Al abrir el libro En mil pedazos de James Frey un tigre de ansiedad y dolencia salta para desgarrar al osado lector. La lectura, que inicia veloz por el estilo brutal, directo, sin poses, suele detenerse por un asco monocorde que se acumula en las poco + de 500 páginas que conforman la obra. Es un testimonio de viaje, muy posmoderno diría yo, por las pantanosas aguas de la adicción al alcohol y a los drogas. Posmoderno, porque el suelo falta muy a menudo para el protagonista en su proceso de rehabilitación, la gravedad que debería atarnos al piso de la vida cotidiana falla y se avisora un desencanto absoluto.
Como se sabe, la célebre presentadora y gurú televisiva Oprah Winfrey contribuyó a que En mil pedazos se convirtiera en un best seller, de ventas equiparables a fenómenos literarios de colosal estirpe como Harry Potter. Primero porque presentó en su programa a James Frey como autor protagonista del libro, encomiando las agallas de su testimonio de adicto recuperado. Luego porque lo tacharía de farsante o algo parecido, una vez que trascendió que Frey no sólo escribió en el libro su realidad, sino que la ficcionó un poco. Semejantes lides fueron detonantes para que una vez + aparecieran ensayos literarios por todas partes con el tema central sobre la ficción o no ficción de un relato que si bien puede leerse como novela se presenta igual como autobiografía. Fue curioso cuando compré el libro. Aunque busqué En mil pedazos en varias secciones de una tienda, los vendedores irremediablemente me enviaron (pregunté a + de uno por cierta incredulidad que me agobió) a los estantes de sicología.
Y me pareció claro que a los vendedores que conocían la sinopsis de En mil pedazos, o se la imaginaban, les parecí un adicto o un pirado o un sujeto que necesitaba igual recomendaciones de libros de autoayuda, ya que me las hicieron.
James Frey algún día trabajó de Papá Noel en unos almacenes. Eso lo supe al investigar un poco sobre su vida, de la que no se cuenta nada en la ficha que viene en la solapa de En mil pedazos. De hecho, la semblanza me fascinó (a diferencia de aquellas con las que prentenden inflarse algunos autores y no se diga un cúmulo de cantantes operísticos: tengo, por cierto, una amiga que se dice especialista en detectar y desenmascarar currículos de artistas líricos: una deliciosa ociosidad). La solapa dice:
"James Frey nació en Cleveland y actualmente vive en Nueva York con su mujer. Éste es su primer libro".
Dos párrafos, de muestra. El primero:
"Empiezo a encontrarme mal. Me recorren el cuerpo oleadas de náuseas. Empiezo a tener frío. Cierro los ojos y los abro y vuelvo a cerrarlos. Lo hago rápidamente, lo hago despacio. Empiezo a tiritar y miro al asiento de delante y se mueve. Empieza a hablarme o sea que dejo de mirarlo y veo luces azules y plateadas revoloteando por todas partes. Cierro los ojos y las luces me vuelan por el cerebro. Siento cómo se me pasea la sangre lentamente por el corazón y me parece que voy a desmayarme así que me pongo una mano en la cara y aprieto. Me duele, pero quiero ese dolor porque da veracidad a esta pesadilla y me impide enloquecer. El dolor es inmenso, pero lo necesito porque me impide enloquecer".
El segundo, que en realidad está antes que el primero:
"Quiero salir corriendo o morirme o drogarme. Quiero estar ciego y mudo y no tener corazón. Quiero arrastrarme a un agujero y no salir nunca. Quiero borrar mi existencia del mapa. Del puto mapa".
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