Hoy, 31 de agosto, es el día internacional del blog. Felicidades a todos los blogueros que de alguna manera tienen relación con este blog escribicionista. La celebracíon sugerida globalmente para el blogday incluía indagar y recomendar cinco blogs que habitualmente no frecuentamos, de preferencia de culturas distintas a la propia. Algo así.
No lo hice, no lo haré.
Igual podría escribir un ensayo sobre el bloguerismo, pero no, tampoco. Se me hace como muy antiposmo, dicho en plural y, en cualquier caso, reduccionista. Mejor es decir que blogueo y que así soy distinto a mi yo que no blogueaba. Mi pensamiento ha cambiado en alguna manera: es raro inmiscuirlo en el popurrí de posts, más cercanos o lejanos, de mayor o menor brillantez, que juntos y a la vez dispersos forman la blogósfera. El saber, el decir, el leer se ha fragmentado en la actualidad, si es que no siempre ha sido así.
Muchos de mis amigos han cambiado. Digo que mis amigos han cambiado, ellos, y también digo que no son los mismos, ahora son otros, situación determinada en no pocos casos por el dilema de bloguear o no bloguear. Porque la diferencia entre pasar a visitar un blog -y enterarse de lo que ese otro piensa, lo que le ocupa, lo que le hizo reír o emputar, lo que lee en cierto momento, lo que oye-, y no tener un blog qué visitar para saber de ese alguien, es escandalosa y grande, una direrencia insalvable, que se acrecenta a cada post.
Los posts crean lazos. Incluso con gente que no conoces personalmente. Porque los blogs son como el rostro, la representación de una persona, en el espacio virtual pero de convivencia en el que nos hemos metido en el siglo 21. Tienen calidez, o frialdad, como la gente. Eso se percibe puesto que a veces en esa soledad cibernética en la que se habita es necesaria la convivencia, sea como sea, la interacción, el saber de los demás aunque ello sea sólo como oír un eco de nosotros mismos alienados y fragmentados, donde un Messenger, un chat, un blog puede no sólo ser parte del mundo, sino el mundo mismo.
Un blog puede ser un platillo servido y humeante y los posts los ingredientes que con su textura y aromas se apresuran a procurar que el visitante, parroquiano o forastero, apacible pinkie o trol gurú, se dé un pantagruélico festín o bien se indigeste desde la mirada misma.
Pueden existir blogs de weba, y otros que son interesantes. Pueden estar destrozando toda la unidad de pensamiento de la cultura, cualquiera que ésta sea, pueden pulverizar el idioma o la escritura al tiempo que postean, pero es lo nuestro, es la época que vivimos o sobrevivimos. Y la diferencia, al menos para mí es clara: la gente con la que tengo contacto a través de sus blogs, o en su defecto sus ciber-páginas, a través de cualquier medio y recurso de Internet, está presente en mi vida, más, mucho más que aquella que no es googleable, aquella que navegó hacia una especie de Triángulo de las Bermudas, donde nadie más la volvió a ver.
Pueden existir blogs de weba, y otros que son interesantes. Pueden estar destrozando toda la unidad de pensamiento de la cultura, cualquiera que ésta sea, pueden pulverizar el idioma o la escritura al tiempo que postean, pero es lo nuestro, es la época que vivimos o sobrevivimos. Y la diferencia, al menos para mí es clara: la gente con la que tengo contacto a través de sus blogs, o en su defecto sus ciber-páginas, a través de cualquier medio y recurso de Internet, está presente en mi vida, más, mucho más que aquella que no es googleable, aquella que navegó hacia una especie de Triángulo de las Bermudas, donde nadie más la volvió a ver.