El murciélago en Bellas Artes
Dos críticas de la puesta en escena de El murciélago de Strauss q presentó la Compañía Nacional de Ópera, en BA, para concluir su Temporada 2mil6.
La primera, de Lázaro Azar, crítico musical del diario Reforma, quien comparte en exclusiva para este blog escribicionista una versión inédita de su perpetro sobre aquel montaje. Originalmente era para ser publicada en la revista Pro Ópera, pero al final ,"por falta de espacio no fue incluida". Aquí hay espacio de sobra y va a continuación, luego la segunda crítica q, por cierto, es la mía:
La última y nos vamos
Por Lázaro Azar
Pocas partituras hay tan amadas por la belleza de sus melodías como Die Fledermaus (El murciélago, 1874) de Johann Strauss II (1825-1899), opereta elegida por la Ópera de Bellas Artes para bajar la cortina al changarro en este sexenio que será recordado como uno de los más arduos para la cultura en México.
La función de cuatro funciones programadas, llevada a cabo este jueves 16 de octubre no pudo reflejar mejor el miserable estado de abandono y valemadrismo a que se han confinado las artes.
Al parecer, unas viejas escenografías de David Antón fueron de lo poco que se salvó en aquel incendio que redujo a cenizas las bodegas del INBA, pues salen a relucir del basurero cada que algo se requiere, vengan o no al caso. Como ahora, que nomás le dieron una lechadita a los acartonados oropeles utilizados hace unos meses en aquella vergonzosa Traviata para la cual se importó a Agnese Sartori, pretenciosa farsante que cobró por dizque dirigir la escena.
Más allá de los constantes apagones, la nula sensibilidad y escasos recursos empleados por Manolo Toledo evidenciaron su incapacidad como iluminador. Un viejo adagio dice que “de la buena luz, no se habla”. No es este el caso. Proclamar iluminador a alguien que apenas prende un foco me parece tan osado como aceptar de “Presidente legítimo” a ya saben quién... Ni qué decir del derrapón del maestro José Solé, cuyo trazo dio a este vaudeville el tono insufrible y ramplón que caracteriza los programas “cómicos” de Televisa.
Una vez mas, el elenco parece haber sido convocado con la fórmula de “cante ahora y cobre después... a 18 meses, y sin intereses”, dado el laxo rendimiento, desinterés y mediocres resultados que padecimos: Peter Svensson (Eisenstein) refrendó sus limitaciones consignadas desde que vino a hacer Sigfrido y sus gritos estuvieron a la par de los de ese triste remedo de Doña Lencha que fue Eugenia Garza (Rosalinde). Para lo que fue su desempeño, mejor hubieran llamado a Lucila Mariscal, quien siquiera es muy simpática, y como tiene bien colocada la voz, se le habrían escuchado los diálogos; lo peor que hubiera pasado es que tampoco se supiera el papel.
Vocal y gestualmente forzado, Mario Hoyos (Alfred) fue tan prescindible como los mínimos papeles encomendados a Carla Madrid (Ida) y Óscar de la Torre (Dr. Blind). A pesar de haber sido los que mejor sonaron, me entristeció notar que ni Oziel Garza (Dr. Falke) ni Irasema Terrazas (Adele) estuvieron al nivel que habitualmente les hemos escuchado. Aún cuando Adele y Rosalinde comparten su límite agudo en la misma nota, vocal y genotípicamente Terrazas habría lucido mejor como la patrona.
Del resto del elenco digamos que Armando Gama (Frank) cumplió, al igual que Grace Ekauri (Orlovsky), para cuyo personaje debe enfatizar las regiones graves de su registro; además de que con el funesto trajecito que le endilgan, más que príncipe parece lacayo. ¿Cosas del “Destino”?
Reconozco dos intentos que no van más allá de ello: el de Kamal Khan por sacarse la espinita de la Carmen que dirigió durante la inauguración del Cervantino y el del coro por bailar. Lástima que, repito, no hubieran sido más que intentos.
Tradicionalmente, El murciélago incluye “artistas invitados” a la fiesta del segundo acto y las invitadas de esta función fueron Janet Paulus y Mercedes Gómez y sus arpas, que por buenas que sean, distaron de ser un acierto. Bastaba con ver las caras del resto del elenco durante su intervención, ¡parecían jubilados esperando en una central camionera!
Eso sí, creo que fueron preferibles al desbordamiento de Regina Orozco, quien como buena perredista, el domingo aprovechó su oportunidad de tomar “la tribuna” en que se convirtió el escenario de Bellas Artes (nunca como ahora el del Blanquita ha tenido más categoría que el del Blanquito) para hacerle proselitismo al Pejen, ¿venía al caso? Si con ello rayó en lo grotesco, de lo que hizo rapeando a Agustín Lara, mejor ni hablar.
Qué tan grises habrán estado los cantantes, que lo menos tedioso resultó ser el sketch carpero de Hernán del Riego, que pecó de excesivo por su duración y reiteradas y cobardes mofas a la pareja presidencial.
Y al decir esto no es porque muchas de sus “puntadas” no hayan sido merecidas, sino porque no dejo de preguntarme si podemos llamar valiente a quien insiste en tan chocantes “insinuaciones”, cuando Chente y Martita están a punto de dejar el poder. Bueno hubiera sido que eso lo hubiera dicho hace seis años, o que ahora se pitorrerara de Felipe Calderón y Margarita Zavala, aunque -como diría la D´alessio-, “para eso a este le falta, lo que yo tengo de más...”
Ahí no acabó la cuota de vulgaridad: que filas atrás una señora comiera cacahuates, en lo que otros contestaban su teléfono y el acompañante del director de esa triple mentira denominada “Compañía Nacional de Ópera” se entretuviera tronando su chicle, sirvió para confirmarme que hay justicia divina: un público como éste, que acepta todo sin cuestionamiento alguno (¿será por falta de parámetros?), siempre recibe lo que merece.
Tras ver a lo que redujeron esta deliciosa opereta, solo me quedaron ganas de consultar la ouija para ver si podía cuestionar a don Rafael Solana por qué, tras otra desafortunada escenificación realizada aquí mismo, hace ya más de 20 años, dijo que esta partitura era “tan bella, que lo resistía todo”.
¿Sería acaso, que los estropicios de entonces no eran tan devastadores como los actuales?
El murciélago en Bellas Artes
Por José Noé Mercado
Llegó a su fin la Temporada 2006 de la Compañía Nacional de Ópera y también el sexenio lírico en el pretendido máximo recinto de arte en nuestro país. Para cerrar el telón, la CNO presentó en el Teatro del Palacio de Bellas Artes cuatro funciones, los pasados 14, 16, 19 y 21 de noviembre, de la opereta El murciélago de Johann Strauss II.
La puesta en escena de este título de alguna manera resumió el nivel promedio de calidad y el modus operandi con el que desde hace algunos años se viene haciendo ópera en Bellas Artes. La escenografía, firmada por David Antón: a últimas fechas el reanimador de zombis escenográficos por excelencia, fue un emplasto cuya mayoría de elementos procedieron de otros montajes que poco vinieron al caso. Hablar de rigor histórico o estilístico o propuesta es demasiado, cuando lo que de principio queda en duda es su funcionalidad.
La dirección escénica de José Solé una vez más, por si a alguien no le había quedado claro el resultado de sus puestas: al menos las recientes, fue anquilosada. Nada nuevo, con un trazo de movimiento artrítico y tendiendo a las plastas visuales en los números de conjunto. Y dejando la creación de personajes a la buena de Dios o a la iniciativa de los intérpretes, en el caso de que éstos la tuvieran: lo que no siempre ocurrió. La iluminación de Manolo Toledo sufrió varios apagones y lo peor no fue eso, sino el que dos melómanos detrás de mi asiento rumoraran que “qué lástima que no se quedó todo a oscuras, al cabo ni hay nada bueno qué ver”.
Se cantó en alemán y se dialogó en español, con la típica regionalización 4 que al parecer encanta a quienes toman las decisiones. ¿La trama no se desarrolla en Viena, en el 19? Todo se vio de una falsedad difícil de digerir y que para la escena musical, en pleno siglo 21, en realidad es innecesaria y cruel, porque parece que se espeta al público aquel célebre eslogan de Robert Ripley: Believe It or not! Poco raro hubiese sido que esa frase apareciera de vez en cuando en la pantalla de supertitulaje. De hecho, habría sido comprensible, ¿no? Incluso se contó con la actuación de Hernán del Riego, como el Carcelero, quien al parecer se especializa, desde que lo vimos en Candide hace unos años, en seguir los pasos de Palillo, Chatanuga, Caballo Rojas y todos esos cómicos de carpa y teatro de revista que han abordado la morcilla sobre la política nacional. Nada grave, cierto, sólo que éstos últimos no la hicieron en plena interpretación de El murciélago, ni orinaron en una jofaina en la que alguien después se lavaría, ni amagaron guacarear hacia el foso de la orquesta, ni, en resumen, se veían offside, como Del Riego (quien como puede suponerse: hay que decirlo en justicia de su buena actuación, su sketch, término derivado, como se sabe, de lo kitsch, fue lo más entretenido de la noche).
Y siguiendo con los fueras de lugar, los invitados a la fiesta del príncipe Orlofsky: Janet Paulus y Mercedes Gómez, correctas arpistas que requerían definitivamente un concierto aparte y ante público ad hoc para así no aburrir, como lo hicieron, a los espectadores, incluido el elenco, de esta opereta, que presenciaba bostezando sus lides artísticas.
Vocalmente se contó, en general, con un reparto apocado y sin lustre. Eugenia Garza, Rosalinde, con agradable centro en su voz, pero con problemas para enfrentar, sin abrir la emisión, el registro alto, lo que se traduce inevitablemente en estridencia. No se sabía a fondo la partitura y eso se notaba incluso en su inseguro desenvolvimiento histriónico. Si esta cantante mexicana de verdad se empleara al máximo para pulir su técnica y se concentrara lo suficiente para compenetrarse con la obra y los personajes que aborda, tendríamos a un artista de muy buen nivel, pues cualidades nunca le han faltado. Pero hasta que no llegue ese día, si llega, en que se decida, no pasa de estar en potencia y ofrecer actuaciones intrascendentes, al menos para el público.
En algún momento de la administración de Raúl Falcó se contempló la propuesta del maestro Enrique Ricci de contar con Ramón Vargas y Francisco Araiza para este Murciélago (que como se entiende llevaba años planeándose). Dichas participaciones no se concretaron (ni la de Ricci como director concertador), y quizá en la CNO ni siquiera se tomó en serio la idea, aunque se diera coba y se aparentara que sí. En cambio, tuvimos al tenor Mario Hoyos, Alfred, con una emisión apretada y corta, y al supuesto Heldentenor Peter Svensson, Eisenstein, quien nuevamente vino a vender espejitos a quien lo hace compadre. Galló repetidamente, columpió los ataques, en general ofreció un canto imbricado, pero lo que sin duda resultó patético es que lo hayan importado de Austria para que viniera a mal hablar español (aunque quedó claro que no lo hablaba sino que procedió fonéticamente). Eso sí: en lo escénico fue simpático y lo que mejor hizo fue darle sus buenas nalgaditas, o pellizquitos en la zona, a Adele, rol alternado por Irasema Terrazas y Rosa Elvira Sierra.
Terrazas, hoy la soprano consentida de México, salvó su participación gracias a su musicalidad, a su encanto escénico y a su delicioso desempeño histriónico, porque vocalmente tuvo que recurrir al estrechamiento del sonido para intentar conseguir altura en el mismo, lo que no siempre logró, perdiendo así brillo en su voz y libertad y soltura interpretativa. En este momento, Adele resultó un papel de una vocalidad muy alta para Irasema, de los que hacía tiempo no enfrentaba, y en verdad tuvo que esforzarse para salir adelante con el mayor decoro lírico posible. Aun así, no alcanzó el buen rendimiento a que nos tiene acostumbrados, como tampoco lo hizo Oziel Garza Ornelas, Falke, quien se percibió desencanchado y algo fuera de forma.
Armando Gama, Frank, y Grace Echauri, Orlofsky, tuvieron un mejor rendimiento que el resto del elenco; el coro, preparado por Pablo Varela, tuvo disposición musical, lo mismo que el director concertador, Kamal Khan, a quien hace dos títulos vimos también como invitado de la CNO, al frente de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, pero ello no influyó mucho en el balance general de una función tan poco memorable. Aunque pensándolo bien, cuando tanta medianía se fusiona, es difícil de olvidar.
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