Hace unos días, no +, una amiga me preguntó si había recibido un ímeil que me envió hace tiempo. Pues no, no lo recibí. Así sucede, son los riesgos de la comunicación posmoderna. Ella clickó enviar al correo que escribió, me dijo, pero nunca llegó a nigún lado (y x supuesto no pudo generarse ninguna respuesta). Guardaste copia, le pregunté. No, me respondió. Entonces se perdió en el éter cibernético, le dije. Sí, dijo, se fue a la dimensión desconocida.
El fin de semana igual yo pregunté a otra amiga x qué razón no se había tomado la delicadeza de responder un par de correos que le envié, creo que en diciembre, a lo que ella me respondió que no los había recibido. Al principio me sonó a pretexto, pero terminé por creerle, pues he comprendido que andar x ahí con paranoias, daña. En serio.
Ambos casos, que x lo demás ya me habían ocurrido en otras ocasiones y que no creo que no se vayan a replicar en lo que se llama futuro, me recordaron un pequeño comentario que le dejé en su blog a mi otrora maestra de Ciencias de la Comunicación en la Carlos Septién García, sobre uno de sus post, en el que ella hablaba con entusiasmo sobre las maravillas del ímeil.
Ingresé en el blog de mi vieja maestra, que en rigor no es tan vieja y más bien ostenta el doctorado en teoría de la comunicación (o en algo así), busqué mi comentario entre su bitácora y lo postearé a continuación, porque supongo que algún vínculo guarda con el motivo de este post. Suponiendo que haya alguno claro.
X cierto que estas anécdotas de la ciberdimensión desconocida son reales, como otras que he posteado, y no las inventé ni ficcioné, como luego suponen algunos. Y algunas.
Hola, Cecilia. Seguro te acuerdas de mí, aunque ya no estemos en un salón de escuela: tú dando clase y yo haciendo como que estudiaba. Leí tu entusiasta post sobre las ventajas del correo electrónico. Creo que las comparto. A veces, mínimo.
Creo, incluso, que olvidaste mencionar una de las características que hacen más preciado el correo electrónico en el proceso comunicativo y que muchas pesonas, entre las que me incluyo, valoramos: no tienes que verle la cara (buena, mala o francamente insoportable) al receptor o receptores. Y, lo que puede ser mejor, no nos la tienen qué vér a los emisores. ¿No te ha pasado, como a mí y a tantos, que hay ocasiones en que no estás, que no quieres dar la cara? Eso en sí mismo rompe muchas barreras, o de menos las fisura, para entablar comunicación. Claro que todo lo demás en dicho proceso es de pronóstico indefinido.
Argumentaciones para las ventajas, hay muchas.
Pero, por otro lado, quisiera expresarte una inquietud. ¿Te has puesto a pensar en la cantidad de horas, en la cantidad de vida que se pierde o se gasta o se invierte (como se le guste llamar) en escribir mensajes de correo electrónico? ¿Quién no tiene en su bandeja de entrada, y en la de salida y en todas, decenas, cientos, miles de correos que quizá se leyeron -o medio leyeron- alguna vez y que hoy son basura cibernética o nostalgia o ya no se tienen y ahora forman parte de un éter más virtual que nunca? ¿Y si, tal vez, jamás se leyeron? Qué angustia saber el destino de correos que una vez nos sentamos a escribir, a veces con la pretendida técnica de un Nobel de Literatura o con la encendida esperanza de provocar algo especial en el receptor. Eso sin detallar los millares de correos que acaso se conservaban como bitácora de vuelo en un disco duro y que, supongamos, un mal día se tuvo que formatear, quizá por causa de un indeseable virus.
El correo electrónico, leía en alguna parte, ha fomentado de manera muy importante la escritura. Y ya se sabe los beneficios y privilegios de escribir, que en el fondo es lo mismo que leer. Y viceversa. Aunque dicho fomento, decía lo que leí en alguna parte, ha sido de una mala escritura, de una deformación del lenguaje (que yo prefiero entender como devenir), de un culto a la banalidad e intrascendencia del ser humano. Porque lo importante es, ¿con el correo electrónico hemos realmente arrojado nexos para mejorar la comunicación entre las personas? Hoy con las nuevas tecnologías, ¿nos escuchamos más, nos prestamos más atención que antes?
Hoy el correo electrónico está igual fuera de las pecés y laptops. Está en el celular, en las palms, en dispositivos móviles de diversos tipos o en un aparato combo que todo lo contiene. Pero qué me dices, querida Cecilia, de las plantillas definidas que traen algunos de esos aparatos para enviar, por ejemplo, mensajitos de texto: “Hola, Llego en 5 minutos, Cómo estás?, Bien y tú? Qué haces? Nada, Dónde andas?
En fin, me gustaría conocer tus impresiones. Aunque dado el tema comentado, en este momento no tenga la seguridad de que leerás este mensaje y menos aún de que obtendrá respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario