Posteo mi crítica sobre lo ocurrido en BA, con la ópera L´Orfeo de Monteverdi.
Cierto crítico súper fandom, profundamente digerati y friki, q a veces se desboca pero a veces acierta en sus palabras, se regocijó pronunciando un estribillo x todas partes al salir del Teatro del Palacio de BA, q me parece afortunado, desafortunadamente para los operófagos: "Orfeo, Orfeo, ay, qué feo".
Quizá todas las críticas, las serias, pudieron partir de esta premisa, lo q es un tache unánime, o casi, para la CNO. Lástima. Va:
L´Orfeo en Bellas Artes
Por José Noé Mercado
Un llano comparativo: mientras en el béisbol un pitcher casi de inmediato es reconvenido —o relevado previa reunión en el montículo—, cuando no atina a pasar ninguna bola por la zona de strike o bien porque los bateadores agarran a palos sus envíos, en la Compañía Nacional de Ópera no ocurre nada si su lanzador, o equivalente, envía bolas que poco tienen que ver con la ópera (oratorio Cristo en el Monte de los Olivos), o sí, mucho: pero a medias (L´Orfeo sin puesta en escena), causando todo tipo de decepciones y enfados en el ambiente lírico cercano a Bellas Artes, así sea en sectores de la misma comunidad artística, en el público, o en la crítica especializada.
Esta reflexión se desprende luego de la decisión de la CNO, encabezada por José Areán, de presentar en concierto, a cuatrocientos años de su estreno como obra y casi surgimiento como género operístico, la fábula en música L´Orfeo de Claudio Monteverdi (aunque en la versión libre, muy libre y por tanto adulterada, de Ottorino Respighi), los pasados 6, 8 y 13 de mayo, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes.
Más allá de la curiosa forma de celebrar o recordar o conmemorar el nacimiento de esta partitura y en buena medida de la ópera misma (¿por qué no presentar, sencillamente, la versión original de Monteverdi, si incluso Areán ya había prometido a algunas personas en privado traer la producción que recientemente se escenificó en Guadalajara, Jalisco, bajo la dirección musical de Horacio Franco aun cuando la puesta en escena no le convenció del todo?), el inicio de la actual administración de la CNO se ha caracterizado por su tono francamente grisáceo en el que no se ha presentado ópera o no como Dios manda. Explico la frase:
El publico que asistió a esta serie de presentaciones de L´Orfeo, además de encontrarse con una tediosa versión de concierto que precisamente desvinculó aquello que Monteverdi y poco antes que él la Camerata Florentina unió haciendo surgir la ópera, es decir el teatro con la música, padeció, en general, una interpretación vocal sosa, entubada y estreñida (¿ése habrá sido el estilo que creyeron requería la partitura?), y musicalmente pesada, gruesa, de aburrición notable en la gente, mucha, que no pudo soportarla y se quedó dormida en su butaca para envidia de los que seguían en vigilia o de quienes de plano padecen insomnio.
Nuevamente hubo que cuidarse en Bellas Artes de los cabezazos de los durmientes, un espectáculo por demás triste y cuestionable, o que debería ser cuestionable: ¿Para eso se hace ópera? ¿Está bien hecha, es válida, cuando no es siquiera capaz de entretener a quien la presencia? Suponemos que no, pues de lo contrario no hubiese llegado a su cuarto siglo de vida. ¿No es la ópera, justamente, el espectáculo sin límites? Sí, lo es. O casi. Pero, quizá, lo que pasa es que, parodiando el título de la novela de Kundera, “la ópera está en otra parte”.
Si bien puede reconocerse que casi todos los cantantes cumplieron sus roles con compromiso, muchos no pasaron de ello: de cantar por puro compromiso. El barítono Jorge Lagunes, como Orfeo, por ejemplo, se anunció enfermo y así se le escuchó (lo cual siendo el protagonista no es poco lamentable: como unos quince años sin quinceañera), mientras que artistas como la mezzosoprano Carla López Speziale (La música, La esperanza, Pastor II), el tenor Octavio Arévalo (Pastor I) o los también barítonos Josué Cerón (Pastor III) y Guillermo Ruiz (Caronte, Plutone, Espíritu IV), requerían del teatro, de la proyección escénica de la palabra, y de los recursos que se pueden utilizar como forma de expresión en ella, para poder ya no digamos exponer su arte, sino, al menos, salir del letargo en que cayó, o del que más bien nunca salió, la ejecución de este L´Orfeo.
Dos intérpretes deben, sin embargo, destacarse puntualmente. En primer sitio el tenor Óscar de la Torre (Apolo, Espíritu III), por su entrega y enjundia, por asumir que aún los breves roles pueden cantarse con pundonor artístico apreciable. Y, en segundo, la mezzosoprano Belem Rodríguez (Silvia, Mensajera, Espíritu II, Pastor IV), quien dio prueba de una emisión cuidada, de un buen manejo técnico de su instrumento y de canto bello, lo que no fue poco en el contexto de estas funciones.
Al frente del Coro (preparado por Pablo Varela) y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, Guido Maria Guida volvió a demostrar que es un wagneriano reconocido.
Independientemente de que, quizá, la cuenta para Areán (si ahora lo viéramos como bateador y no como pitcher, y considerando que Marina aún fue despachada por su antecesor Raúl Falcó) es un strike (Cristo en el Monte de los Olivos), y un foul (este L´Orfeo: porque sin escena el batazo no cae en fair ball, ¿o sí?), es decir dos strikes, al término de estas presentaciones no faltó, fue legítimo y lógico, quien preguntara por Monteverdi y por el género operístico: ¿y dónde quedaron, pues, los festejados? Nadie sabe, nadie supo. Tal vez no fueron convocados en realidad, pero ojalá que ahora que nos colonicen (con las producciones que traerán del Colón de Buenos Aires), el director de la CNO pueda, si no batear home run, al menos dar un toque de bola, que lo ponga a salvo, aunque sea momentáneamente, del ponche.