Hace unos días escribí sobre la puesta en escena de Las bodas de Fígaro que se presentó en Cuernavaca, Morelos, el mes pasado. El texto se retrasó un poco en salir por el festejo del 23 aniversario de la sección cultural de El Financiero, pero mejor así. Ahora que el caso del homicidio del exfutbolista Ignacio Flores ha puesto a la carretera a Cuernavaca, nuevamente, en las noticias rojas, es una inmejorable ocasión de que mi texto se publique. Arte y no más sangre. La idea es ésa.
Periódico El Financiero
Viernes, 12 de agosto de 2011
Los indestructibles: Le nozze di Figaro en Cuernavaca
Ganando la batalla en Morelos
x José Noé Mercado
Cuernavaca, Morelos, nuevamente ha sido noticia. Esta vez, para bien. Para el arte y la cultura, ya que al escalofriante y frecuente clima de sangre y violencia ahora se ha opuesto una opción que si no reconstruye de golpe el tejido social por lo menos lo conforta. O lo intenta. La presentación de otro título operístico en el Teatro Ocampo, de la mano del Instituto de Cultura estatal que lidera Martha Ketchum, y su Compañía de Ópera, artísticamente dirigida por el barítono Jesús Suaste, es digno de encomio y atención, de apoyo y continuidad.
Porque sumar tres funciones de Le nozze di Figaro de Wolfgang Amadeus Mozart los pasados 15, 17 y 19 de julio, a la oferta de óperas como L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti, Madama Butterfly de Giacomo Puccini y La traviata de Giuseppe Verdi que en el último año se han presentado en Cuernavaca constituye un esfuerzo de proyección y envergadura artística innegable.
Y es así hasta tal punto que una posible crítica a la modesta pero útil escenografía de Ricardo Salazar, a la no en todo resuelta dirección escénica de Óscar Flores por falta de mayor familiaridad con la trama y el género mismo que permitiría utilizar las transiciones argumento-musicales con total destreza, a desafinaciones ocasionales, o incluso a los mínimos lapsus-olvidus de una u otra frase de los kilométricos recitativos que fueron respetados sin los tradicionales cortes, debe matizarse en aras de valorar las circunstancias y condiciones en que semejante esfuerzo es concretado y, después de todo, sale airoso para dejar al público satisfecho.
El buen resultado musical de estas funciones partió de Carlos García Ruiz y su dirección concertadora más que sólida, porque no sólo brindó un acompañamiento confiable a los cantantes, sino que igual sonó mozartiano, dentro de un estilo que demuestra estudio, entendimiento, capacidad y rigor. Este joven concertador mexicano que siempre baja al foso sin partitura es acaso el que más ópera dirige en nuestro país, lo que ya le ha generado credenciales de especialización lírica que no pueden ignorarse. ¿Lo conocerán en Bellas Artes, donde se suele invitar a tanto extranjero de irregular calidad?
El elenco lo encabezó el bajo Rosendo Flores, quien salvo algunos momentos vocalmente cavernosos, mostró la suficiente maleabilidad y ligereza para enfrentar el rol baritonal de Figaro. Su amplia experiencia en los escenarios contribuyó a hilar una actuación graciosa y entretenida. Susanna fue interpretada con gran dulzura vocal y escénica por la soprano Elisa Avalos, quien logra entretejer un canto de gustos refinados.
La soprano Verónica Murúa brindó una humana y por tanto sincera interpretación de La condesa, con el necesario entendimiento de su condición de mujer desatendida por su esposo, proyectado a través de una hermosa línea melódica y lánguida belleza vocal en sus arias “Porgi amor” y “Dove sono”. ¿Tampoco a esta destacada soprano mexicana la conocen en Bellas Artes?
En el papel de El conde, Jesús Suaste refrendó su experimentada trayectoria que le permite un desenvolvimiento escénico pleno y un canto que busca los matices y encuentra los contrastes y el peso y sentido justos a cada uno de sus fraseos.
El Cherubino de la mezzosoprano Encarnación Vázquez, la Marcellina de María Luisa Tamez y el Bartolo de Rufino Montero, demostraron un divertido control y timing escénico de sus intérpretes, además de un largo y amplio recorrido por esta obra. Marco Antonio Talavera, Yolanda Molina y Héctor Arizmendi completaron el grupo de solistas en los roles respectivos de Antonio, Barbarina y Basilio-Don Curzio. Alejandro Vigo estuvo en el clavecín, mientras que Christian Gohmer fungió como director huésped del Coro del CMAEM.
Por lo escrito, la no poca madurez y experiencia del elenco aun si se considera la incursión de dos o tres jóvenes, el protagonismo de la mayoría de estos solistas en las distintas producciones que de esta ópera se han hecho en nuestro país durante las últimas décadas, el final logrado y feliz de este proyecto, así como la misma juventud de Mozart, de alguna manera podría evocar el título en español de esa película estelarizada en 2010 por Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Dolph Lundgren y otros héroes nada de pubertos: Los indestructibles. Porque sí, aún ganaron la batalla.
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