Friday, November 17, 2006

Criticando a los críticos 2

Foto: Ana Lourdes Herrera

El martes 14 celebramos el segundo panel del ciclo Criticando a los críticos, que organiza Pro Ópera A.C. en el Club de Industriales. Esta vez el tema fue el Crítico y su entorno. Participé con Lázaro Azar, Raúl Díaz, Luis Gutiérrez Ruvalcaba y Manuel Yrízar, y Charles Oppenheim fue el moderador.

Por lo demás, y sin que esto sea una reseña, diré que de lo dicho por mis colegas me llamó la atención lo siguiente: Luis Gutiérrez Ruvalcaba hizo notar que la crítica es mucho más que un género periodístico. Estoy de acuerdo. Totalmente. Y puso a la misma ópera, a las obras de Gluck y las de Wagner y las de Strauss, como ejemplo de obras que critican diversos elementos, estilos, costumbres, etcétera, dentro de la misma historia operística. Raúl Díaz afirmó, entre otras cosas, que en los medios de comunicación masiva toleran, sólo eso, al crítico de ópera, ya que en general ningún medio escrito, radiofónico o televisivo, tiene entre sus filas a un crítico especializado en el llamado espectáculo sin límtes. Claro que hay honrosas -y no tan honrosas- excepciones (aunque lo que está entre guiones no lo dice Díaz, sino yo). De Lázaro Azar me quedó lo importante que resulta en ocasiones jalar en público las orejas a los artistas, directivos y hasta editores cuando la situación lo amerita en beneficio del arte que se critica y del público que lo presencia. De lo que dijo Manuel Yrízar mejor no hablar. Por el momento.

Yo escribí y leí un ensayo que fue una auténtica provocación, más que nada por lo extenso (a juicio de algunos asistentes al panel que así me lo señalaron: en ese sentido me llevé mi jalón de orejas: entre críticos me vea). Aunque no podía ser de otro modo. Si no se exponen algunos aspectos sobre la crítica de ópera en un panel especial sobre la crítica de ópera, ante críticos de ópera y frente a aficionados operísticos, ¿entonces dónde? Y además qué tanto son cuatro cuartillas y media, sino diez minutos.

Bueno, ya. Posteo mi ensayo, que a otros pareció interesante. E incitador a su lectura y reflexión. No sé. Tal vez. Pudiera ser. Aquí va, en todo caso:

El crítico y su entorno
Por José Noé Mercado


Nadie se sorprenda si afirmo que la crítica de cualquier arte es mucho menos, pero también mucho más, de lo que la gente supone de común.

¿Sugiero entonces que el crítico y su ejercicio profesional es visto, y así malentendido, con cierto grado de mitificación?

Sí: justo eso es lo que quiero decir. Montados en definiciones de diccionario y conceptos idealistas y estéticos que poco nos dicen fuera de la teoría, no llegaremos muy lejos en el camino para comprender el ejercicio diario de la crítica, el real, que ni siempre es ejercido por petulantes escultores de verdades absolutas, ni siempre es abordado por artistas frustrados en el arte que critican.

La crítica (sea periodística o académica) es el género subjetivo por excelencia, es decir, uno que siempre estará condicionado por el sujeto que lo escribe y su mirada particular del mundo.

Se me ocurre suponer que llegados a este punto ya se habrán dado cuenta de que hablo del crítico y su entorno precisamente desde mi propia subjetividad. Nunca está demás advertirlo, sobre todo si consideran que así es como me permitiré esbozar algunas inquietudes sobre esta herramienta del pensamiento que es el ejercicio de la crítica de música y de ópera. De todo arte:

La crítica, ante todo, es un instrumento cultural elaborado desde su misma época. Así puede entenderse porqué no existen, ni existirán, los juicios definitivos en gustos, técnicas, o estructuras en la obra o interpretación que se valora. En ocasiones, sólo a través del tiempo se sabe si perdura aquello que lo merece. Pero a veces ni siquiera lo que merece permanecer se salva de las fauces del tiempo.

Y es justo esta contemporaneidad a la que está ceñida toda crítica, la que me hace plantear que la mirada del crítico siempre debe ser fresca, nueva, inquieta, joven, si es que quiere aportar algo al arte que critica.

Porque aquí entre nos: hoy hacer una crítica de Mozart o Verdi o Janacek, o Corelli o Callas o Björling, de todos los artistas del pasado, es una labor muy sencilla y en buena medida carece del riesgo y valor inherente que implica lanzar al mundo una buena crítica. ¿Pero qué decimos hoy del quehacer artístico que nos toca presenciar, de las obras y las interpretaciones, de los contenidos, de los fondos y las formas del arte lírico contemporáneo? Ése es el verdadero campo de acción de un crítico de ópera vivo. Ningún otro. ¿Pero la crítica de ópera es un género actualizado o abrazó una tradición que se hace vieja y así ella misma se volvió decadente? ¿Nos asumimos críticos o nos disfrazamos de villamelones o cronistas que opinan para enredarnos y enredar el entorno y eludir las responsabilidades de nuestros juicios? Estas preguntas me las hago yo mismo, pero desde luego quiero compartirlas con ustedes, porque quizá juntos lleguemos a respuestas más satisfactorias de las que tengo en este momento.

Y ya que hablo de juicios, ¿cómo puede ser válido un juicio, una opinión, o lo que es lo mismo: cómo no caer en el juego de que toda opinión y juicio es respetable y tiene validez, en plena posmodernidad, un tiempo y espacio ambiguo y relativo en el que según los teóricos los seres humanos dejamos de creer: en ideologías, en instituciones, en valores tradicionales, en nosotros mismos y hasta en los propios escépticos? (como se habrán podido dar cuenta la semana pasada, si ahora salimos con conceptos tan hermosos cuanto cursis como la belleza y la bondad o lo sublime, lo más probable es que la gente nos mire con cara de what?, entre otras razones porque las referencias filosóficas que nos han legado Kant, Schopenhauer, Nietzsche y algunos otros apóstoles de la estética moderna, es decir: vieja, hoy difícilmente son algo más que poesía y los poetas, como enseña Zaratustra, siempre mienten).

Así, en medio de semejante hoyo negro de incredulidad, en el que por otra parte todo se puede creer, desde el célebre Credo de Wagner (¿recuerdan eso de “Creo en Dios en Mozart y en Beethoven”?), hasta las esotéricas ayudas de Madame Sasú, no puedo más que ser posmoderno y salirles con una serie de creencias particulares:

Uno: Creo que la crítica es, como dijera Tomas Sterns Eliot, una actividad instintiva de la mente civilizada. Puede ser entonces un instrumento cultural, una herramienta del pensamiento, aunque eso no lo crea Eliot, sino yo.

Dos: Que podemos creer en la crítica como un género de opinión, que vale más o menos, de acuerdo a su argumentación formal, lógica y profesional, que lanza un juicio de valor de acuerdo al conocimiento, intuición y perspectiva de quien la escribe respecto de aquel arte del que escribe (porque hay que decirlo: toda crítica que aspire a ser tomada en serio debe sentarse por escrito).

Tres: Creo igual que la crítica puede ser escrita por un periodista, por un escritor literario o poeta, o bien por alguna persona que tenga la formación artística que valora, pero en todo caso debe partir de un interés particular por el objeto o sujeto que critica. Un crítico auténtico es en esencia un fan de aquello que critica. Un fan es genuinamente entusiasta en sus motivaciones: él mejor que nadie sabe cuando una obra, un intérprete, un director, le convence con su trabajo artístico y cuando no. Y sobre todo, sabe o intuye porqué. A un fan de adeveras, en el fondo, nunca se le puede engañar.

Cuatro: La crítica, he dicho, es un género de opinión que debe ser argumentada. Es también un género persuasivo y de autor. Creo que la personalidad y el estilo del crítico debe manifestarse en la crítica. Ese punto personal, esa mirada particular del autor de la crítica respecto a lo que critica, al arte en general, a la vida, es lo que proyecta una crítica, crítica que por lo demás puede ser un libro entero o bien algunos cuantos caracteres. No una verdad irrefutable, sino una perspectiva, entre más sólida y conocedora mejor, es lo que sin dogmatismos debe argumentarse. Todo elemento del quehacer cultural es un ingrediente para la argumentación: los libros, los estudios académicos, la discografía, los medios de comunicación masiva, los viajes y un largo etcétera, entre ellos. Depende de cada crítico su uso y abuso, de su mayor o menor arte, para fundamentar sus opiniones y así persuadir a sus lectores de su mirada, de su juicio, de su interpretación de la realidad.

Cinco: Creo que la crítica que se publica en cualquier medio formal, o no tan formal: pero casi, confiere al crítico un coto de poder a fin de cuentas, y por ello lo escrito debe ser honesto, con lineamientos éticos definidos y al mismo tiempo insobornable. Aunque toda crítica surge de la subjetividad, al momento de ser plasmada debe ser completamente objetiva. O lo que es lo mismo: el juicio es subjetivo, las motivaciones profesionales y éticas, la honestidad, eso sí que es pura objetividad. El crítico puede equivocarse, puede apostar por aquello que quizá no haya valido la pena, aunque eso sólo con el tiempo se sabrá, puede pasar por alto algún detalle, puede incluso ser un tanto empecinado al momento de fundamentar lo que escribe y aún así no ser deshonesto, sino seguir siendo íntegro, pero lo que no puede ser es un mentiroso, ni un vendido.

Cinco: La crítica no consiste en acuchillar a un intérprete o una obra. No se trata, creo, de ninguna crucifixión (con x), y menos de una crucificción (con doble c). Es decir, no creo en los sicarios de la crítica que descuartizan a los que consideran sus enemigos, ni tampoco en los laudatorios críticos que escriben para granjearse los favores de sus amigos, que en el peor de los casos ni siquiera lo son.

Seis: La experiencia, en ocasiones, sirve para seguir ejerciendo la crítica. Pero no creo, no creo y es más: no estoy convencido de que el paso de los años en sí mismo le dé las herramientas a un crítico para afinar la puntería de sus opiniones. De hecho, considero que los críticos o sus miradas pueden tener una fecha de caducidad, si como ha dicho el periodista, escritor, ex crítico y hoy cineasta, Alberto Fuguet “el crítico opta por dejar de ser un creador y se conforma, ya desde la paz interior o desde la frustración y la mala leche”. En ese caso, recuerdo que decía Fuguet, los críticos deberían ser como los Niños Cantores de Viena: a determinada edad deben retirarse. Cabe aclarar que no hablo de una edad fisiológica, sino de una de perspectiva de entendimiento del acontecer artístico que se avejenta, que se arrancia y se atrofia, y vicia lo que de ella emana.

Siete: Creo que la crítica sirve o no sirve para algo, dependiendo de los horizontes intelectuales de quien la lee. No quiero ahondar en el valor y utilidad de una crítica, porque eso sería menospreciar las capacidades de mis lectores. Sólo quiero acotar, en todo caso, que como dijera Henry James “el crítico puede ser un cofrade del artista, un aliado, un intérprete, un hermano, pero lo es a la vez del público”. El crítico separa, desde su perspectiva, el trigo de la paja, como señala el periodista y teórico chileno José Ignacio Silva, y también se encarga de señalar los granos más selectos del granero y por qué éstos y no otros. Milan Kundera señala algo parecido al afirmar que la crítica identifica aquello que es arte y desenmascara lo que es sólo kitsch, es decir, gato por liebre. La crítica es necesaria dice Kundera, porque si todo en la vida fuera una obra de arte, y no necesitara del crítico para emitir un juicio al respecto, entonces para qué las obras de arte.

Ocho: La crítica, creo, tiene una dignidad propia y no debe conformarse con sólo ser una actividad subvencionada y accesoria del arte que critica, como al parecer se señaló aquí mismo la semana pasada, al menos por omisión. La crítica tiene un valor independiente dentro de sí misma, ya que como dice Phillip Lopate, en la introducción del libro The critic, “la crítica… es una parte de las letras, tanto como la poesía y la crónica”. En todo caso, se me ocurre pensar, el crítico no es el perrillo faldero de lo que critica. Más bien, como igual observa José Ignacio Silva, “es el lazarillo entre todo el fárrago de libros, películas, programas de televisión, exposiciones, conciertos, discos, y demás subproductos de la industria cultural”, lazarillo pues “que llevará finalmente al lector hacia un lugar u otro, hacia una manifestación cultural específica y no a otra”.

Nueve: Creo que el crítico nunca debe olvidarse de que juzga el trabajo de otros, y que ello involucra la sensibilidad, la estima, la entrega y la personalidad del artista criticado. El artista en su obra, en su interpretación, muestra su fragilidad como ser humano y ello en sí mismo no es razón para ser tratado sin tacto, sin respeto e irresponsablemente por nadie y menos aún por un crítico que más que acribillarlo tiene la obligación de comprender lo que hace, cómo y porqué, para después explicarlo al público. No hablo de ser complacientes como crítico, sino de que es necesario comprender que la crítica ni es una hoguera, ni tampoco una AK-47. Quizá, como afirma el escritor argentino Ricardo Piglia, “la crítica es la forma moderna de la autobiografía”, es decir, en aquello que se juzga, el crítico sólo encuentra lo que es él mismo y lo que sabe y tiene.

Diez: La periodista Mónica Maristain en lo que sería la última entrevista hecha al considerado mejor escritor en lengua española de las últimas décadas, Roberto Bolaño, le preguntó si había derramado alguna lágrima por las múltiples críticas recibidas de sus enemigos.

Bolaño, genial e irónico siempre, respondió: “Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?”.

Ésta respuesta, viniendo de un personaje que ha recibido críticas inmejorables y que al mismo tiempo ejerció la crítica inteligente dentro y fuera de su obra, porque su vida misma fue una obra marcada por la crítica, me parece la mejor forma de acercarse al ejercicio y resultado de la crítica. Es decir, aunque sea importante, en el fondo tampoco hay que tomársela tan a pecho, sin olvidar, eso sí, las palabras del también escritor Javier Cercas: “Si la crítica literaria se va al garete, la literatura la seguirá después”. Cercas habla de la literatura, pero yo creo que es aplicable a todo arte. Al operístico por ejemplo. Y para concluir, es posible reflexionar también una observación que sobre este particular dejó escrito en mi blog mi colega Lázaro Azar, y que me parece lejos de toda ociosidad dado nuestro panorama cultural en estos momentos: “¿Cercas”, preguntó Azar, “hablaba de garete o retrete?”.