La tercera entrega del Anillo en México, y entonces posteo mi tercera crítica. Las fotos son cortesía de mi amiga Ana Lourdes Herrera. Originalmente se publicó en la revista Pro Ópera.
Sigfrido en Bellas Artes
Por José Noé Mercado
La tercera entrega, segunda jornada de El anillo del nibelungo de Richard Wagner, se presentó en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los pasados 17, 19, 21 y 24 de abril, como parte de la primera escenificación integral en nuestro país (2003-2006) de la llamada tetralogía y en coproducción entre el Festival de México en el Centro Histórico y la Compañía Nacional de Ópera, con la colaboración del Patronato de la Industria Alemana para la Cultura.
Con la puesta en escena de Sigfried, Sergio Vela no sólo forjó el más logrado y satisfactorio de los títulos hasta ahora vistos del Anillo en Bellas Artes, sino, probablemente, uno de los mayores éxitos en sus tres lustros como director escénico.
Su trazo discurre con elocuencia la trama de la obra: la ayuda: la cuenta, nunca la impide. Desde luego, se trata de un trabajo en equipo y, en general, concordante con la propuesta estética que el público pudo apreciar en El oro del Rin y La valquiria. Dicho de otro modo: escénicamente hay unidad y coherencia en este ciclo, que ha ganado vitalidad y dimensión en los aspectos visuales.
Escenografía de Jorge Ballina Graf e iluminación de Víctor Zapatero: fueron elementos fundamentales del discurso, pero igual atractivos y sólidos: contemporáneos, que nunca traicionaron las disposiciones de Wagner, sino al contrario. Con herramientas propias de la tecnología actual, con códigos expresivos de nuestros días, la producción re-interpretó y re-creó esta colosal obra de arte. Y además lo hizo con belleza plástica, con puntual atención a lo que ocurre con el pensar y sentir de los personajes, y no menos a la música. El vestuario de Violeta Rojas no hace menos que reforzar todo el concepto, en una especie de mezcla entre lo retro y lo futurista, que se complementa con el diseño de máscaras de Jorge Ballina Garza.
Peter Svensson: tenor austríaco: otrora Niño Cantor de Viena, interpretó a Sigfried con enjundia y entrega, merced a una voz central resistente y de buena proyección, aunque no en todo instante de corte heroico. Vocalmente se descompuso en la escena de la forja, no sólo en cuadratura y afinación, sino (y eso es lo que más sorprendió considerando su experiencia en el rol) en la técnica vocal con la que enfrentó el pasaje. Deficiente técnica podría acotarse. Es de los cantantes que no hacen pase en la voz, no hace el giro, sino que suben parejo al agudo. Esto nada tiene de censurable (varios célebres Heldentenoren cantan de esa manera) siempre que se domine, aunque no fue el caso. La voz del tenor pareció meterse en un embudo que la adelgazó y que no logró llevarla a la nota pretendida.
No obstante su cortedad en el registro agudo, el cantante acometió con entrega el resto de la obra y regaló a los asistentes momentos teñidos de emotividad por su compromiso vocal e histriónico. Tan metido estaba en su papel, que casi al finalizar el segundo acto, luego de un descuido en que se le zafó de la mano Nothung y que ésta resbalara por las plataformas inclinadas de la escenografía hacia el suelo del teatro, Peter Svensson, sin dudarlo, se arrojó de cabeza para tratar de impedirlo, ignorando el riesgo que él mismo corrió de caer varios metros por su acción, en lo que habría sido un accidente de serias consecuencias. “Es el problema de que no conozca el temor”, chancearon en el segundo entreacto el director de escena y el autor material de estas líneas.
Stuart Patterson, tenor escocés, ofreció una brillante caracterización de Mime, explotando los recovecos psicológicos y escénicos del nibelungo, con una surtida gama de recursos vocales y de actuación. Como Viandante, Stephen West (el bajo-barítono que interpretara a Wotan en El oro del Rin) mostró su abrazadora, bella y contundente emisión vocal, pero sólo durante el primer acto, pues en el segundo se anunció enfermo de bronquitis y para el tercero, pese al esfuerzo y empeño que brindó el cantante: acción que reconoció el público, su instrumento ya no podía cantar más, por lo que tuvo que marcar simplemente.
La soprano alemana Ursula Prem fue llamada como emergente ocho días antes del estreno para interpretar a Brunilda y cumplió, descontando un par de agudos un tanto abiertos. Complementando el elenco, el barítono Jesús Suaste abordó a Alberico, la contralto Elsa Waage hizo lo propio con Erda, mientras que Patrick Simper cantó desde el foso a Fafner, mismo caso de Irasema Terrazas como Waldvogel. Además de su linda interpretación del Pajarillo, esta soprano mexicana destacó por ser la única cantante que ha participado en los tres títulos presentados hasta el momento del Anillo en Bellas Artes.
Sobre el estreno de Sigfrido en nuestro país, en 1947, cantado por el gran Heldentenor Max Lorenz, reseña en su libro La ópera en México de 1924 a 1984 Carlos Díaz Du-Pond: “El primer acto aburrió soberanamente a los espectadores, aun cuando ya los vagnerianos que habían llenado el teatro a su máximo protestaban de la ignorancia del público”.
En 2005, el resultado fue muy distinto y en él se encuentra el mérito del director de escena, sin dejar de lado la relevante labor de supertitulaje de Francisco Méndez Padilla: Sergio Vela, con la puesta en escena exhibida, logro que propios y extraños, wagnerianos y no, salieran del teatro, luego de cinco horas y media, complacidos y más interesados, aunque sólo haya sido de palabra, en el arte de Richard Wagner.
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