Vidas en backstage
Por Julia Alcántara Castillo*
Después de leer el texto de la solapa, las primeras
páginas de Backstage inevitablemente
me llevaron a pensar en una autobiografía pero, como el personaje de Fausto le
contesta al de Sandro Pinole citando a Kundera, existe una gran diferencia entre
una novela y una autobiografía. Así que, después de leer esta página 47, decidí
quitarme dicho pre-juicio, aunque no puedo dejar de mencionar que las
semejanzas entre el autor y su protagonista son ineludibles: jóvenes
periodistas, críticos de ópera y novelistas.
Backstage es una novela escrita en primera persona donde Fausto Menéndez
Lecona nos adentra en una etapa de su vida, justo cuando se ha retirado como
crítico de ópera, debido a que, según sus palabras “…me di cuenta de que mis
textos hacía rato que dejaban víctimas y el escenario, para mí, se había vuelto
un campo de batalla… cuando supe que me había convertido en un cazador de
cabezas” (144). Y se dedica, sobe todo, a escribir narrativa y a matar el tiempo,
me atrevo a decir, pues vive al día, sin proyectos personales, haciendo trabajo
periodístico sólo para ganarse el pan.
De acuerdo con el texto de la cuarta de forros, el
título de la novela alude (y esto es lo que de forma literal la palabra indica)
a lo que ocurre tras bambalinas en los teatros, específicamente en relación con
puestas en escena de óperas, pero luego de leer la obra completa, es posible
entender que el backstage del que se
habla es el de los personajes mismos: cantantes, directores y demás involucrados
en las producciones operísticas, lo que pasa en sus vidas fuera del escenario; pero
sobre todo, nos muestra el backstage
en la vida de Fausto.
Pese a que él mismo nos deja ver las discusiones que
provoca su más reciente novela y menciona detalles de su trabajo como
reportero-entrevistador, lo que nos ocupa es su vida personal, su afición por
el sexo, por los videojuegos y, por supuesto, por la ópera.
Fausto se mueve en ese círculo del ambiente artístico-operístico.
Sus amigos son cantantes, directores y orquestadores: Fabián, Newton, Sandro.
Pero además conocerá a Jonathan Garcés y se enamorará de Dánika Duval, esposa
del primero. Esta relación lo hará muy feliz y muy desdichado al mismo tiempo,
sobre todo porque le hará ver que en realidad no tiene amigos o, al menos, que sus
amigos no son quienes él pensaba. Al final se siente solo y está solo y decide
quedarse solo.
La narración está hecha con una estructura lineal con
regresiones durante las cuales podemos atar cabos aparentemente sueltos. José
Noé juega mucho con el tiempo: primero leemos las respuestas de Fausto a
mensajes electrónicos enviados por otros personajes, Newton o Sandro, y luego
nos topamos con los mensajes que iniciaron las conversaciones. Un caminar bajo
la lluvia se divide en tres partes entre las que nos enteramos de
acontecimientos ocurridos antes y después de ese evento. Hay una invitación a
almorzar y aparentemente se omite lo ocurrido en dicho almuerzo, pero lo vamos
conociendo después, en un recuerdo del protagonista. Como en cualquier obra con
esta organización, al principio cuesta trabajo no confundirse, pero después este
reto hace más atractiva la lectura.
Fausto, el narrador, usa un lenguaje desgarbado, con palabrotas, pero en momentos incluye
términos especializados tanto del mundo de la ópera como del mundo literario,
de un mundo culto. Cuando describe, lo hace con gran detalle, al grado de
incluir pensamientos, sensaciones, contextos. Pero sabe eliminar las acciones que
pueden ser dadas por entendido: si resulta interesante leeremos cómo subió al
auto, cómo abrió la puerta, si no, de su departamento saltaremos a la camioneta
de Dánika ya en camino. En la narración se incluyen hechos meramente
incidentales, como la golpiza que le propinan los manifestantes a Manuel
Elizarrarás. Él mismo es un personaje incidental que, sin embargo, nos ayuda a
conocer el lado soberbio de Fausto. Pero están otros, como lo ocurrido en
Burger King mientras Fausto come, su conversación con la mesera, o incluso sus
sueños y pesadillas. José Noé no quiso dejar nada afuera. Fausto es un
personaje complejo, humano, con muchas facetas.
En esta novela se habla de falsedad y de vacío. No de
la falsedad de los escenarios y sus pasajes ficticios, o la utilería, por
propia naturaleza, artificial. Se habla de la falsedad de las personas en sus
relaciones humanas y de cómo sólo buscan su beneficio y bienestar personal. En
defensa de ellos, son capaces de cualquier fingimiento y de cualquier traición. Por eso también se habla
de vacío. Fausto y Dánika logran escapar por momentos de esta falsedad, su
relación es auténtica, pero fracasa porque sucumben, sobre todo Fausto, ante la
presión externa, ante los prejuicios, ante su propia inseguridad.
El final es abrupto y, como un buen final de ficción,
no contundente.
(((Spoiler))) Debo confesar que el asunto del embarazo
me pareció un cliché, la excusa que obliga a Dánika a buscar a Fausto. El
accidente en la carretera ya nos dejaba ver que los protagonistas se iban a
separar, las circunstancias en que Dánika sale del país, la charla de Jonathan
con Fausto lo anuncian también (((Fin del spoiler))).
Pero al parecer José Noé no quiso que terminara así.
Tal vez quiso que fuera Fausto quien tuviera la última palabra: “Pienso que
éste tal vez sea el remake de una
mala peli, el inoportuno afiche de una vieja saga. El capítulo perdido de una
serie que ya concluyó su temporada. O quizá no. Pero filo. Final cut. Igual lo importante es que no me interesa que así sea. Deseo
estar tranquilo, no más” (192).
Considero que el conflicto del personaje no se
resuelve: quiere, afirma que ha cerrado este capítulo de su vida, pero José Noé
nos deja entreabierta la puerta para que comprendamos que no será tan fácil. Y
es que hasta donde sabemos, Dánika es la primera mujer importante para Fausto
en su vida adulta. Lo tormentoso de la relación lo hace optar por su vida
simple, aunque vacía. La llenará escribiendo novelas, viendo películas y
jugando con su nueva consola. Buscará que así sea.
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