Friday, August 05, 2011

Verónica Murúa


La sección cultural del periódico El Financiero, una de las más importantes de entre los diarios nacionales, cumple 23 años de publicarse ininterrumpidamente de la mano de su editor el maestro Víctor Roura. 

Para celebrarlo, durante esta semana publicó en sus páginas cerca de 90 textos breves de sus diversos colaboradores con la premisa de contar cuál es el concierto más memorable al que han asistido y por qué razón lo consideran así. Así se festeja este año. Con "Mi concierto". Con música en letras, escrita en la memoria. Porque sí, creo que a la larga la música que importa, la que es capaz de transformarnos, uno siempre termina haciéndola personal, íntima. De uno. Felicidades a El Financiero y a Víctor Roura, por armar una sección ética, crítica y con una siempre necesaria y saludable libertad de expresión.

Acá posteo lo que yo escribí. Se publicó ayer en papel y en línea. Eso.


Periódico El Financiero
Jueves 6 de agosto de 2011
Verónica Murúa
x José Noé Mercado

No hubo de por medio esa sobrevaloración mítica que suele profesarse a los operastars, casi siempre erigida por la mercadotecnia y algunos críticos groupies. Tampoco influyó, ya que por fortuna no la tiene, la entrecomillada consagración oficial que suele ir acompañada por las canas, arrugas y una cada vez menos discreta decrepitud del consagrado. No fue cierto tipo de irrebatible frescura y esplendor de facultades del que canta como nadie, pero ignora tanto de la vida como pocos. Y hubo cero forma de nostalgia con la que los necrofilíricos honran a sus ídolos.

No fue eso. Ni siquiera la bella arquitectura del Museo Nacional de Arte sombreada por formas y figuras evocadoras que proyectaban luces insuficientes al anochecer y que sirvió de marco para presentar su cedé Posromanticismo mexicano explicaba mi pudorosa sensación de feliz abatimiento. No hubo un extenso programa a interpretar ese jueves 26 de agosto de 2010. Sólo fueron 6 piezas con un delicado acompañamiento de piano. Je t’aime de Ricardo Castro, A la bien aimée y A toute âme qui pleure de Gustavo Campa, No te olvido de María Garfias, Amar y sufrir de Luis G. Jordá y Musmé de Emilio de Nicolás fueron la sobredosis suficiente para sentir que no podría escribir de la ocasión sin delatarme como un encandilado degustador del placer que su voz de piel femenina logró producirme, intoxicado además por el vano deseo de lamer el sonido de una emisión fascinante y que aún recordaba al salir a la calle de Tacuba cuando ya todo había terminado.

Aunque en rigor el viento helado no pudo disipar la mezcla de emoción y tristeza confortada por haber sido el ser en el que se habían hundido los agudos colmillos del decir musical, del canto y sensibilidad de una artista que esa velada hizo rivalizar su belleza interior con la física, resultando ambas vencedoras.

Abrumado, creí comprender que no era indispensable una sala de prestigio ni un teatro magnífico para que el canto encontrara un nicho de valor probado. La fama, la pretensión, lo wannabe y aspiracional de miles de conciertos y funciones de ópera presenciados, en ese momento me resultaron particularmente insustanciales. Lo importante y verdadero simplemente había ocurrido como una bendita serendipia. Sólo me restaba despojarme del incómodo recato para informarlo y, de alguna manera, compartirlo. Supuse que un buen comienzo era nombrar a la soprano que para mí fue la única del cosmos durante esa noche. Y lo hice: Verónica Murúa.

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