Wednesday, February 29, 2012

Fama y rareza

Foto: Peter Ross

Coloco el texto que publiqué hoy en el periódico sobre el concierto de Deborah Voigt en Bellas Artes y el concierto de la OFCM en la Ollin Yoliztli de este fin de semana. Eso, acá, en el blog, para quienes no lo han leído en papel. 

Periódico El Financiero
Miércoles 29 de febrero de 2012
*Conciertos de fin de semana*
Fama y rareza
x José Noé Mercado

El aficionado lírico capitalino tuvo que optar el pasado 25 de febrero. Y optar, en este caso, significó también descartar, ya que así como hay fechas que forman largas temporadas en las que la abstinencia es absoluta, la tarde de ese sábado tenía empalmados tres programas vocales de particular atracción cada uno.

Por más que le hubiese interesado estar en todos, no le fue posible debido no sólo a las distancias y tránsito en muchas ocasiones insalvables de una lluviosa y granizada ciudad de México, sino principalmente a la falta de sincronización y diálogo entre las diversas instituciones ofertantes de actividad musical que dificulta el aprovechamiento máximo del perfil del público para el que se supondría estructuran sus programas.

La primera opción terminó por imponerse por la fama y prestigio de la soprano dramático estadounidense Deborah Voigt, quien se presentó en un recital en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, acompañada al piano por Brian Zeger. Voigt es, en efecto, una de las cantantes más cotizadas internacionalmente en el repertorio operístico straussiano y wagneriano, aunque en esta ocasión ofreció la interpretación de piezas menos demandantes que aquellas para las que suele requerírsele en los teatros mundiales.

A sus 51 años de edad, con una voz poderosa, pero sin mucho aire y más dispuesta a los matices y sutilezas; con un instrumento caudaloso que sin embargo ha comenzado a perder brillo en general y firmeza y compresión en la zona aguda en particular, Voigt cantó obras y pasajes de compositores como Amy Beach, Ottorino Respighi, Richard Wagner, Richard Strauss, Ben Moore y Leonard Bernstein.

Con presencia escénica elegante (hoy no es una sílfide, pero quedó en el pasado la figura voluminosa por la que en 2004 le fue revocado un contrato en el Covent Garden de Londres) y una simpatía que mostró arrojando besos y sonrisas al público o tocando el piano al lado de Zeger, en esta segunda presentación en nuestro país (la primera fue también en 2004, con la Sinfónica Nacional) cosechó aplausos numerosos y ese tipo de aprobación y ovaciones que se obsequian a quien se sabe que es famoso y renombrado.


Foto: Abril Cabrera / Secretaría de Cultura del Distrito Federal


La segunda opción del melómano vocal pudo tomarse gracias a que la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, bajo la batuta de su Director Huésped Principal, José Areán, repitió el mediodía del domingo 26 un programa con la interpretación estelar de la Sinfonía lírica, opus 18 del compositor austríaco Alexander von Zemlinsky, con las voces de la soprano Verónica Murúa y el barítono Jesús Suaste.

Luego de iniciar el concierto con la música incidental de Pelléas y Mélisande, opus 80 de Gabriel Fauré, Areán logró armar una intensa, proteínica y musculosa versión de la Sinfónía lírica, obra raramente programada en el quehacer mexicano, proyectando de buena manera esa monumentalidad orquestal buscada en su momento por Zemlinsky y que antes había alcanzado su cenit con Berlioz y Wagner, en Strauss y Mahler.

La sensibilidad doliente y algo lacrimógena (una especie de sinfónía-Remi) de esta obra que cuenta con poemas de Rabindranath Tagore, también se concretó en lo vocal, merced al canto expresivo, de timbrado brillante y dulce de Verónica Murúa, quien sin ser una soprano dramático pura, posee el squillo y resplandor necesarios para que su instrumento fluyera por la Sala Ollin Yoliztli. Por su parte, Suaste enfrentó dificultades para imponer su voz al inicio de sus intervenciones por la densa instrumentación y entramado de la Sinfonía, que requiere casi de un heldenbaritone en cuanto a color y volumen, pero recuperó su racional y distinguido fraseo hacia el final de la obra, cuando se torna más sonora y espiritualmente sosegada.

Sin la fama de Voigt en los intérpretes, sin la rareza programática de la Sinfónía lírica, el Requiem de Giuseppe Verdi que ofreció la OFUNAM bajo la batuta de su titular Jan Latham-Koenig quizás merecía mayor atención del público. Pero por lo visto y optado, fue imposible.

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