Monday, June 28, 2010

Tres versiones del Waka - Waka

En 2010, como Himno Oficial del Mundial Sudáfrica 2010, en la versión de la colombiana Shakira acompañada por el grupo sudafricano Freshlyground. Más famosa ya que La donna è mobile y bajo el nombre This time for África -Esto es África, en español-, aquí está, en el videoclip oficial.



En los 80 del siglo pasado, Las Chicas del Can, grupo de merengue originalmente creado por Wilfrido Vargas, tuvieron su versión: El negro no puede. Aquí ya aparecía el hoy célebre estribillo.



En los inicios de esa década de los 80 del siglo 20, el grupo camerunés de makossa Golden Sounds, encabezado por Jean Paul Zé Bella, popularizó Zangaléwa, (aka Tsamina) que es una especie de crítica-parodia dirigida a un supuesto servilismo de su ejercito ante fuerzas colonizadoras y opresivas. Aquí el estribillo aparece, pero tampoco es original, ya que entre grupos de militares, policías, niños y scouts era conocido y cantado desde mucho tiempo antes, y probablemente contiene slang que permitía comunicación entre ciertos grupos durante la Segunda Guerra Mundial.

Golden Sounds estuvo en América en los 80 y seguramente sirvió de inspiración a Las Chicas del Can y, desde luego, a Shakira. Algunos han llamado esto plagio. Quizás más bien se trate de covers pues, en toco caso, hay referencias a por lo menos 20 versiones en todo el mundo que utilizan el Waka - Waka.

Jean Paul Zé Bella, para terminar con cualquier polémica que pudiera desprenderse, dijo sentirse contento y halagado de que Zangaléwa haya sido utilizada como himno para Sudáfrica 2010. Eso, al final, es lo importante.



Wednesday, June 16, 2010

El futbol como juego... de video




El tema central de la revista Replicante, como podría esperarse en un mes mundialista, es el futbol soccer. Hay numerosas miradas a este deporte y lo que representa desde muchos ámbitos.

Yo escribí un texto sobre el futbol en los videojuegos. Creo que el tema en sí es apasionante. Disfruté, además, muchísimo al escribirlo. Por algo será. Aquí el link: El futbol como juego... de video.

Y muchos temas más pueden leerse en Replicante de este mes. Más abajo el boletín completo. Eso.






En su edición más reciente la revista cultural Replicante aborda el tema del futbol. A pesar de la avasalladora cobertura que tendrá el deporte-espectáculo en el próximo mes, la revista digital ofrece una batería de miradas divergentes a las que se encontrarán en la mayoría de los medios. Por ejemplo, Jorge Flores-Oliver presenta las agudas observaciones del escritor inglés Nick Hornby sobre el deporte más popular del mundo, en tanto que Héctor Villarreal analiza en su conjunto la televisión, los locutores, los hinchas y las barras bravas. La polémica crítica de arte Avelina Lésper muestra los vínculos históricos del futbol con el fascismo y Alberto Sánchez parte de Pasolini para pensar el futbol como juego y fenómeno. Por su parte, Pablo Santiago abandera sus mejores argumentos para detestarlo y Pedro Trujillo traduce fragmentos geniales del Dictionnaire passioné du football, de Franck Évrard. Una veintena de textos que exploran el apasionante tema a través del cómic, el cine, los videojuegos, la televisión, la mercadotecnia, el feminismo, el poder, la historia y más. En este número Replicante lanza Barra brava, un blog colectivo que seguirá de cerca los acontecimientos del Mundial con crítica y buen humor, mientras que en Resonante, el podcast semanal de la revista, también se seguirá de cerca con entrevistas y música de los países que participan en Sudáfrica 2010.
La redacción de Replicante considera, desde luego, que no todo es futbol. En la sección de “Política y sociedad” continúan las reflexiones sobre temas nacionales de la mayor relevancia. Odette Alonso inquiere sobre la muerte de Paulette Gebara y Guadalupe Beatriz Aldaco denuncia irregularidades y omisiones en torno a la tragedia de la guardería ABC a un año de distancia. Por su parte, Jorge Mendoza Yescas, del consulado mexicano en Tucson, explica el contexto de la Ley Arizona. Asimismo, en “Apuntes y crónicas”, Rodrigo Solís aporta su punto de vista sobre la desaparición de Diego Fernández de Cevallos; además, el testimonio de una mujer embarazada que cruzó a Estados Unidos huyendo de las autoridades mexicanas y una entrevista a Jesús “Choláin” Rivero, coach de boxeo de Óscar de la Hoya, quien les enseñaba a sus pupilos a leer a Shakespeare y a Marx. Entre muchos contenidos más, hay reflexiones sobre los filósofos cínicos, los tables dance de la Ciudad de México y los comechingones, una etnia prehispánica argentina.
En la sección de “Literatura” la revista digital se acerca a dos grandes y enigmáticos autores del siglo XX: Fernando Pessoa y Juan Carlos Onetti: un niño que vivió en la misma cuadra que el poeta narra la vida cotidiana del poeta portugués y Moira Bailey visita la obra y la vida del narrador uruguayo a través de sus cartas. Además, Manuel Iris entrevista al poeta surrealista brasileño Floriano Martins. También en esta edición hay numerosas reseñas sobre novedades editoriales , además de gratas sorpresas en los ámbitos de la narrativa y la poesía.
En la “Galería” puede verse la obra en video de Sharon Toribio, artista que ha mostrado su trabajo en museos y festivales del mundo. Rodrigo Ponce estrena un extenso cómic sobre la experiencia alucinante de un mexicano en una pequeña isla del Caribe y, entre otras muestras, está la del pintor Enrique Oroz. El ríspidodebate sobre el arte contemporáneo continúa en la sección de “Arte”.
Entre los columnistas de la revista, el politólogo José Ramón López Rubí pone en su lugar a losescritores metidos a analistas políticos; Carina Maguregui rememora la trilogía Qatsi de Godfrey Reggio y Philip Glass, y Héctor Villarreal propone la desintegración del territorio mexicano. En las quince columnas también se tratan temas como la literatura gráfica, la ciencia, el teatro, el periodismo, los libros y los nuevos rumbos de la música.
La nueva edición de Replicante está en www.revistareplicante.com. Puede seguirse como revista cultural Replicante en Facebook o como Replicantemag en Twitter.

Around the world


En entrevista con mi tocayo el gran tenor catalán José Carreras. Es un ejercicio de edición en el que hablamos de su disco Around the world. Data de hace algunos años, por supuesto, pero me parece interesante rescatar este material. A Carreras lo tengo presente como un intérprete intenso y entregado. Recuerdo un recital notable que ofreció en Guadalajara, cuyo programa cantó de manera inolvidable y conmovedora.

Eso.

Tuesday, June 15, 2010

Navegando el Grijalva

CAÑÓN DEL SUMIDERO, CHIAPAS - FOTOS Y VIDEO: JONOMERC


V AL CIELO


ÁRBOL NAVIDEÑO SOBRE PARED




CAMEO EN LANCHA


CASCADA PERFIL


AGUA PULVERIZADA


CASCADA DEBAJO

Monday, June 14, 2010

Alondra de la Parra: "No puedo vivir sin hacer música"


Algunos amigos no tan cercanos a la música, pero que quieren acercarse, me han preguntado varias veces sobre la directora de orquesta Alondra de la Parra. Para responderles, de algún modo más extenso de lo que lo hice en su momento, recupero esta entrevista que le hice a Alondra hace algún tiempo, que publiqué en la revista Pro Ópera en 2009, y que también se incluye en una versión escaneada en los archivos de la página web de la directora.

Eso.

Alondra de la Parra:
“No puedo vivir sin hacer música”
x José Noé Mercado

Su debut en México, en Bellas Artes, en 2005, dejó en el público una grata impresión por el sonido limpio y redondo, sin porosidad, que su batuta logró extraer de la Orquesta Sinfónica Nacional, calidad que refrendaría ulteriormente, en años subsiguientes, en presentaciones en Guadalajara, Jalisco, y Xalapa, Veracruz. En noviembre de 2008, volvió al Distrito Federal, a la Sala Nezahualcóyotl, con su Orquesta Filarmónica de las Américas, como parte de su segunda gira Sin Fronteras.

El interés por ver a una mujer en el podio —fresca, simpática, bella—, acto infrecuente al menos en nuestro país, es grande y quizá similar al hechizo que produce su mano izquierda al dirigir, al dibujar las siluetas musicales llenando el vacío, pero en todo caso esos atractivos son menores al de presenciar su ímpetu artístico, estilo elegante y sensibilidad precisa, fusión que le da un balance particularmente logrado a sus interpretaciones.


A sus 27 años de edad, con la experiencia de dirigir orquestas de Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Venezuela, Singapur y Rusia, en una charla sostenida en una mañana soleada, al sur de la ciudad de México, por el rumbo del Pedregal, Alondra de la Parra Borja relata que su acercamiento a la música fue gracias a sus padres, quienes, de niña, la llevaban a conciertos en la Sala Nezahualcóyotl, en Bellas Artes y en otros foros artísticos de la ciudad de México:

“Definitivamente, ellos me impulsaron al arte, pues en casa, igual, siempre escuchaba ópera y música clásica, aunque también la popular. Con mi hermano, incluso, solía cantar canciones rancheras a dos voces. Tengo voz de soprano, pero no se te vaya a ocurrir pedirme que cante. Aunque mis papás no eran músicos, su gusto por la música fue determinante para que yo me dedicara a ella”.

Durante su infancia, Alondra, nieta de la escritora Yolanda Vargas Dulché e hija del editor y escritor Manelick de la Parra, solía tomar los discos de acetato que encontraba en casa y así conoció muchas obras de Beethoven, Verdi, Brahms, Mozart y Bach. “Ya a los trece años me dio por meterme con piezas de Shostakóvich, Bartók y Stravinski, compositores que me fascinaron por completo”. Paralelamente, desde los siete años, inició sus clases de piano y luego también de chelo. “Lo cierto es que por ahí de los 11 o 12 años entendí que mi máximo sueño era ser músico. Cuando veía a uno, me decía a mí misma que moriría por comunicarme a través del lenguaje musical, algún día. Moría de ganas por decir: Yo soy músico”.

La decisión fue tomada y para alcanzar la meta era necesario que la directora de orquesta en potencia se disciplinara, como toda una profesional: “La disciplina es una facultad que no se hereda, ni es algo con lo que se nazca. En mi caso, tuve que hacer un esfuerzo súper consciente para cumplir con mis expectativas. Me impuse un horario que iniciaba levantándome temprano: tantas horas de violín, tantas horas de chelo y así. Diario. Al principio no podía seguirlo ni a la mitad, pero, poco a poco, pude”.

Al cumplir 15 años, Alondra de la Parra pidió a sus padres que la apoyaran, enviándola a la St. Leonard Mayfield´s School Royal Academy of Music, en Inglaterra: “Estuve friegue y friegue y friegue, hasta que me dijeron ya, vete. Para mí fue muy importante, porque, al estar aún en México, me preguntaba cómo iba a hacerle en lo profesional, si yo no venía de una familia de músicos, ni había estudiado música desde los cuatro años, siete horas diarias. Debía ponerme las pilas, porque además me costaba mucho trabajo ir a la escuela de siete de la mañana a tres de la tarde, llegar a comer a casa, hacer la tarea y después irme a mis clases musicales y luego regresar a dormir, todo en medio del tránsito de la ciudad, que me hacía perder horas enteras. Entendí que así no era posible dedicarme a la música, por lo menos no como yo quería. En la academia de Inglaterra podía hacer la secundaria (que en realidad eran sólo tres materias que pude escoger: física, matemáticas y música, pero con nivel de primer semestre de universidad) y estar en un lugar cerrado a lo largo el día, en un ambiente del todo musical, con compañeras que tenían la misma aspiración”.

Cuando regresó a la ciudad de México, Alondra ingresó en el Centro de Investigación y Estudios Musicales, donde continuó con clases de piano y composición. “Pero de nuevo: yo quería dedicarme cien por ciento a la música y aquí no me era posible. También experimentaba ya la necesidad de dirigir y no encontré ningún programa de dirección de orquesta que pudiera tomar. Por eso, me fui a Nueva York”.

De la Parra, quien se convertiría en la primera mujer mexicana en dirigir una orquesta en la Gran Manzana (y, posteriormente, en el Teatro Colón de Buenos Aires, Argentina), estudió dirección orquestal, piano, teoría y análisis musical en la Juilliard School y después la Licenciatura en Música, en la Manhattan School of Music, donde igual cursaría su maestría. Sobre sus primeras experiencias en Estados Unidos, la artista entrevistada dice:

“Vincent La Selva, director de la New York Grand Opera, fue el primer maestro que tuve en Nueva York. Fue muy interesante porque me dejó estar en todos sus ensayos y, además, ser su asistente: dirigía los coros backstage en Aïda, Otello y Falstaff. Nunca nadie me veía, pero en Central Park hicimos toda la serie de óperas de Giuseppe Verdi y a mí me tocó estar en esas tres últimas del catálogo verdiano”. Pero La Selva no fue el único maestro de Alondra en el vecino país del norte: “Luego estuve con Kenneth Kiesler, quien sigue siendo mi maestro en un retiro de dirección orquestal, en Maine, y también he estudiado con Kurt Masur, con Charles Dutoit y, actualmente, con Marin Alsop, la mujer que dirige por todo Estados Unidos y es una maravilla”.



—Alondra, ¿cómo nace tu inquietud por ser directora de orquesta?

—Desde que estudiaba piano y chelo, mi sueño era llegar lo más alto posible, musicalmente hablando: saber todo lo que se pudiera aprender de música, comunicar y expresarme de la manera más vasta en términos musicales. Como al mismo tiempo asistía a muchos conciertos, me di cuenta que el director de orquesta siempre es como la cúspide de todos esos conocimientos, de toda la integridad musical.

Y es un reto tan alto que me rinde lo suficiente para la vida entera. A los 30, 40, 50 o 60 años de edad no podré decir soy directora y ya sé cómo se hace todo. No: imposible. Toda la vida voy a tener de dónde aprender, existirán nuevas piezas qué explorar, aspectos que una deberá corregir en lo personal o con los músicos para descubrir cómo puede funcionar de mejor manera equis o ye cosa. Por ello, me pareció que ser directora era un sueño, pero a la vez un gran reto.

—Desde tu punto de vista, ¿qué cualidades requiere el trabajo de un director de orquesta para cumplir satisfactoriamente con la música?

—Mucho estudio y autocrítica (ésta es necesaria porque siempre puede corregir o mejorar o hacer más eficiente algún aspecto que se proyectará en la interpretación). Tiene que poder comunicarse con las personas, eso es fundamental, y debe saber estar sola, porque en esta actividad hay que pasar mucho tiempo concentrada y con una misma. Obviamente debe tener buen oído, conocimiento de los instrumentos, de las técnicas de ensayo y de la historia de la obras. La lista de cualidades es larga, pero lo principal se resume en disciplina y autocrítica.

—¿Cómo se logra tener un buen oído? ¿Tú cómo lo has desarrollado?

—Creo que el oído se desarrolla desde temprana edad. A mí me lo desarrollaron mucho mis papás, sin darse cuenta, desde chica. Me acuerdo que una vez fuimos a una función de teatro musical y salí solfeando las notas de lo que había escuchado: al principio pensaron que estaba emitiendo notas disparatadas, pero luego comprobaron que, en efecto, cantaba las notas reales de la partitura.

Desde entonces, observé que este aspecto se me daba fácil. Pero no por arte de magia, sino porque mis estudios de piano y chelo se habían transformado en un lenguaje en mi cabeza, en el oído interno, que me permitía escuchar de otra manera. Las desafinaciones siempre me molestaban muchísimo, porque, si traes los oídos afinados, te saltan de inmediato.

Todo es cuestión de entrenamiento auditivo: estar sentada en un piano, escuchando solfear, oyendo la música dentro de la cabeza (que es lo más importante para un director), es decir, ver la partitura y oírla en tu cerebro. Una va desarrollando el oído para oír muchos sonidos simultáneos: primero oyes una línea, después dos, luego tres. Es una disciplina que, con el tiempo, se va ejercitando en la cabeza. Mi oído se ha desarrollado bastante, sí, pero me encantará platicar contigo en 5, en 10 y en 20 años, para contarte lo que oía ahora y lo que voy a oír entonces, porque es un proceso en el que siempre se irá creciendo.

—En la historia musical han predominado los directores de orquesta. En ese sentido, siendo mujer, ¿consideraste algún esfuerzo extra para llegar a ser directora? ¿En el medio te has enfrentado con alguna muestra de machismo o misoginia?

—No. Nunca me he cuestionado profesionalmente por ser mujer. He tenido (y tengo todavía) muchos otros aspectos de qué preocuparme, por ejemplo cómo mejorar mi técnica, mi entrenamiento auditivo, mi conocimiento o mi cultura musical, antes que preguntarme si por el hecho de ser mujer me harían caso o me darían las oportunidades. Imagínate: si me hubiera preocupado por eso, me habría quedado sentada en mi cuarto, sin hacer nada. No; más bien he pensado que si estoy suficientemente preparada, quizá, me harán caso. Si no tengo la preparación, seguro no me darán ninguna oportunidad, sea hombre, mujer, animal o cosa.

Por eso, ser mujer no ha sido ninguna barrera para ser directora de orquesta. Tampoco he padecido muestras de machismo ni nada parecido. Creo que si una es respetuosa con el trabajo y con las personas que trabaja, si llega siempre bien preparada, los demás lo sienten, igual que yo lo siento de mis compañeros, y así se puede trabajar muy bien.


—¿En qué consiste la particularidad que como directora tratas de imprimir al sonido, a la orquesta, a tu interpretación? ¿Cuál es el sello personal de Alondra de la Parra?


—Desde luego, el carácter, el sonido y el color de cada pieza varían según los factores individuales de esa obra, pero creo que el común denominador con el que me gusta trabajar parte de un sonido honesto, generoso y totalmente conectado a la imaginación.

La honestidad consiste en que todos entreguemos todo, sin importar a quién, ni quiénes somos, ni de dónde venimos, ni de qué color somos, ni en qué silla estamos sentados. La generosidad es obsequiar el sonido al público, a los camaradas, a nuestros compañeros y a la música en sí misma, compartiendo la imaginación, que es uno de los más increíbles recursos del ser humano. Ésa es la cara de nuestro estandarte como músicos, para tratar de comunicarnos con el mundo y es con la que a mí me gusta trabajar.

—En 2004, fundaste la Orquesta Filarmónica de las Américas para crear lazos musicales entre Latinoamérica y Estados Unidos: háblanos de este proyecto…

—En las escuelas en que estuve en Nueva York, trabajé con muchos chavos talentosos de diversas agrupaciones musicales. Pensé que sería genial formar una orquesta con toda esa paleta de gente joven, que toca con gran energía y, aparte, una técnica espeluznante. Por otro lado, desde tiempo atrás, yo traía la misión de promover más la música latinoamericana: ¿por qué siempre escuchamos el Huapango de Moncayo o Sensemayá de Revueltas, que son grandísimas piezas, pero no las únicas? También consideré la cuestión de apoyar a los jóvenes compositores e intérpretes, no sólo a los más famosos, para que la gente de Nueva York pueda conocer su trabajo y, en conjunto, crear un diálogo, un intercambio entre todos estos artistas, en una especie de espíritu generacional.

Con tales ideas se fundó la Philharmonic Orchestra of the Americas en Nueva York, y la idea es siempre programar música nueva y joven, junto a las piezas consagradas del repertorio. Y siempre con un espíritu de conexión con el público, de interactividad que quite ese estigma de que la música clásica tiene que ser súper seria, compleja, y por ello mismo solemne y aburrida. Actualmente estamos en un momento crucial de búsqueda de apoyos, de patrocinios, tanto en Latinoamérica, como en Estados Unidos, para poder continuar con nuestra misión. Yo confío en que habrá gente que visualice la importancia de todo este proyecto, se acerque a nuestra página en Internet www.poamericas.org y decida apoyarnos. Ya tenemos el régimen para que los donativos puedan ser deducibles de impuestos, pero, sobre todo, estamos abiertos a toda la ayuda y apoyo de cualquier tipo que se pueda generar.

—Escuchándote hablar, parecería que vives sumergida en la música. ¿Qué puedes platicarnos de tus otras facetas como persona?

—¿Como persona? Bueno, fui una niña muy inquieta, por eso, creo, hice de todo: tenis, equitación, tap, ballet seis años, natación, teatro en la escuela, gimnasia olímpica, en algún momento me dio por pintar… Pienso que lo que me ocurría es que me desbordaba por lo que hacía: una vez, por ejemplo, me dio por los caballos, y ahí me tienes, saltando. Me dio también por el tenis: sin tener ninguna facilidad para jugarlo. Pero entrenaba diario, cuatro horas, y, al final, pues sí gané un par de torneos, aunque no por mi gran capacidad o por haber nacido con una raqueta en la mano, sino porque me clavaba durísimo. Estaba en todo y en todo quería estar, de todo quería aprender, en especial de arte.

Después me di cuenta que no podía seguir con todas esas actividades, que era necesario priorizar y escoger. Y, en definitiva, la música era mi constante, por lo que me dije: Puedo vivir sin ser caballeranga o amazona, sin ser nadadora, sin ser actriz, sin ser tenista, sin ser bailarina, pero no puedo vivir sin ser músico. Ahí sí, no. No puedo vivir sin hacer música y con ella decidí quedarme para siempre.

Sunday, June 13, 2010

Yo en el programa Encore


Arturo Magaña Duplancher, en su programa Encore, Radio Mente Abierta, conversa conmigo sobre mi investigación-gran reportaje La Ópera de Bellas Artes en el sexenio 2000 - 2006. El programa es de 2008, pero igual es vigente para comprender lo que hoy ocurre en el ámbito de la lírica nacional. Dejo este espacio de charla y música, en todo caso, con la ópera en México como tema de fondo.

Eso.

Saturday, June 12, 2010

Conacoolta




Primero pensé que era una escena más en la realidad de nuestr@s funcionari@s culturales. Una suerte de cámara ocoolta en Conacoolta. Luego entendí que aunque en rigor no es así, de alguna manera, sí lo es, como en toda buena parodia. Después investigué que este es un genial y divertido sketch de Las VIP, interpretadas por Claudia Silva y Paula Sánchez. Dejo el video no más para ejercitar el buen humor. Que algo nos quede.

Tuesday, June 08, 2010

Carmen quemante

Fotos: INBA/Conaculta

Mi crítica de Carmen en el Teatro de la Ciudad. No la había colocado, pero aquí está. Es vigente. 

Igual quiero reparar un poco más en el retraso en la reapertura del Teatro de Bellas Artes. Primero, las autoridades, cuando presentaron el proyecto, aseguraron que estaría listo para una gala en septiembre de 2010, y que la remodelación costaría 400 millones de pesos y que no se incrementaría, como consta en esta nota de La Jornada. Luego, el costo de la remodelación se incrementó a 600 millones, es decir en un 50 por ciento. Bellas Artes sigue cerrado y ya van 637 millones, o sea un 59.25 por ciento más de la cifra inicial. Algo pasó: el presupuesto y las fechas se modificaron y nadie parece haberlo percibido. ¿Qué implica todo esto? ¿Alguien falló en la planeación? ¿En la ejecución? ¿Nos mintieron? ¿Hay responsables? ¿Real, realmente era imprescindible esta cirugía mayor de Bellas Artes ante la realidad de los grupos artísticos que ahí se presentan, del país? 

637 millones de pesos, para ponerlo en perspectiva, equivaldría al presupuesto anual (de un muy, muy buen año) de la Compañía Nacional de Ópera, durante 25 años. ¿Qué no podría hacerse, desde el punto de vista artístico, con ese dinero? Para empezar, pagarle a algunos participantes de esta Carmen,  algunos de los cuáles pidiéndome anonimato me hicieron saber que, al menos hasta hace unos días, sólo se les había pagado a los extranjeros y a algún mexicano. A los demás se les pidió su paciencia y comprensión, por el retraso de sus respectivos pagos, "pues financieramente también hay que sacar adelante Cenerentola". Sobre la remodelación, entonces, ¿para qué una cazuela y vajilla tan de primer mundo, si apenas tenemos pollo para cocinarlo algo qué comer? 

Quemazones operísticas
Periódico El Financiero
Lunes 14 de junio de 2010
Carmen envejecida
x José Noé Mercado

Nuevamente la Compañía Nacional de Ópera decidió presentar la ópera Carmen de Georges Bizet, esta vez como parte de su temporada 2010, con funciones los días 9, 11, 13, 16, 18, 20 y 23 de mayo en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris de la calle de Donceles del Distrito Federal.

Se trató una vez más del montaje cuya puesta en escena, escenografía e iluminación –en conjunto con Rosa Blanes Rex- corresponden a José Antonio Morales, con coreografía de Ma. Antonieta La Morris. La producción original data del 5 de octubre de 1985 y desde entonces se ha presentado ene veces en diversos lugares del país, puesto que es incluso sobreviviente de aquel incendio de una de las bodegas del INBA ocurrido en 2002 y del que, como de Camelia, la texana, “nunca más, se supo nada”.

Con los años, al verla sí o sí durante tantas temporadas, al recordarla con elencos integrales más afortunados que los de esta ocasión, al compararla y criticarla, al aspirar a una nueva, esta producción ha envejecido hasta la decrepitud. Apostar por ella durante casi 25 años quizás haya sido lógico por su funcionalidad. Pero de un tiempo a la fecha se volvió un recurso de programación fácil, sin propuesta. Es salir del paso, sin acabar de entender que inevitablemente las producciones artísticas, igual que por fortuna los malos funcionarios públicos, tienen fecha de caducidad.

Exenta de drama, previsible, paradójicamente interminable, transcurrió la función del jueves 13, con un público que no alcanzó para ocupar más de la mitad del teatro, lo que al tratarse de una Carmencita es significativo.


En descargo de los buenos días que vivió esta puesta en escena, de algunos momentos de belleza plástica como los del cuadro final, habría que reparar en el elenco: en rigor, en una de las varias combinaciones posibles al contar con dos solistas alternando los protagónicos –esa fórmula que Raúl Falcó, ex director de la CNO, bautizara como “promiscuidad vocal”.

La soprano italiana Veronica Simeoni, debutante en el rol, interpretó una Carmen de voz agradable, pero sin tener el personaje seguro. Con fraseos y movilidad histriónica incipientes, carente de fuerza o gracia y sin tocar siquiera las castañuelas en el segundo acto, el rol de la gitana le quedó notoriamente grande. ¿Por qué insistir en que la CNO sea centro de fogueo? ¿Quién gana con ello?


A riesgo de parecer nacionalistas bicentenarios (líricamente sólo eso nos quedará: la apariencia, ante el inminente retraso en la reapertura del Teatro del Palacio de Bellas Artes, que no estará listo en su remodelación para los festejos de septiembre como lo habían asegurado diversas autoridades), es preferible dar la oportunidad al talento mexicano para que gane experiencia y pueda desarrollarse, como ocurrió con el Don José de José Luis Ordóñez –el de Fernando de la Mora es indiscutiblemente de primera categoría- las Micaelas de las sopranos Marcela Chacón y Enivia Mendoza o la misma Carmen de Belem Rodríguez.

Cero chovinismos, pero al escuchar el Escamillo, de resonante registro grave y medio, pero de agudos decolorados, sin vibrado, calantes, del bajo-barítono español Rubén Amoretti, o la dirección concertadora del griego Ivan Angélov, sin particular chispa o imagen sonora al frente de la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes –más la Schola Cantorum de México-, es inevitable preguntarse quién arma estos paquetes de artistas extranjeros para insertarlos en la actividad musical mexicana.

Si aportaran algo desde el punto de vista músico-vocal a nuestro entorno lírico, si dejaran verdaderas virtudes o momentos de arte en este país, mal haríamos en no celebrarlo y agradecerlo. Pero no ha sido el caso. Esta vez hemos tenido una Carmen con una debutante que no sólo quemó el papel, como se le dice en el argot operístico al acto de probar un rol en un sitio en miras de cantarlo en otro de mayor envergadura, sino que también quemó de alguna forma a los que la trajeron.


Wednesday, June 02, 2010

Colima, México: Tanto tiempo

FUENTE: Skyscrapercity.com


Colima, México: Tanto tiempo
x José Noé Mercado


Una sensación particular me invade todo el rato que estoy en Colima. Un sentimiento exacto que termina por materializarse puntualmente: me sobra tiempo. Mucho. En tal cantidad, que esta entrega de Mundo Crónico no esperará más. La voy a despachar ya.


Tanto tiempo sin tener tanto tiempo, me digo de a muertito, en medio de una alberca enorme y azul profundo en la que estoy solo yo.

Mientras el sol me quema, y eso sí que latea, me da por pensar que estoy probando algo en cierto modo prohibido: una droga dura en los tiempos que corren: o sea, disfrutando de un tiempo que no corre.

Segundos y minutos que no avanzan o se estiran cajetosos y diluyen ese jet cotidiano y cabrón que no nos deja estar en un lado, fijos: el estrés. Crónico y posmoderno compañero de existencia urbana.

Aquí estoy, en Colima, Colima, quieto. Y sin embargo me muevo. O quizás sea al revés: no he dejado de moverme, pero no voy a otro sitio. Como esas mujeres que desde los ventanales de un edificio frontal me miran manotear en el agua. Ellas hacen spinning. Aprovechan el gimnasio del hotel para estar en forma. Pedalean con fuerza una bicicleta que no las acarrea. Y nos parecemos no sólo en que escurrimos sudor, sino en que matamos el tiempo que un día nos matará a todos.


Pero me estoy adelantando. Y eso en Colima, por lo dicho y porque algo tiene de estado-spa, no aplica en rigor. Retrocedo, entonces. A un panorama verde intenso y húmedo que se deja ver por la ventanilla del avión aterrizante y contrasta, en apariencia, con la advertencia de mis contactos colimitas de que en su tierra hace calor. Harto. Compruebo que ha llovido y ante mis expectativas eso le da un toque sexy a la región presidida por esos enormes pechos 36-D que son el Nevado de Colima y el Volcán de Fuego. Pronto me desengañaré, pues esa humedad es nada de fresca. Al contrario. Abochorna, cuece al vapor.


El aeropuerto, que más parece una hacienda rústica o una finca hotelera, me hace esbozar una sonrisa algo desencajada por su nombre: Licenciado Miguel de la Madrid Hurtado. Esa triste figura que presidiera México de 1982 a 1988 y que hace unos meses despotricara no más contra su sucesor, Carlos Salinas de Gortari, acusándolo de corrupto y de robarse fondos públicos. El ridículo show continuó con De la Madrid desmentido, para empezar por su familia y el aludido, y dándosele chance por enfermo y senil. O sea, cueck. Humillado y ofendido, él mismo terminó por quitarle validez a sus declaraciones y a lo que quedaba de él, doble cueck, pero no su nombre al aeropuerto.


Cielo nublado. La hierba mojada, árboles y palmeras escurriendo pasan a mi lado, en realidad todo barrido a mi vista. Voy en una troca sobre una autopista que me llevará a la capital del estado, a Colima. A la inversa, la carretera lleva a Manzanillo, a Guadalajara y, nunca se sabe, quizás hasta Roma. El cristal de la ventanilla está bajo y el viento acuoso me friega la cara y estira la piel, pero en buena onda. Tipo lifting facial, gratis. Si no me estoy quejando.


Me instalo en un hotel de las orillas, puntualizando que en una ciudad pequeña como ésta lo excéntrico es casi el primer cuadro de una metrópoli de mediana dimensión. Tengo un par de camas matrimoniales en mi cuarto. Me tiro en una, luego en la otra. Revuelvo las sábanas de las dos. Televisión con cable y control remoto, internet wifi sin señal suficiente, lo que me cargará todo el rato. Me acaloro. Enciendo el aire acondicionado, lo malo es que tiene una sola velocidad. Si requiero incrementarla debo llamar a recepción y esperar que me envíen un técnico y uf: too complicated.


Decido almorzar en el centro de Colima. Así que tomo mi llave de tarjeta, salgo a la calle y abordo un coche taxi. Me queda claro que son baratos. “A donde vayas deben cobrarte 15 o 18 pesos, wey”, me previno días antes por chat una amiga colimita, “si te ven la cara y notan tu extranjería te van a cobrar 30. Pero ni se te ocurra pagar más de eso en la ciudad”.

Si bien parece que el tiempo no pasa, se percibe que el día envejece en la medida que el calor arrecia. Eso lo capto de a una en mi andar por el primer cuadro en el que recorro jardines —en uno hay una muestra fotográfica sobre oficios—, callejones donde se juega ajedrez, museos y casas culturales con diversas colecciones que no me interesan demasiado. De hecho, se ven tan vacías como el vuelo que me trajo aquí. Por algo será.

Y eso que me empeño en buscar alguna exhibición de monos como se les dice acá a las figurillas y demás vestigios de culturas prehispánicas. “Incluso cuando se compra un saco de arena para construir es probable que te salga un mono: en Colima se encuentran hasta debajo de las piedras. Son suertes”, asegura una mesera que me acerca unos chilaquiles con pollo nada regionales y una cerveza igual de sudada que la gente de este local de antojitos.

“Son suertes”.

Ésa es una frase que muchas personas dicen en Colima. Me da por pensar que encierra una profunda sabiduría. La escucho y la repito numerosas veces en mi estancia.


No es raro encontrar en el centro reducidos lotes baldíos que ahora funcionan como estacionamientos de a 7 pesos la hora. Antes fueron casas, en Colima difícilmente se encuentran edificios altos, que se cayeron en alguno de los numerosos temblores que azotan la región.

Los sismos han dañado incluso la Catedral y el Teatro Hidalgo, aunque ambos inmuebles ya han sido remodelados y ahora, con todo y su arquitectura algo provinciana que armoniza con el resto, lucen mejor de lo que eran. Entre los terremotos recientes se encuentran el de 1995 que originó un moderado tsunami en las costas y el de 2003, cuya intensidad, dicen algunos, sobrepasó los 9 grados Richter. “Mas como diversas construcciones públicas resultaron afectadas se bajó el reporte oficial a 7.6 grados. De otra manera los seguros no hubieran pagado ni madres”, me jura un vendedor de cocadas.


Rojo. Los conductores de vehículos detenidos sobre las calles no parecen ansiar el cambio del semáforo. Verde. Diez segundos después el primer coche de la fila avanza. Luego de otros cuantos segundos, el siguiente automóvil embraga primera y se pone en marcha. Y así, sucesivamente. Esto me entretiene. Es una escena en slow motion que no veo con frecuencia, acostumbrado más a la neurosis y ansiedad vial. En mi estancia en Colima no escucho un solo claxonazo. Ámbar. Rojo, de nuevo.


El agua de una piscina se desborda por un extremo hacia unas rocas algo artificiales y de ahí me cae como en cascada. Estoy a la sombra en una zona inferior menos honda, sin nada qué hacer. Regresé al hotel, bebo soda. Puesto que de pronto la gente comenzó a desaparecer de las calles, los pequeños locales que venden ropa cara y no necesariamente de primera calidad y otros comercios minoristas cerraron.

Los colimitas en general están tomando la siesta. Entre dos y cuatro de la tarde, se entregan a esa costumbre que según la Wikipedia consiste en “descansar algunos minutos (entre veinte y treinta... Aunque puede durar un par de horas) después de haber tomado el almuerzo… Presente en algunas partes de España y Latinoamérica, pero también en China, Taiwán, Filipinas, India, Grecia, Oriente Medio y África del Norte. Entablando un corto sueño con el propósito de reunir energías para el resto de la jornada”. Que conste entonces que Colima, después de todo, bebe de algunas prácticas internacionales que, para mala suerte de mi tutito, no son globales.

Otra costumbre simpática de los colimitas es que cuando llueve no se está obligado a salir a la calle para llegar a una cita y ni siquiera a avisar que no se acudirá. En algunos barrios en la zona baja de la ciudad se producen ligeras inundaciones y para evitar la travesía es mejor quedarse en casa o donde uno se encuentre.

Considerando los embotellamientos inevitables, el tránsito caótico, las horas perdidas y las mojadas lateras que las lluvias me han significado en DeEfe para ir a donde he quedado, de hoy en adelante asumiré esta práctica colimita. Así que si llueve no me esperen, ni me llamen. No cuenten conmigo porque no llegaré.

Foto y video: Jonomerc

Esto es el siglo 21 pero ahora estoy en el 1800, una especie de restaurante-bar-antro, cuyo comedor es un patio cubierto no en su totalidad pero de tan buena vibra que incluso se puede conversar pese al decibelaje de la música grabada. La noche lluviosa se cuela por esa franja lateral descubierta y le da un acento bello a un ambiente que tiene algo de freak desvencijado.

No estoy, por cierto, solo. Estoy a la luz de una vela con una personalidad tan imponente como el Nevado de Colima. Aunque Gabriela Alegría no es de acá. Es deefeña como yo —quizás por eso cumplimos nuestra cita, pese a la lluvia—, pero radica por estos rumbos del ponche de coco desde los 10 años de edad.

Gabriela Alegría es SV Princesa Gato, una especie de cibermito virtual que es “el tipo de persona que piensa que Paris Hilton es muy cool”, y que por lo visto, es también real. Gabriela Alegría, qué duda cabe, llegó a ser la blogger con mayor onda de México, con cientos y cientos de visitas diarias y una forma única de mirar el mundo o, al menos, su mundo.

La carta es curiosamente de cocina internacional. Hay de todo. O casi. Mi acompañante acaba de cenar una pasta que desprendía un aroma a queso sazonado irresistible y que por poco le arrebato. Yo pedí una crepa salada que igual contiene un queso fabuloso que me explican viene de alguna zona de Jalisco.

En el 1800 se puede fumar y sirven cerveza helada. Gabriela me cuenta la razón de que su blog ya no sea lo que llegó a ser. Se hartó de alimentarlo, simplemente. “Además, comenzaron a llegar weyes que no venían al caso. Dejaban comentarios que no tenía porqué soportar pues en el fondo ni siquiera entendían mis posts”. Eso me consta. Incluso algunos viejos tan decrépitos como verdes dejaban venéreos mensajes que provocaban violentos pleitos verbales con jóvenes provincianos sin provincia.

Mientras por los altavoces suena Michael Jackson con Billie Jean seguido de Katy Perry con un techno-remix mega bailable de Hot N Cold, sospecho, sin embargo, que hay algo de mayor fondo para ponerle la soga en el cuello a un blog tan exitoso y que sobre todo tenía una personalidad, una perspectiva. “¿Volverás a armarlo?”, le pregunto. “No sé, no creo. Igual ya crecí, wey. Si regreso no va a ser con pendejadas mil como las que bloguean otras que ya andan por los 30”.

Físicamente, Gabriela Alegría es la versión femenina sin sombrero del Willy Wonka de Johnny Depp y es de esas personas con las que es más probable quedarse sin cigarrillos —aunque se vaya bien surtido—, que sin temas de conversación. Estudió letras hispanoamericanas o algo parecido en la Universidad de Colima, una de las más grandes del país de acuerdo a la población estatal en la que se ubica. Escribe pero odia a los que se dicen escritores y posan. Hoy es coeditora de sección en el Diario de Colima. Está al día en muchos temas y, sin embargo, tiene ese encanto de poder hablar con ligereza de banalidades como sólo puede hacerlo alguien profundamente culto. Con ella se experimenta la sensación de estar frente a un ser en extremo inteligente, que siempre está midiendo situaciones, escenarios. Detrás de unas gafas con armazón ondero, sus ojos no se quedan quietos. Pero no divagan ingenuos, escudriñan el entorno. Escanean la realidad con el haz de su luz mental, lo que puede ser tremendamente sexy. Sobre todo cuando me escanea a mí.


Vine a Comala de pura onda, no más.

Y las cosas como son: Rulfo ya habló con maestría de una mítica Comala. De la Comala real, del Pueblo blanco de América, del Pueblo Mágico de México que está a 15 minutos de Colima, no es mucho lo que puedo apuntar.

El balance de todas sus casas pintadas de blanco y sus rojos tejados da un sentido de apacible alienación. Ahí se comprueba que toda magia es humana y que el minimalismo puede ser completamente rural.

Se come muy bien, bebiendo en los portales. Uno pide y paga cervezas de 40 pesos y con chamorros y demás botanas será agasajado, mientras suenan mariachis en vivo. Pero más vale ir acompañado para evitar la aburrición. Preferible acudir en banda para pasarlo la zorra de bien. Los expendios cierran temprano, tipo las 5 peeme. Aunque me dijeron que algunos bares están abiertos por la noche, pagué mis 100 pesos de taxi para regresar a Colima tan pronto como pude.



—Chilango, naco mil. No te ofendas, wey. Pero me das mucha risa —me pone por Messenger Gabriela Alegría.

Le conté que fui a la playa, ya por último. A El edén, que está a poco más de una hora de Colima, ya cerca de Manzanillo. Ahí no se baña por lo picado, pero se puede ir a contemplar un mar grisáceo y hostil de voz baritonal.

Aunque hay algunos locales de madera y palma seca pero mojada que despachan alimento y bebida, el lugar es un desierto con tierra negra en vez de arena. En El edén se puede acampar o tirarse en hamaca y esperar que se acabe el mundo, completamente relajado. Como lo más probable es que igual no se acabe, el visitante puede simplemente beber cerveza y probar que la relatividad del tiempo no es mera teoría.

El calor da la sensación de que aún al aire libre se está dentro de un baño sauna y abre el apetito. Para comer, en vez de platillos típicos como camarones empanizados, cóctel de mariscos o pulpo a la diabla, se me ocurre pedir carne asada, arroz y ensalada.

—Naco mil, wey —dispara de nuevo la Princesa Gato, y eso que no sabe que por inercia iba de jeans, zapatos deportivos y un jersey del Real Madrid, con el 8 de Kaká en el dorso.

Pero dice que es normal y me comprende, porque comer mariscos o algo del mar en el DeEfe siempre tiene riesgo. Y yo, ahora, soy un chilango con las mismas reservas en terreno colimita.

Aunque ya sólo por algunas horas, pienso. Al amanecer, y ya es de madrugada, debo abordar un avión pequeño y de hélices para volver a México.

El tiempo me parece que también está volviendo a su ritmo normal. Y ya va siendo hora. Se me adelanta, me atraso. Miro el reloj y empiezo a experimentar algo de nostalgia por Colima. Prueba inequívoca de que, en efecto, estuve ahí. Son suertes, nada más.