Andrés Caicedo ya no está del todo en una celda, sino en el ánimo y la sensibilidad de los lectores que, de un tiempo a la fecha, lo están descubriendo por toda Latinoamérica. En México, por ejemplo, su nombre ya no es desconocido. Cada vez más se sabe quién es este escritor y cinéfago caleño tan contemporáneo y, lo mejor, vigente, desaparecido hace 31 años.
Al redescubrimiento de este personaje harto ha contribuido su autobiografía, dirigida y montada por su par chileno, el también escritor y cineasta Alberto Fuguet. Mi cuerpo es una celda se lanzó ya en México, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2mil8. Se lanzó hace unos días en Chile (donde me cuentan que ya está agotado) y Colombia y se lanzará ya igual en Perú. Pronto circulará, supongo, en toda América Latina y, quizás, otros lados.
Estuve en Guadalajara y en la FIL y en la presentación de este libro-documental. Conversé también con Alberto Fuguet sobre este singular proyecto y hoy salió algo al respecto publicado en el periódico Excélsior. Creo que a esta hora todavía se podrá conseguir un ejemplar impreso, o de cualquier modo se puede leer en línea, y, por si acaso, procedo a postearlo.
Excélsior 8-Dic-2008
Andrés Caicedo revive con ayuda de Fuguet
Por José Noé Mercado
GUADALAJARA.-“Me gusta que la gente piense que ya estoy acabado, para que reciban de tanto en tanto la sorpresita”, escribió Andrés Caicedo, quien está de regreso al mundo. El 4 de marzo de 1977, a los 25 años de edad, murió el escritor y cinéfilo colombiano sobre su máquina de escribir, luego de recetarse 60 seconales. Pero ahora, como en una cinta clase B, nos da la sorpresita de volver, para finalmente ser reconocido fuera de su país, a través de Mi cuerpo es una celda, suerte de documental filmado con tinta por el escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet.
Mi cuerpo es una celda (Editorial Norma) es un libro que, después de estrenarse en Chile y Colombia, se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2008. Se trata de una autobiografía, de un testimonio de puño y letra de Caicedo, bajo los créditos de dirección y montaje de Fuguet, quien en el making of explica: “Caicedo no escribió este libro tal como existe y acaso no lo concibió, al menos de manera consciente, pero es su libro. No se sentó a escribir Mi cuerpo es una celda. Simplemente se sentó todos los días a escribir lo que fuera. Todo lo que está en el libro ha sido escrito por Caicedo. El material base fueron cartas, trozos de papel, diarios a medio terminar, libretas, cuadernos argollados, críticas de cine, artículos de prensa y ‘escritos’”.
A partir de este magma, Fuguet esculpe un conmovedor testimonio en primera persona (la de Caicedo), que al tiempo que nos muestra su vitalidad y pasión por la literatura y el cine, se desgarra y fisura irremediablemente como existencia, en la soledad, en la incomprensión, en la urgencia de conectar con el mundo: pero en la conciencia de su imposibilidad. Caicedo, igual que le pasaba con el baile de la salsa, quería pero no podía: “He soñado que muchas mujeres me asedian, que quieren bajarme los pantalones y yo nunca me dejo: aterrado ante la idea de que encuentren, allí donde esperan vigor, tiesura, un pedazo de músculo flácido porque se encuentra desencantado con el mundo, porque él mismo ya no quiere darse gusto de vida, sino que viene buscando la muerte”.
El mérito de Fuguet radica no en la simple recopilación y armado de textos, sino en comprender y enfocar la sensibilidad de Caicedo para llevar las premisas (un chico cinéfilo y suicida, de pelo largo y gafas onderas, tartamudo y fiestero) hasta el encuadre de un personaje profundo y empático que despierta en el lector la ansiedad de abrazarlo y, quizás, protegerlo en su caída, para contribuir a una salvación.
El narrador chileno muestra sus dotes de director y usa diversas tomas y planos para encontrar detalles y matices entrañables en Caicedo: lo leemos, por ejemplo, en poemas, posts, ensayos, crónicas, críticas, contemplando su ciudad, su río, dialogando por carta muchas veces sobre la cultura pop o, simplemente, tirado durante una hora en el suelo de su habitación, en silencio y completa oscuridad. De lo anterior, puede deducirse que la estructura de Mi cuerpo es una celda es sólida, pero ágil, imaginativa, de lectura rápida y con punch.
Este libro es el fruto de un encuentro epifánico de Fuguet con Caicedo. El chileno supo de Caicedo en 2000, en Lima, Perú, pues en la hoy desaparecida librería La Casa Verde, mientras hacía hora, encontró su libro Ojo al cine: “Veo los datos del autor: 25 años, colombiano, y empiezo a hojear: James Dean, Roger Corman, Taxi Driver, películas de terror, cosas muy actuales, y digo: ‘qué es esto, de dónde salió’.
“Compro el libro, me voy al aeropuerto, me subo al avión, son tres horas a Santiago, y aterrizo otra persona. Fascinado, me encuentro con el hermano que siempre anduve buscando, con el par, con el tipo que yo sentía que me hacía falta para haber sido menos atacado, alguien que me habría podido proteger, que me habría podido decir ‘tú también puedes escribir de esto, no está mal escuchar música en inglés, no eres un traidor por escuchar a Radiohead o a The Rolling Stones, en vez de escuchar rancheras: tú puedes ser chileno o peruano, ecuatoriano, colombiano o mexicano, ver películas extranjeras y, sin embargo, procesarlas localmente’”.
Fuguet afirma que “Caicedo es un escritor que puede viajar. Su lenguaje, sobre todo en sus textos de no ficción, no es tan difícil, raro o colombiano como la gente podría pensar, sino el de un autor contemporáneo, moderno y nuevo, que puede viajar también a otros idiomas. Para cualquier persona que la haya pasado mal, ya no digo alguien que se ha matado o está en ello, que haya dudado de sí misma, que esté insegura o que sienta que algunos se han burlado de ella, es un autor impresionante porque escribe desde el corazón.
“Más allá de la figura del pelo largo o de aquello de que todo el día estaba como volado, Andrés Caicedo, claramente, escribió. Hay toneladas de sus cartas. Las de cine son alucinantes, porque Andrés era un cinéfilo que veía de todo: desde basura hasta gran arte. Era un tipo que veía a François Truffaut, a Roger Corman. Cuesta imaginarse que Caicedo escribió al final de los 60, en América Latina. O sea, si fuera norteamericano habría sido contemporáneo de Jack Kerouac o William Burroughs, de la Beat Generation, o de gente más grande que él, como Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald.
“En su momento, Andrés escribía como nadie en América Latina. Cuesta muchísimo entender que en una ciudad de provincia, en Colombia, en los mismos años de Cien años de soledad, había un tipo que sin internet, sin VHS, sin YouTube, parecía que estaba viviendo en Nueva York. Era un tipo con la información que yo, aun hoy, conozco muy poca gente que la domina. Creo que hay muchas formas de entender a Andrés Caicedo, pero, entre otras facetas, es el gran cinéfilo latinoamericano. Hay gente que va al cine para huir. Andrés iba a refugiarse. Se dio cuenta que afuera la vida no era tan buena y que había que ver cine. Él vio películas para salvarnos a nosotros. Porque, más que un crítico, quería que la gente fuera a ver las mismas cintas que él había visto. En ese sentido, era un psicópata, un cinépata. Él sentía que la gente debía ver sus películas y que, logrando eso, iba a salvar al mundo. A lo mejor se dio cuenta que, en el fondo, no iba a poder salvarse él, pero si la gente veía las películas que él veía, el mundo iba a ser mejor. Y yo creo que el mundo, efectivamente, es mejor por Andrés”.
Las prisiones siempre están sedientas de libertad.
ResponderEliminarAquí estoy, devolviéndole algunas de las visitas que le debo.
Orlando.
La imagen del escritor muerto por propia mano sobre su máquina de escribir es de una fuerza terrible que extremece. El cadaver de Caicedo se nos muestra dramático y fúnebre como en una toma enplano secuencia de cine NOIR. Negra y en Blanco y Negro la negrísima escena macabra. Como negra fue su vida refugiado en la negritud de una sala de cine. Mayor soledad que esa no es posible. Caicedo entra en la sala de cine a vivir. La que lleva no parece vida. La vida verdadera es la que él encuentra en la blanquísima pantalla que se va llenando de rostros de personajes en los que el transmigra su alma y se transporta a ser lo que es realmente dentro de sí. Transubstanciación herética tal vez. ¿Reencarnación? No. Su alma dolorosa sigue prisionera en ese cuerpo joven pero impotente. Tan sigue allí metida que es preciso mandarla fuera. A otro lugar. Al más allá o al más acá. Fuguet nos regala esta historia que no es autobiografía sino creación mítica de un joven suicida llamado Caicedo.
ResponderEliminarLo prometido se cumplió x Alberto Fuguet: recuerdo hace un año en la FIL 2007 que nos comentó de aquel proyecto, ahora realidad.
ResponderEliminarHace tiempo escribí: Andrés no murió joven, mas bien, ha muerto lo suficiente para vivir lo necesario literariamente.
La ayuda de Fuguet es tal, que los que seguimos en la onda latina literaria, nos congratulamos de la biografía o autobiografía de CAICEDO.
Claro es, que Noé como siempre, nos mantiene al tanto de sucesos cool y ahora con su visita a la FIL 2008, nos trae más buenas nuevas, aunque nos esté llevando el carajo...Saludos a Noé.
P.D. Saludos a Manuel Yrizar.