Carmen, ¿de nuevo?, en Bellas Artes
Posteo mi crítica de la Carmen 2006 presentada en BA, producción que anda x estos días, igual, en el FIC. Las ilustraciones que se verán enseguida son bocetos pertenecientes a un estudio del reconocido cineasta y director de escena Carlos Saura Atarés (Huesca, 1932), quien conoce a fondo, muy a fondo y en serio, esta ópera de Bizet que ha llevado a varios escenarios, entre ellos, alguna vez, la pantalla grande.
Carmen, ¿de nuevo?, en Bellas Artes
Por José Noé Mercado
Realmente se puede esperar y exigir muy poco, tal vez nada, de una Compañía Nacional de Ópera cuando el día del ensayo general del título que habrá de estrenar dos días después tiene $16 pesos de fondos en su cuenta bancaria.
Por lo tanto, casi cualquier acto lírico que materialice la CNO es ya superar las expectativas generadas ante la falta de presupuesto, que debería destinarle la institución cultural que tiene los recursos, de nuestros impuestos, para semejante fin.
Nadie se sorprende, y eso es lo más grave, de que hoy el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y su titular doña Sara Bermúdez, Sari para sus amigos, parezcan estar asfixiando las actividades líricas de la Ópera de Bellas Artes. Muy por el contrario, lo sorprendente sería que no se estuviese haciendo lo mismo con los diferentes organismos culturales y artísticos del país que dependen del CONACULTA.
Ante el miserable panorama económico, trasladado al cultural, pedirle muchas y magníficas peras (u ó-peras: en este caso da lo mismo) al olmo de la Compañía Nacional de Ópera sería iluso, en principio, injusto, después, y triste, al final de cuentas. ¿Qué le queda, entonces, al público operófago de México para salir de ese afligimiento lírico al que ha sido arrastrado? De momento, quizá sólo recurrir al viejo método de permitir que se le dore la píldora. Así que un poco de ficción en el siguiente párrafo no vendría mal para levantar el ánimo, a guisa de introducción a lo que verdaderamente importa: lo artístico de estas funciones:
La Compañía Nacional de Ópera, luego de ponderar y elegir detenidamente de entre los poco más de 100 mil títulos que integran el catálogo operístico mundial a lo largo de sus pasados cuatro siglos de existencia como género, y sin desconsiderar con la antelación debida por un lado las necesidades líricas y por otro las apetencias propositivas en la materia que hay en nuestro país, se decantó por una opción en cualquier sentido irrefutable: la célebre Carmen de Geroges Bizet, para ser presentada, como parte de su Temporada 2006, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los pasados 24, 26 y 28 de septiembre. Sólo tres funciones, mas tal vez con aquella frase en la mente que dice De lo bueno, poco. Pero la CNO no ofreció un montaje de Carmen cualquiera, cómo va a ser, sino la producción escénicamente encabezada por José Antonio Morales —Josefo—, esto con la finalidad inobjetable de que quienes no la han visto en los varios lustros que lleva de aparecer en los más variados escenarios nacionales (si es que alguien no la hubiese presenciado una o dos o tres o cinco o más veces), pueda por fin disfrutar de ella.
La Carmencita fue cantada en la primera función por la soprano María Luisa Tamez y en las dos restantes por la mezzo Belem Rodríguez. Tamez lo hizo con fuerte dominio escénico y voz madura y bien manejada con exhibición de matices a través de un amplio registro, que lució especialmente en el centro bien coloreado y al momento de arrostrar las notas graves, aunque arriba quedó a deber. Si bien su concepción de la gitana no desbordó sensualidad, alcanzó a ser creíble y cumplió. Belem Rodríguez es una cantante muy joven y enfrentó varias dificultades al abordar un rol que aún no logra rellenar. Sus desafinaciones fueron constantes. El centro de su voz es bello y cálido, pero su emisión tiende a decolorarse arriba y abajo. Carece de elegancia y refinación en su canto. Vulgariza el fraseo. Hay momentos en que la voz cae en manierismos que la hacen mayar y por ello mismo musicalmente se va quedando. La orquesta tuvo que cacharla en varios pasajes. Por lo demás, escénicamente ofreció una protagonista aburrida y bien portada, producto de que como intérprete se percibía espantada sobre el escenario, como si ella fuese la que enfrentaría al toro en lugar de Escamillo (en el caso de que éste hubiese tenido en el cuarto acto un toro para lidiarlo y no se limitara a dar trapazos al aire como un franelero bancario). Todo esto mejorará, seguramente, conforme Rodríguez adquiera más confianza y experiencia en los escenarios, pero de mientras quedó claro que la tiraron al ruedo, sin traje de luces, acaso para calmar sus ansias de novillera. Y de Bellas Artes se la llevan al Festival Internacional Cervantino para este mismo rol. ¿Como porqué mérito y razón?
Fernando de la Mora, como Don José, volvió a ofrecer un canto de primera línea, especialista notable del repertorio francés. Muy distinto del De la Mora que participó en La bohème, en este mismo recinto en julio pasado, y del que hablé en mi reseña-crítica correspondiente, sus matices, sus filados, sus reguladores, su media voz, en conjunto los recursos y sutilezas expresivas de su canto, demostraron la capacidad interpretativa y vocal de este destacado tenor mexicano internacional.
Fue un auténtico placer escucharlo en ese nivel, no así a su colega Alfredo Portilla, quien abordó el rol en las dos últimas funciones con gran incomodidad para su instrumento, que casi siempre estuvo bajo en afinación. La voz sonó corta y parda, su respiración fatigada (en el aria de la flor, el jueves 28, se sofocó desde las primeras notas y si logró concluirla fue por puro corazón y astucia, aunque no faltó un cronista, en rigor crítico underground, que en el segundo entreacto lamentó así lo presenciado: “Qué barbaridad, ya tronó mi querido Portillita y aún le faltan dos actos”). Curiosamente, hacia el final de la ópera Alfredo Portilla parece abordar la obra de manera menos estresante para sus facultades, sin embargo, en conjunto, Carmen es una partitura que no le favorece, pues no le permite mostrar en esplendor el hermoso timbre que posee, ni ese fraseo cálido e intenso que le caracteriza. Por lo demás, el italiano, como repertorio y estilo, le viene mucho mejor que el francés.
El papel de Micaela se lo alternaron las sopranos Silvia Rizo y Belinda Ramírez (segunda función). El canto de Rizo fue descuidado en su afinación y en el aria del tercer acto llegó a una estridencia innecesaria, hecho sin duda raro puesto que su timbre rico en armónicos bien puede enfrentar el papel de una manera muy lírica, lo que despertó algunos bu, que ciertos censores escrupulosos de mala manera se apresuraron a callar. El barítono Jorge Lagunes, quien recién debutó en el Covent Garden, no tuvo problemas para ser el cantante que se llevara las últimas dos funciones (y en la primera su nivel fue igualmente bueno) por una interpretación brillante de Escamillo, un papel que domina vocal y escénicamente. Y puede subrayarse que si alguien destiló sensualidad y seducción en el escenario (ya que las Carmencitas, como queda escrito, más bien resultaron modositas) con su interpretación de Mercedes, fue la mezzosoprano Verónica Alexanderson. Bien cantadas sus breves intervenciones y mejor actuados sus lubrificantes coloquios con Zuniga primero y Dancairo después, en la taberna de Lillias Pastia.
La dirección escénica y escenografía de José Antonio Morales funciona, pero nada más. La escena final que algunos se desviven en elogiar con goyas, goyas, por ejemplo, la resuelve con una gasa con la pintura de un toro que más bien despierta simpatía, o risa: delante de ella Carmen y don José, si la luz del fondo permanece apagada, detrás, si la luz se enciende, la plaza y Escamillo dando los trapazos antes mencionados. Así alternan hasta que ambos planos supuestamente se fusionan dando a entender, o al menos deseándolo, que a Carmen la embiste el toro de su destino. O algo así. Por eso la escena se observa falsa: ¿por qué la gente de la plaza no evita que don José mate a Carmen? ¿O por qué no la salva Escamillo si ahí está, loado por torear un toro que es tan invisible como lo podría ser el célebre traje del emperador? Eso por no ahondar en otras escenas, como cuando don José deja escapar a Carmen, que muestra un supuesto empellón y una supuesta caída estilo Chavo del 8. En fin, lo cierto es que cuando en el arte se perciben con facilidad tantos supuestamente siempre se estará al borde del ridículo.
Como concertador, al frente de la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes y la Schola Cantorum de México, se contó con la batuta del estadounidense Kamal Kahn, quien impuso tiempos, al principio de la obra interesantemente ligeros y ágiles, que terminaron por convertirse en una vertiginosa lectura sin relieves que no logró extraer la sustancia expresiva de la partitura. A ratos, el sonido de la orquesta (a causa de los instrumentistas: no del director) se escuchó atropellado y poco definido. Ese ritmo galopante pareció dejar muchas notas y frases musicales como pueden quedar granos de maíz al fondo de cazuelas o bolsas de palomitas, dicho de otra forma: sin acabar nunca de reventar. El concertador, que entiende mucho de canto, ayudó a los solistas, lástima que algunos de éstos no siempre lo ayudaron a él.
En resumen: con poco dinero la CNO puso Carmen, en Bellas Artes, de nuevo. O sea que ¿qué hay de nuevo, viejo?
Lo que más sorpresa me causó fue la cantidad irrisoria que tiene la Compañía Nacional de Ópera en su cuenta bancaria:
ResponderEliminar¡¡¡ 16$ ¡¡¡
Diez y seis pesos.
Con cantidad semejante se pueden comprar 8 boletos del metro a razón de 2$ cada uno con los que Leticia, mi mujer y este servidor pueden ir y volver al palacio de Bellas Artes cuatro veces es decir 2 días. en las funciones a las que asistimos cuando tuvimos sed fuimos a donde habitualmente se encontraban los garrafones de agua que mitigaban nuestra sed durante los intermedios y nos dijeron al no encontrarlos que no no los tenían porque no había presupuesto para ello. Muertos de sed y con la garganta seca nos tuvimos que comprar una botella de agua que nos costó la cantidad de 15$ que con la cantidad que tiene la óperaen su cuenta hubiera alcanzado para una botelita de agua y nos hubiera sobrado 1$ que ni para un chicle en las afueras del Metro o para darlo de limosna ala viejita que se pone en la entrada.