Fotos: INBA/Conaculta
Mi crítica de Carmen en el Teatro de la Ciudad. No la había colocado, pero aquí está. Es vigente.
Igual quiero reparar un poco más en el retraso en la reapertura del Teatro de Bellas Artes. Primero, las autoridades, cuando presentaron el proyecto, aseguraron que estaría listo para una gala en septiembre de 2010, y que la remodelación costaría 400 millones de pesos y que no se incrementaría, como consta en esta nota de La Jornada. Luego, el costo de la remodelación se incrementó a 600 millones, es decir en un 50 por ciento. Bellas Artes sigue cerrado y ya van 637 millones, o sea un 59.25 por ciento más de la cifra inicial. Algo pasó: el presupuesto y las fechas se modificaron y nadie parece haberlo percibido. ¿Qué implica todo esto? ¿Alguien falló en la planeación? ¿En la ejecución? ¿Nos mintieron? ¿Hay responsables? ¿Real, realmente era imprescindible esta cirugía mayor de Bellas Artes ante la realidad de los grupos artísticos que ahí se presentan, del país?
637 millones de pesos, para ponerlo en perspectiva, equivaldría al presupuesto anual (de un muy, muy buen año) de la Compañía Nacional de Ópera, durante 25 años. ¿Qué no podría hacerse, desde el punto de vista artístico, con ese dinero? Para empezar, pagarle a algunos participantes de esta Carmen, algunos de los cuáles pidiéndome anonimato me hicieron saber que, al menos hasta hace unos días, sólo se les había pagado a los extranjeros y a algún mexicano. A los demás se les pidió su paciencia y comprensión, por el retraso de sus respectivos pagos, "pues financieramente también hay que sacar adelante Cenerentola". Sobre la remodelación, entonces, ¿para qué una cazuela y vajilla tan de primer mundo, si apenas tenemos pollo para cocinarlo algo qué comer?
Periódico El Financiero
Lunes 14 de junio de 2010
Carmen envejecida
x José Noé Mercado
Nuevamente la Compañía Nacional de Ópera decidió presentar la ópera Carmen de Georges Bizet, esta vez como parte de su temporada 2010, con funciones los días 9, 11, 13, 16, 18, 20 y 23 de mayo en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris de la calle de Donceles del Distrito Federal.
Se trató una vez más del montaje cuya puesta en escena, escenografía e iluminación –en conjunto con Rosa Blanes Rex- corresponden a José Antonio Morales, con coreografía de Ma. Antonieta La Morris. La producción original data del 5 de octubre de 1985 y desde entonces se ha presentado ene veces en diversos lugares del país, puesto que es incluso sobreviviente de aquel incendio de una de las bodegas del INBA ocurrido en 2002 y del que, como de Camelia, la texana, “nunca más, se supo nada”.
Con los años, al verla sí o sí durante tantas temporadas, al recordarla con elencos integrales más afortunados que los de esta ocasión, al compararla y criticarla, al aspirar a una nueva, esta producción ha envejecido hasta la decrepitud. Apostar por ella durante casi 25 años quizás haya sido lógico por su funcionalidad. Pero de un tiempo a la fecha se volvió un recurso de programación fácil, sin propuesta. Es salir del paso, sin acabar de entender que inevitablemente las producciones artísticas, igual que por fortuna los malos funcionarios públicos, tienen fecha de caducidad.
Exenta de drama, previsible, paradójicamente interminable, transcurrió la función del jueves 13, con un público que no alcanzó para ocupar más de la mitad del teatro, lo que al tratarse de una Carmencita es significativo.
En descargo de los buenos días que vivió esta puesta en escena, de algunos momentos de belleza plástica como los del cuadro final, habría que reparar en el elenco: en rigor, en una de las varias combinaciones posibles al contar con dos solistas alternando los protagónicos –esa fórmula que Raúl Falcó, ex director de la CNO, bautizara como “promiscuidad vocal”.
La soprano italiana Veronica Simeoni, debutante en el rol, interpretó una Carmen de voz agradable, pero sin tener el personaje seguro. Con fraseos y movilidad histriónica incipientes, carente de fuerza o gracia y sin tocar siquiera las castañuelas en el segundo acto, el rol de la gitana le quedó notoriamente grande. ¿Por qué insistir en que la CNO sea centro de fogueo? ¿Quién gana con ello?
A riesgo de parecer nacionalistas bicentenarios (líricamente sólo eso nos quedará: la apariencia, ante el inminente retraso en la reapertura del Teatro del Palacio de Bellas Artes, que no estará listo en su remodelación para los festejos de septiembre como lo habían asegurado diversas autoridades), es preferible dar la oportunidad al talento mexicano para que gane experiencia y pueda desarrollarse, como ocurrió con el Don José de José Luis Ordóñez –el de Fernando de la Mora es indiscutiblemente de primera categoría- las Micaelas de las sopranos Marcela Chacón y Enivia Mendoza o la misma Carmen de Belem Rodríguez.
Cero chovinismos, pero al escuchar el Escamillo, de resonante registro grave y medio, pero de agudos decolorados, sin vibrado, calantes, del bajo-barítono español Rubén Amoretti, o la dirección concertadora del griego Ivan Angélov, sin particular chispa o imagen sonora al frente de la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes –más la Schola Cantorum de México-, es inevitable preguntarse quién arma estos paquetes de artistas extranjeros para insertarlos en la actividad musical mexicana.
Si aportaran algo desde el punto de vista músico-vocal a nuestro entorno lírico, si dejaran verdaderas virtudes o momentos de arte en este país, mal haríamos en no celebrarlo y agradecerlo. Pero no ha sido el caso. Esta vez hemos tenido una Carmen con una debutante que no sólo quemó el papel, como se le dice en el argot operístico al acto de probar un rol en un sitio en miras de cantarlo en otro de mayor envergadura, sino que también quemó de alguna forma a los que la trajeron.
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