Autor de NSFW (No abrir en público): Diez relatos perturbadores (Universo de libros); Apocalipsis zombi (Ediciones B - Penguin Random House); Backstage (Tierra Adentro); y Luneta-2 (Cuadernos de El Financiero).
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martes, febrero 05, 2008
Sin reservaciones
Uno de los fans de la ópera más simpáticos que he conocido últimamente es Nick Palmer. Él, además de ser un chef amante de la cocina italiana, es un tipo que no sólo escucha ópera, sino que la disfruta y la comparte con la gente. Con la de la cocina del restaurante donde trabaja, por ejemplo, aun a media jornada laboral.
Ofrece aspectos de apreciación músico-vocal y sobre todo emotiva-argumental, sencillos pero relevantes, a sus compañeros de trabajo o a las personas que lo rodean. Siempre acarrea a todas partes su grabadora con discos de Aïda, Turandot, Gianni Schicchi y muchos títulos más. Y lo mejor de Nick es su sencillez, puesto que no cree que sea un iniciado. Sabe la diferencia entre Bocelli y Pavarotti, pero no es un pedante operópata que intenta hacer creer que lo sabe todo, no es un intelectualoide de la lírica de los que abundan. De hecho, no todas las versiones discográficas que escucha son interpretadas por los mejores. O los que se supone que son los mejores. Pero igual eso es la ópera y Nick la quiere.
Lo malo de Nick Palmer (Aaron Eckhart) es que no es real, sino uno de los tres personajes protagonistas de Sin reservaciones, cinta de 2007 dirigida por Scott Hicks, y que estelarizan Catherine Zeta-Jones en el papel de Kate Armstrong y Abigail Breslin como Zoe.
No reservations no es una gran película, porque su guión no pretende serlo, ni por lo demás aspiraría a serlo cuando no es capaz de sostener adecuadamente la construcción y el desarrollo de los personajes o la trama. Las situaciones son provocadas con obviedad y no son consecuentes del todo.
Pero igual la vi.
El argumento es hasta cierto punto simple: Kate es una gua-pí-si-ma chef de primera línea, soltera, obsesiva y perfeccionista con su labor: al grado de ir a terapia, cuyos platillos son comme il faut, aunque asépticos y cerebrales, y debe hacerse cargo de su pequeña sobrina Zoe, cuando su hermana muere en un accidente automovilístico. Por eso, y por conocer a Nick, que es un chef igualmente bueno pero mucho más relajado que ella, Kate toma aire y cambia. Comprende que las metódicas reglas que se ha impuesto y con las que ha vivido no tienen por qué seguirse al pie de la letra siempre. Se aliviana, digamos, para bien.
Las actuaciones de Zeta-Jones, Eckhart y Breslin, dentro de lo posible, exprimen las posibilidades de la historia y el guión que, como queda claro, no son muchas. Especialmente me interesó la parte introvertida y casi autista de Zoe. Abigail Breslin es una pequeña que agrada y a ratos conmueve. La dirección no la hace parecer estúpida o antipática o modosita, como gratuitamente en muchos casos se cree que deben aparecer los niños (me parecen fastidiosos e insoportables, por ejemplo, los niños en los comerciales tipo Kleenbebé).
Una comedia-romántica-superacional que, al menos, no enciende el tedio. Se pasa rápido y eso es una virtud.
Y lástima, sí, que Nick Palmer no sea real. Ante tanto aficionado a la ópera pretencioso e intratable, sería bueno charlar de ópera o quizá encontrarse en alguna función con Nick.
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Bueno, al menos un personaje cinematográfico (o televisivo) al que le gusta la ópera y no es asesino serial ni sueña con conquistar el mundo.
ResponderEliminarAlgo es algo.
Páramo