Tuesday, May 23, 2006

La valquiria en Bellas Artes
Va mi crítica de la puesta en escena del segundo título, primera jornada de la tetralogia. Las fotos, de nuevo, son del FMCH. Igual la publiqué en la revista Pro Ópera.

La valquiria en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

La epopeya continúa. La valquiria, primera jornada de El anillo del nibelungo de Richard Wagner, se presentó en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los pasados 11, 14, 16 y 18 de marzo, en el marco del XX Festival de México en el Centro Histórico, bajo la dirección escénica de Sergio Vela y musical de Guido Maria Guida.

El primer aspecto destacable de esta producción es la coherencia y unidad conceptual que guarda respecto a El oro del Rin, víspera de la llamada tetralogía, que presenciamos el año pasado. Esta vez, las funciones cobraron una especie de carácter ritual por su línea, casi, absolutamente abstracta, que permitió recrear sin elementos distractores el espíritu trascendental del arte wagneriano.

Este es sin duda un punto favorable que debemos reconocer en la puesta de Vela, pues las atmósferas escénicas logradas tienen mucho apego con lo dispuesto con Wagner, aun cuando tienen su toque creativo, o sea, reinterpretado. Otro acierto en la dirección escénica fue mostrarnos que La valquiria, pese a ser colosal en sus dimensiones, como el mismo ciclo al que pertenece, es, podríamos decirlo así, como una obra de cámara que adquiere sentido en la relación íntima de sus personajes.

Entre otros leitmotiven de este ciclo, también presenciamos los acontecimientos dentro de un círculo-anillo que representa el mundo mismo. Nuevamente los cantantes usaron máscara, con lo que la expresión del intérprete se elimina para proyectar el carácter arquetípico de los personajes. Extrañamos, no obstante, la presencia de las Nornas (quienes entretejen el destino y que ya habíamos visto en El oro) en los pasajes en que las acciones se recuentan o se vislumbran, pues el año pasado demostró ser un recurso que ayuda a disolver la monotonía escénica propia de los largos diálogos o monólogos.

En el primer acto, quizá el más vistoso de los tres, los trazos y la composición física de la escenografía diseñada por Jorge Ballina Graf nos sugirió el agobio que se respira en la casa de Hunding y que padecen Siglinda primero, Sigmundo después y ambos al final. Por ello resultó significativo cómo la asfixiante morada no resistió la pasión de hermanos-amantes, se abrió en un símbolo de libertad y así “Las tormentas invernales ceden ante la primavera”.

Es una lástima que vocalmente no se haya alcanzado el mismo nivel que en la escena, completada por una serie de proyecciones que recrearon una tormenta al inicio y el ramaje del fresno después. Al tenor David Kelso le quedó grande el rol de Sigmundo. Su voz nasal y desafinada, por eso mismo insegura, poco pudo transmitir del heroísmo requerido por su personaje. Su monólogo resultó tímido y cuando tomó la espada pareció desganado.

La soprano Dinah Bryant hizo su máximo esfuerzo para enfrentar la escritura vocal de Siglinda, pero no lo consiguió. Su emisión sonó tirante y, por momentos, gritada, aunque ni así se sobrepuso a la orquestación. El bajo italiano Andrea Silvestrelli como Hunding, en cambio, logró imponer su cavernoso instrumento y dar credibilidad a su rol. Los desempeños referidos de estos tres cantantes no se modificarían en el siguiente acto.

En los actos siguientes, el contenido visual se redujo a presentar a los personajes en la omnipresente y mudadiza plataforma sobre la que se desarrolla el ciclo. Salvo los instantes en que vemos detrás el Valhalla o los caballos voladores de las valquirias, del fondo de la escena se posesiona una completa oscuridad que de pronto (después de más de dos horas) parecería engullir las acciones, en penumbra, del escenario. Esta disposición estética podríamos entenderla, al menos de dos formas: a) Sin mayor análisis, Wagner, y al parecer Vela, nos sitúan sobre rocosas y escarpadas montañas, en una época remota; b) En aras de adquirir la mayor significación a través de lo abstracto, el concepto se anuló a sí mismo. Las dos posibilidades, desde el punto de vista artístico son válidas por completo, aun cuando algunos miembros del público argumentaran, decepcionados, que no había nada qué ver. Todo estaba ahí.


La famosa Cabalgada de las valquirias del acto tercero, cuya propositiva intención de mostrar, como he dicho, caballos voladores, fue la única nota que desentonó en el montaje, debido al matiz amable y simpático que adquirió la escena al mostrar no sólo el naturalismo de los animales utilizados, sino su delatora falsedad. No se exhibió furor teutón y sí en cambio las pequeñas y dulces voces de siete valquirias mexicanas (Verónica Murúa, Irasema Terrazas, Lourdes Ambriz, Encarnación Vázquez, Belem Rodríguez, Carla López-Speziale y Verónica Alexanderson) y una portuguesa (Helena Pata). Todas ellas son buenas cantantes, pero sus características vocales no combinan muy bien que digamos con este repertorio.

Por lo demás, el resto de las escenas fueron bastante notables, con actuaciones ritualizadas, de fino gusto y gran sentido estético. Desde luego, algunos intérpretes desarrollaron mejor sus movimientos que otros, como fue el caso de la mezzosoprano Katja Lytting en el rol de Fricka, quien, asimismo, cantó con solvencia técnica y expresiva.

Del Wotan del barítono heroico James Johnson y la Brunilda de la soprano dramática Adrienne Dugger, no podemos sino expresar elogios. El primero emitió con calidez y eficiencia su voz. Utilizó los matices en su canto, resistió los embates de la pesada orquesta y coronó su actuación, sin merma, con un hermoso y conmovedor despojo de la divinidad a su hija. La segunda lució su magnífico instrumento vocal, inyectado con fuerza y entrega. La anunciación de la muerte a Sigmundo fue un pasaje muy bien resuelto y dio muestras de la autoridad de su canto.

En general, la dirección concertadora de Guido Maria Guida, aunque lenta en algunos momentos y poco vehemente en otros, fue destacada. Logró extraer de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes un sonido decoroso, wagneriano para decirlo con claridad, aun cuando la profundidad de una partitura como ésta, sólo se alcanza al ejecutarla con asiduidad. Siendo sensatos, no podíamos pedir más, por decirlo en otras palabras.

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