Monday, May 19, 2008

Jenufa en Bellas Artes


No había posteado mi crítica de Jenufa en BA. Lo hago ahora. Crédito: las fotografías son del FMCH. Creo que a nadie más le dejaron tomar imágenes, más allá de cinco minutos del primer acto. Uf. Nada, va:

Jenufa en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

Tiene algo de gracioso comprobar que algún sector del quehacer operístico de México anda atrasado de noticias. Y se entusiasma, a grado de hacerse parecer esnob, al descubrir compositores nuevos o al menos contemporáneos como Leoš Janáček. Y luego procede, incluso, a criticar con tono perdona-vidas los caballitos de batalla, lo mismo títulos que compositores, casi todos del repertorio italiano, alguno del francés o alemán, que habitualmente conforman la contada actividad lírica nacional.

Todo esto, aunque tenga gracia, más bien es sintomático. Porque considerar a Janáček (1854 – 1928) y su ópera Jenufa (1904) como algo contemporáneo y venirle a encontrar, en pleno siglo 21, sus aportaciones a la historia operística, no es esnobista. Ojalá eso fuera. Es simple y llanamente la actitud del wannabe, del que quiere ser porque no es, que define a la perfección el estado lírico de nuestro país.

Y nos indica cómo están las cosas, cuál era el terreno de cultivo, ahora que el 24 Festival de México en el Centro Histórico, en coproducción con la Compañía Nacional de Ópera como parte de su Temporada 2008, estrenara Jenufa en el Teatro del Palacio de Bellas Artes (a sólo 104 años de su estreno original en Brno), presentando funciones 10, 13, 20 y 22 de abril, además del ensayo general, el 8, anunciado como función especial de prensa (en la que, con el pésimo tino que ya se va haciendo costumbre en las ediciones del FMCH, a los reporteros gráficos se les limitó a estar sólo en los primeros cinco minutos de la representación, lo cual por todos lados es un despropósito para la adecuada cobertura del evento, además de un gesto grosero y pedante: cinco minutos y se van, ¿así o más majaderos?).

Al margen de todo lo dicho, esta producción de Jenufa, en realidad, fue bastante buena por funcional y decorosa. Se logró tanto en los aspectos músico-vocales, cuanto en los discursivos-escénicos. La CNO se sacó una espinita de las muchas que tiene clavadas en su labor de producir ópera. Ojalá mantenga constante ese paso. Por bien de todos.


Por lo que toca al reparto, la soprano checa Helena Kaupova interpretó al personaje que da nombre a la obra y lo hizo con calidad canora, acento dramático y sufriente: víctima. En la cuerda tenoril, el también checo Ales Briscein estuvo en el rol del galán-gañán desentendido Steva y el italiano Gianluca Zampieri en el de Laca, también galán-gañán, pero que aspira y consigue por estar siempre ahí lo que Steva tuvo y despreció: los favores de una torpe y masoquista Jenufa. Ambos, uno más ligero, el otro más dramático, cantaron con voz y técnica sólida, aunque histriónicamente no son ejemplo de calidez.

La legendaria Catherine Malfitano se lució al encarnar a la Sacristana Kostelnicka, no sólo con una voz caudalosa, potente y autoritaria, sino con un fuelle actoral que dominó el escenario cada vez que apareció en él. E incluso cuando no estaba, porque el calibre y los quilates de una intérprete como ella se incrustan de inmediato en la memoria de quien los ha presenciado.

Las voces mexicanas de Irasema Terrazas, Armando Gama, Carla Madrid, Belem Rodríguez y Arturo López completaron el elenco con buenas participaciones, si bien sus personajes no pueden sacudirse lo insustancial, como los demás, los protagónicos, en su construcción, también tienen que enfrentar tics, prejuicios y lugares comunes que acercan la trama realista, de tintes expresionistas (expresionismo no alemán, sino checo, lo que significaría no estados de ánimo excesivos, sino un rico abanico emocional), a personajes algo acartonados, sin transiciones. Planos.


De cualquier manera, el trazo escénico de Juliana Faesler sacó el mayor jugo posible a esta historia, discurriendo la trama con movimientos respetuosos del entramado musical. Con una iluminación discreta pero efectiva, una escenografía pobre, es decir bellasartesina, aunque bien dispuesta, lógica y funcional. Eso sí: con el infaltable cliché del ciclorama al fondo del escenario mostrando imágenes o colores de entorno y relleno al mismo tiempo.

Al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes se contó con la concertación de Jan Chalupecky, una batuta conocedora que brindó idea y destino hacia el cual dirigirse en esta partitura de Janáček, un mérito no menor en estas funciones.



La clave para comprender la relevancia de Janáček la dejó muy clara el escritor Milan Kundera, también nacido en Brno, en su célebre ensayo sobre este compositor en Los testamentos traicionados:

“Janáček nació en 1854. Toda la paradoja radica en eso. Este gran personaje de la música moderna es el mayor de los últimos grandes románticos: tiene cuatro años más que Puccini, seis más que Mahler, diez más que Richard Strauss. Durante mucho tiempo escribe composiciones que, debido a su alergia por los excesos del romanticismo, no se distinguen más que por su acusado tradicionalismo. Siempre insatisfecho, siembra su vida de partituras inacabadas; sólo con el cambio de siglo llega a su propio estilo. En los años veinte, sus composiciones ocupan su lugar en los programas de concierto de música moderna, al lado de Stravinski, Bartok, Hindemith; pero tiene treinta, cuarenta años más que ellos. De ser un conservador solitario en su juventud, pasó a ser en su vejez un innovador. Pero sigue estando solo. Porque, aunque solidario con los grandes modernistas, es distinto a ellos. Llegó a su estilo sin ellos, su modernidad tiene otro carácter, otra génesis, otras raíces”.

Así que esos entusiastas wannabes camuflados de esnobistas en éxtasis casi místico que descubrieron los alcances de Janáček con estas presentaciones, sintiéndose y queriendo hacernos sentir en el primer mundo, deberían más bien reconocer y sorprenderse de lo rezagado de nuestro entorno operístico que aplaude por vez primera, más de una centuria después, lo creado en otras latitudes. Y recordar, o saber, la gran verdad que Kundera señaló, también en Los testamentos traicionados:

“Hay algo desgarrador, cuando no trágico, en el hecho de que Janáček concentrase la mayor parte de sus fuerzas innovadoras precisamente en la ópera, poniéndose así a merced del público burgués más conservador que pueda imaginarse. Además, su innovación radica en una revalorización jamás vista de la palabra checa, incomprensible en el noventa y nueve por ciento de los teatros del mundo. Es difícil imaginar mayor acumulación voluntaria de obstáculos. Sus óperas son el más hermoso homenaje que jamás se haya rendido a la lengua checa. ¿Homenaje? Sí, en forma de sacrificio. Inmoló su música universal a una lengua casi desconocida”.

Y Kundera sabía de lo que hablaba. ¿Y nosotros, en México?

3 comments:

  1. Muy interesante, hasta se me antojó.

    Lo de los cinco minutos no es grosería, es simple y llana estupidez.

    Un abrazo.

    Páramo III

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  2. pero qué listo es el páramo III: en lo de los cinco minutos, ¡opina igual que yo!

    :P

    un abrazo gabriel

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  3. ¡Así somos los fungis!

    Luego deberíamos comentar el lastimoso estado del periodismo mexicano.

    El Páramo III

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