La hermandad cósmica se da cuando alguien, que no tiene ningún lazo ni contacto contigo, sabe lo mismo que tú sabes. Ha experimentado lo mismo que tú has experimentado. Bajo el mismo sol, sobre la misma Tierra, ha vivido y sentido como tú has vivido y sentido. El pensamiento se junta, no importa la distancia ni el tiempo. Ni el idioma ni el color o los rasgos. Y eso es un consuelo enorme. Uno se siente comprendido. Uno se siente menos solo en el universo, incluso en el momento en que más solo se siente.
Así las cosas, la grandeza y valor de un libro, después de todo, depende de su presencia. Sólo de eso, que no es poco. Todo libro y autor entrañable está presente, fiel, justo cuando más se le necesita. Uno lo agradece. Va otro fragmento del enorme Murakami, de su presencia y comprensión agradecible:
"-Watanabe, no tienes mucho apetito, ¿verdad? -comentó Midori bebiendo té verde caliente.
"-No, no mucho.
"-Es culpa del hospital. -Midori miró a su alrededor-. Os pasa a todos los que no estáis acostumbrados. El olor, el ruido, el aire cargado, la cara de los enfermos, la tensión, la decepción, el sufrimiento, la fatiga. Es debido a eso. Todas estas cosas bloquean el estómago y a uno le hacen perder el apetito. Pronto te acostumbrarás. Uno no puede cuidar a un enfermo a menos que coma bien. Yo eso lo sé porque he cuidado a cuatro personas: a mi abuelo, a mi abuela, a mi madre y a mi padre. Es muy probable que ocurra algo y no pueda tomar la siguiente comida. Así que uno debe comer lo que le pida el cuerpo.
"-Ya te entiendo -intervine.
"-Cuando vienen de visita mis familiares comemos aquí juntos, todos dejan la mitad del plato. Como tú. Y cuando ven que yo lo como todo, ¿sabes qué me dicen? "Oh, Midori. ¡Qué suerte tienes de estar tan bien! Yo me siento tan conmovida que no puedo comer". ¡Pero quien cuida al enfermo soy yo! No es broma. Los demás se limitan a venir de vez en cuando a compadecerse. Y yo soy quien le quita la mierda, le saca las flemas y le enjuga el cuerpo. Si la compasión bastara para limpiar la mierda, yo me compadecería cincuenta veces más que cualquiera de ellos. Sin embargo, cuando termino la comida todos me miran reprochándome: "¡Qué suerte tienes de estar tan bien!". Quizá todos me toman por una burra de carga. Ya son mayorcitos, ¿no crees? ¿Por qué no entienden todavía de qué va el mundo? Hablar es muy fácil. Lo importante es limpiar la mierda o no hacerlo. Yo también me siento herida en ocasiones. Y también me quedo sin fuerzas. A mí también me entran ganas de ponerme a llorar. Imagínate. Pese a no tener ninguna esperanza de curación, los médicos le abren la cabeza y se la remueven, una y otra vez, y siempre empeora y va perdiendo poco a poco sus facultades, y yo soy testigo de ello y no puedo ayudarle en nada. ¡Esto no hay quien lo soporte! Además, ves cómo tus ahorros van fundiéndose...".
Así las cosas, la grandeza y valor de un libro, después de todo, depende de su presencia. Sólo de eso, que no es poco. Todo libro y autor entrañable está presente, fiel, justo cuando más se le necesita. Uno lo agradece. Va otro fragmento del enorme Murakami, de su presencia y comprensión agradecible:
"-Watanabe, no tienes mucho apetito, ¿verdad? -comentó Midori bebiendo té verde caliente.
"-No, no mucho.
"-Es culpa del hospital. -Midori miró a su alrededor-. Os pasa a todos los que no estáis acostumbrados. El olor, el ruido, el aire cargado, la cara de los enfermos, la tensión, la decepción, el sufrimiento, la fatiga. Es debido a eso. Todas estas cosas bloquean el estómago y a uno le hacen perder el apetito. Pronto te acostumbrarás. Uno no puede cuidar a un enfermo a menos que coma bien. Yo eso lo sé porque he cuidado a cuatro personas: a mi abuelo, a mi abuela, a mi madre y a mi padre. Es muy probable que ocurra algo y no pueda tomar la siguiente comida. Así que uno debe comer lo que le pida el cuerpo.
"-Ya te entiendo -intervine.
"-Cuando vienen de visita mis familiares comemos aquí juntos, todos dejan la mitad del plato. Como tú. Y cuando ven que yo lo como todo, ¿sabes qué me dicen? "Oh, Midori. ¡Qué suerte tienes de estar tan bien! Yo me siento tan conmovida que no puedo comer". ¡Pero quien cuida al enfermo soy yo! No es broma. Los demás se limitan a venir de vez en cuando a compadecerse. Y yo soy quien le quita la mierda, le saca las flemas y le enjuga el cuerpo. Si la compasión bastara para limpiar la mierda, yo me compadecería cincuenta veces más que cualquiera de ellos. Sin embargo, cuando termino la comida todos me miran reprochándome: "¡Qué suerte tienes de estar tan bien!". Quizá todos me toman por una burra de carga. Ya son mayorcitos, ¿no crees? ¿Por qué no entienden todavía de qué va el mundo? Hablar es muy fácil. Lo importante es limpiar la mierda o no hacerlo. Yo también me siento herida en ocasiones. Y también me quedo sin fuerzas. A mí también me entran ganas de ponerme a llorar. Imagínate. Pese a no tener ninguna esperanza de curación, los médicos le abren la cabeza y se la remueven, una y otra vez, y siempre empeora y va perdiendo poco a poco sus facultades, y yo soy testigo de ello y no puedo ayudarle en nada. ¡Esto no hay quien lo soporte! Además, ves cómo tus ahorros van fundiéndose...".
Haruki Murakami
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