaña que se ve de todas partes o casi, dice con letras grandes y blancas algo así como que Ciudad Juárez La Biblia es la verdad Léela. Un mall. Lo más grande es una tienda de autoservicio cuya iluminación insuficiente me hace pensar en una tienda Conasupo a la que iba de pequeño. En diversos locales atendidos por mujeres jóvenes se exhiben ropas económicas. Hay dos, quizá tres café-internet. En el cine, multisala, se dan tres películas que vi hace seis meses. En algunos puestos a la mitad del paso muchachas en edad escolar venden celulares, adornos femeninos, paletas heladas y golosinas. Camino hasta una pista de hielo, que no tiene hielo, sino un suelo disparejo de cemento que forma un óvalo. Alrededor, recargadas sobre la barandilla, algunas parejas de novios miran hacia la pista de hielo, que en un letrero dice Celebra tu fiesta en la pista por sólo 550 pesos y en otro Cerrada por reparación. En Burger King compro un cono y luego me dirijo a un teléfono público de tarjeta y marco un número de ciudad de México.

CINCO

La gente en Juárez que no pretende ser o es de las filas del narcotráfico da la impresión de ser noble, diría que hasta sumisa y muy provinciana. Son amables, hablan bajito. Bajan la cara o miran a otro lado mientras le hablan a uno. Los taxistas de inmediato se vuelven cómplices de sus pasajeros y cuentan mitos urbanos mezclados con la historia del homicidio más reciente. Hay más de diez diarios, así que la información es fresca. También dan sugerencias hacia donde encaminarse. La calología en las mujeres, como el clima: en los extremos. Unas declaradamente feas. Otras, como pepitas de oro en una mina, sorprendentemente hermosas. Así es, casi sin términos medios. Todas con acento norteño que de pronto me dio por imitar cuando hablaba con ellas.

Aunque parece que hay vida nocturna ruda, no lo es tanto. O sí lo es, pero se mantiene en stand by y uno vive cierta paranoia percibiendo el peligro en el aire. En los expendios de burritos y tacos de asada a la intemperie uno tiene la sensación de que el mesero es una mezcla de Jason y los patos malos que conducen el auto negro con llamas en Sometimes they comeback.

En los antros todo acaba a las dos de la mañana. Lo público, al menos. Dicen que en ocasiones llegan pistoleros que arrebatan sus minas a tipos que no pueden impedir que las violen. O se las lleven y nunca más vuelvan a verse. El célebre Noa-Noa se quemó hace años. Todos refieren como lo más interesante dos o tres tables. En uno bailan muchachas originarias de USA. En el otro, que tiene nombre de músico, también, pero junto con mujeres nacionales, de la región. El tercero es lamentable y si los dos anteriores son aburridos, en éste al menos pude ver Estigma en una de las televisiones que transmitía en la pista. Hay muchas discotecas. La mayoría resultan bastante monótonas y pobladas por gringos y rancheros locales ebrios, que son narcos o de menos quieren parecerlo, algo que en sí resulta importante para ligar, ya que según una tipa con la que estuve platicando me hizo saber, o inventó: vaya uno a saber, que muchas mujeres, sobre todo las jóvenes, hoy en día a lo único que van a las discotecas es a intentar pescarse a un narquito y resolver sus vidas. Así dijo, en diminutivo, narquito. Que generalmente visten como vaqueros y se muestran con alhajas y todo tipo de fanfarronerías que los separan de los narcos pesados, que en general, si prefieren ir a lugares públicos y no celebrar fiestas exclusivas en sus propiedades, lo hacen con cierta discreción o de plano mandan cerrar el lugar, sin cerrarlo, sólo reservándolo para ellos y sus amigos.

Durante la noche, en avenidas amplias, hay coches que parecen jugar a las carreras. Aceleran a fondo. Como en todo Need for speed.

Me costó, pero encontré en algún sitio el legendario mezcal Los Suicidas. Bebí una copa y comprobé que es muy bueno.

CUATRO

A la fecha son más de 500 las mujeres asesinadas en los últimos 15 años y, sumando las desaparecidas, el total supera las 800, aunque hay quienes cuentan 1000. En el caso de las muertas de Juárez, toda cifra exacta es inexacta.

Hay detenidos. Uno de ellos, extranjero, murió hace más de dos años en la cárcel. Se suicidó. Se especula mucho pues desde que estaba preso los asesinatos seguían. Y no paran. Si es uno el asesino serial, hecho poco probable aunque sostenido entre otros por un especialista norteamericano, tiene el récord mundial e histórico. La policía, como me hicieron notar varias personas, está alerta, ronda la ciudad: aun vestida de civil para no llamar la atención, aunque hay gente que señala a la autoridad como cómplice.

—Curiosamente patrullan la ciudad, todos lo vemos, pero a los lugares de los homicidios la poli es la última en llegar —me aseguró un chofer de transporte público.

El narcotráfico, los crímenes de la delincuencia organizada y los ajusticiamientos han enrarecido más el ambiente. El ejército está desde hace algunos meses en las calles, pero Juárez sigue sin ser territorio seguro.

—Hace algún tiempo se estaba preparando la primera generación de policía especializada en Juárez, les trajeron instructores israelíes y la Chingada. Pero unos días antes de graduarse les tirotearon el cuartel y les dejaron un mensaje claro: si se graduaban los mataban uno a uno. Y fin: así se acabó la policía especializada.

Por supuesto iba preparado para investigar algo de las muertas. Iba, de hecho, con esa frase en la cabeza de que en los asesinatos de Ciudad Juárez se encuentra el gran secreto del mundo actual. Y entendí que los asesinos son la indiferencia, el machismo, esa calidad de traspatio del primer mundo de una ciudad donde la gente de fuera, y la del interior, la que puede, va a divertirse y al desmadre, aunque todo el cuadro en conjunto pueda juzgarse, en realidad, monótono y desangelado.

Aquí, el asesino es también el asesinato visto como lo común y corriente. La indolencia.

Cuando platiqué con una amiga antes de volar a Juárez le dije un tanto en broma que iba exclusivamente a investigar lo de las muertas y pareció sorprenderse.

—¿Para qué? —dijo después de pensárselo—, si ya hay muchos reportajes y libros y gente que han hablado de ello. Ya hasta hay tipos en la cárcel. Ya no hay nada qué investigar.

¿No?

Cierta gente cree que las muertas, que a veces aparecen violadas anal y vaginalmente o mutiladas de los pezones o los labios vaginales y golpeadas y estranguladas o acuchilladas, en parques industriales, en el desierto, en sus barrios, en lotes baldíos, son sólo prostitutas o meseras de antros de medio y bajo pelo, mujeres prescindibles por tratarse de lacras sociales. No siempre es así y ni aunque fuera así podrían justificarse los asesinatos. Las mujeres muertas o desaparecidas por regla general, que tiene sus excepciones, son jóvenes, de cabello largo. Casi siempre pobres. Las hay atractivas y otras no. Aunque ya se sabe que en gustos se rompen géneros y madres. O sea que ser mujer ya en sí es un factor de riesgo. Y si entre las muertas hay putas profesionales, puesto que igual las hay de hobby, también hay empleadas de maquiladoras, de empresas de servicios, vendedoras de productos varios, cajeras, hijas de familia, novias, hermanas, madres.

TRES

También hay turistas que compran recuerdos y pasean contentos por zonas que parecerían turísticas y culturales. Como todo visitante atento, observan una Ciudad Juárez que trabaja y se esfuerza para salir del violento día a día en el que parece vivir. Una cotidianidad absurda que convida al mundo y de la que todos, en cierto modo, formamos parte.

Me queda claro que hay gente de dentro y de fuera que quiere la ciudad, que en ella se siente como en casa.

Así me sentí yo por ratos. Aunque me tocaron un par de tormentas de arena.

DOS

Una madrugada, la del regreso.

En la caja-loro un tipo devora ensaladas con el cuerpo desnudo de mujeres como platos. Luego las mujeres comen sobre él, desnudo. En otro canal, un noticiero reporta sobre el caso del día: un perro asesino, en Texas. Tipo Cujo, supongo. El perro matón fue muerto. Pelis tediosas. La conducta alimenticia de ciertos mamíferos en época de celo. Un par de teledramas. Culebrones antiguos. Golf. Lo bueno es que solicité en la recepción mi control remoto. Puro zapping. De nuevo, el tipo de las ensaladas. Ahora anuncia que una mujer experta en sadomasoquismo le clavará los testículos en una pequeña tabla, lo que no es verdad. Lo que le clava, cuatro clavos, en rigor, es el escroto.

Más tarde. Cierro mi Macbook porque mis vecinos, número de habitación descendente, andan apasionados y se nota aun a través de las paredes. Según alcanzo a escuchar, son médicos. Él es de Chihuahua, Chihuahua. Ella, que no dice de dónde es originaria pero que tiene igual acento norteño, habla de un congreso médico al que asistió hace poco y se queja de sus colegas nada solidarias y de un medicamento que se promocionaba en el encuentro. Ella le pregunta por su esposa. Él evade la pregunta. Chasquidos. Besos. Él le pregunta por sus hijos. Ella habla de una muchacha que va a la secundaria y luego los chasquidos se vuelven respiraciones agitadas y también risas. Y después gemidos.

UNO

Ciudad Juárez es un infierno. Uno sin llamas, de infinitas tonalidades de gris, pienso en mi lugar del avión, mientras una azafata, ¿Diana, Mónica?, se empeña en darme caderazos cada vez que pasa junto a mi brazo. Me tocó pasillo. Tengo enchufados los audífonos de mi iPod. Escucho a Juan Gabriel, por supuesto: Ciudad Juárez es número uno / Ciudad Juárez es the number one / Y la frontera en donde debe vivir Dios.

Wednesday, August 05, 2009

Muerte en Venecia en el Julio Castillo


Muerte en Venecia
en el Julio Castillo

x José Noé Mercado


No posaré.

No diré que soy un entusiasta de Muerte en Venecia de Benjamin Britten, ni que el tema de la novela de Thomas Mann me quita el sueño o que prefiero la película de Luchino Visconti a Crepúsculo. Existe un mar de disquisiciones estético-filosóficas menos plomizas y hasta entretenidas que me parecen prioritarias.

Ya, lo dije. Es mejor así. Con sinceridad pueden entenderse las personas y el arte.

En ese sentido, asistí al estreno en México de Muerte en Venecia, título con el que la Compañía Nacional de Ópera continuó su Temporada 2009, presentado en cuatro funciones: 5, 7, 9 y 12 de julio, en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque. Acaso sin demasiada expectativa al entrar, salí muy satisfecho del espectáculo.

Y no por la temática que muestra el conflicto entre lo apolíneo y lo dionisiaco a través de una serie de emociones vitales ante la vejez y la muerte y una retahíla interminable de divagaciones y peroratas interiores que el protagonista pronuncia en su contemplación psicologizante para, al final de cuentas, justificar, pero no aceptar, atormentándose por ello, que se le está haciendo agua la góndola. Puesto que ahí, donde él mira la belleza más platónica, un buga es ciego o simplemente desinteresado, indiferente. Tampoco la partitura de un compositor avezado en su bagaje técnico-musical al servicio del drama, de particular belleza en pasajes dancísticos, que sin embargo en su estreno no tuvo la resonancia de otras óperas de su catálogo, me pareció lo más memorable en esta ocasión.

Lo que me hizo valorar particularmente esta serie de funciones fue sin duda la puesta en escena, su interpretación. Jorge Ballina logró hacer magia auténtica, que como sabemos no es más, pero tampoco menos, que un artilugio que logra hacernos creer lo que no es. Su diseño de escenografía pareció decirnos nada por aquí, nada por allá, para de pronto, con un mecanismo preciso e ingenioso, continuo, hacer aparecer embarcaciones navegantes, puertos, lobbys y cuartos de hotel, playas, muros, callejones, canales de agua y muchos otros contextos y escenarios necesarios para el desenvolvimiento puntual de la trama.

Ballina dejó en claro que como escenógrafo es un ilusionista. Y su dirección escénica, debutante, no desmereció, llena de fluidez y teatralidad pocas veces vistas en la escena operística nacional, estuvo en perfecta sincronía en concepto y ejecución con la iluminación de Víctor Zapatero, el vestuario de Tolita y María Figueroa y el movimiento corporal de Verónica Falcón.


La parte canora fue encabezada por el tenor estadounidense Ted Schmitz, de voz más bien delgada y poco voluminosa, pero de gran resistencia y musicalidad, que unió a un conocimiento perfecto del rol de Gustav von Aschenbach. El barítono Armando Gama interpretó los siete papeles breves de la obra (Viajero, Catrín, Gondolero, Gerente de hotel, Barbero, Jefe de cómicos, Voz de Dioniso), con una prestancia vocal e histriónica incuestionables. Como la voz de Apolo, el contratenor Santiago Cumplido cumplió pero con un instrumento destemplado y de afinación incierta.

La Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes —esta vez preparado por Cara Tasher— cumplieron con un desempeño elevado para su media, manteniendo la tensión dramática y dando relieve a los pasajes solistas, con la batuta concertadora de Christopher Franklin, quien hace algunos meses también visitara nuestro país: Guadalajara, Jalisco, para dirigir un concierto con el tenor peruano Juan Diego Flórez.

Pero la verdad, y alguien tiene que decirla, lo más valorado y sobrevalorado para muchos de los asistentes que llenaron el teatro (lo que en fechas recientes ni Rigoletto consigue) pero a ratos dormitaban bajo el sopor de la obra, fue el Tadzio del bailarín Ignacio Pereda, quien, como a Aschenbach, hizo suspirar a más de uno hasta la locura. O loquera. Será que como afirmara festivo un señor a su joven pareja antes de iniciar la función, “Muerte en Venecia es para la comunidad lírica gay como que a los franceses les toquen La Marsella o a los mexicanos el México lindo y querido”. Yo respeto, como dijera Velibor Bora.