Octubre. Casi se acaba el año lírico en BA. Aún queda El murciélago. Peor es nada, ¿cierto? Posteo de mientras mi reseña-crítica de Tata Vasco. Hay fotos exclusivas para el blog cortesía de la siempre generosa Ana Lourdes Herrera. Y las tres últimas imágenes me fueron facilitadas igual con generosidad tatavasquiana, en su faceta de fotógrafo, por Lázaro Azar. Gracias a Lu y a La por acordarse de este escribicionista.
Tata Vasco en Bellas Artes
Por José Noé Mercado
Poco importó que la obra Tata Vasco del compositor Miguel Bernal Jiménez (1910-1940) sea en realidad un drama sinfónico (si bien de drama no tiene mucho), pues la Compañía Nacional de Ópera igual la presentó como parte de su Temporada 2006, los pasados 22 y 24 de octubre, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes.
Fuera del homenaje a rendir por el 50 aniversario luctuoso del músico michoacano (y del particular interés de un par de funcionarios del Instituto Nacional de Bellas Artes en que este drama en cinco cuadros fuera presentado), la decisión de la CNO de escenificar este título de Bernal Jiménez sería francamente cuestionable. En principio por la dieta de repertorio operístico fundamental que padecemos en México. Y, más que todo, porque Tata Vasco es, en conjunto, una obra bastante desafortunada.
¿Por qué?
Entre otras muchas razones, porque cuenta con un libreto, autoría de Manuel Muñoz, de pluma forzada y retorcida, carente de vuelos literarios y musicales, con versos y rimas que acusan cojera o muletas de relleno, además de un adoctrinamiento moral y religioso cuya obviedad en un escenario artístico primero asfixia, después aburre y termina por despertar la hilaridad del público a estas alturas del siglo 21. Las cantilenas son largas y no ponen de relieve la importante labor humanística, educativa y misionera de Vasco de Quiroga, lector como se sabe de Tomás Moro y su Utopía, sino que lo trazan en el paisaje lanzando peroratas cada vez que aparece. Un ejemplo: “Trocaréis por vida casta / la carnal poligamia / ya que fiel mujer no habría / con secuela tan nefasta”. Otro: “Religión, trabajo, amparo / y justicia y sociedad / sea el programa / y les deparo la eternal felicidad”. Otro: “Siempre castos, no viciosos; / siempre fuertes en la fe; / siempre unidos, laboriosos, / como en Cristo os enseñé”.
Por su parte, Bernal Jiménez en esta obra estrenada en 1941 demuestra sus amplios conocimientos musicales. Sí. No hay duda. Utiliza para la redacción de la partitura diversas técnicas, formas y estilos, pero el resultado musical por momentos es inconexo, ya no digamos del libreto, sino de sí mismo, por más que recurra a ciertos temas, a manera de leitmotiv, para identificar personajes o circunstancias y tratar así de discurrir durante la obra.
Vocalmente, más allá de lo difícil que es para cantar el retorcido libreto de Muñoz, el compositor tampoco parece ayudar a los cantantes. La orquestación, a ratos denso muro que adolece de ventanas suficientes para que se asomen las voces, sepulta la emisión de los solistas y no pocas veces sacrifica la dicción, o entendimiento, de lo cantado por el coro. Por lo demás, parecería claro que Bernal Jiménez es un buen compositor, incluso un destacado compositor, de obras no tan extensas, pero no se afirma como un autor de largo aliento. Ello se siente, y resiente, en las dos horas y media, poco menos, que dura Tata Vasco. Es más cuentista que novelista, para hablar en términos literarios. Y ya en éstos puede expresarse también que con el sólo conocimiento de ortografía y gramática no se escribe, no se compone, una novela. Ni un relato, siquiera.
En esta producción presentada en Bellas Artes el elenco fue encabezado por el barítono Jesús Suaste, como don Vasco de Quiroga. Gracias a su inocultable experiencia y técnica vocal salió airoso de un rol verdaderamente incómodo de cantar. La solvencia es su sello, aun cuando en lo escénico se percibió algo pardo y abotagado a causa, en definitiva, del vestuario, lo segundo, y del nulo trazo en escena, lo primero.
Como Coyuva, la soprano Violeta Dávalos en determinados pasajes dejó escuchar el bello timbrado de su registro medio, en un canto efectivo y logrado, que en general se oyó sumergido, igual que el del resto de los solistas, en el desmedido volumen orquestal impuesto por el director Fernando Lozano. Es una lástima que el concertador no se haya ocupado de la emisión vocal porque a todo el público, o casi, le habría gustado escuchar a los cantantes que participaron en la puesta. Dávalos igual echó mano de su colmillo lírico y de la musicalidad que le caracteriza para sortear los retos de la partitura, sin embargo el tenor Néstor López, como el príncipe Ticátame, no corrió con igual suerte y lo único que logró fue desgañitarse en vano, perdiendo la línea de canto y sin poder controlar del todo su emisión (principalmente en las vocales), al margen de que su voz no tiene el poder dramático o spinto que exige su papel. En mejores condiciones intervino, en cualquier caso, su colega de tesitura José Luis Eleazar, en los tres partiquinos que abordó.
Y dentro de los que deben destacarse del resto del elenco se encuentran el Tercer Fraile de Josué Cerón (qué bello timbre baritonal) y el hechicero Petámuti del bajo Arturo López Castillo (siempre dispuesto a sacar con entrega un papel aun si es comprimario). La Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes, agrupaciones a las que se sumó la Schola Cantorum de México, cumplieron con buenas ejecuciones, pero condicionadas por la batuta, de la que más arriba ya quedó algo apuntado, de Fernando Lozano.
La puesta en escena fue, ante todo, muy vistosa por la escenografía, utilería y vestuario de Sebastián. El intenso colorido y la carga abstracta de expresividad tan inherente a este artista plástico chihuahuense internacional, que se regocija con la fuerza de la forma y devenir de sus especies de papirolas, visualmente dejó una impronta muy particular en este montaje de Tata Vasco. Y se complementó, logrando notable unidad y congruencia, con la iluminación de César Guerra y las proyecciones de Rafael Blásquez y Matías Carbajal, quienes reforzaron el concepto planteado por el escenógrafo, cuyo gran pero, debe señalarse, fue el riesgo de una propuesta sobreestilizada si se considera en perspectiva la trama y lugares en que ésta se desarrolla.
Así, resultó lamentable que la dirección escénica de José Solé se haya limitado (ahora que están de moda) a recrear un plantón, en el que los elementos del escenario únicamente formaron plastas visuales, y que la coreografía de Marco Antonio Silva para las danzas que incluye esta obra no haya pasado de un ejercicio entre naif y seudo folclórico.
A final de cuentas, muchos aficionados líricos se preguntaron, aunque nadie les respondiera satisfactoriamente, cuál era el sentido de haber desempolvado esta partitura no del todo lograda, a 12 años de haberse interpretado por última vez, en concierto, aquí en Bellas Artes. En todo caso, y como lo señaló durante la primera función una maestra ex corista, “todo esto, más que para Miguel Bernal Jiménez, parece que fue un homenaje para Sebastián”. Y en efecto: ¿fue algo más?
Tata Vasco
ResponderEliminarÓpera en cinco actos de
Miguel Bernal Jiménez
FERNANDO LOZANO , Director Concertador
JOSÉ SOLÉ , Director de escena
SEBASTIÁN , Escenografía y vestuario
MARCO ANTONIO SILVA , coreografía
ORQUESTA Y CORO DEL TEATRO DE BELLAS ARTES
Elenco: Don Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán: JESÚS SUASTE
Coyuva, hija del Rey de los Purépechas: VIOLETA DÁVALOS
Ticátame, Príncipe Purépecha: NÉSTOR LÓPEZ
Otros cantantes.
OCTUBRE : Domingo 22, 17:00 horas / Martes 24, 20:00 horas
PALACIO DE BELLAS ARTES
Ciudad de México , 2006
Desde que asistimos a la representación de esta obra sinfónica coral en el teatro donde hoy vuelve a escenificarse, allá por los años 70s del siglo pasado, no habíamos tenido la oportunidad de verla otra vez sino en versión, que no es ni una cosa ni la otra, de eso que llaman eufemística y muy tramposamente, "ÓPERA-CONCIERTO". Entonces la vimos y escuchamos con Marco Antonio Saldaña, Guillermina Higareda, Rafael Sevilla y otros cantantes, Ignacio Clapés como uno de los frailes, y la coreografía de Amalia Hernández con el, en ese tiempo, muy prestigiado y famoso internacionalmente Ballet Folclórico de México. Recordamos que nos gustaron la música y los bailes.
Este domingo 22 de octubre se estrenó la nueva producción con repetición el martes 24.
No solo en San Juan hace aire santo. Luego de salir beatificados y persignados, mi
"fratellito" Jesús Suaste, despues de cantar y dar vida a TATA VASCO (Ópera(?)
o Drama sinfónico (?)confesional de Miguel Bernal Jíménez),
bendijo al público asistente. A mí tambien me llegó su bendición archipocal
a la unidad móvil del canal 22 en la que me encontraba grabando para la televisión la ópera que
espero no permanezca demasiado tiempo enlatada y pronto sea transmitida al
aire. Ésta pía y muy piadosa obra catoliquísima no se ha estrenado todavía en "Mochelia" (Morelia, Michocán, tierra del compositor y "casualmente" tambien del director del INBA). No les alcanzaron los diezmos y primicias para llevarla a "Mechuacan" que de allí era obispo el
mentado Vasco de Quiroga, primero de esos lares, importante personaje
histórico, utopista y defensor de los indios que en el libreto (ripioso, mal
rimado, cojo, cacofónico y afónico) de mi tocayo Manuel Muñoz, poetastro
infame,donde se logra la hazaña de convertir al personaje central en caricaturesca estampita.
Hay momentos musicales de gran belleza pero nunca se logra el drama y mucho
menos la acción operática. La escenografía es puro Sebastían así como el
vestuario y la utilería.La coreografía me hizo recordar como llamaba José Antonio Alcaráz a quienes interpretaban los bailanguitos:bailarruines y bailarruinas Los cantantes se esforzaron en traspasar el muro de concreto sonoro de una orquestación rica y poderosa, amplia en todos sus registros, sobre todo las familias de alientos de madera y de metal aunados y combinados de percusiones rimbombantes y estruendosas enriquecidas además de instrumentos prehispánicos y amplificadas por la batuta del maestro Fernando Lozano.No siempre lo lograron. Digna de mejor suerte esta reposición que resultó más interesada que interesante.