Sunday, September 23, 2007

Luciano Pavarotti 1935-2007


Luciano Pavarotti 1935-2007
Por José Noé Mercado

UNO En pocos casos resulta más inadecuada la disección del vivo para la reconstrucción del personaje fallecido que en el de Luciano Pavarotti. Puesto que el tenor nacido en Módena, Italia, el 12 de octubre de 1935, no fue un artista genuino al que deba restársele su lado comercial, no fue un grandioso belcantista al que se le sustraiga su acento spinto, ni fue un cantor al que deba reprochársele su falta de histrionismo, para finalmente obtener una división de su público. No. El enfoque estaría errado. Pese a que cualquier obituario sobre un cantante esté condenado de antemano al fracaso porque, sin duda, es incapaz de expresarse en los mismos códigos de aquello que intenta hablar, podemos aventurar la tesis de que Pavarotti fue una gran suma, una multiplicación, una potencia, cuyo resultado es igual a un icono de la cultura de su tiempo, una marca registrada reconocible en todo el mundo, destinado a trascender su época.



DOS Por el avanzado cáncer de páncreas, problemas en la cadera que le dificultaban la movilidad, antecedentes de neumonía y complicaciones renales, ya se esperaba su muerte y, sin embargo, cuando finalmente llegó, el 6 de septiembre de 2007, a las 5:00 horas tiempo de Módena, el dolor fue grande. Fue desolador comprobar, por si a alguien no le quedaba claro, que incluso los titanes están condenados a un fin terrenal. No sólo el ámbito operístico lloró la muerte de Pavarotti. Muchos otros sectores también. De hecho, es difícil identificar un sector de la sociedad que no haya lamentado una pérdida tan corpulenta como el propio Rey del do sobreagudo, tan grande como su impronta de musicalidad. Rara vez, por no decir que nunca en la memoria de quien está avocado a escribir estas líneas, se había escuchado en todas las radiodifusoras, o casi en todas, culturales o comerciales, musicales o habladas, las grabaciones de un mismo artista durante todo el día. Su imagen en la televisión, en los noticiarios de todo tipo, parecía agigantarse y al mismo tiempo se volvía acuosa, y erizaba la piel. ¿Quién no habló o escuchó de la muerte de Pavarotti? ¿Quién no asumía que Pavarotti era parte del mundo, una inconfundible referencia de la segunda mitad del siglo 20 y de lo que va del 21? ¿Quién no era tocado por su fama, por su mediática presencia, como por los rayos del sol? Al escuchar o leer las condolencias de sus colegas, de políticos, de directivos de teatros líricos, pero sobre todo de la gente común que se expresó en blogs, en páginas web, en foros, en servidores de videos, se puede advertir el alcance de Pavarotti: lo lloró el público operístico, el vernáculo, el popero, el roquero, el heavy-metalero. El espectro musical entero. O casi.


TRES Luciano fue hijo de Adele Venturi y Fernando Pavarotti. Ella empleada en una cigarrera, él panadero y tenor aficionado que influyó —junto con sus grabaciones de Gigli, Martinelli, Schipa, Caruso—, para que su hijo mantuviera contacto con el canto, que comenzaría a poner en práctica a los nueve años, en un coro de iglesia local.

Luciano estaba igualmente entusiasmado con el fútbol y deseaba llegar a ser guardameta, a nivel profesional, pero su madre lo convenció para que optara por la docencia, así que después de los estudios correspondientes, Pavarotti ejerció como maestro elemental durante dos años, tiempo en el que, sin embargo, su inquietud por la música, principalmente por el canto que desde entonces entendía como algo natural, como una herramienta de expresión tan cotidiana como el habla, lo decidieron a probar suerte en el arte lírico. Arrigo Pola y Ettore Campogalliani fueron sus mentores. “Cuando su padre lo trajo para que cantara frente a mí en 1955 —diría Pola—, supe inmediatamente que Luciano poseía una voz excepcional y lo tomé como alumno. Durante dos años y medio vino diariamente a mi departamento de Módena y trabajamos juntos, incluso los domingos”.

Sus primeras presentaciones como cantante serían con el Coro del Teatro de la Comuna, en su poblado natal, y con La Coral de Gioachino Rossini, para finalmente registrar su debut operístico como solista el 29 de abril de 1961, en el Teatro Reggio Emilia, como Rodolfo, de La bohème de Giacomo Puccini, un papel que habría de ser favorito y bienhadado para el tenor. Poco más de un año después, por ejemplo, habría de sustituir en este rol al siciliano Giuseppe di Stefano, en el Royal Opera House Covent Garden de Londres, y en 1968 interpretaría también al poeta en su debut, algo enfermo por una gripa que le hizo cancelar las últimas funciones: lo que no le impidió merecer unánimes elogios de la crítica, en el Metropolitan Opera House de Nueva York.

En 1969 fue la primera de diversas presentaciones de Pavarotti en México. En ese primer año, no obstante, fue que cantó óperas completas: La bohème, infaltable, y Lucia di Lammermoor. En sus siguientes visitas a nuestro país, el tenor, ya como una auténtica celebridad, ofrecería conciertos, algunos de ellos masivos, otros, los últimos, como parte de su interminable y accidentada: llena de cancelaciones, gira del adiós. “La gente paga por oírme cantar. Sólo cuando dejen de venir pondré punto final”, llegaría a decir Big Pava, frase lógica, sin excusa, y muy sincera, ya que en último caso: ¿por qué habría de dejar de hacer lo que tanto le gustaba, algo que por lo demás le generaba altos ingresos, aun cuando la voz ya no le respondiera como antes? ¿Por dignidad artística? ¿Y quién sería capaz de hablar de dignidad artística frente a un coloso del arte como Pavarotti?

El prestigio del Rey del do sobreagudo llegó en 1972 cuando interpretó en el Metropolitan de Nueva York el papel de Tonio de La fille du régiment de Donizetti. Desde entonces, Pavarotti, que ya en 1965 había debutado, como el Duque de Mantua, en La Scala de Milán, se convirtió en habitual estrella invitada en todos los recintos líricos más importantes del mundo y, por añadidura, en visitante frecuente de los estudios de grabación, en ocasiones compartiendo créditos con figuras cercanas y bien compenetradas al tenor como Joan Sutherland, Richard Bonynge, Sherrill Milnes, Marilyn Horne o Mirella Freni. Su repertorio operístico no fue muy amplio, pero por fortuna una extensa disco y videografía, integrada también por múltiples géneros, sobrevive como legado.


CUATRO A partir de 1990, en el marco de la Copa del Mundo de Fútbol, Luciano Pavarotti apareció al lado de sus colegas de tesitura José Carreras y Plácido Domingo en espectáculos musicales masivos que contenían fragmentos operísticos igual que piezas populares. Las críticas de los puristas, acaso censores escrupulosos, que se rasgaron las vestiduras por semejante masificación musical no escasearon. Sin embargo, el éxito del formato fue notable: más de 10 millones de cedés de este concierto se vendieron por todo el orbe, convirtiéndose así en la grabación clásica de mayor venta en la historia, y en el siguiente Mundial, el de Estados Unidos 1994, el concierto ofrecido por Los Tres Tenores fue seguido en directo por más de 2000 millones de teleespectadores. Un récord, sin duda, de pesadilla para quienes piensan que el arte lírico es sólo para ellos y no para la gente. Pavarotti jamás se inmutó por las críticas y una vez sentenció con desenfado: “la ópera es como el fútbol, al fin y al cabo, todos pueden mirar los partidos aunque no entiendan nada del juego”.

Otro espectáculo que desde 1991 se repetiría año con año en Módena, con finalidad absolutamente filantrópica, en que Luciano fue duramente criticado por los fundamentalistas se llamó Pavarotti & Friends. Y es que algunos sectores clásicos, conservadores, no toleraban que el Rey del do sobreagudo cantara diversos géneros populares al lado de figuras como las Spice Girls, Michael Jackson, Bono, Anastacia, Sting, Aqua, Elton John, Celia Cruz, Michael Bolton, Enrique Iglesias, Bryan Adams, Laura Pausini, Zucchero, Gloria Stefan, Ricky Martin, Mariah Carey y muchas más.

Los cuestionamientos, en todo caso, no superaron ese espíritu benéfico de los conciertos, y el tenor demostró mayor entendimiento de su época, de los medios masivos de comunicación y su permeabilidad social, del espectáculo que se mezcla con la tradición más artística, y asumió sus riesgos y posibilidades. Si no se desea pensar abiertamente que Luciano Pavarotti fue un artista posmoderno, tampoco debería considerársele como un personaje anacrónico, rancio, de los que nunca faltan ejemplos.



CINCO La voz de Luciano Pavarotti, como el talento de todo artista auténtico, es particular, inigualable, decisiva. Se trata de un instrumento de enorme belleza en el timbrado, de armónicos soleados, de emisión lírica pero acentos spinto, de considerable volumen y de un brillo agudo y cálido que corre electrizante e ilumina el oído del escucha. Ideal para el repertorio belcantista, el verdiano intermedio, el pucciniano lírico, pero igual suficiente para un paso más demandante en dramatismo.

Con naturalidad, sin aparente esfuerzo, y énfasis en la dicción, como si hablara, Pavarotti no sólo fue un tenor. Acaso fue una referencia de lo que por su voz puede, o debería, ser un tenor. En especial del tenor italiano, heredero de toda una tradición lírica inconfundible, de raza. Pavarotti confirmó que se puede ser un clásico en vida. Y en vida, igual, era ya legendario.


SEIS —Sabemos del repertorio que ha interpretado a lo largo de su carrera. ¿Considera que alguna vez abordó algún rol que pudiera afectar su voz? —pregunté a Pavarotti en entrevista, en 2002.

—Yo debuté a los 26 años de edad —me respondió el tenor con la serenidad de quien sabe lo que explica—. Canté siempre lírico, hasta que no llegué a los 35. Después he cantado un lírico más demandante como Un ballo in maschera. No creo que haya afectado nunca mi voz. Turandot, que es una ópera que podría haberme sido dañina vocalmente, la he hecho pocas veces. Otello lo abordé sólo una vez en concierto. Creo que siempre he cantado en el repertorio justo.



SIETE La noche del 5 de septiembre de 2007, hora de México, escuchaba en You Tube el “Nessun dorma” en voz de Luciano Pavarotti, aria con la que el tenor apareciera por última vez en un escenario: el 10 de febrero de 2006, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, en Turín. Poco antes de que llegara a la frase “All´alba vincerò!”, leía la confirmación de su representante, Terry Robson, difundida por la prensa: Luciano Pavarotti había muerto. Fue estremecedor. Big Pava me acercó a la ópera. Fue el primer cantante que escuché, en disco. Y la tristeza de saber que había fallecido, fue muy grande.



OCHO Lo siguiente sería comprobar las reacciones a través de los medios de comunicación. Mirar a la gente que acudió a su natal Módena para darle el último adiós al cuerpo de Pavarotti, quien fue vestido con frac, con su infaltable pañuelo blanco en la mano. En la ceremonia fúnebre la soprano búlgara Raina Kavaibanska cantó el “Ave María” del Otello de Verdi y el tenor Andrea Bocelli hizo lo propio con el “Ave verum corpus” de Mozart.

Ahí estuvieron políticos, algunos cantantes operísticos, mucho de su público, y sobre todo sus Friends, contrastando con ausencias casi escandalosas de colegas que no tuvieron tiempo o voluntad para estar presentes. Allá ellos, y su conciencia.

Pavarotti fue inhumado en el cementerio Montale Rangote, donde están enterrados sus padres y su hijo Riccardo, quien murió poco antes del parto, en 2003.


NUEVE Sobre la vida personal de Pavarotti, quizá sólo es necesario decir que estuvo casado durante 34 años con Adua Verona, con quien tuvo a sus hijas Lorenza, Cristina y Giuliana. Sus segundas nupcias fueron, en diciembre de 2003, con su otrora asistente, 34 años más joven, Nicoletta Mantovani, con quien tuvo a su cuarta hija, Alice.

Días después del fallecimiento de Big Pava, inició un escándalo por supuestos malos tratos de Nicoletta a Pavarotti, cuando éste ya no podía valerse por sí mismo. Pero ésa es otra historia. De telenovela. U ópera.


DIEZ —¿Qué le gustaría que se dijera de usted dentro de 100 años? —pregunté igual a Pavarotti en aquella entrevista de 2002.

—Creo que me gustaría ser recordado como un cantante muy serio y profesional —me respondió, pensando un poco, mientras yo veía la mascada multicolor, que de su cuello le caía al pecho, y comprobaba de cerca su enorme carisma, su personalidad inabarcable, fascinante y potenciada en el escenario—. Con una voz muy propia; muy personal. Como ser humano, simplemente quisiera que se me recuerde como un hombre muy honesto.

Muy serio y profesional. Con voz propia. Honesto. Así te recordaremos. Gracias, Luciano. Descansa en paz.

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