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jueves, julio 20, 2006

Citando a Gabo


Al terminar la función de Romeo y Julieta que cantaron Rolando Villazón y Anna Netrebko en Bellas Artes, el curioso puede puntualizar la fecha si quiere, decidí salir de mi palco y encaminar mis pasos directamente hacia Gabriel García Márquez, a quien me la pasé mucho rato viendo durante la ópera, mientras sopesé si debía ir a saludarlo o no. Él estaba sentado en luneta dos, de modo que yo podía verlo mejor, incluso, que si estuviera arriba del escenario. Sin dejar de reconocer, como es lógico y comprensible, que todo lugar se vuelve escenario cuando GGM está en él. Debo decir que no soy ultra-fan de García Márquez, aunque lo he leído, cómo evitarlo, y sé el tipo de monstruo legendario de la literatura que es. Quizá por eso, por no ser su ultra-fan, me decidí y lo abordé cuando se iba, y se iba al tiempo que la gente apenas aplaudía a RV y a AN, o sea que actué rápido. Maestro, le dije y lo tomé del brazo derecho, sobre la tela de un saco que portaba encima de una camisa ¿azul?, quizá blanca, sin corbata. Él volteó y me tendió la mano, como si fuéramos amigos de algún lado. Lo que no es estrictamente falso, si es que un autor es amigo -o enemigo, vaya uno a saber-, de su lector. Aunque su rostro era interrogativo, me sonrió. Sé que puede sonar a realismo mágico, pero comprobé que García Márquez es real. Y muy cálido y simpático. Me presenté, desde luego -lo que ahora considero importaba poco-. Él no, pero me hizo algunas preguntas. Lo felicité. Por ninguna obra en particular, sino en abstracto. Platicamos algunas frases, pero me dijo que eso, el contenido de lo hablado, no se lo contara a nadie. Lógico. No lo haré. Nos despedimos como viejos amigos. No me lo creía. Qué señor tan agradable. Y qué escritor es: aunque yo no sea su megafan para decirlo como lo diría cualquiera de sus megafans, lo que por otra parte resultó afortunado pues de serlo me hubiese paralizado y nunca me habría atrevido a dirigirle la palabra. Eso es un hecho. Lo más interesante de todo esto es que la próxima vez que vea a Gabo, a raíz misma de esa primera plática, tengo un motivo excelente para acercármele. Obvio no voy a poner aquí ese motivo, pero es un motivo bueno. Mínimo, es legítimo. Además, Gabo me dijo, eso bien que lo recuerdo: "Siempre que me vea, acérquese a saludarme".

Posteo, como si fuera el chasquido de dos copas en señal de brindis por aquel encuentro con Gabo, una frase que me gustó de su nouvelle Memoria de mis putas tristes:

"Mi edad sexual no me preocupó nunca,
porque mis poderes no dependían
tanto de mí como de ellas, y ellas
saben el cómo y el porqué cuando quieren".

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