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domingo, diciembre 02, 2007

Lucia di Lammermoor en Bellas Artes

Posteo mi crítica de la Lucia en Bellas Artes que cerró la anoréxica temporada de ópera de la CNO. Líricamente se acabó el 2mil7 en BA, cuando nacionalmente apenas iniciaba. ¿Para tan poco un aparato burocrático institucional enorme? No sé. Es como que demasiado caldo para tan poco pollo. En fin. La posteo. La cuelgo, va:


Lucia di Lammermoor en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

Hay que ser congruentes. La comunidad operística de México exigía, en general, de una u otra forma, que la Compañía Nacional de Ópera presentara producciones líricas que aprovecharan más a fondo la infraestructura y el talento nacional. Desde cuándo somos tan chauvinistas, hay quien ha preguntado bajo la seducción de las importaciones. Cero chauvinismo, no se trata de eso. Como debemos suponer que tampoco se trata de entreguismo o malinchismo de la otra parte. ¿O sí?

El caso es que ahora, los pasados 29 de noviembre, 2, 4, 6 y 9 de diciembre, la CNO presentó cinco funciones de Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti, en una producción mexicana, que ciertamente incluyó algún invitado extranjero. Muy bien. Hay balance. Eso debe aplaudirse, puesto que el problema y las críticas que en los últimos meses, inicio de esta administración, se venían acumulando no eran por presentar montajes de otras partes del mundo. Bueno, de Argentina. La cuestión es que no era además de los nacionales que, podría pensarse, son factibles ya que por si alguien no lo había notado, en México abunda el talento. Un aplauso, entonces, en ese sentido. Seamos congruentes, pues.

Lucia, además, sigue ganando batallas. La música de Donizetti se cuela por las rendijas —o boquetes enteros— de romanticismo del público y, si bien la trama de esta ópera no es ejemplo de originalidad en ningún sentido, logra sostenerse hasta el final.



Pero la obra en sí misma no es todo, no en ópera, género donde hay montaje e interpretación.

La parte vocal no merece menos palmas. En el rol protagónico, alternaron las sopranos Eglise Gutiérrez y Olivia Gorra. La primera, poseedora de una voz, de trinos, y coloratura en general, de timbrado hermoso, con una emisión carnosa, que resolvió bastante bien los retos de la partitura. Olivia, la veracruzana, ofreció funciones como hace mucho no lo hacía: en plenitud absoluta de facultades, con brillantez vocal e interpretativa. Sus coloraturas fueron precisas, luminosas, con entrega y rigor técnico. Bien.

Como Edgardo di Ravenswood, igual alternaron los tenores José Luis Duval y Fernando de la Mora. Ellos, asimismo, pusieron muy alto el nivel de interpretación canora. Duval, con fuerza y entrega, nobleza vocal y enjundia sonora que incluyó los sobreagudos optativos, además con un infrecuente pero al cabo feliz fuelle histriónico, hizo callar a los cotilleros, que nunca faltan, que esperaban ver opacada la actuación de Duval, en contraste con el despliegue de su voz. Por su parte, Fernando de la Mora, tan apto para el repertorio francés y el belcanto, demostró nuevamente que es un tenor de gran calidad y elegancia en su técnica y fraseo, cálido.

Si algo caracteriza al barítono Jesús Suaste es su solvencia para salir adelante de sus compromisos y la interpretación de Enrico Ashton no fue la excepción. Otro que estuvo en un nivel óptimo vocal y actoralmente, fue el bajo internacional Noé Colín, en el rol de Raimondo. Su instrumento corrió con brillo, aun en su oscuridad, por el teatro. Arturo Valencia, Zaira Soria y Luis Alberto Sánchez complementaron el elenco de solistas, como Arturo, Alisa y Normanno.



Al frente del Coro —preparado por Mauricio Baldin, y que por los soplones tras bambalinas que se escuchaban hasta la galería podemos deducir que aún no se aprende Lucia— y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, Edoardo Müller hizo una lectura personal, de buen resultado sonoro, digamos. El sonido tuvo consistencia y se apegó al estilo. Los peros a su batuta podríamos encontrarlos en sus tiempos, algo aletargados que robaron brillo y emotividad en algunos pasajes a la música, o bien dificultaron fraseos y respiraciones de ciertos solistas. No en todo momento, cierto.

La puesta en escena correspondió al debut en Bellas Artes de María Morett, quien a pesar de las grillas que le armaron en la CNO, cumplió con un trabajo destacado, en la medida de los tiempos, no tan amplios, que tuvo para los ensayos y para preparar la escenografía junto con Philippe Amand, quien igual se encargó de la iluminación.

La historia fue contada por Morett. El discurrimiento escénico se cumplió, aun si se cuestiona qué tanta fusión hubo o no hubo entre elementos virtuales, como la proyección de imágenes pixeleadas y que se trababan en sus ciclos de repetición, y la escenografía tipo roperazo, es decir la física y tradicional, digamos, que además en varios cuadros estaba —paradoja verbal— descuadrada e involuntariamente asimétrica. Sin decir que la iluminación, a veces caía sobre nadie, mientras los solistas estaban en penumbras. ¿El vestuario de Violeta Rojas fue diseñado en su totalidad ex profeso para este montaje? Lo mismo podríamos preguntar sobre el diseño de escenografía. Los reciclados, por más valor que tengan para disminuir costos, siempre serán reciclados y no siempre embonan entre sí.

En todo caso, aunque los resultados en muchos sentidos no sobresalgan de la medianía lírica en que está sumida la ópera en Bellas Artes, en esta producción se ve que hubo trabajo y ganas e intención de aprovechar los recursos y talentos artísticos de que se dispone. Ya es un primer y pequeño paso, bien, aunque la excelencia todavía está a kilómetros y sigue corriendo.

1 comentario:

  1. Anónimo09:24

    Estaba buscando una crítica como esta pues desgraciadamente no pude asistir. Gracias por tu análisis! Puede ser de enorme valor apra algunos de nosotros. Ojalá que suban pronto las grabaciones. M e encantaría escuchar a las sopranos que califican tan bien.
    Saludos!

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