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jueves, septiembre 28, 2006

El llamado de Lovecraft

Hace tiempo leí en alguna parte una crítica literaria -es probabable que haya sido escrita por un crítico chileno: eso no recuerdo bien- que se vengaba, o casi, de cierto tipo de vacas sagradas de la escritura, al confesar que por cada libro que leía de algún autor intelectualmente reconocido y académica y teóricamente respetado, para desintoxicarse se ponía a leer, esos sí por mero placer literario, dos -o tres o cuatro o cinco- libros de Stephen King (Maine, USA, 1947).

La receta de aquella crítica, aunque quizá sea falsa o embustera o utilice al llamado Maestro del terror para golpear a los escritores serios, en el fondo no me parece tan descabellada. Considero a Stephen King un autor entrañable entre otras muchas razones porque de su autoría fue la primera novela, el primer libro completo, que leí en mi vida -La zona muerta-, y mal que mal desde entonces no he dejado la devoración de libros. O sea que estoy agradecido con él. De hecho, según creo recordar, cuando púber, yo solía escribir relatos imitando el estilo de Stephen King. O mínimo lo intentaba. Incluso mis textos, que se perdieron para siempre y por fortuna en algún puto disco de tres y media, contenían toda la tipología en serie de lugares comunes y expresiones tan agringadas y usuales en los libros de King, que en mi perspectiva y gusto nunca fueron un defecto, sino pequeños encuentros de realidad cotidiana que contrastaban, dando cierta certeza y credibilidad a la narración, con esos rincones hediondos y oscuros, bellos, mágicos o fascinantes, a los que no pocas veces transportan sus historias. Quizá, como ha escrito y dicho el propio Stephen, su verdadero gran defecto sea vender millones de ejemplares y ser leído por multitudes, para envidia de sus intelectualmente respetados críticos y colegas.

Pero este post no pretendía, no pretende, hablar tanto de Stephen King. Ya habrá momento para escribir algo más adecuado y correspondiente al cariño que le profeso a su literatura. Lo que sí quería y quiero decir es que en estos días en que he estado encamado, y no precisamente por placer, aproveché para desintoxicarme de muchos autores de prestigio académico, siguiendo a pie juntillas la receta de la crítica con la que inicié este texto, puesto que decidí leer a un tiempo, entre otras cosas, cinco libros de Stephen King -tres novelas, dos colecciones de relatos-. Ya hablaré de ellos y de la capacidad prolífica de Stephen King para relatar historias. Y de su versatilidad, pues aunque se le llame el Maestro del terror, lo cierto es que aborda diversos géneros con bastante éxito. No en balde todo lo que escribe es best-seller (incluso él suele bromear diciendo que le han dicho que si escribiera la lista del súper también sería un hitazo de ventas en las librerías), y tampoco es gratis su fama como "el escritor vivo más famoso del mundo".

Vuelvo al objetivo original de este post. En estos días, al leer a Stephen King, quien indudablemente, aunque domine otros géneros, es un maestro del terror contemporáneo, no pude evitar ir a dar de nuevo con Howard Phillips Lovecraft (Providence, USA, 1890-1937), un titán clásico del terror. Tanto para decir esto.

Lovecraft -quien podrá tener debilidades notorias e insalvables en su narrativa: por ejemplo el uso de los diálogos- es un autor notable, o que debería ser notable, porque logró iniciar toda una nueva mitología llamémosle, y con eso demuestra su visión amplia y profunda del mundo que se nos venía encima, muy posmoderna. El terror que Lovecraft convoca en sus textos no es el que imponen los fantasmas o los vampiros o lo seres de ultratumba y demás fetiches del terror tradicional. Lovecraft es un existencialista desencantado, cuya prosa produce horror porque capta la insignificancia del ser humano en el cosmos, un cosmos por lo demás indiferente hacia el hombre y sus propósitos y actos. Intuye y plasma la intrascendencia, lo efímero, lo evanescente de la vida. La carencia de sentido.

Carles Bellver Torlà dice y nos enfoca el panorama con pluma certera en su conocido artículo-ensayo Lovecraft según Borges:

"De igual modo que hizo Nietzsche, Lovecraft estaba sacando consecuencias de la muerte de Dios en la cultura occidental. Sus cuentos expresan la soledad y la pequeñez de lo humano en un universo infinito y amoral, azaroso y hostil, carente de significado y angustiosamente ajeno a nuestras preocupaciones y cavilaciones. El miedo ya no lo provoca el morboso encuentro con cadáveres o espíritus, sino la conciencia de nuestra situación en el mundo".

En mi opinión, Lovecraft genera pantofobia.

Luego, tal vez hable de la mitología de Cthulhu que inicia Lovecraft y concretan muchos otros autores. De mientras, dos fragmentos del relato La llamada de Cthulhu, incluido en su libro En la cripta, que ejemplifican grosso modo lo que he venido diciendo, o tratando de decir, sobre Lovecraft:


"A mi juicio, no hay cosa más digna de compasión en este mundo que la incapacidad de la mente humana para poner en relación todo su contenido. Vivimos en un apacible islote de ignorancia en medio de tenebrosos mares de infinitud, pero no fuimos concebidos para viajar lejos. Hasta el momento, las ciencias, cada una siguiendo su propia trayectoria, apenas nos han reportado mal alguno. Pero el día llegará en que la reconstrucción de los conocimientos dispersos nos pondrá al descubierto tan terroríficas panorámicas de la realidad, y de la pavorosa situación que ocupamos en las mismas, que o bien nos volveremos locos ante semejante revelación o huiremos de la luz mortal en pos de la paz y salvaguardia de una nueva era de tinieblas".

"¿Quién sabe cuál será el final? Lo que emerge puede hundirse, y lo que se hunde puede volver a emerger. La más estremecedora repulsividad aguarda y sueña en el fondo de los abismos en espera de que llegue su hora, y la podredumbre se extiende por las tambaleantes ciudades levantadas por el hombre. El día llegará, ¡no puedo ni quiero pensarlo! Sólo pido que, si no sobrevivo a este manuscrito, mis albaceas antepongan la prudencia a la audacia y hagan lo imposible para que no lo vean otros ojos".

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