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martes, enero 02, 2007

En la inopia con Bolaño
2mil7 ya. Año nuevo. Todavía hemos visto la luz de éste. ¿Cuánto duraremos? Nadie sabe. 2mil7 ya. Año nuevo. La víspera, por segundo día anual consecutivo, la pasé enfermo del estómago. Nada raro puesto que se acostumbra comer de todo en fechas circundantes y no soy la excepción. Así pues, el 30 de diciembre de 2005, igual que el 30 de diciembre de 2006, no pude dormir nada. Ambas noches y madrugadas y amaneceres decidí sumergirme en algún relato de Roberto Bolaño. En esos momentos en que no se puede hacer mucho más, aunque leer nunca es un acto menor, es cuando de verdad se pone a prueba la capacidad narrativa de cualquier autor. Y o se le manda a volar o se le aprecia como al amigo más entrañable, aunque nada garantice que algún día no se pueda mandar a volar al amigo más entrañable. Pero ya depende el caso. Lo que quiero decir es que Bolaño no me falló. Su prosa es infatigable y de un pulso literario avasallante e imbatible, de modo que, con malestares físicos y todo, no paré de leer. En rigor, de releer. Todavía duele la muerte de Bolaño, si bien para mí no ha muerto. Vivirá, lo siento por él, por muchos, muchos años nuevos más.

Posteo unas líneas del último de los relatos que integran el libro Putas asesinas editado, como se sabe, por Anagrama:


"...estoy hablando del año 1981 o 1982, cuando vivía encerrado en una casa de Gerona casi sin nada de dinero ni perspectivas de tenerlo, y la literatura era un vasto campo minado en donde todos eran mis enemigos, salvo algunos clásicos (y no todos), y yo cada día tenía que pasear por ese campo minado, apoyándome únicamente en los poemas de Arquíloco, y dar un paso en falso hubiera sido fatal. Esto les pasa a todos los escritores jóvenes. Hay un momento en que no tienes nada en qué apoyarte, ni amigos, ni mucho menos maestros, ni hay nadie que te tienda la mano, las publicaciones, los premios, las becas son para los otros, los que han dicho `sí señor´, repetidas veces, o los que han alabado a los mandarines de la literatura, una horda inacabable cuya única virtud es su sentido policial de la vida, a ésos nada se les escapa, nada perdonan. En fin, como decía, no hay escritor joven que no se haya sentido así en algún momento de su vida. Pero yo por entonces tenía 28 años y bajo ninguna circunstancia me podía considerar un escritor joven. Estaba en la inopia. No era el típico escritor latinoamericano que vivía en Europa gracias al mecenazgo (y patronazgo) de un Estado. Nadie me conocía y yo no estaba dispuesto ni a dar ni a pedir cuartel...".

Encuentro con Enrique Lihn

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