La noticia corrió y conmociona aún: el escritor norteamericano David Foster Wallace se colgó, a los 46 años de edad, en su domicilio californiano, el viernes 12 de septiembre por la noche, si bien la información fluyó públicamente cerca de 24 horas después.
DFW no pudo seguir soportando el peso de la vida. Sus estados depresivos, sus momentos de oscuridad existencial eran conocidos de tiempo atrás. Pero ahorcarse es otra cosa. Impacta, desde luego. Y deja reflexionando. Porque, cuando uno ha leído a un autor que no muere, sino que se mata: qué debe pensar ese lector. Qué debe sentir. Porque un autor, cuando es leído, tiene la palabra. Y todo se vuelve confuso, extraño, cuando esa palabra llega al silencio más violento, más expresivo por inexpresivo.
DFW era un autor crítico de nuestros tiempos, a veces lo era con humor e ironía, del malestar en medio del capitalismo--consumismo y de sus vacíos y desconexiones, de las heridas que abren en las personas y que a veces solamente rellenan las adicciones. Aunque no por ello deja de explorar la cultura pop y lo que significa vivir y arraigarse, ser, en ella. Por supuesto habla de la sociedad norteamericana, pero ésta es también extensión a muchas otras sociedades que la reflejan o imitan. O que terminan por no poder hacer nada por evitarla.
Ahí están, por ejemplo, en traducción al español vía Mondadori, La niña del pelo raro, Entrevistas breves con hombres repulsivos, Extinción, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer o Una broma infinita. Pero DFW ya no quiso, o no pudo, seguir narrando. Ahora nos transmite desazón. Pero ya no por escrito.
Descanse en paz David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 21 de febrero de 1962 -- Claremont, California, 12 de septiembre de 2008).
"Una obra de ficción es una conversación que permite enfrentarse a la soledad esencial que se da en el mundo. Entre los seres humanos se da una situación de incomunicabilidad de emociones. La comunicación entre el creador y el lector es algo extraordinariamente misterioso. La buena literatura provoca una experiencia que permite trascender el aislamiento de orden subjetivo. Yo no sé si funcionará en español, porque es un término sumamente idiomático e idiosincrático, en realidad, la expresión de un sonido. Lo encontré una vez leyendo a Auden o Yeats, no recuerdo exactamente. Es como una epifanía, en el sentido que le daba Joyce al término, una revelación, la sensación de armonía y perfección que se siente en presencia de la obra bien hecha, de la obra de arte que logra su cometido. Es como un clic, el sonido que hace una caja que está perfectamente elaborada al cerrarse. El efecto inefable que provoca el contacto con la obra de arte. La comunicación entre distintas conciencias pensantes que se deriva de la contemplación de la belleza poética. En el acto de la lectura se da un componente que es el intento de establecer comunicación con otra conciencia, una interpenetración. Lo que llamo el clic es la capacidad de reconocer pensamientos y sentimientos que el lector siente como suyos, pero que no es capaz de verbalizar. Yo, como lector, en el momento de la lectura siento que el autor ha dado con las palabras que necesito para dar expresión a mis sentimientos. No les he dado forma yo, pero no por eso son menos mías: gracias al poeta, al escritor, han sido transfiguradas, y expresadas en una frase de gran belleza. En ese momento, el mundo cobra plenitud, solidez, rectitud".
para El País.
Un penegírico excelente, una noticia lamentable.
ResponderEliminarsí, gabriel, que se suma a la lista de escritores suicidas, que como sabemos no es poca.
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