Aquí va lo que escribí del concierto de Renée Fleming en Mx. Un evento musical, operístico, pero, por lo visto, sobre todo social. Ahí, mal que mal, estuvimos todos. Sale.
Queremos tanto a la Fleming
Por José Noé Mercado
No es la de Los cuentos de Hoffmann, pero es una muñeca que canta. En rigor no lo es, cierto, pero podría serlo. Así lo demostró la querible soprano estadounidense Renée Fleming, el pasado 28 de marzo, en su debut en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. Y, de hecho, en tierras charolastras.
Por qué, si no es una muñeca podría parecerlo. Desde luego, por su imagen, por su porte delicado y elegante, bonito. Divo, pero agradable. Igual porque el escenario se vuelve un aparador cuando ella está en él. Lo que en Bellas Artes sucedió, ya que además de haber generado en los parroquianos expectativas que rebasaron la opacidad lírica que normalmente se programa en el recinto, mucha gente que hacía años no se aparecía entre el público, decidió dejarse ver, salió de su madriguera. O sarcófago. Y fue para adorar a la Fleming, para atestiguar su canto. Y, más que nada, para hacer notar que hay gustosos de la ópera, ellos, que no se guían más que por los nombres de renombre. Y más si es el de una muñeca, tan famosa y popular como la misma Barbie.
¿Todo eso no es más que una frivolidad? Sí, lo es. Hubo entre los operófagos quien, apresurado, sentenció, mintiendo o equivocado: La voz de la Fleming es fea. Aunque no se atrevió a escribirlo, interesado más bien en la socialité. En consignar, por si a alguien no le quedaba claro su lugar, los saludos y abrazos a sus queridos amigos. Apapachos, palmadas y besitos.
Pero justamente esa frivolidad es un ingrediente que ha acompañado a la ópera, como género, en los más de cuatrocientos años que tiene de haber sido inventada. Y, por lo menos en Bellas Artes, hacía tiempo que no relucía con tanto esplendor en el seno de nuestra sociedad.
Porque no había motivo, siquiera.
Eso, tener una razón, un pretexto para sentirse parte de la ópera y su atmósfera, para bañarse en sus rayos, es el principal alcance de Renée Fleming en nuestro máximo foro artístico (colóquese aquí, si se desea, cualquier otra frase chapeada de arribismo).
Una dosis de primermundismo lírico (que, entre otras luminarias, forman varios cantantes mexicanos), el de los grandes teatros y casas disqueras, es lo que se inyectó al público que desde días antes había agotado el boletaje, ansioso de un evento así, aunque tocara la orquesta que habitualmente ningunea, con y sin argumentos.
En esta ocasión, sin embargo, la Orquesta del Teatro de Bellas Artes fue dirigida por Constantine Orbelian, quien brindó idea al conjunto. Idea o sopa, digamos. Y como ya se sabe, a veces del podio a la boca se cae la sopa. O la idea. Y sí, se cayó varias veces en los innumerables —bueno, no fueron innumerables, pero eso pareció dado su nivel de ejecución— pasajes instrumentales que rellenan todo concierto de este tipo y que no fueron la excepción en esta velada (Obertura de Nabucco, Preludio al acto tercero de Lohengrin, algo del ballet de Fausto, Meditación de Thaïs, Vals de Mascarada, Tahiti Trot).
Fleming, por su parte, interpretó canciones de Richard Strauss y arias de I vespri siciliani, Rusalka, Thaïs, Gianni Schicchi, Tosca, Porgy & Bess y My Fair Lady, además de ofrecer tres propinas a un público, entusiasta, que le ovacionó todo, quizá porque había decidido que nombre mata programa. O, incluso, interpretación.
Lo cierto es que Renée Fleming podría ser una muñeca, Olympia o similar, por su canto lindo —el timbre es realmente bello, cálido, color champaña y por lo tanto bebible— con absoluto control y rigor técnico, planeado y ejecutado sin errores. Como un mecanismo en óptimas condiciones. Que no falla (ni en lo que no le queda a su lirismo ligero con algo de cuerpo como el "Vissi d’arte"). Y que hace disfrutar al espectador. No lo angustia, no lo hace sufrir. No lo estresa ni martiriza con su inseguridad. Y eso es de aplaudirse.
Sobre todo en Bellas Artes.
Renée Fleming canta como quiere cantar —no como otras cantantes lo hacen. O lo hicieron. Y menos como algunos críticos quisieran—. Incluso si ello de repente implica jazzear la emisión, o bocalizar el texto a su manera. Fleming no es lo que otras fueron, por fortuna en ciertos casos, por desgracia en otros, pero es lo que hay. Y de lo que hay, es de lo mejor. Tanto, que le dio brillo a un panorama operístico tan nublado como el nuestro. Por eso en México, desde ese día, queremos tanto a la Fleming.
Me choca eso de "la" Fulana: ¿A poco decimos el Calderón, el Mercado, el Páramo) Da la impresión que toda la gente que merece mencionarse es hombre, por lo que hay que diferenciar el sexo cuando se trata de una mujer.
ResponderEliminarReconozco que las mujeres son odiosas, pero de allí a discriminarlas...
Páramo
Las mujeres no son ODIOSAS son Diosas. Por eso las llamamos DIVAS o Divinas. Odiosos son los que les dicen odiosas a estas Diosas. Y así como se se le dice a alguien DOMINGO; CARRERAS;PAVAROTTI; generalmente HOMBRES, machos o mas o menos viriles, para distinguir que a quien se menciona como GRANDE o FAMOSA es una mujer se le dice LA...CALLAS, LA TEBALDI, LA NILSSON, LA CABALLÉ, y tantas otras más. Yo es la primera vez que se que alguien sea tan fijado en ese detalle. Pero es interesante saber otra opinión diferente.
ResponderEliminarBueno, lo de odiosas era una broma... más o menos.
ResponderEliminarYe en serio, a mí me parece, además de arcaica, machista --y mucho-- la diferenciación con el artículo que se hace, precisamente, por las razones que indica don Manuel Irizar.
Sin embargo, celebro con él lo interesante de escuchar otras opiniones.
Abrazos a Noé y a Manuel.
Páramo
Perdón, es "el Yrízar" y no, como lo puse tontamente, con "I" y sin acento en la otra "i".
ResponderEliminarLos siento.
Páramo
de alguna manera, el páramo tiene razón. y el yrízar también. (el "el" en másculino suena a barrio, ¿lo han notado? y más si se intermedia un "pinche"). eso de "la" fulanita, en efecto es una vieja forma de expresarse, que hoy suena pasada de moda. sin duda. como nostalgia por el oropel. una vez páramo papá me lo hizo notar, cuando yo estaba en primer semestre en la septién. desde entonces, jamás he usado eso de "la" fulanita. excepto en este texto, donde el uso fue premeditado. "la" fulanita, como bien dice yrízar, en la ópera es típico decirlo: la callas, la tetrazzini, etc., porque en buena medida el público de la ópera, y eso se sabe, es de los más conservadores que existen en la historia del arte. y de cualquier espectáculo. anteponer "la" a un apellido femenino, más que discriminar a la aludida o escribir a lo macho, que no niego que puede ser, va ahí por ser "única". o creerlo, o darlo a entender o irónizar (pues todos por el principio de unicidad somos únicos). "la" callas, viene a decir que aunque hubiera otra callas, no es "la" callas. como un gabriel zutano, no es "el" gabo. perdón por el gabriel, nada personal, es un simple ejemplo, jejeje. y sí, decir eso es pretencioso. "la" ópera, es "la" obra. aunque hayan millones de obras. no cualquiera. así de pretenciosos eran sus inventores. y sus seguidores, a fin de cuentas. y sus intérpretes, de los cuales algunos se sienten divas o divos o actúan como tales, lo que no deja de ser ridículo, porque lo divino es divino, y lo divo es humano, demasiado humano. en cualquier caso, ese viejo oropel, caduco, y anacrónico, sin duda risible, de la socialité, que es parte de la ópera y su historia es el que con perspectiva contemporánea quise evocar en esta reseña-crítica, a propósito de que vino "la" fleming, una diva única, a un país donde hace mucho que no veíamos una y mucho menos muchas.
ResponderEliminardespués de todo, asumo la responsabilidad de usar "la" antes de un apellido femenino. soy fan declarado de la posmodernidad y del arte posmoderno, y una de sus premisas es "honrar la tradición al tiempo que se le carnavaliza".
jnoé
p.d. algunas mujeres son odiosas. otras son diosas. algunos hombres son odiosos, otros grandiosos. el ser humano a veces es odioso, aunque a veces portentoso.
Poner artículo antes del nombre (pero no del apellido) es una costumbre que yo conozco de varios lugares del norte y de Morelos.
ResponderEliminarEn fin, el Noé, sólo tengo un comentario a tu por demás inteligente respueta:
Creo que somos muy, pero muy ñoños.
Un abrazo.
El Páramo
Me cae bien el Páramo. Ya sabía yo que era broma, no podía ser cierto tanto odio jarocho así porque sí. Machismo, misoginia, homofobia, son algunos de las tantas carencias culturales que seguimos cargando. Y efectivamente soy el Yrízar, con "Y" (I griega) y acento en la segunda "i".
ResponderEliminarManuel Yrízar
Estupenda la reseña que hace este genial y admirado (x ese impecable Blogg) de much@as y envidiado de algunos menos, (pero envidiado sin embargo) Bloggerista, (¡que palabreja!) José Noé Mercado, del recital de Renée Fleming en el Palacio de Bellas Artes, de esa reseña yo lo comparto todo, a mí también me complace enormemente su canto, no así a todos los oyentes pues hace un tiempo, precisamente en un correo leí de ella lo que yo en su día califiqué, y volvería a calificar, de disparate. Pero es que hay gente que se siente igualmente complacida por el canto de Olimpia que por el insufrible timbre de un despiadado despertador pitando, sin dar tregua, a las 6 de la madrugada. Muchas veces es una mera cuestión de entusiasmo y capacidad de deleite.
ResponderEliminarPues eso, ¡felicidades a JNM! y me alegra mucho que ese estupendo público disfrutase de lo lindo ... espero que ese recital sea el reclamo de más recitales, más óperas ... y más comentarios así de buenos.
María Porras.