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lunes, mayo 29, 2006

Artista, y famoso
Querido blog: hoy, tal vez ayer en la noche, al salir de la sala Nezahualcóyotl, de la ópera Ascanio in Alba de Mozart, caminando en playera (mi chamarra se la ofrecí a mi acompañante) hacia el estacionamiento 3 del Centro Cultural Universitario bajo una intensa lluvia, pensé en lo poco memorables que pueden llegar a ser algunos artistas y sus obras o sus intérpretes o sus interpretaciones. Lo pensé así, de golpe, sin pensar. No sé por qué. Ya luego, solo, seguía un poco sobre el mismo tema y recordé un largo y entretenido artículo del escritor, cineasta, periodista y antes crítico Alberto Fuguet que leí hace no mucho y que algo decía sobre el particular. Decidí que lo buscaría para postear algún párrafo que tuviera qué ver con mis pensamientos. El texto que habla de escritores y autores, pero que yo entiendo igual como si hablara de cantantes, intérpretes, compositores, etc, y que se llama Lecciones de vida: Olvídate de la historia, chico fue publicado en Gatopardo, de Colombia. Pero eso lo sabría, o lo volvería a saber, después, cuando llegué a casa y me puse a leer, y no en el instante en que seguía el aguacero y yo manejaba y perdía el coche entre las calles de una ciudad internada en la noche.

Van cuatro de los párrafos que me latieron de este artículo de Fuguet, uno de los 50 líderes latinoamericanos del nuevo milenio, según Times y CNN:

“La verdad es que he tenido la suerte de estar y conversar e interactuar con varios artistas que han sido importantes –que han sido claves- para el desarrollo de mi vocación. Porque para mí, la fama es artística. Es la única fama que me interesa, que respeto, que me asusta o me deja sin habla. No me interesan los presidentes, los políticos, los deportistas, la gente de la tele. Lo que transforma a un artista en un famoso, creo, no es la fama en sí, no es el reconocimiento público, o el mito, o la leyenda, sino el hecho que, debido a esa fama (debido a esa obra que le dio esa fama), es altamente probable que esa persona continúe viva para siempre”.


“Alguien una vez me dijo que un buen ejercicio para medir a tus autores favoritos es recordar aquellos que te ayudaron más. ¿O quizás lo leí? No lo tengo claro. Capaz que lo estoy inventando ahora mismo. Los autores que importan, aquellos que son tus héroes, son esos pocos que estuvieron ahí, junto a ti, cuando nadie más lo estaba”.



“¿Porque acaso ésa no es la misión de los artistas?: ayudar. Ayudar a que te sientas menos solo o más conectado. Ayudarte a que sientas que no eres el único, que hay gente que piensa o metaboliza igual. Un artista debe ser capaz de alejarte de este mundo, y, al mismo tiempo, acercarte a tu propio ser”.



“Con esta forma de medición, despejas mucho polvo de tu biblioteca porque los autores de moda o los políticamente correctos, aquellos clásicos que te ayudan a subir de pelo literario, desaparecen automáticamente. Tus autores son aquellos con que te topaste cuando necesitabas leer para sobrevivir, que releíste cuando te diste cuenta que tú también deseabas escribir. Escribir como ellos. Escribir parecido a ellos. O casi. No copiarlos sino homenajearlos. Afanarlos. Robarlos. Uno quería escribir igual a ellos pero con cosas de uno. Uno quería ser como ellos quizás porque la idea de ser como uno era no era la opción más atractiva”.

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