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lunes, septiembre 18, 2006

La bohème, de nuevo, en Bellas Artes

Posteo la crítica que escribí sobre la reciente puesta de La bohème en BA. El reporte gráfico es, desde luego, de la fotógrafa Ana Lourdes Herrera, siempre colaboradora entusiasta y valiosa de este blog.

La bohème en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

La bohéme de Puccini, que es para el repertorio operístico italiano algo así como lo que es Nosotros los pobres para el cine mexicano, volvió a presentarse en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los pasados 6, 9, 11, 13 y 16 de julio, como parte de la Temporada 2006 de la Compañía Nacional de Ópera.

La analogía no es de balde, aunque quizá lo parezca. Viene a cuento, entre otras muchas razones, por el carácter clásico de ambas obras en sus contextos respectivos: lo que equivale a dejarse ver a la menor oportunidad, y aun sin ella; por esa sucesión de alegrías y desgracias cotidianas y sumidas en la pobreza (que por alguna extraña razón no margina del todo) que conforman la trama y su tinte melo—so—dramático (melodrama: drama popular que trata de conmover al auditorio por la violencia de las situaciones y la exageración de los sentimientos).

Las semejanzas entre Rodolfo, el poeta, y Pepe, el Toro, y sus palomillas de bohemios, casi siempre miserables, entre Nosotros los pobres y La bohème, además, pudieran considerarse con particular vigencia en esta producción de Bellas Artes, más que nada porque si en la obra de Puccini se intenta hacer arte aún en medio de la pobreza, la Compañía Nacional de Ópera intentó hacer lo mismo: hizo La bohème, buscó hacer arte, pero ante la escasez, casi nulidad, de recursos monetarios con los que contó para ello, de cierto modo lo que en verdad hizo fue dejar en claro que somos nosotros los pobres.

Nuevamente las autoridades, en este caso las de Conaculta, al no enviar a tiempo el presupuesto destinado para la CNO, dinero concentrado quizá en proyectos que la titular de la cultura nacional consideró prioritarios o sencillamente más importantes que hacer ópera, mostraron la carencia de planeación y seriedad con la que algunas instituciones funcionan (es un decir), en nuestro país. Peor, ya que no sólo la CNO padece la falta de recursos para el arte y la cultura. Por eso luego nos va como nos va, reza el dicho.

En la parte artística, los tenores Fernando de la Mora y Octavio Arévalo alternaron funciones en el rol del poeta Rodolfo. El primero abordó el personaje con imagen fresca, pero con una confección vocal basada en el empuje de la emisión. En varios momentos su belleza tímbrica otrora tan reconocida quedó detrás de un canto más bien gritado. Los años no pasan sin cobrar factura, y ni siquiera la voz de un gran artista, que por lo demás ha enfrentado este rol desde hace poco más o menos tres lustros, deja de pagarla. Arévalo hilvanó un canto más sutil y europeo, de sonido cálido y armónico, aunque con dificultad en la región aguda y algo de estrés en las zonas cercanas. Algún admirador de este tenor afirmó en los pasillos del teatro que el Rodolfo no sólo es el do. Y tiene razón, pero tal vez olvidó decir que también es el do. Su proyección del personaje fue más introvertida y por momentos lánguida. Ninguno de los dos tuvo punch histriónico al final. Y, a decir verdad, tampoco lo tuvieron mucho al principio.

En las primeras cuatro funciones el rol de Mimì fue interpretado por la soprano rusa Olga Makarina, ejemplo de técnica solvente y fineza interpretativa. No obstante, su caracterización dejó en el público un halo de frialdad y no logró emocionar en un rol típico del verismo que si algo busca es precisamente conmover y remover las emociones.

Marcello fue interpretado por Luis Ledesma, un barítono mexicano que cada día desarrolla su carrera con mayor firmeza en el ambiente internacional. Su nivel de canto dejó una muy grata impresión en el público de Bellas Artes, que hacía tiempo no lo veía en este teatro. Armando Gama, también barítono, abordó el rol de Schaunard con mucha propiedad y buena carga histriónica, mientras que el bajo Rosendo Flores no tuvo ningún problema como Colline.

Musetta fue cantada en tres funciones por Eugenia Garza y en dos por María Katzarava. Una, la primera, se ocupó más de proyectar coquetería y sensualidad en el escenario, sacando así partido a su papel, mientras que la segunda demostró que sus dotes vocales y su capacidad canora sortean con facilidad las exigencias de esta partitura. El bajo Arturo López Castillo tuvo muy buenas intervenciones en su faceta chusca, como Benoit y Alcindoro (aunque igual la hizo de sargento).

La escenografía de David Antón, que fue otra recuperación de años muy pasados, se tomó bastante literal eso de que buena parte de la acción (dos actos) transcurre en una buhardilla. No sólo se veía vieja, probablemente lo estuviera, sino que su diseño por momentos se tragó el sonido de los cantantes, sobre todo en el primer acto. El café Momus y la Barrera del infierno lograron ser recreados, lo que ayudó a levantar el nivel de la puesta en escena, junto con la iluminación de Kay Pérez. La dirección escénica de César Piña desarrolló acertadamente la trama, pues aunque La bohème es una ópera en que la acción se plantea con claridad desde el libreto, el trazo dispuesto ayudó a propiciarla.

El Coro y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes y la Schola Contorum de México tuvieron una destacada intervención bajo la batuta de Enrique Patrón de Rueda, si bien el volumen orquestal por momentos fue un poco alto. La concertación fue buena e hizo lo que pudo con lo que tuvo. Quizá hasta más. De cualquier manera, por el desempeño general tan poco melodramático y por aquello de que esta producción en buena medida fue a crédito, puede decirse que La bohème 2006 región cuatro, en Bellas Artes, quedó a deber. Y bastante.

1 comentario:

  1. No sabes como lamento no haber podido ir... en fin, será para la otra... lo que aún no se es si será para Carmen o hasta la próxima temporada.

    Saludos.
    Pd. Muy buen blog.

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