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martes, julio 22, 2008

Eugene Onegin en Bellas Ates



Desfasado. Algo. Entre una cosa y otra, no había posteado mi crítica de Eugene Onegin en Bellas Artes. Lo hago, a continuación. Tampoco era como muy urgente ponerla. De mejores cosas, creo, he escrito, y con más placer. En fin. Va:


Eugene Onegin en Bellas Artes
x José Noé Mercado


Si la Compañía Nacional de Ópera no tocó fondo, su fondo, estuvo muy cerca de ello con la presentación de Eugene Onegin de Piotr Ilich Chaikovski, los pasados 25, 27 y 29 de mayo, además del 1 de junio, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes.

Y es que no sólo puede llegarse a esa conclusión por el desmantelado fruto escénico del montaje, que consistió casi en todo momento en una caja negra —quizás como la de los aviones sirvió como testimonio de un posible desastre: y aquí sin duda lo hubo en lo artístico y administrativo—, aderezada con uno que otro elemento de verdad magro, como una mesa o unos girasoles de papel.

También es posible quedarse con esa impresión de tocar fondo porque de los planes originales, digamos objetivos, de la Compañía Nacional de Ópera para esta presentación, muchos, los importantes, se vinieron abajo: por diversos motivos, entre ellos la burocracia y la ineptitud administrativa, no se logró traer la producción anunciada de la Ópera de San Francisco. Tampoco trajeron a la soprano Ainhoa Arteta, ni al bajo Tamás Bátor.

Y, finalmente, el tenor Ramón Vargas, por quién se había decidido presentar este título, considerando su magnífica interpretación que hace del papel de Lensky, decidió no participar en las funciones que estaba anunciado, quedándose en Europa para cuidar su salud, afectada en ese momento, según se dijo, por un “severo resfriado”. Allá estaba porque justamente el 25 de mayo, día del estreno de Onegin en Bellas Artes, tenía un concierto en Lucerna, Suiza (a beneficio del Fondo Memorial Eduardo Vargas y que, igualmente celebraba dos décadas del ingreso del destacado cantante mexicano a la compañía de ópera de aquella localidad), y que, según dijo a Reforma en entrevista con María Eugenia Sevilla, “no podía cancelar”. Lo de México, como quiera, pero ése concierto, no.

Ante todo esto, a improvisar. A hacerle a la mexicana. En buena medida, como resultado de que en Bellas Artes, operísticamente hablando, suele trabajarse no con contratos firmados con la debida antelación, como operan la gran mayoría de teatros serios e importantes del mundo, sino con acuerdos de palabra. El apalabramiento es la carta de intención, que si se cumple, bien. Y si no, también, porque es no menos que la palabra, pero tampoco más. No pasa nada.

Todo esto, al margen de que a quien afecta es al público, que se convierte en el verdadero pagano, nos habla del carácter improvisado con el que tiene que moverse la Compañía Nacional de Ópera. ¿De qué sirve planear el futuro de la ópera en México, si se terminará improvisando al cinco para la hora? Total, si se va a actuar de esa forma, porque es la norma, porque así funciona el sistema, al menos las autoridades deberían quitarse lo pretencioso y ser humildes en lo que terminan por ofrecer.

Estos factores, como es comprensible, son, además, terreno fértil para las especulaciones, para la grillas, intrigas y quejas incluso dentro de los mismos grupos artísticos, hacia los solistas, hacia directivos, hacia los directores invitados. Y viceversa. Lo más elocuente, el termómetro del río revuelto, en este contexto en el que se presentó Eugene Onegin en Bellas Artes, es que unos y otros, de alguna manera, tienen razón en sus querellas.

Por lo que respecta a la parte artística de este ciclo de funciones, y una vez dicho lo de la caja negra y el concepto pobre de la puesta en escena, ¿o era puesta en concierto?, es preciso señalar el desconocimiento del género operístico que demostró el director de escena Horacio Almada. No dio muestras, siquiera, de comprender la música, de desarrollar la historia a partir de los ritmos, de las respiraciones, del sentido, que se desprenden al ejecutar la partitura melódicamente rica e intensa de Chaikovski. La música le quedó grande al director Almada, por algo más que obvio y simple: jamás la sintió escénicamente y menos pudo hacerla sentir en el trazo marcado a los personajes. Almada, junto con Mauricio Trápaga (él además firmó la iluminación), se encargó, con igual infortunio, del diseño de escenografía y vestuario.

Ya que describen a la perfección los hechos desde adentro y son más elocuentes, casi, que cualquier crítica, a continuación consigno las lastimosas pero sinceras palabras de un integrante del coro, difundidas en un mail que llegó, entre otras direcciones, a mi cuenta de correo electrónico:

“Una puesta en escena pobre, sin ton ni son, con vestuarios sacados del baúl de los recuerdos de las óperas de antaño, de la época en que entonces sí se hacía buena ópera. ¿Por qué no hablar del coro? El coro tuvo apenas un par de semanas de ensayos musicales para montar Eugene Onegin, mientras que el director en turno (Leszek Zawadka) se iba a hacer sus conciertos. No dudo de la capacidad del maestro Zawadka, pero en mi pobre opinión, que siga dirigiendo a su coro de niños… A esto le sumamos la torpeza de la dirección escénica que dejó mucho que desear. El coro cumple con el trabajo que le encomiendan, dependiendo del director que venga tal vez sea malo o bueno, pero siempre está ahí. Pero si nos mandan a un director de escena que no ha salido del teatro y que no tiene idea de lo que es la ópera, ¿cómo es posible que podamos desarrollar nuestro trabajo al cien por ciento? Mientras los directivos sigan invitando amigos y amigas a dirigir las pocas producciones de ópera que hay en Bellas Artes, nunca podremos salir del hoyo en el que estamos hundidos”.

¿Así o más claro respecto de cómo están las cosas?

Por lo que se refiere al elenco, debe destacarse la participación, en el rol epónimo de esta obra, del barítono Jorge Lagunes, quien debutó el personaje con un cantó sólido, de voz perfectamente emitida, producto de un acercamiento adecuado y riguroso a la partitura, que además suena embarnecida con un color atrayente.

Como Lensky, el tenor y gamer Arturo Chacón debutó en esta cuerda (antes fue barítono) en Bellas Artes. Su participación fue, en general, bastante buena, considerando que, además de la función para la que estaba programado, tuvo que hacerse cargo de las presentaciones que dejó su maestro (Chacón fue el recipiendario de la Beca Ramón Vargas – Pro Ópera). Su timbre, cuando despliega su instrumento, es muy bello y cálido, y sabe lo que está cantando, musical y dramáticamente. Quizá en lo que debiera trabajar es en hacer correr su voz con más brillo por el teatro, ya que tiende a opacarse, sobre todo en su registro medio, lo que evita que el sonido se extienda una vez que ha salido de su garganta, atorándose y produciendo un vibrato un tanto hosco.

Las sopranos Karine Babajanian e Irina Bikulova se alternaron el papel de Tatiana. La primera cantante, con una voz en realidad muy agradable, pero sin mostrar el proceso evolutivo —o involutivo, según se vea—, esa transición de casi niña campirana y romántica a señora de sociedad resignada a la conveniencia, no al amor, que experimenta su personaje. En ese sentido su canto fue plano, igual a lo largo de la función.

Una grata sorpresa, en el rol de Olga, resultó el desempeño de la joven mezzosoprano Guadalupe Paz, con un instrumento bien manejado, con timbre de color homogéneo, y una línea de canto fina, de buen gusto. Por su parte, el bajo Mikhail Svetlov, como Gremín, cumplió sin intensidad particular su breve papel. Mejores actuaciones (y caracterizaciones: aquí más que príncipe parecía campesino) le hemos visto en México.

Ivan Anguélov, al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, hizo un trabajo bueno, ya que, a fin de cuentas, la música producida sirvió como refugio a los espectadores, ante lo visto, y sobre todo lo no visto, en la escena.

En resumen, en esta puesta en escena de la Compañía Nacional de Ópera faltó decoro artístico, organización, idea. Es verdad que se tocó Chaikovski, pero, al mismo tiempo, quizá también se tocó fondo. Ojalá. Más nos valdría. No haberlo tocado ya, sería riesgoso, pero posible, por aquello de que nunca se está lo suficientemente mal, como para no estar peor. Vaya dilema.

1 comentario:

  1. Con muchísimo retraso, nada raro en la publicación de la revista PRO ÓPERA que empezó siendo casi un programita de mano y que ahora es una bella revista bien empresa de cuidado diseño y mejor editada desde el punto de vista técnico, aunque no distante de la mediocridad de lo que reseña pues no pueden pedirse crónicas y menos críticas de lo que casi es inexistente. Gran esfuerzo el de hacer una revista de ópera donde no la hay. Surrealistas seguimos.
    Aquí habla Mercado de tocar fondo. Nosotros pensamos que ya tiene años que lo hizo y ahogada está la lírica desde muchísimo antes y sín viso ninguno de mejorar. Creemos que la agonía al a que asistimos, etapa terminal de una manera de salir al paso con funciones improvisadas y sacadas de la manga llega a su fín. Para bien o para mal. No lo sabemos. Mientras no se anuncie lo que pretende hacer con la mal llamada Compañía Nacional de Ópera que no es ninguna de las tres palabras nada podemos vaticinar y menos predecir. Ese tocar fondo permitiria salvar al naúfrago si este todavía no se hubiera ahogado. El próximo cierre eminente del Teatro de Bellas Artes es solo el preludio al acto 1. Aunque no sabemos si la función llegue a dar comienzo.

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