Andrés Caicedo en la FIL de GDL
El nombre de Andrés Caicedo, escritor colombiano, muerto por medios propios en 1977, a los 25 años de edad, comenzó a sonar ya en México. En la reciente FIL de GDL se presentó su obra -al menos Ojo al cine, El cuento de mi vida y ¡Que viva la música!-.
Rosario Caicedo -hermana de Andrés-, Pilar Quintana, Alberto Fuguet, Sandro Romero y Andrés Acosta hablaron de Caicedo en un primer evento, celebrado en el Salón Alfredo R. Plascencia de la Expo GDL, sede de la FIL. Estuvo lleno. ¿De dónde salió tanta gente joven y no tan joven interesada en Caicedo, sin haberlo leído? Luego, en segundo término y con igual interés de público, se llevó al cabo un café literario en el Pabellón de Colombia, en el que participaron Alberto Fuguet, Sandro Romero y Jorge Franco. El día D para Caicedo en la FIl de GDL fue el 29 de noviembre. Desde entonces, Caicedo ya tiene presencia en México. Sus libros ya circulan entre nosotros.
Al margen del interés que Caicedo suscitó en uno de mis apreciados amigos cuando vio la foto que ahora abre este post por "el paquete que con ostentosa destreza se sobaba", algunas personas cercanas igual se han interesado por la obra de Caicedo. Qué escribió, por qué es tan importante, por qué habría que leer a un autor que se mató hace 30 años, me han preguntado. Decidí que la respuesta sería más certera y conocedora, con más punch, si era de Alberto Fuguet -que por estos días selecciona y edita material inédito de Caicedo para armar un nuevo libro-. Por suerte grabé sus participaciones en la FIL. Fue cuestión de transcribir y hacer un pequeño remix para conocer más de cerca a Andrés Caicedo y a su obra en palabras de AFuguet. Espero que el remix sea fiel a lo dicho. Igual tomé algunas imágenes que más bien demuestran mi inoperancia fotográfica, pero algo es algo y algo es mejor que nada. La intención es ilustrar el texto. La idea fue ésa. Posteo, va:
Rosario Caicedo, Alberto Fuguet, Andrés Acosta
“Haciendo la revolución”
-Palabras de Alberto Fuguet sobre Andrés Caicedo,
pronunciadas en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2007-.
Me siento honrado y contento de ver gente acá, sobre todo a esta hora, que no es la más hot durante la feria. Eso demuestra que ya nos podemos morir tranquilos porque creo que Andrés Caicedo ya existe en México. Lo he visto en los diarios y he visto personas que, aun tímidamente, hojeaban sus libros en el stand de Norma, sin saber todavía quién es él. Uno se da cuenta que ya cayeron: ya entraron en el vicio Caicedo.
Declaro que, hasta hace unos años, yo no tenía idea quién era Andrés Caicedo. Y es más: no sabía, siquiera, con todo respeto a los caleños, que existía una ciudad llamada Cali. Por supuesto, como buen sudamericano u hombre del mundo levemente culto, sabía que en Colombia sólo había dos ciudades: Bogota, que según mi conocimiento tenía muy buenas revistas y muy buenas librerías, y Macondo, un lugar donde yo esperaba nunca ir.
El hermano, el par
A diferencia de muchos jóvenes, yo nunca quise asesinar padres ni abuelos. Al revés: como muchos otros jóvenes, siempre he tenido el serio problema de querer tener padres. Un tanto porque mis papás se separaron, siempre he tenido este rollo de querer buscar figuras paternas, sobre todo literarias. Pero nunca encontraba en castellano. Y las que más se acercaban a ello era gente levemente mirada en menos, por distintos motivos. Uno llamado Mario Vargas Llosa, de quien siempre hablaban como un político, aunque yo pensaba: sí, pero miren cómo escribe. Y después tipos como Manuel Puig o Guillermo Cabrera Infante. Pero, claramente, tenían una sensibilidad distinta a la mía. Escribían, por ejemplo, de la cultura pop y el cine, pero no era el cine que yo conocía. Sabía que Rita Hayworth había sido una mujer muy guapa, pero para mi momento era una señora en un asilo de ancianas, digamos. No conectaba tanto con ellos. Respetaba, sentía que Manuel Puig era de los míos, pero no era exactamente un hermano: era una persona mayor.
Pasan los años. En eso escribo un libro no contra García Márquez, pero diciendo: hasta cuándo todo lo que se escribe en América Latina será sobre pueblos rurales, folclor, lo ocurrido hace decenas o centenas de años. Entonces, digamos que después de mucho sufrir: no un sufrimiento tan fuerte, pero sí después de sentirme bastante solo literariamente, un día estoy en Lima, Perú, haciendo hora, esperando mi vuelo, sin saber qué hacer, y voy a una librería llamada La casa verde, en homenaje a la novela de Vargas Llosa.
Ahí, me encuentro por casualidad con el libro Ojo al cine de un tal Andrés Caicedo. De inmediato, comencé a ponerme rígido porque me di cuenta que era un buen libro, gordo, de cine. Ya me interesa, dije. Le pregunto a la chica de la tienda cuánto cuesta. Me dice una cifra. Casi 120 dólares.
Joder.
Vuelvo al libro. Veo los datos del autor: 25 años, colombiano, y empiezo a hojear: James Dean, Roger Corman, Taxi Driver, películas de terror, cosas muy actuales, y digo: qué es esto. De dónde salió. Compro el libro, me voy al aeropuerto, me subo al avión, son tres horas a Santiago, y aterrizo otra persona.
Fascinado, me encuentro con el hermano que siempre anduve buscando, con el par, con el tipo que yo sentía que me hacía falta para haber sido menos atacado, alguien que me habría podido proteger, que me habría podido decir tú también puedes escribir de esto, no está mal escuchar música en inglés, no eres un traidor por escuchar a Radiohead o a The Rolling Stones, en vez de escuchar rancheras: tú puedes ser chileno o peruano, ecuatoriano, colombiano o mexicano, ver películas extranjeras y, sin embargo, procesarlas localmente.
Ése fue el lado por el que me llegó la fascinación.
Después, también pensé: ¿por qué no lo conocí antes? ¿Por qué nadie me contó de él? ¿Dónde estaba él cuando yo lo necesitaba? ¿Por qué no conocí a Andrés Caicedo y sí a los tipos que decían que yo los rondaba y trataba de robarles libros: por qué ellos nunca me hablaron de Andrés Caicedo?
Eso me dio mucha rabia y mucha bronca y sigo con esa bronca y por eso estoy en México, enojado, ¿ajá?, como haciendo la revolución, digamos.
Sandro Romero me dijo algo que me dio mucho gusto: tú eres nuestro hombre Caicedo en Santiago. Y, ahora, acá en México, lo que necesitamos son muchos hombres y muchas mujeres Caicedo: en Guadalajara, en DeEfe, en Tampico, lo mismo que en Madrid, en Barcelona, y en muchos otros sitios, porque Andrés Caicedo es un escritor que puede viajar: su lenguaje, sobre todo en sus textos de no ficción, no es tan difícil o raro o colombiano como la gente podría pensar, sino el de un autor contemporáneo, moderno y nuevo. Puede viajar también a otros idiomas. Creo, por ejemplo, que Caicedo sería un personaje en Japón y podría matar.
En Colombia, para los adolescentes es Dios. Es el Kurt Cobain, de lejos. Las filas en la Feria de Bogota para poder acceder a uno de sus libros fueron un fenómeno que se da en los recitales de rock. Declaro que yo respeto mucho el fenómeno de Que viva la música, pero claramente ya no tengo 14 años para leerlo, pero leer, por ejemplo, El cuento de mi vida a cualquier edad te afecta. O sea, para cualquier persona que la haya pasado mal, ya no digo alguien que se ha matado o está en ello, que haya dudado de sí misma, que esté insegura o que sienta que algunos se han burlado de ella, este libro es impresionante porque está escrito desde el corazón.
Cuando me contaron que había un poco de complicación porque cómo puede lanzarse en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a un escritor que no está vivo, yo les contesté: bueno, a cada rato en Guadalajara lanzan a escritores vivos que ya están muertos.
No me cabe duda de que Andrés provoca algo de morbo como un autor suicida, pero yo creo que si estuviera aquí igual provocaría lo mismo. Sería un tipo extremadamente divertido, al día. Y es un gran escritor: es, digamos, un Cesare Pavese de los blogs. Caicedo comprendió lo que eran los blogs mucho antes de que existieran.
Más allá de la figura del pelo largo o de aquello de que todo el día estaba como volado, Andrés Caicedo, claramente, escribió. Hay toneladas de sus cartas. Las de cine, que mandaba a sus amigos cinéfilos, son alucinantes porque Andrés era un cinéfilo que veía de todo: desde basura hasta gran arte. Era un tipo que veía a François Truffaut, a Roger Colman. Cuesta mucho imaginarse que Caicedo escribió al final de los 60, en América Latina. O sea, si fuera norteamericano habría sido contemporáneo de Jack Kerouac o William Burroughs, de la Beat Generation, o de gente más grande que él como Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald.
Yo soy del tipo de persona que cree que todos los grandes autores, en su momento, siempre fueron contemporáneos. Los malos escritores son los que miran hacia atrás. Es una afirmación quizá fuerte y que tal vez no debería repetir, pero a mí los autores que me gustan siempre fueron contemporáneos: desde los griegos que escribían de las guerras de su momento, hasta Scott Fitzgerald que hablaba sobre los niños tontos que tomaban mucha champaña y bailaban charlestón, mientras el resto del país se moría de hambre.
Andrés escribía como nadie escribía en su momento en América Latina. No quiero aquí atacar a García Márquez, pero cuesta muchísimo entender que en una ciudad de provincia, en Colombia, en los mismos años de Cien años de soledad, había un tipo que sin Internet, sin VHS, sin You Tube, parecía que estaba viviendo en Nueva York. Era un tipo con la información que yo, aun hoy, conozco muy poca gente que la domina. Un tipo que como buen latinoamericano, quizá como buen provinciano, de ese tipo de gente que produce América Latina, es capaz de tragar y tragar información porque la necesita, porque como no la tiene cerca logra traerla hasta sí.
El mundo es mejor por Andrés
Una anécdota para terminar. Una vez, Caicedo le dice a un tipo: no puedo hablar contigo, quiero ser tu amigo porque me doy cuenta que tú también hablas y sabes de cine. Pero, en primer lugar, yo soy tartamudo y, en segundo, me da mucha vergüenza hablar de cosas personales. Por lo tanto, mejor te voy a escribir una carta. ¡Le escribió 17 páginas!, donde no escribe casi nada personal, pero sí de cientos de películas y donde uno se da cuenta que se trata del tipo de persona que quiere contactarse con otra porque la siente parecida a sí misma.
Creo que hay muchas formas de entender a Andrés Caicedo. Pero, entre otras facetas, es el gran cinéfilo latinoamericano. Hay gente que va al cine para huir. Andrés iba a refugiarse y dio la vida por el cine. Se dio cuenta que afuera la vida no era tan buena y que había que ver cine. Él vio las películas para salvarnos a nosotros. Porque, más que un crítico: no era un tipo pajero o sobreintelectualizado, quería que la gente fuera a ver las mismas películas que él había visto. En ese sentido, era un psicópata, un cinépata. Él sentía que la gente debía ver sus películas y que, haciendo eso, iba a salvar al mundo.
A lo mejor se dio cuenta que, en el fondo, no iba a poder salvarse él, pero si la gente veía las películas que él veía, el mundo iba a ser mejor. Y yo creo que el mundo, efectivamente, es mejor por Andrés.
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