Tuesday, September 19, 2006

Voces de tierra

Puntualizo: este post es un humilde (ah, esa humildad del mexicano) obsequio de cumpleaños.

A veces me piden recomendaciones sobre algún disco que valga la pena regalar (a uno mismo o a los demás). Y también me han pedido que postee la reseña que escribí sobre el primer cedé solista de la soprano Irasema Terrazas y que originalmente publiqué en Pro Ópera.

La posteo y mato (virtualmente) tres pájaros (igual virtuales) de un tiro (virtual, faltaba más). La foto ("con efecto solecito") del centro es cortesía de Ana Lourdes Herrera. Gracias, de nada.

Irasema Terrazas
Voces de tierra
Por José Noé Mercado

1 Ya la carátula edénica y adánica del compacto Voces de tierra de la soprano Irasema Terrazas lo advierte: una serpiente, una manzana y una mujer: este disco es una tentación. Obvio, hay música y canto: son vehículos del amor, el erotismo, la lubricidad. Seducción, entrega, padecimiento: ingredientes en cantidad cercana, sólo cerca, de la sobredosis. Por fortuna, el kit incluye una suerte de conjuro —en forma de mantra—, que ayuda a poner en neutral la lluvia de sentimientos convocados, mínimo por un rato. La portada —take off—, por cierto, es obra del artista plástico Rafael Cortés y lleva fotografía de Lorena Alcaraz.

2 Voces de tierra, de Eduardo Gamboa, es un ciclo de canciones sobre textos de Alberto Ruy Sánchez, ese escritor y poeta erótico sutil y tántrico —en rigor, de su novela Los jardines secretos de Mogador—. Es una fusión amorosa en tres secuencias. Primero, un sonido curvo, que sabe a trópico y a calor de cierta voluptuosidad, es el espacio para una voz, el canto de Irasema, bella y decididamente femenina que no anda por las ramas: “Vengo movida por mi sangre, por su música. Vengo orientada por mi lengua, por su sed. Todos los días me visto de vientos, de mareas, de lunas. Y aquí, cuando me escuchas, de todo eso me desvisto”. Luego, en un preludio a la sinuosidad, algo exótico y misterioso, se escucha una invitación, ¿exigencia, súplica, hechizo?: “Entra, entra”. Después del placer viene la calma —a veces, cierto: pero en este caso sí—. Todo rélax. En esa envidiable somnolencia del eros, un canto demasiado ensoñado para entender algo más, o menos, que a su amante: “Cuando mi nombre se anuda indescifrable al tuyo, en la noche, cuando ya no sabemos lo que nos decimos y la ternura se nos llena de vocales largas, de quejas, de gemidos, de rasguños con la voz”.

3 Si los amorosos callan, ahora bien puede ser porque Irasema Terrazas canta y cuenta el amor desde perspectivas distintas, en el ciclo Por siempre Sabines de Julio César Oliva. Quizá desde una cuerda floja que conduce al ser amado, o una nostalgia: ese fino dolor de querer regresar, o acaso desde la conciencia anímica de que se está incompleto. El acompañamiento a la guitarra de Juan Carlos Laguna es cristalino y dibuja un mundo inmenso, o íntimo: en este caso da lo mismo, tristemente inabarcable. La voz de Irasema lo contempla, lo habita y aspira, frágil, a compartirlo. La poesía de Jaime Sabines: “Yo no lo sé de cierto”, “No es que muera de amor”, “Me doy cuenta de que me faltas”, y las sutilezas vocales de Terrazas encuentran las cicatrices en el carnet amoroso de quien las escucha. Poco importa si no las tiene. Igual se las hace imaginar. Y no las deja insensibles. Las fisura un canto delicioso.

4 En el ciclo Solamente sola de Samuel Zyman, el arte de Irasema Terrazas se va para adentro. Es una endoscopia intensa, a ratos agitada, de gran complejidad interpretativa, por el alma y la conciencia de una mujer emocionalmente dañada, caso típico: y por otro lado siempre único, insatisfecha y con sensación de alto vacío, cuya relación amatoria es, cuando más, un patético fantasmón arrastrando cadenas y todo. En el viaje ineludible por su unicidad existencial, se pregunta cuatro veces: Por qué solamente sola: “a pesar de la noche, reconozco en mí misma a esta mujer, silenciosa, que combate con tu ausencia la inefable nostalgia”, “me acuerdo de este espejo que acecha mi memoria, revierte la ternura y me evita la sed de saciar su cinismo”, “busco en su tacto tensiones para rebatir a mis sentidos”, “me fatiga la cadencia de verdades cercenadas por el lascivo bostezo”. La música de Zyman, sobre poemas de Salvador Carrasco, es más nerviosa y escarpada que la de los otros compositores incluidos en el álbum, con cambios de ritmo e intensidad casi biliosos y silencios temperamentales. La agitación espiritual se refleja en una escritura vocal que exige un espectro y rango más operístico.

5 La Canción de ausencia de Isaac Saúl, sobre un poema de Miguel Hernández, es una densa aflicción por la que el canto de Irasema deambula, desolado y abatido, temeroso de lo que será mañana. “Entre las flores me quedo”, dice, y sabe a tiniebla.

6 Así, las Cuatro piezas devocionales de Alejandro Velasco —Kavindu— son un remanso que desenchufa las inquietudes sensuales. El ánimo se tranquiliza. Cesa la marea de pasiones, a través de música serial y mantras. En ese minimalismo casi estático, la voz de Irasema Terrazas es más hechicera, más teatro, más hipnótica: después de todo, que las artes de cualquier Tony Kamo.

7 Contenido, neto: Un disco para nada camp. Es la idea concretada de una artista que sabe sopesar y apuesta por la música mexicana contemporánea y sus autores. Que no rompe con la tradición de canciones, más finas o más populares, que bien y mal dan rostro e identidad a un cancionero nacional. Más propositivo y, acaso, inteligente, su proyecto no se preocupa, en apariencia, por la historia del género. En realidad, se inscribe al frente de ella, sin vanas pretensiones, dispuesto a continuar su escritura. Toma la estafeta y la acarrea. La espiral del tiempo revelará hasta y hacia dónde.

8 Aunque en este material sorprende la agudeza interpretativa de Irasema Terrazas, vale la pena aventurar una tesis, aun a riesgo aparente de contradicción. Aunque no la hay. Para nada. La grabación de estas obras, algunas compuestas especialmente para Irasema, dejan la sensación de no ser interpretadas. De ahí su real valor. Como suele ocurrir con los grandes artistas, lo que hay es una empatía con lo que se aborda y que, en apariencia, muestra facetas de ella misma. Así se logra un punto de vista personal y, al mismo tiempo, genuinamente artístico. Es intuición y talento. Por lo demás, en este álbum hay muchas mujeres que, bueno, no cantan como ángeles ni como divas ni como ondinas, siquiera. Cero qué ver. Se pronuncian con profunda belleza y amor, pero esto es algo más mundano. Lo que se escucha en este disco son puras voces de tierra.

Irasema Terrazas, soprano
Obras de Eduardo Gamboa, Julio César Oliva, Samuel Zyman, Isaac Saúl, Alejandro Velasco —Kavindu—. Yleana Bautista o Isaac Saúl o Cristina Montero, según track, piano; Marisa Canales, flauta; Edward Spencer, corno inglés; Marcia Yount, oboe; Eleanor Weingartner, clarinete; Beata Kukawska, violín; Víctor Flores, contrabajo; Gabriela Jiménez, percusión; Juan Carlos Laguna, guitarra.
Urtext Digital Classics

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