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miércoles, mayo 06, 2009

En la calle


En la edición Pro Ópera que circula actualmente se publica una crítica sobre el concierto operístico que significó el primer evento artístico de la nueva administración de la Compañía Nacional de Ópera encabezada por Alonso Escalante.

Me parece que, por alguna razón no particular, no la había colocado en el blog. La posteo ahora. El concierto fue hace un tiempo, pero igual es vigente el texto por las condiciones líricas que padecemos. Eso.



En la calle: concierto operístico
x José Noé Mercado


Ya no es una metáfora. Es una realidad. La Compañía Nacional de Ópera, o lo que queda de ella, está en la calle. Al menos para ésta y otras ocasiones.

La CNO estrena nuevo director. Luego de la salida de José Areán, al finalizar 2008, Alonso Escalante ha tomado las riendas y el pasado domingo 1 de febrero se ofreció el primer evento musical de su administración.

Se trató de un concierto operístico en la calle, fuera del Palacio de Bellas Artes, cuyo Teatro, sede de la Compañía, como se sabe, está cerrado por remodelación. Vaya forma de debutar, tan sintomática de cómo están las cosas en materia lírica nacional.

La explanada de Bellas Artes fue un bello pero inadecuado marco para este concierto. A las cuatro de la tarde, justo cuando el nuevo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores dio sombra al escenario, arrancó la parte musical. No antes, ni en otro sitio, pese a que las nuevas autoridades trataron de que fuera en el vestíbulo de Palacio y más temprano (para evitar una posible lluvia, el frío o, quizás, competir con el Super Bowl XLIII). Pero no hubo autoridad que convenciera u obligara a los cuerpos artísticos a cambiar sus planes.

Los protagonistas justamente fueron la Orquesta y el Coro (preparado por Jorge Alejandro Suárez) del Teatro de Bellas Artes, en esta ocasión bajo la batuta (debutante con la CNO) de Rodrigo Macías. Para ellos se instaló un templete y frente a él se habilitaron 500 sillas, insuficientes para el público que se dio cita o iba pasando por el lugar.

El primer problema fue de isóptica, pues entre las jardineras y una serie de esculturas, unas fijas, otras en exposición temporal, que hay en la explanada, el contacto visual con el escenario fue complicado o imposible. No es un buen lugar para conciertos al aire libre, si uno piensa en la parte artística, musical. Es un sitio cercano a lo perfecto, quizá, si uno piensa en el circo que ello implica.


El programa interpretado incluyó las oberturas de La urraca ladrona de Gioachino Rossini, Las alegres comadres de Windsor de Otto Nicolai y El murciélago de Johann Strauss, además de pasajes corales de El trovador y Aïda de Giuseppe Verdi, Carmen de Georges Bizet, Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni, y El príncipe Igor de Alexander Borodin. En las propinas se ofreció el “Va pensiero” del Nabucco verdiano y repitieron “Les voici, le quadrille!” de la Carmencita.

El resultado, comprensiblemente, fue deplorable. No podía ser de otra manera, si los atrilistas estaban más preocupados por detener sus partituras, que se las llevaba el fuerte viento que igualmente se colaba por los micrófonos y se confundía entre el canto sonorizado de la masa coral.

En cuanto a sonido, se hizo lo que se pudo. Un trabajo que por más eficiente que haya sido, sin embargo, fue insuficiente. Las torres de altavoces se escuchaban bien donde estaban ubicadas, pero mal a lo lejos, mezclando el lírico sonido con los claxonazos, los motores y las frenadas chirriantes de los coches que circulaban por Juárez o Eje Central Lázaro Cárdenas. Las sirenas de patrullas y ambulancias ulularon en la lejanía.

Es verdad que hubo unas 1500 personas en el evento. Quizá dos mil. No menos, pero no más. Curiosamente, hubo pocos habituales a la ópera. La mayoría era gente que por primera vez escuchaba una sinfónica o un trozo operístico, porque esto tampoco fue escuchar ópera y, hay que decirlo, tampoco fue lo que se dice escuchar a una sinfónica o a un coro. El pez no estuvo en el agua. Quizás los operistas de siempre lo sabían y por eso, conocedores, no acudieron a la cita.

El éxito o la bondad mayor o menor de un concierto como éste no debería juzgarse por el número de asistentes. Público siempre habrá para estos shows. Días después, por ejemplo, el 14 de febrero, Vicente Fernández, el ídolo de Huentitán, logró reunir 219 mil personas en el Zócalo capitalino y batió así el récord de Shakira que era de 210 mil.

La verdadera relevancia o no de este tipo de conciertos que, al parecer serán bimestrales en la gestión de Escalante, deberá desprenderse de analizar para qué sirve la Compañía Nacional de Ópera. Cuáles son sus objetivos, su razón de ser. Para tocar en un quiosco hay bandas que lo hacen mil veces mejor y atraen más público. Y a todos nos saldría más barato que mantener todo un aparato burocrático musical.

3 comentarios:

  1. me gusta mucho la idea de las orquestas para kioskos. tienes razón, es absurdo tratar de hacer ópera tradicional en la calle, tan absurdo, creo, como querer que un payaso diga noticias...

    josénoé, a pesar de mi amargura tradicional, te reitero por mis gusto por tus textos de ópera; me parece que pueden traer luz incluso a ignorantes como yo.

    un abrazo.

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  2. "...te reitero por mis gusto..." jaja, què absurdo. debiera decir, por supuesto: "...te reitero mi gusto..."

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  3. La ópera ESTÁ en la calle: en el callejón de la amargura.
    No es ese su lugar ni nunca lo ha sido.
    Quienes la sacaron a la jungla urbana de asfalto y medraron del erario en su beneficio personal estan ya por fín fuera de la nómina
    pública. Momentaneamente.
    Ya la provincia los acoge.
    Michoacán.
    Guanajuato.
    La cálida y generosa "provinciia" que devuelve los favores recibidos.
    Amor con amor se paga.
    Su crónica es fiel a lo sucedido.
    Retrato.
    Espejo.
    Crueles ambos que reflejan nuestro rostro muerto.
    Un cadáver es ya la ópera del INBA.

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