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domingo, agosto 31, 2008

Gilda Morelli: una promotora de concurso: RIP



La tarde-noche del viernes 29 de agosto estuve en la capilla 3 de Gayosso, Félix Cuevas, donde se velaba a la maestra Gilda Morelli, quien murió cerca de las 13 horas de ese día, a los 79 años de edad.

Gilda Morelli, una mujer, una figura, sin duda legendaria y que sustenta la historia operística de México, se ha ido. Falleció porque su cuerpo, muy debilitado en los últimos días, dejó de responder, paradójicamente a ese espíritu de lucha y terquedad que siempre caracterizó al alma del Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli.

Apenas minutos después de las 13 horas, recibí una llamada que me enteraba de la triste noticia. Como si la ópera en nuestro país no se nos estuviera muriendo ya, pensé, ahora muere una piedra angular de la promoción, del descubrimiento y apoyo de la lírica nacional y sus nuevos exponentes. Una labor cercana a las tres décadas.

Una obra, un legado, que no sólo se ve, se oye. En los teatros de todos los niveles, nacionales y extranjeros.

Ahí está ahora un cúmulo de cantantes mexicanos, cuya primera vitrina fue, les guste o no, lo reconozcan o no, el certamen que doña Gilda Morelli echó a andar y mantuvo aun por encima de toda dificultad imaginable -y que ojalá quienes ahora tomen sus riendas lo lleven por ese mismo empeño de hacer ópera e impulsar a sus talentos porque no hay otra opción-.

Por eso me imaginé que al llegar a la agencia funeraria estaría llena de cantantes -y funcionarios culturales a los que sin querer queriendo les hizo la tarea lírica- agradecidos, en deuda, con Gilda Morelli. Pero no, no fue así. No, al menos ese día. Más amigos y familiares se dieron cita para darle un último adiós a doña Gilda, que gente del medio operístico nacional. En un momento dado, hábía más arreglos florales que personas. Lo que es una pena y una vergüenza. Pero mal-a-gra-de-ci-dos los hay en todas partes.

Sólo algunos rostros, digamos que operísticamente reconocibles, se encontraban presentes entre familiares y amigos durante el primer rezo (en el que "E lucevan le stelle" sonaba como música de fondo) y la misa: Francisco Méndez Padilla, Alonso Escalante, Violeta Dávalos, Amelia Sierra, Juan José Arias. Después, mucho después, cuando una tormenta que azotó la ciudad de México amainó, aparecerían otros, como Ana Caridad Acosta, María Luisa Tamez, Enrique Jaso, Raúl Díaz, Manuel y Leticia Carballar, quienes de alguna manera se organizaron con los ya presentes para despedir a la maestra Morelli interpretando algunas canciones del repertorio popular mexicano.


Hace un par de años, creo que tres, entrevisté a Gilda Morelli, por los 25 años del Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli. La entrevista apareció originalmente en la revista Pro Ópera. Incluso fue portada. A guisa de recuerdo, posteo a continuación aquella charla. O aquí está en versión PDF, con todo y fotografías (propias y rescatadas) de Ana Lourdes Herrera.

Por cierto, y al margen de que yo la haya realizado y lo quebrado que suena decirlo, una de las más completas que haya leído con la maestra Morelli.

Recuerdo nítidamente aquel encuentro. Doña Gilda gentil, inquieta por toda su casa, con esas gruesas gafas que le cubrían medio rostro, con ese olor picante de su perfume...

Descanse en paz, Gilda Morelli.



Gilda Morelli: "Medalla de hoja de lata"
x José Noé Mercado

Tocábamos por segunda vez el timbre de su hogar, ubicado en un edificio de la colonia Condesa, cuando nos sentimos observados. Levantamos la vista y desde una ventana en lo alto nuestra entrevistada ya nos recibía con frases de bienvenida y entusiasmo.

Subimos a su departamento y nos presentamos. Llegó entonces nuestro director general, Xavier Torresarpi, con un ramo de flores que entregó a la anfitriona que nos pedía sentirnos en casa: Gilda Morelli, el alma incansable del Concurso Nacional de Canto que lleva el nombre de su esposo, el barítono chileno Carlo Morelli, y que en 2005 llega a un cuarto de siglo de haber iniciado.

Estamos en un lugar en el que libros, retratos y pinturas (que el propio Carlo Morelli pintara en otra de sus facetas artísticas) nos hacen respirar un pasado que se mantiene presente a través de las palabras de Gilda Cosío, por todos mejor identificada con el apellido de su esposo. Los recuerdos se vuelven sustancia viva al conversar con ella. Lo mismo los que, únicamente por fecha, son más distantes, que los más inmediatos.

—Como cantante, tuve una carrera más bien modesta — expresó mientras nos dejaba ver fotografías en las que aparecía en diversas caracterizaciones operísticas—. Sin embargo, pude compartir el escenario con grandes figuras como Giuseppe di Stefano, Nicola Rossi-Lemeni o Fernando Corena, en no sé cuántas producciones. También, en algún tiempo, representé a un grupo de cantantes mexicanas en giras por el Oriente. Pero lo más importante fue que así pude conocer a Carlo, el gran amor de toda mi vida. Desde que nos vimos, nunca más nos dejamos.

Al escuchar la devoción y el cariño con que se expresa Gilda, no pareciera que el barítono chileno (1895-1970) haya desaparecido hace tres décadas y media. Su presencia subsiste con intensidad en todo el ambiente y acaso vivifica a la mujer que iniciara en 1980, como un homenaje a su memoria, el certamen nacional de canto del que han brotado un cúmulo considerable de artistas líricos en México.

—Esta niña es una latosa, Xavier, me está dando mucha lata —acusó en tono lúdico a Lulú, nuestra fotógrafa, durante la primera parte de la sesión fotográfica, en la que la entrevistada posó y sonrió con una mirada evocadora, llena de significaciones que no lograron cubrir sus anteojos. Y luego nos sentamos a conversar, en exclusiva para los lectores de Pro Ópera, sobre lo que ha sido el concurso a lo largo de estos 25 años, durante sus XXII ediciones. Pero no se trató de una entrevista común. Aunque no me lo dice, la señora Gilda Morelli hubiera preferido no hablar delante de la grabadora. Por eso, a la primera oportunidad, se levanta para mostrarme algunos documentos de entre sus archivos y nuestro diálogo, fragmentario en ocasiones por el repaso de anécdotas múltiples, continúa por varios rincones del apartamento y adquiere el matiz de una entretenida y amena plática si bien no informal, sí amistosa en la que preguntas y respuestas se fusionan. Escuchemos pues, a nuestra entrevistada, en primera persona:


—Lo que yo hice, con todo el cariño y amor a mi esposo, fue retomar su idea de ayudar a los jóvenes cantantes. La ilusión más grande, con la que por desgracia se quedó Carlo Morelli, fue la de formar una compañía de ópera experimental. Sin grandes pretensiones. Sin pensar en producciones fastuosas ni nada por el estilo, pero que diera oportunidad de trabajar a todos los jóvenes mexicanos, por lo menos una vez a la semana, 40 semanas al año. No pudo cristalizarse la idea, porque cuando estaba a punto de concretar el proyecto, lo sorprendió la muerte, y se desbarató el asunto.

Después de algún tiempo, me pregunté qué podía hacer por ellos, por mi esposo y por el proyecto. Y se me ocurrió que, en lugar de hacerle un monumento con mármoles a Carlo Morelli, era mejor hacérselo con el ímpetu, la armonía y las vibraciones de los muchachos, a través de la música. Ésa fue mi idea.

Por eso mi insistencia de tantos años. Creo que ha sido un gran resultado que no yo, sino los críticos, los directivos de Bellas Artes y el propio público, pueden avalar. Pienso que ha valido la pena. He molestado a mucha gente que en buena medida ha correspondido con gran interés, afortunadamente, y el concurso ha llegado casi a 25 años de existencia, sorteando diversas administraciones de la república, directores del Instituto Nacional de Bellas Artes, funcionarios de la Ópera, y los resultados para el arte lírico de México me parecen muy buenos.

Será muy presumido decirlo si se quiere. Lo cierto es que muchos jóvenes han tenido la posibilidad de darse a conocer, de iniciar una carrera, si no tan maravillosa como la han desarrollado algunos, otras regulares, unas mediocres, se han dado el lujo de concursar, de ganar o de perder, de luchar y de seguir trabajando.

¿Cómo materialicé el proyecto?, ¿Cómo concreté la primera edición del Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli? Bueno, durante años había tratado de hacerlo, aunque no había tenido éxito. Nadie me hacía caso. Hasta que la señora Nora Barabino, quien era amiga mía y también de doña Carmen Romano de López Portillo, nos invitó a comer a su casa, con el supuesto de que tal vez a la primera dama del país sí le interesara mi proyecto, pues sabíamos de su gusto por el arte.

Ahí estuvimos las tres señoras solas en la comida. Le expuse a doña Carmen mi idea, mis porqués y le encantó. Gracias a ella se hizo el primer concurso. Me mandó con el ingeniero Elías, que en ese entonces estaba en Fonapas, antecedente del Conaculta, y se echó a andar el proyecto. Ellos dieron el dinero. Bellas Artes puso la sala y la orquesta. Todo de maravilla los primeros tres años, 1980, 81 y 82, gracias al apoyo de la señora Carmen Romano.

Pero vino el cambio de sexenio y se amoló el asunto. Fue necesario ponerme a trabajar muy duro para sobrellevar los celos oficiales que en ese entonces eran muy conocidos. Por lo pronto, por decirlo de alguna manera, quedé bloqueada.

En 1984, el Palacio de Bellas Artes cumplía 50 años de ser inaugurado y las autoridades realizaron un concurso llamado Ángel R. Esquivel, del que salió triunfadora Conchita Julián. Estuvo bien, pero sólo lo hicieron ese año porque no había nada, ni nadie detrás del certamen.

Posteriormente, para reanudar el Carlo Morelli, hablé con las autoridades del Conservatorio Nacional de Música. Me dijeron que sí, aunque también que no tenían dinero, de tal manera que en papel manila, con letras chuecas, hicimos la convocatoria. Los premios los puse yo.

Mucha gente me expresaba: “¡pero cómo de tu bolsa!” Mi explicación era obvia: en lugar de una pieza de mármoles en el cementerio, deseaba hacerle a mi esposo un monumento vivo y que ayudara a los jóvenes. Eso fue en 1986. En el 87, un porcentaje de los premios me lo dio Héctor Vasconcelos de parte del Fonca. Así se llevó al cabo el concurso igual que en el 88.

Seguíamos en el Conservatorio, hasta que en el 89 me permitieron usar la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Y en 1990, que eran 10 años de haber iniciado el certamen, reanudamos con la orquesta y en el teatro. Desde entonces se ha podido continuar, con alguno que otro tropiezo que de repente me he tenido que sobar. Pero gracias a Dios, cosa que nunca creí posible, estamos llegando a un cuarto de siglo con este concurso, que más que mío se ha vuelto institucional, porque Gilda sola no habría logrado darle esta magnitud.

El único mérito, como siempre digo, por el que me deben premiar con una medalla de hoja de lata, es mi necedad. Nada más. Pero ha valido la pena. Ahora bien, ¿qué es lo que se valora y busca premiar en el Concurso Nacional de Canto? El maldito conjunto, como decía don Rómulo Ramírez. Ni más, ni menos. Desde luego, valorar a un cantante es muy difícil, porque se vuelve muy subjetivo. Lo que a Perengano le gusta, a Zutano puede no gustarle y a Mengano parecerle maravilloso.

Aun así, hay una tónica, por llamarle de alguna manera. Un cantante, en especial de ópera, necesita varios requisitos. Desde luego, la voz. Pequeño detalle, ¿verdad? Musicalidad, afinación, dicción, personalidad, interpretación. Este último aspecto es muy importante porque se puede cantar muy lindo, pero si no se interpreta y transmite, el canto mismo pierde mucho sentido. No es fácil reunir el maldito conjunto. Porque hay cantantes de voces muy bonitas que emiten perfecto, pero sólo en eso se quedan. Y otros, como mi querido y adorado Plácido Domingo, de repente desafinan y hacen lo que se les pega la gana, pero te maravillan por completo. Lo mismo ocurría con Di Stefano. Cuando cantaba, una podía decir “desafinó”, pero qué importa la desafinación si es el Rodolfo o el Cavaradossi que he soñado. El maldito conjunto muy pocas veces se da en un cantante. Y cuando se da, estamos ante una auténtica estrella. Ahí está la Callas, por ejemplo.

Claro que he escuchado eso de que somos complacientes para otorgar los premios, pero es falso. ¡Nunca, como concurso, lo hemos sido! En todo caso, los veredictos, cada año, son responsabilidad del jurado, que siempre ha contado con libertad absoluta para elegir a los ganadores. Decir que el Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli es complaciente, me parece muy aventurado y subjetivo, pues en cualquier caso se premia lo que se considera más destacado.

Pero así como el jurado de algún año pudiera juzgarse más flexible en su decisión, hay otros que resultaron tan estrictos que no premiaron a nadie. En esto último tampoco estuve de acuerdo, porque además de utilizar computadoras para sus conteos, lo cual es un tanto frío para valorar a un cantante, adoptaron un carácter de divismo en el que nadie merecía nada. Y no se trata de eso: ése no es el objetivo del concurso. Por lo demás, me pareció un poquito contradictorio porque se supone que ya habían hecho una preselección de los finalistas y resultó que en el concierto final no había alguien que mereciera el premio. Sin embargo, se respeto la decisión de esos jurados.

¿Que se dice que los miembros del jurado no son profesionales de la voz? Quizá no, pero procuramos invitar a gente inmersa en el mundo del canto y la ópera, cuyos conocimientos sobre el género resultan evidentes e incuestionables. Son personas que han visto mucha ópera, tienen discotecas gigantescas y su visión artística es admirable, que de inmediato saben reconocer una voz con potencial.

No hemos tenido maestros de canto porque un cantante puede tener una técnica distinta a la que ellos enseñan a sus alumnos porque consideran que es la correcta. Es decir, pueden existir prejuicios para valorar a un joven que no mata las moscas como ellos creen que deberían matarse. Tampoco solemos invitar cantantes un poco por la misma razón. Alguna vez han estado, entre otras, Gilda Cruz- Romo, Ernestina Garfias o Mignon Dunn, pero como situaciones extraordinarias, ya que no han vuelto a ser invitadas.

¿Qué proyección tuvieron los primeros ganadores del Morelli, en qué se beneficiaron de haber ganado? El resultado ahí está. ¿A dónde fue a parar Ramón Vargas? Claro que también luego depende de la personalidad, de la vida y del trabajo del cantante. Porque ciertamente a lo largo de estos veintitantos años muchas lindas voces se perdieron. Otras andan por ahí de maestros o en los coros. Lo cierto es que mucha gente ha tenido la oportunidad. Aunque no todos han sido Ramón Vargas o Rolando Villazón o Lourdes Ambriz o Jesús Suaste o Gabriela Herrera o Carlos Almaguer.

Y, además, yo pregunto: ¿En la primera mitad del siglo XX, a nivel mundial, cuántos Carusos había en los escenarios? ¿Cuántos Plácidos, Pavarottis o Carreras aparecieron a lo largo de 40 años? La respuesta es obvia. Por eso creo que si en México, sólo en los últimos 25 años, unos cuantos cantantes espléndidos arrancaron sus carreras en el Morelli, ha valido la pena y ha sido un logro del concurso. Aunque algunos luego ya ni se acuerden de nosotros por andar en todo el mundo.

Los ganadores del Morelli, de 2004, además de una medalla y un premio en efectivo, saltaron directamente al escenario a los papeles protagónicos de La fille du régiment. Igual que en su momento lo hiciera Graciela de los Ángeles, cuando se le encomendó una Lucia di Lammermoor. Aunque los primeros ganadores también tuvieron suerte: María Luisa Tamez, Lourdes Ambriz, Ramón Vargas, porque Rómulo Ramírez estaba al frente de la Ópera y los metió a trabajar de inmediato, aunque fuera en pequeños papeles. ¿Qué edad tenía Ramón? Tenía 22 años y era importante que estuviera sobre el escenario. Violeta Dávalos, Jesús Suaste y todos los demás igual tuvieron mucho trabajo que hacer. Rómulo les dio la oportunidad. Unos se fueron, otros se quedaron, pero eso dependía mucho de las circunstancias y aspiraciones muy personales de cada quien. Cuando otros directivos estuvieron al frente, traté de acordar con ellos un plan de trabajo para los ganadores dentro de las temporadas de la Compañía Nacional de Ópera. Todos me decían que sí, pero, como la canción, no me dijeron cuándo. Sin embargo, yo les decía a los muchachos que el premio más grande para un joven cantante es pararse en el escenario de Bellas Artes, con la orquesta, el director y la sala llena, para ofrecer su arte y conquistar el aplauso del público. Eso es algo que muchos cantantes de generaciones pasadas soñaron y nunca tuvieron.

¿Qué pienso sobre el premio que daba Ramón Vargas y terminó por retirar del concurso? Me dolió mucho. Sus palabras me lastimaron con profundidad y es algo de lo que no acostumbro, ni me gusta, hablar. Sus declaraciones me sorprendieron, sobre todo viniendo de alguien como Ramón, tan entusiasta y que siempre mostró su apoyo al concurso. Estoy segura de que fueron malos entendidos que le hicieron saber terceras personas. No me interesa señalar exactamente quién, pues él ni siquiera estuvo presente en aquel concierto en el que se suscitaron las diferencias y no supo lo que pasó.

Por lo que respecta a los principales obstáculos o retos que se deben superar año con año en lo que se refiere a la parte organizativa, puedo destacar la conservación del sitio. Debe hacerse una serie de trámites medio burocráticos. Por lo que toca a los premios, debo andar, no es la palabra, lo digo de broma, como pordiosera, pidiendo parte al Fonca, al Conaculta. Lo demás me lo aporta Bellas Artes.

En ese sentido, me gustaría que fuese un concurso institucional, de Bellas Artes, que prácticamente ya lo es porque, fuera del dinero que me da el Fonca, el INBA lo pone todo. Con ellos se hace el papeleo de las inscripciones y ponen también a los pianistas.

Pero volvemos a lo mismo. No puede ser que nos preguntemos si dentro de dos años el concurso se seguirá llevando a cabo. Si ya no estoy yo, ¿se acabó el concurso? Eso yo misma quisiera saberlo. Y creo que debe trascenderme. Hay mucha gente que pudiera continuarlo. Especialmente dos personas: Francisco Méndez Padilla y Enrique Patrón de Rueda. Este último ha estado desde el primer concurso, con mucho amor y cariño, a excepción de una o dos veces que, por compromisos en el extranjero, no ha podido. Mi deseo es que el Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli se institucionalice formalmente, pero que no se burocratice.

Por esta razón, mi siguiente paso será renovar la asociación civil de la que depende el certamen para que pueda mantenerse como una entidad de la sociedad, aunque con un respaldo gubernamental que no tenga límites sexenales. Porque me invade mucha satisfacción abrir una revista o un periódico y encontrar críticas o reseñas sobre cantantes que surgieron a partir del Morelli. Aunque, enfatizo, quizá algunos de ellos ya no se acuerden de este concurso ahora que tienen sus carreras desarrolladas. Pero si es así, si han logrado un nombre en el mundo de la ópera, el Morelli cumplió su misión, pues permitió que empezaran a presentarse profesionalmente en un escenario. A lo mejor en pequeñísimos papeles, pero creo que para los muchachos que quieren iniciar, lo importante es contar con un escenario que les permita mostrar sus cualidades. Y eso se ha cumplido.

lunes, agosto 25, 2008

Aprobado

H. Sínodo: Dolores Castro, José Alfredo Páramo, Alfredo Gabriel Páramo


Finalmente, el viernes 22 de agosto presenté mi examen profesional para obtener el título de licenciado en periodismo, si bien periodista he sido qué rato. Aprobé. O me aprobaron, con reconocimiento especial por mi trabajo sustentado.

Ofrecí una presentación, a guisa de resumen del tema abordado, y luego fui examinado. Al acto acudieron maestros, familiares, cantantes, pianistas, compañeros de alma mater, colegas, críticos. En todo caso, amigos que me hicieron sentir acompañado.

José Noé Mercado, Xavier Torresarpi, Charles Oppenheim

La presencia de mis invitados, y uno que otro no invitado, me entusiasmó algo, porque o creían en el tema abordado, o creían en mí, lo cual, en ambos casos, no me parece nada mal. No padecí nervios. En realidad tenía una ansiedad que se fue disipando una vez que me dejaron hablar. Cuando el H. Sínodo me dio bandera verde, todo fluyó. Y la carga de energía contenida se fue disipando de a poco.

Me dicen que hubo muchos aplausos y porras y diversas muestras de apoyo y entusiasmo, cuando se supo el veredicto. Y aunque la verdad es que sí, algo así recuerdo, no tuve mucha conciencia de todo ello. Yo estaba concentrado en lo mío, como habitando otra dimensión, personal. Así, casi abstraído, autista, leí una especie de protesta como periodista.

Gracias a todos por su apoyo. No lo capté, pero sí lo sentí.

Y justamente para agradecer, ofrecí una comida en el restaurante de un hotel cercano a la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en Paseo de la Reforma, para todos los asistentes. No todos pudieron ir, puesto que era viernes hábil, pero algunos sí fueron y ahí estuvimos. Conviviendo.


Lázaro Azar, Vladimiro Rivas, Raúl Díaz, Ana Caridad Acosta, José Noé Mercado, Humberto Terán

He recibido algunos mensajes y llamadas de felicitación. Parece que les gustó lo que dije y cómo lo dije durante el examen. Y nada: no lo digo por creído o quebrado, lo digo porque me parece que corresponde agradecerles a todos, sinceramente.

Eso por ahora. Pronto, más fotos y algunas reseñas del evento.

miércoles, agosto 20, 2008

Cuenta regresiva


La cuenta regresiva inició qué rato. Se acerca el día D. Hoy pasé por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y me hizo gracia ver la marquesina.

La foto salió chueca, ciertamente. Pero era eso, si quería evitar el reflejo.

Y nada, ya está todo listo, para cuando llegue el momento. Estoy, más bien, ansioso. Veamos cómo se dan los acontecimientos.

domingo, agosto 10, 2008

Esquela

Este blog escribicionista y su autor
José Noé Mercado,
acompañan en su dolor a la familia
Oppenheim Monroy
por el sensible fallecimiento de la señora
Olga Oppenheim Monroy,
acaecido el pasado 9 de agosto de 2008,
en la ciudad de México.

Descanse en paz


domingo, julio 27, 2008

La Ópera de Bellas Artes en el sexenio 2mil - 2mil8: el examen



Desde el primer semestre de la carrera, como estudiante, ejercí el periodismo. Tengo pruebas, algunos textos publicados. Desde entonces no he dejado de ejercer, aunque no me había preocupado de titularme. Para otros no sé, pero para mí nunca ha sido importante un documento que licencie lo que haces o sabes. Lo que uno hace y sabe, lo hace y lo sabe, con o sin títulos. En particular, creo que la importancia de ser periodista está en otros aspectos. Porque como bien se sabe, es mejor ser un periodista sin título, que un título sin periodista.

Total que por motivación ajena, por complacer a otros (aunque todo esto terminó por complacerme también a mí) decidí titularme. Había varias opciones. Escogí elaborar un gran reportaje y someterlo a examen. El tema: La Ópera de Bellas Artes en el sexenio 2000 - 2006. Quedó listo y fue aprobado por los sinodales. Ahora sustentaré el trabajo en un examen profesional.

Para el que ya hay fecha y hora.

Veamos cómo me va.


La Ópera de Bellas Artes en el sexenio 2mil - 2mil6

Gran reportaje: examen profesional x el título de licenciado en periodismo
Sustenta: José Noé Mercado
Sínodo: Dolores Castro, Alfredo Gabriel Páramo, José Alfredo Páramo
Escuela de Periodismo Carlos Septién García, agosto de 2mil8

jueves, julio 24, 2008

Nuevo mejor amigo


Sí, lo cierto es que suena consumista, harto, pero hay pocos placeres que igualen al de sacar de la caja a tu nuevo mejor amigo.

No hay como romper los sellos, abrir las tapas, levantar el unicel e impregnarse de su olor a nuevo.

Quizá este post no sea tanto de consumismo, sino de amistad. Un nuevo mejor amigo en el que se darán forma ideas y pensamientos propios. Silencios, balbuceos, quizá creaciones.

Veamos, con el tiempo. Por hoy, bienvenido.

martes, julio 22, 2008

Eugene Onegin en Bellas Ates



Desfasado. Algo. Entre una cosa y otra, no había posteado mi crítica de Eugene Onegin en Bellas Artes. Lo hago, a continuación. Tampoco era como muy urgente ponerla. De mejores cosas, creo, he escrito, y con más placer. En fin. Va:


Eugene Onegin en Bellas Artes
x José Noé Mercado


Si la Compañía Nacional de Ópera no tocó fondo, su fondo, estuvo muy cerca de ello con la presentación de Eugene Onegin de Piotr Ilich Chaikovski, los pasados 25, 27 y 29 de mayo, además del 1 de junio, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes.

Y es que no sólo puede llegarse a esa conclusión por el desmantelado fruto escénico del montaje, que consistió casi en todo momento en una caja negra —quizás como la de los aviones sirvió como testimonio de un posible desastre: y aquí sin duda lo hubo en lo artístico y administrativo—, aderezada con uno que otro elemento de verdad magro, como una mesa o unos girasoles de papel.

También es posible quedarse con esa impresión de tocar fondo porque de los planes originales, digamos objetivos, de la Compañía Nacional de Ópera para esta presentación, muchos, los importantes, se vinieron abajo: por diversos motivos, entre ellos la burocracia y la ineptitud administrativa, no se logró traer la producción anunciada de la Ópera de San Francisco. Tampoco trajeron a la soprano Ainhoa Arteta, ni al bajo Tamás Bátor.

Y, finalmente, el tenor Ramón Vargas, por quién se había decidido presentar este título, considerando su magnífica interpretación que hace del papel de Lensky, decidió no participar en las funciones que estaba anunciado, quedándose en Europa para cuidar su salud, afectada en ese momento, según se dijo, por un “severo resfriado”. Allá estaba porque justamente el 25 de mayo, día del estreno de Onegin en Bellas Artes, tenía un concierto en Lucerna, Suiza (a beneficio del Fondo Memorial Eduardo Vargas y que, igualmente celebraba dos décadas del ingreso del destacado cantante mexicano a la compañía de ópera de aquella localidad), y que, según dijo a Reforma en entrevista con María Eugenia Sevilla, “no podía cancelar”. Lo de México, como quiera, pero ése concierto, no.

Ante todo esto, a improvisar. A hacerle a la mexicana. En buena medida, como resultado de que en Bellas Artes, operísticamente hablando, suele trabajarse no con contratos firmados con la debida antelación, como operan la gran mayoría de teatros serios e importantes del mundo, sino con acuerdos de palabra. El apalabramiento es la carta de intención, que si se cumple, bien. Y si no, también, porque es no menos que la palabra, pero tampoco más. No pasa nada.

Todo esto, al margen de que a quien afecta es al público, que se convierte en el verdadero pagano, nos habla del carácter improvisado con el que tiene que moverse la Compañía Nacional de Ópera. ¿De qué sirve planear el futuro de la ópera en México, si se terminará improvisando al cinco para la hora? Total, si se va a actuar de esa forma, porque es la norma, porque así funciona el sistema, al menos las autoridades deberían quitarse lo pretencioso y ser humildes en lo que terminan por ofrecer.

Estos factores, como es comprensible, son, además, terreno fértil para las especulaciones, para la grillas, intrigas y quejas incluso dentro de los mismos grupos artísticos, hacia los solistas, hacia directivos, hacia los directores invitados. Y viceversa. Lo más elocuente, el termómetro del río revuelto, en este contexto en el que se presentó Eugene Onegin en Bellas Artes, es que unos y otros, de alguna manera, tienen razón en sus querellas.

Por lo que respecta a la parte artística de este ciclo de funciones, y una vez dicho lo de la caja negra y el concepto pobre de la puesta en escena, ¿o era puesta en concierto?, es preciso señalar el desconocimiento del género operístico que demostró el director de escena Horacio Almada. No dio muestras, siquiera, de comprender la música, de desarrollar la historia a partir de los ritmos, de las respiraciones, del sentido, que se desprenden al ejecutar la partitura melódicamente rica e intensa de Chaikovski. La música le quedó grande al director Almada, por algo más que obvio y simple: jamás la sintió escénicamente y menos pudo hacerla sentir en el trazo marcado a los personajes. Almada, junto con Mauricio Trápaga (él además firmó la iluminación), se encargó, con igual infortunio, del diseño de escenografía y vestuario.

Ya que describen a la perfección los hechos desde adentro y son más elocuentes, casi, que cualquier crítica, a continuación consigno las lastimosas pero sinceras palabras de un integrante del coro, difundidas en un mail que llegó, entre otras direcciones, a mi cuenta de correo electrónico:

“Una puesta en escena pobre, sin ton ni son, con vestuarios sacados del baúl de los recuerdos de las óperas de antaño, de la época en que entonces sí se hacía buena ópera. ¿Por qué no hablar del coro? El coro tuvo apenas un par de semanas de ensayos musicales para montar Eugene Onegin, mientras que el director en turno (Leszek Zawadka) se iba a hacer sus conciertos. No dudo de la capacidad del maestro Zawadka, pero en mi pobre opinión, que siga dirigiendo a su coro de niños… A esto le sumamos la torpeza de la dirección escénica que dejó mucho que desear. El coro cumple con el trabajo que le encomiendan, dependiendo del director que venga tal vez sea malo o bueno, pero siempre está ahí. Pero si nos mandan a un director de escena que no ha salido del teatro y que no tiene idea de lo que es la ópera, ¿cómo es posible que podamos desarrollar nuestro trabajo al cien por ciento? Mientras los directivos sigan invitando amigos y amigas a dirigir las pocas producciones de ópera que hay en Bellas Artes, nunca podremos salir del hoyo en el que estamos hundidos”.

¿Así o más claro respecto de cómo están las cosas?

Por lo que se refiere al elenco, debe destacarse la participación, en el rol epónimo de esta obra, del barítono Jorge Lagunes, quien debutó el personaje con un cantó sólido, de voz perfectamente emitida, producto de un acercamiento adecuado y riguroso a la partitura, que además suena embarnecida con un color atrayente.

Como Lensky, el tenor y gamer Arturo Chacón debutó en esta cuerda (antes fue barítono) en Bellas Artes. Su participación fue, en general, bastante buena, considerando que, además de la función para la que estaba programado, tuvo que hacerse cargo de las presentaciones que dejó su maestro (Chacón fue el recipiendario de la Beca Ramón Vargas – Pro Ópera). Su timbre, cuando despliega su instrumento, es muy bello y cálido, y sabe lo que está cantando, musical y dramáticamente. Quizá en lo que debiera trabajar es en hacer correr su voz con más brillo por el teatro, ya que tiende a opacarse, sobre todo en su registro medio, lo que evita que el sonido se extienda una vez que ha salido de su garganta, atorándose y produciendo un vibrato un tanto hosco.

Las sopranos Karine Babajanian e Irina Bikulova se alternaron el papel de Tatiana. La primera cantante, con una voz en realidad muy agradable, pero sin mostrar el proceso evolutivo —o involutivo, según se vea—, esa transición de casi niña campirana y romántica a señora de sociedad resignada a la conveniencia, no al amor, que experimenta su personaje. En ese sentido su canto fue plano, igual a lo largo de la función.

Una grata sorpresa, en el rol de Olga, resultó el desempeño de la joven mezzosoprano Guadalupe Paz, con un instrumento bien manejado, con timbre de color homogéneo, y una línea de canto fina, de buen gusto. Por su parte, el bajo Mikhail Svetlov, como Gremín, cumplió sin intensidad particular su breve papel. Mejores actuaciones (y caracterizaciones: aquí más que príncipe parecía campesino) le hemos visto en México.

Ivan Anguélov, al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, hizo un trabajo bueno, ya que, a fin de cuentas, la música producida sirvió como refugio a los espectadores, ante lo visto, y sobre todo lo no visto, en la escena.

En resumen, en esta puesta en escena de la Compañía Nacional de Ópera faltó decoro artístico, organización, idea. Es verdad que se tocó Chaikovski, pero, al mismo tiempo, quizá también se tocó fondo. Ojalá. Más nos valdría. No haberlo tocado ya, sería riesgoso, pero posible, por aquello de que nunca se está lo suficientemente mal, como para no estar peor. Vaya dilema.

martes, julio 15, 2008

Bolaño, 5 años de su muerte


Hoy, 14 de julio de 2mil8, se cumplen cinco años del fallecimiento de Roberto Bolaño. En gloria esté, una de las potencias narrativas más arrolladoras de las últimas décadas. Acá, la echamos de menos, la necesitamos.

Bolaño no sólo sigue vivo, literariamente hablando, sino que la fuerza de sus letras lo han llevado sin escala al terreno de la leyenda, del mito. Muy atrás quedó lo marginal. Bolaño se volvió un autor de culto, sí, pero a la vez un culto masivo porque sin duda se lee.

Roberto Bolaño es hoy un estandarte del escritor que escribe -procesando la vida a través de la literatura, demostrando que todo se puede narrar, la existencia misma se vuelve narrativamente más atractiva e interesante, cuando uno es capaz de meter la cabeza en aquello que no se mira sin contemplar el horror, cruzando abismos, sobreponiéndose al vértigo-, no del que hace política, no del que posa, no del que no se deja leer, no del que se vende. Bolaño hoy es leído, cada vez más. Creo que para bien.

La figura de Roberto Bolaño, su obra, deja la impresión salvaje, indómita, por momentos inabarcable, de que crecerá con el tiempo.

Ya lo estamos viendo.

domingo, julio 06, 2008

Leyendo Crónica del pájaro que da cuerda al mundo


No sólo me dedico a echar trolles* de los comentarios de este blog. Entre muchas otras actividades, más que aclarar la diferencia entre moderación y censura, leo.

Y por estos días leo algo que me tiene alucinado: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo del gran Haruki Murakami.

Hace tiempo que el inicio de un libro no me producía tanto placer como la Crónica del pájaro... Entre lo más reciente, recuerdo 2666 de Roberto Bolaño. Como lector me produjo un efecto similar, digamos lisérgico.



No sé exactamente a qué se deba este efecto. Quizás a la claridad de su prosa y estructura -tan necesaria para un viaje largo en el que uno sabe que se va a perder- o al descubrimiento de personajes de los que uno se agarra de inmediato, o ,acaso, a esa voz narrativa, amiga, que guía serena y segura por el caos. O porque uno termina -desde que empieza- por entender que está deliciosamente escrito, no más, no menos.

Es curioso que, tanto a Crónica del pájaro... como a 2666, uno deba referirse a eso que se denomina novela total. Aunque claro, hay novelas total que no provocan esa reacción de extremo placer al leerlas compulsivamente. No lo sé, no es tan claro. Quizá en ese secreto-cualidad, intangible pero real, consiste la diferencia entre escribir bien o escribir muy bien o incluso escribir excelentemente bien, o simplemente ser un genio de las letras. Porque es claro que tanto Murakami como Bolaño están en esta segunda clasificación.

Aceptemos de momento, a falta de mejor explicación, la apuntado por Rodrigo Fresán en El País: "Advertencia: Murakami -al igual que los Beatles-, produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo".


*Para aquellos que aún ignoran lo que es un troll cibernético (hay trolles que no saben que lo son), clik aki. O acá.

martes, julio 01, 2008

Pro Ópera julio-agoto 2008


Se acabó la primera mitad de 2mil 8. El tiempo no se detiene. Salió entonces, hoy día 1, la revista Pro Ópera julio-agosto 08.

Textos míos vienen: entrevista con el editor cantor Charles Oppenheim, entrevista con el tenor Dante Alcalá, crítica de Jenufa en BA, columna Ópera en México -que a su vez trae harto contenido- con su agregado México en el Mundo.

Y, bueno, como suele suceder, el número trae muchas cosas de otros colaboradores.

Hay que verla, leerla y, por qué no, tenerla.

http://www.proopera.org.mx/

lunes, junio 30, 2008

Imágenes q no dicen + q mil palabras

Trocaspolis

Este post-galería, y quizás otros iguales que vengan después, decidí llamarlo Imágenes q no dicen + q mil palabras. Sí, es como una declaración de principios. Igual depende de quién sean las palabras, eso sí. Pero, en todo caso, me gustan más las imágenes que encierran historias que al mirarse uno debe imaginar, suponer, intuir. Y eso sólo puede ocurrir a través de las palabras, aunque sólo sean pensadas. Una fotografía que lo dice todo, es, acaso, intrascente. Estaba muerta desde el momento de ser tomada.

Edificios en edificio

Las fotografías incluidas en este primer post-galería fueron tomadas en la ciudad de DeEfe, así que en parte son reconciliadoras ahora que se ha vuelto una capital ensangrentada. DeEfe es operativos estúpidos y homicidas, irresponsables, ejecuciones que generan terror en la gente, pero también es más que eso. Es un espacio, un territorio, que se vive.

Camellón piramidal

No me gusta, como quizá se aprecia, fotografíar personas, aunque a veces se cuelan y salen. Prefiero el paisaje urbano, solitario. Captar en un momento distinto ese sitio que, cotidianamente alberga a las personas, su vida mecánica, sus máquinas. El molde, la forma, sin contenido.


Rayas peatonales

Como ya se ha dicho, en DeEfe las distancias no se miden en kilómetros, sino en horas. Y manejar en esta ciudad es una travesía a veces muy aburrida. Una de mis malas costumbres, últimamente, es la de tomar fotografías mientras manejo para distraerme un poco. Es entretenido. El acto, por supuesto, requiere cuidado y atención. Ya no debería practicarlo.

Bellas Artes en el ocaso

Es obvio, pero no tan evidente para muchas personas, descubrir los matices de un sitio dependiendo del día, de la hora, de la luz y el enfoque. En ocasiones somos tan rutinarios que sólo conocemos los lugares a cierta hora, en cierta mirada. Hueva.

Polución nocturna

Pocas experiencias tan solitarias como deambular en el auto mientras la mayoría en la ciudad duerme. Y si aparte llueve todo se potencia.

Descubriendo lo urbano

Esta foto es como Macondo da paso a McOndo. Y cuando la naturaleza se hizo a un lado, lo urbano estaba ahí.

Pemex de ladito

Conducir sin tanto tránsito puede ser tan placentero como descubrir esos sitios iconos que, quizá a diario, sólo nos contemplan. Es una metáfora, no nos contemplan, son inanimados, pero es raro, muchas veces nos remontan y, seguramente, nos trascenderán. Y cuando algún día ya no despertemos, los edificios seguirán ahí.

Contención

Pocas ocasiones contemplamos las pieles, la textura, los colores de aquello que nos contiene.


Latinocool

Un plano holandés, creo que se llama, en un lugar crucero, un punto de encuentro para mucha gente, en el que, mientras espera, oberva que la demás gente va y viene. Cumple destinos, cursos, enfrente del nuestro.

Escurrimiento

Una fachada que escurre ante las inclemencias del tiempo. Me imagino cómo escurre el rostro del ser humano en la misma situación.

Y la luz

La hora mágica, ya ha oscurecido pero queda algo de luz, sin que se encienda la luz eléctrica. Buen momento para pensar que más fotografías, luego. Por hoy, este primer post Imágenes q no dicen + q mil palabras. Para alguien que prefiere escribir, no está mal. Pero ya es suficiente.

viernes, junio 20, 2008

Déficit: salir perdiendo


De cine en DeEfe, no había escrito hasta hoy. Despacho desde Mérida, Yucatán, que está calurosa pero con lluvia. Paseo por el paseo Montejo y posteo. Va:


Déficit: salir perdiendo
Por José Noé Mercado

Uno para Déficit, digo por fin, después de permanecer 15 minutos en la fila.

Uno para Déficit, son 48 pesos, dice el tipo con gorra detrás de la ventanilla, hablándole a una tripa metálica que le distorsiona la voz electrónicamente, muy go to the future, lo que sin duda le llena de una extraña satisfacción.

Tiendo un billete de 200 en la hendidura ubicada en la zona media de la caseta de ventas y mientras espero el vuelto, y por cierto mi ticket, trato de ubicar, mejor dicho me abandono a la adivinación, dónde quedan las salas en esta plaza comercial que, me di cuenta mientras hacía hora para la función, no tiene una sola librería ya no digamos surtida, sino decente. No sé hacia dónde debo dirigirme para ver la peli. Debo descubrirlo en breve.

Uno para Déficit, repite mecánicamente, con voz de robot, el chico expendedor. Que te diviertas.

¿Que me divierta? ¿Vine a divertirme? ¿Estoy aquí porque quiero diversión? ¿Divertirme es lo más deseable a lo que puede aspirar mi ser en este momento y en las próximas, casi, dos horas? ¿Y si no me diverto? ¿Si la película me parece mala y decido salirme del cine? ¿Eso sería divertido o lo divertido sería quedarme o evadirme o tomar una siesta en mi butaca?

Al tiempo que pesco mi cambió de la charola: casi no puedo tomar las monedas, la abertura es mínima, paranoica, ¿antiasaltos?, concluyo que hoy en día divertirse está sobrevalorado.

Con el ticket en la mano, busco por los pasillos la entrada a las salas. En particular, me interesa encontrar la 3. Me pierdo, no es por aquí. Regreso, tampoco es por acá. Lo de menos sería preguntar, pero hoy vengo algo autista.

Finalmente, topo con un pasillo que conduce a unas escaleras alfombradas, con un camino hecho de foquitos de luz ámbar, por el que se debe andar. También hay serpientes de luces en las confiterías y en los cuadros de aluminio que enmarcan los diversos afiches de películas que, quizás, jamás me anime a ver. Todo es como si lo galáctico, o lo que aspira a serlo, fuera la estética que nos hiciera sentir en onda. Como si esos foquitos fueran la luz, la vela que ilumina nuestro camino existencial.

Desde que compré el boleto, incluso antes, observé que la mayor parte de las personas vienen por Hulk o Sex and the city. No hay pierde, él público, fan de ésta última, se distingue fácil: vienen en grupo, son mujeres tipo 30 y 40 y se les nota lo a-mi-gas-in-tré-pi-das-por-siem-pre-du-ro-con-ellos.

Paso de largo, definitivamente.

Que se divierta, me dice en la entrada un tipo clon del que me despachó mi ticket, luego de devolverme mi boleto que acaba de romper, sólo que él no le habla a un micrófono fijo. Él trae diadema. Éste me habla de usted, quizá porque envejecí lo suficiente para ello en los últimos cinco minutos. Razones nunca faltan.

Ingreso en la sala 3, que huele a palomitas enmantequilladas, a hot-dog con cátsup y cebolla y a otros hedores que al poco tiempo se mezclan en uno sólo, lo que quizá es menos intolerable que varios por separado.

Para mi sorpresa, no hay tan poca gente. Igual no es mucha, pero el lugar es minúsculo. La mayoría son parejitas de enamorados, tórtolos. Besucones. Pololean. Hueva, güey, dirá más adelante, en la cinta, Elisa (Camila Sodi). Hueva tú, le responderá su hermano Cristóbal (Gael García Bernal).

Hueva todos.

Los mejores asientos, o los que me lo parecen, han sido acaparados. Recorro la sala con la vista, después camino por ella. Decido sentarme en una butaca de pasillo, muy orillado pero al menos con algunos lugares libres de por medio, con cierto aísle.

Con la luz encendida, se alza la cortina. Suena mamón y pedante, pero luego de presenciar cientos de veces cómo se levanta el telón Tiffany del Teatro de Bellas Artes y otros similares, este acto me parece muy venido a menos. Aunque, por supuesto, eso no lo reconoceré en Bellas Artes, donde hace rato que disfruto casi nada. O nada. Inconvenientes de ejercer la crítica en un país donde las cosas están como en México hoy.

Comienzan algunos comerciales francamente lamentables, de flojera. Como si los realizadores pensaran que el público cinéfilo, a parte de un fuerte impacto visual, tuviese algo de bobo y requiriera de peras y manzanas gráficas para captar el concepto. Los de la cadena de cine no se salvan. Son en animación patito, tetos.

Es la hora de ver el celular, de alguna broma al acompañante, de besar, de un arrumaco, de esperar que el tiempo corra. O vuele. O de resignarse, mal que mal, el inicio del filme ya está cerca.

Las luces bajan su intensidad.

En eso, la típica pareja que llega barriendo a todos lados hace su aparición. Viene cargada de refrescos, nachos escurriendo queso y salsa Valentina, con hot-dogs y una bolsa de palomitas con mantequilla, jumbo. Hablan, escudriñan la sala, desean el mejor lugar posible a esa hora y, Ley de Murphy mediante, deciden sentarse a mi lado. Me interumpen, tengo que desdoblar las piernas, enderezarme, desconectarme de la pantalla grande para que pasen.

No tardaré en huir a otra butaca, pero de momento capto que la película dio comienzo. Así es la vida, pienso: lo que debe ocurrir ocurre, aunque uno no esté listo.


Déficit es el debut de Gael García Bernal como director cinematográfico. El argumento de la cinta es resumible así: Cristóbal, que espero que ya haya quedado claro es el propio Gael, organiza una fiesta-comida en su casa de descanso de Tepoztlán, Morelos, e invita a sus amigos que son casi tan desmadrosos, viciosos y clase-burgueses como él. La mansión, en la que también estarán los amigos de su hermana Elisa y los sirvientes, en realidad es de sus padres que, como sabremos más adelante, andan en Europa, porque al papá, un ejemplar nato del político transa mexicano, le andan pisando los talones. Es ésa la clase alta que retrata la película, encumbrada por la corrupción y su poder, que contrasta con la clase humilde, marginada, empobrecida no sólo en el bolsillo sino en su ventana al mundo.

El casi que diferencia a Cristóbal de sus amistades es importante y da sentido a la trama. Él, de a poco y en esa soledad que sólo se siente acompañado, va cobrando conciencia de la sociedad frívola y superficial, putrefacta, en la que vive, a la cual pertenece sin quererlo, sin orgullo particular. Cristóbal es un estudiante de economía fresa e hiperlactante, rico (acaso condenado a repetir los pasos de su padre), que no lo tiene todo ya que justamente no se ha rescatado a sí mismo. Porque tampoco se resiste demasiado a pertenecer, de hecho a ratos disfruta perteneciendo, porque carece de fuerza para ponerse donde quiere estar.

Su hermana, Elisa, es una boba niña nice, fiestera y droga, dañada igual que Cristóbal porque su necesidad de afecto verdadero está insatisfecho. Las amistades de Elisa, igual que las de Cristóbal, son intercambiables, aprovechadas, sólo sirven para el reven.

Como contraparte, en los sirvientes, en los marginales, está Adán (Tenoch Huerta), que de niño fue amigo de Cristóbal. Pero ahora ha crecido y acumula rencor y odio contra los patrones, contra la sociedad que lo oprime: de ser un compañero de juegos futbolísticos en la infancia, Adán pasó a ser para Cristóbal (por modales, por pudor, lo piensa pero no se lo dice sino hasta que ya no puede contenerse) un pinche naco.

Burgueses y nacos, su convicencia, su problemática, la guerra de sus mundos, que por cierto en la película nunca comienza, es la esencia de este filme.


El debut de Gael García Bernal como director da un balance positivo.

Saca el jugo que puede al tema para nada nuevo del clasismo, porque le da toques contemporáneos, suyos. Si bien no se resiste a incluir algunos clichés de película de fiesta de jóvenes como la infaltable escena en la piscina, la cinta tiene tomas, secuencias, planos, que transfieren personalidad del director a su creación. La vuelve obra de autor y eso siempre resulta meritorio. No todos llegan a ello, y menos lo logran en su ópera prima.

El guión de Kyzza Terrazas resiste sólo si uno resiste con él algunos lapsos casi muertos, insustanciales, fomes, en los que la única acción proviene de que avanza el día, pero alcanza a contar la trama y explora con conocimiento el lenguaje defeño siglo 21. No faltan los qué pedo, güey, el huevos, puto, los no mames, güey, si bien en algunos momentos los diálogos parecen escritos para la foto, posados, para exportar, lo que gana en risas e instantes simpáticos, pero resta sustancia dramática.

Aunque lo intenta, la película no confronta la vida de la sociedad pudiente con la de las clases marginales que deben servir para sobrevivir, sólo las contrasta. El conflicto no estalla, se queda al acecho, ronda. Pero, sin duda, el gran soporte del filme viene de la actuación del propio Gael, quien suma Cristóbal a su repertorio de tipos charolastra-perrunos, hiphoperos, que le van tan bien. Su interpretación es sincera, destacada y está por encima del resto del reparto que, en su defensa, debe decirse que ha de encarnar personajes insustanciales, decorativos (la presencia de la Máfer -la riquísima Ana Serradilla-, por ejemplo, es anecdótica), que son necesarios sólo para que la trama funcione. Quizá eso es lo que nos quiere decir el director con una iluminación que a ratos muestra rostros ensombrecidos, difuminados, confusos para el espectador.

El final de la cinta tiene fuerza en la medida que devela algo no tan evidente: aquello de lo que en realidad va la película: el verdadero conflicto de Cristóbal: su soledad, expuesta en este punto cuando más compañía y ayuda necesita. Por una razón u otra, sus amigos fallan, incluso Dolores (Luz Cipriota), la argentina apenas conocida que aparentemente ha conectado con él. Todos mantienen con Cristóbal una relación en la medida de su conveniencia, nada más. Lo usan. Y él acepta: se ha dejado usar para sentir que no está solo.

El cierre también tiene carácter y propuesta del director: queda abierto, pero encaminado. Con rumbo. Cuando llega el final, uno puede, incluso, olvidarse de la casi siempre monótona fotografía: la locación y la fiesta en sí no dan para tanto, o de lo irrelevante de algunas situaciones, para quizás entender, con Cristóbal mirando por una ventana oscura, quebrado, que a veces tener cuesta. Genera déficit. Porque al tener tanto, una posición con dinero malhabido, padres lacras, amistades de mierda, costumbres de una sociedad corrupta, en decadencia, uf, la mexicana, cómo no salir perdiendo.

lunes, mayo 19, 2008

Jenufa en Bellas Artes


No había posteado mi crítica de Jenufa en BA. Lo hago ahora. Crédito: las fotografías son del FMCH. Creo que a nadie más le dejaron tomar imágenes, más allá de cinco minutos del primer acto. Uf. Nada, va:

Jenufa en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

Tiene algo de gracioso comprobar que algún sector del quehacer operístico de México anda atrasado de noticias. Y se entusiasma, a grado de hacerse parecer esnob, al descubrir compositores nuevos o al menos contemporáneos como Leoš Janáček. Y luego procede, incluso, a criticar con tono perdona-vidas los caballitos de batalla, lo mismo títulos que compositores, casi todos del repertorio italiano, alguno del francés o alemán, que habitualmente conforman la contada actividad lírica nacional.

Todo esto, aunque tenga gracia, más bien es sintomático. Porque considerar a Janáček (1854 – 1928) y su ópera Jenufa (1904) como algo contemporáneo y venirle a encontrar, en pleno siglo 21, sus aportaciones a la historia operística, no es esnobista. Ojalá eso fuera. Es simple y llanamente la actitud del wannabe, del que quiere ser porque no es, que define a la perfección el estado lírico de nuestro país.

Y nos indica cómo están las cosas, cuál era el terreno de cultivo, ahora que el 24 Festival de México en el Centro Histórico, en coproducción con la Compañía Nacional de Ópera como parte de su Temporada 2008, estrenara Jenufa en el Teatro del Palacio de Bellas Artes (a sólo 104 años de su estreno original en Brno), presentando funciones 10, 13, 20 y 22 de abril, además del ensayo general, el 8, anunciado como función especial de prensa (en la que, con el pésimo tino que ya se va haciendo costumbre en las ediciones del FMCH, a los reporteros gráficos se les limitó a estar sólo en los primeros cinco minutos de la representación, lo cual por todos lados es un despropósito para la adecuada cobertura del evento, además de un gesto grosero y pedante: cinco minutos y se van, ¿así o más majaderos?).

Al margen de todo lo dicho, esta producción de Jenufa, en realidad, fue bastante buena por funcional y decorosa. Se logró tanto en los aspectos músico-vocales, cuanto en los discursivos-escénicos. La CNO se sacó una espinita de las muchas que tiene clavadas en su labor de producir ópera. Ojalá mantenga constante ese paso. Por bien de todos.


Por lo que toca al reparto, la soprano checa Helena Kaupova interpretó al personaje que da nombre a la obra y lo hizo con calidad canora, acento dramático y sufriente: víctima. En la cuerda tenoril, el también checo Ales Briscein estuvo en el rol del galán-gañán desentendido Steva y el italiano Gianluca Zampieri en el de Laca, también galán-gañán, pero que aspira y consigue por estar siempre ahí lo que Steva tuvo y despreció: los favores de una torpe y masoquista Jenufa. Ambos, uno más ligero, el otro más dramático, cantaron con voz y técnica sólida, aunque histriónicamente no son ejemplo de calidez.

La legendaria Catherine Malfitano se lució al encarnar a la Sacristana Kostelnicka, no sólo con una voz caudalosa, potente y autoritaria, sino con un fuelle actoral que dominó el escenario cada vez que apareció en él. E incluso cuando no estaba, porque el calibre y los quilates de una intérprete como ella se incrustan de inmediato en la memoria de quien los ha presenciado.

Las voces mexicanas de Irasema Terrazas, Armando Gama, Carla Madrid, Belem Rodríguez y Arturo López completaron el elenco con buenas participaciones, si bien sus personajes no pueden sacudirse lo insustancial, como los demás, los protagónicos, en su construcción, también tienen que enfrentar tics, prejuicios y lugares comunes que acercan la trama realista, de tintes expresionistas (expresionismo no alemán, sino checo, lo que significaría no estados de ánimo excesivos, sino un rico abanico emocional), a personajes algo acartonados, sin transiciones. Planos.


De cualquier manera, el trazo escénico de Juliana Faesler sacó el mayor jugo posible a esta historia, discurriendo la trama con movimientos respetuosos del entramado musical. Con una iluminación discreta pero efectiva, una escenografía pobre, es decir bellasartesina, aunque bien dispuesta, lógica y funcional. Eso sí: con el infaltable cliché del ciclorama al fondo del escenario mostrando imágenes o colores de entorno y relleno al mismo tiempo.

Al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes se contó con la concertación de Jan Chalupecky, una batuta conocedora que brindó idea y destino hacia el cual dirigirse en esta partitura de Janáček, un mérito no menor en estas funciones.



La clave para comprender la relevancia de Janáček la dejó muy clara el escritor Milan Kundera, también nacido en Brno, en su célebre ensayo sobre este compositor en Los testamentos traicionados:

“Janáček nació en 1854. Toda la paradoja radica en eso. Este gran personaje de la música moderna es el mayor de los últimos grandes románticos: tiene cuatro años más que Puccini, seis más que Mahler, diez más que Richard Strauss. Durante mucho tiempo escribe composiciones que, debido a su alergia por los excesos del romanticismo, no se distinguen más que por su acusado tradicionalismo. Siempre insatisfecho, siembra su vida de partituras inacabadas; sólo con el cambio de siglo llega a su propio estilo. En los años veinte, sus composiciones ocupan su lugar en los programas de concierto de música moderna, al lado de Stravinski, Bartok, Hindemith; pero tiene treinta, cuarenta años más que ellos. De ser un conservador solitario en su juventud, pasó a ser en su vejez un innovador. Pero sigue estando solo. Porque, aunque solidario con los grandes modernistas, es distinto a ellos. Llegó a su estilo sin ellos, su modernidad tiene otro carácter, otra génesis, otras raíces”.

Así que esos entusiastas wannabes camuflados de esnobistas en éxtasis casi místico que descubrieron los alcances de Janáček con estas presentaciones, sintiéndose y queriendo hacernos sentir en el primer mundo, deberían más bien reconocer y sorprenderse de lo rezagado de nuestro entorno operístico que aplaude por vez primera, más de una centuria después, lo creado en otras latitudes. Y recordar, o saber, la gran verdad que Kundera señaló, también en Los testamentos traicionados:

“Hay algo desgarrador, cuando no trágico, en el hecho de que Janáček concentrase la mayor parte de sus fuerzas innovadoras precisamente en la ópera, poniéndose así a merced del público burgués más conservador que pueda imaginarse. Además, su innovación radica en una revalorización jamás vista de la palabra checa, incomprensible en el noventa y nueve por ciento de los teatros del mundo. Es difícil imaginar mayor acumulación voluntaria de obstáculos. Sus óperas son el más hermoso homenaje que jamás se haya rendido a la lengua checa. ¿Homenaje? Sí, en forma de sacrificio. Inmoló su música universal a una lengua casi desconocida”.

Y Kundera sabía de lo que hablaba. ¿Y nosotros, en México?

domingo, mayo 11, 2008

El poder de la literatura

"...No entiendes nada. La creación es un acto, el único acto. No tienes que morirte para imaginar la muerte. No tienes que ser encarcelado para describir lo que es una prisión... Pensando esto, quise convencerme de mi propia superioridad. Me bastaba trabajar seriamente en lo mío para no envejecer ni en diez años ni en cien. Éste era el poder de la literatura...: Escritor, tira la botella al mar, ten confianza, no traiciones tu propia palabra, aunque hoy no la lea nadie, espera, desea, desea aunque no te quieran...".



Carlos Fuentes
Diana o La cazadora solitaria

jueves, mayo 08, 2008

De qué va el mundo


La hermandad cósmica se da cuando alguien, que no tiene ningún lazo ni contacto contigo, sabe lo mismo que tú sabes. Ha experimentado lo mismo que tú has experimentado. Bajo el mismo sol, sobre la misma Tierra, ha vivido y sentido como tú has vivido y sentido. El pensamiento se junta, no importa la distancia ni el tiempo. Ni el idioma ni el color o los rasgos. Y eso es un consuelo enorme. Uno se siente comprendido. Uno se siente menos solo en el universo, incluso en el momento en que más solo se siente.

Así las cosas, la grandeza y valor de un libro, después de todo, depende de su presencia. Sólo de eso, que no es poco. Todo libro y autor entrañable está presente, fiel, justo cuando más se le necesita. Uno lo agradece. Va otro fragmento del enorme Murakami, de su presencia y comprensión agradecible:


"-Watanabe, no tienes mucho apetito, ¿verdad? -comentó Midori bebiendo té verde caliente.

"-No, no mucho.

"-Es culpa del hospital. -Midori miró a su alrededor-. Os pasa a todos los que no estáis acostumbrados. El olor, el ruido, el aire cargado, la cara de los enfermos, la tensión, la decepción, el sufrimiento, la fatiga. Es debido a eso. Todas estas cosas bloquean el estómago y a uno le hacen perder el apetito. Pronto te acostumbrarás. Uno no puede cuidar a un enfermo a menos que coma bien. Yo eso lo sé porque he cuidado a cuatro personas: a mi abuelo, a mi abuela, a mi madre y a mi padre. Es muy probable que ocurra algo y no pueda tomar la siguiente comida. Así que uno debe comer lo que le pida el cuerpo.

"-Ya te entiendo -intervine.

"-Cuando vienen de visita mis familiares comemos aquí juntos, todos dejan la mitad del plato. Como tú. Y cuando ven que yo lo como todo, ¿sabes qué me dicen? "Oh, Midori. ¡Qué suerte tienes de estar tan bien! Yo me siento tan conmovida que no puedo comer". ¡Pero quien cuida al enfermo soy yo! No es broma. Los demás se limitan a venir de vez en cuando a compadecerse. Y yo soy quien le quita la mierda, le saca las flemas y le enjuga el cuerpo. Si la compasión bastara para limpiar la mierda, yo me compadecería cincuenta veces más que cualquiera de ellos. Sin embargo, cuando termino la comida todos me miran reprochándome: "¡Qué suerte tienes de estar tan bien!". Quizá todos me toman por una burra de carga. Ya son mayorcitos, ¿no crees? ¿Por qué no entienden todavía de qué va el mundo? Hablar es muy fácil. Lo importante es limpiar la mierda o no hacerlo. Yo también me siento herida en ocasiones. Y también me quedo sin fuerzas. A mí también me entran ganas de ponerme a llorar. Imagínate. Pese a no tener ninguna esperanza de curación, los médicos le abren la cabeza y se la remueven, una y otra vez, y siempre empeora y va perdiendo poco a poco sus facultades, y yo soy testigo de ello y no puedo ayudarle en nada. ¡Esto no hay quien lo soporte! Además, ves cómo tus ahorros van fundiéndose...".

Haruki Murakami
Tokio Blues
Norwegian Wood
Tusquets Editores

jueves, mayo 01, 2008

Pro Ópera mayo-junio-08


Mayo 1. Día del trabajo que en México se celebra no trabajando. Y ahora, no sólo un día, sino todo un puente que llega hasta el martes. Las vialidades están semi-vacías. DeEfe está en una desesperante calma. En ese contexto, salió puntual, hoy, la revista Pro Ópera correspondiente a mayo - junio de 2mil8.

Mío viene una entrevista con el historiador y otrora editor de PO, Luis Márquez. Eso y mis secciones, columnas, reseñas y críticas.

Variado, este número también incluye entrevistas con Renée Fleming, Olga Romanko, Enrique Jaso, César Piña, Ricardo Legorreta y Rodrigo Macías. Ramón Vargas escribe sobre Giuseppe di Stefano, de quien viene igual una cronología. Hay varios artículos más y las secciones típicas, infaltables. Hay que leerla. En papel es lo ideal o, si no, en línea, de perdida.

http://www.proopera.org.mx/

martes, abril 29, 2008

Son cuentos


-D.d.: Muchos lectores identifican a los personajes con el autor, y luego reclaman o se enojan con el escritor por actitudes de sus personajes… ¿Te ha sucedido esto?


-R.F.: Eso le pasa a la gente que lee poco. Piensa que toda la primera persona es verídica. Mucha gente estaba segura de que yo había estado en la guerra de Malvinas, por ejemplo. O que había estado en un restaurante de Londres trabajando… Pero son cuentos; por el solo hecho de que esté en primera persona, ¿vas a pensar que me pasó a mí?



Rodrigo Fresán
entrevistado por Gabriela Pedranti
en Dosdoce Revista Cultural

domingo, abril 27, 2008

Eso es el oficio


"Sin ir muy lejos, en este mismo congreso, una de las escritoras nos contaba que tiene ocho manuscritos en un cajón. Alfaguara le acaba de publicar su primera novela. Y tiene cinco novelas en manuscrito y tres libros de cuentos. A mí me parece notable esto, que te muestre que más allá de que haya publicación o no, que haya agente o no, que haya mercado o no, existe la escritura. Eso es el oficio. Dedicarse a esto como una carrera en la que lo que importa es el deseo de contar una historia más allá de lo que pase con ésta, si la vayan a leer 50 personas o 5000. Eso me parece más profesional que otros escritores que lo son y tienen que sacar un libro cada año por exigencias del mercado".

Edmundo Paz Soldán
en entrevista con Miguel Esquirol Ríos
en The Barcelona Review

sábado, abril 19, 2008

Estrechez de corazón

Hace un año q pasó. Cómo pasa el tiempo de raro. A veces me parece q fue ayer, a veces me parece q fue hace una década o dos. A veces me parece q no pasó nunca. Ya da un poco lo mismo. Porque igual pongo esta ofrenda en una tumba q no existe de alguien q existe aún menos:

La ofrenda es Estrechez de corazón: un clásico de Los Prisioneros, padre de muchos otros grupos y bandas q siguieron o imitaron o piratearon su propuesta en los últimos años. Aún. Un poco para seguir esa línea clásica, pongo una versión sinfónica-electrónica. Con la Orquesta Sinfónica Juvenil, ¿de Chile?, en el Estadio Nacional. Sí: Jorge González ahoga su voz y se ahoga con la orquestación, el audio no es óptimo, la imagen se pixelea y étc, étc. Ok. Pero de que es un material de colección, lo es. Y por eso lo pongo. Cuánto disfrutan tocar los instrumentistas, cuánto goza el concertador, cómo se hace música con espíritu dionisíaco. Eso me gustaría verlo más seguido en los teatros o salas de concierto clásicos, donde a veces parece q todo es cuestión de trabajo, de horarios, de bluff, de hueva.

En fin. Va este video a un año, antecedido por algo de la letra q lo dice todo. O casi. O al menos lo q yo habría podido decir hace un año. De hecho, lo dije, ¿ajá? O quizás no. Tal vez sí, porque consecuencias hubo. Sale, no más.

"no te pares frente a mí
con esa mirada tan hiriente
puedo entender estrechez de mente
soportar la falta de experiencia
pero no voy a aguantar
estrechez de corazón...

"...las palabras son cuchillas
cuando las manejan orgullos y pasiones...

"...estás llorando y no haces nada
por comprender a nadie excepto a ti...

"...estás llorando y no haces nada
por perdonar a nadie excepto a ti...".

domingo, abril 13, 2008

No es país para viejos: cuando el sentido no tiene sentido


Sí. Ya sé que No country for old men es un filme que ganó el Oscar a la mejor película, a la mejor dirección (Joel y Ethan Coen), al mejor actor de reparto (Javier Bardem) y al mejor guión adaptado (la cinta está basada en la novela homónima de Cormac McCarthy). También sé que obtuvo cuatro nominaciones más: mejor fotografía (Roger Deakins), mejor montaje (Roderyck Jaynes), mejor sonido y mejor edición de sonido (Skip Lievsay), además de numerosos premios en diversas justas y festivales de cine.

Y sé que he dicho en alguna parte que no suelo ver ese tipo de cintas multipremiadas de las que todo mundo habla.

Pero tampoco soy fundamentalista.

Y cuando una película, laureada o no, tiene que verse, la veo. Toda posición a priori que pudiera tenerse debe quedar de lado cuando se está frente a una obra de arte genuina y genial.

No country for old men es así. De esas obras que deslumbran e inquietan, que regocijan y al mismo tiempo desahucian al espectador. Porque es una cinta extraordinariamente concebida, pero brutal y sin concesiones a la hora de sumergirnos al mundo. A nuestro mundo. A la vida que nos toca vivir en estos tiempos. Tiempos que no son para débiles. Ni para viejos. ¿Son para alguien estos tiempos?


Los hermanos Coen (Sangre fácil, Muerte entre las flores, Fargo, El gran Lebowski) llevan a la pantalla un trabajo maduro y admirable, una especie de western posmoderno -que no necesariamente se desarrolla al oeste y en el que no todos son indios o vaqueros o sherifs, aunque los hay-, en el que nos presentan un mundo con leyes vulneradas, habitado por seres con fisuras interiores, dañados, sin plenitud existencial y acaso por ello sólo sobrevivientes.

Sobrevivientes, sí. ¿Pero por cuánto tiempo?

Las premisas de la historia son éstas: Un tipo, Llewelin Moss (Josh Brolin), encuentra dos millones de dólares en el campo de batalla de unos narcos que se mataron entre ellos, porque algo en la negociación les salió mal. Llewelin toma la decisión de llevarse el maletín con el dinero -quién no haría lo mismo que Moss- para intentar cambiar sus perspectivas de vida, al lado de su esposa Carla Jean (Kelly Macdonald). Pero ésa, por supuesto, es una pésima decisión, porque nadie, menos los narcos, están dispuestos a perder así como así dos millones de los verdes. Comienza, entonces, una cacería bestial que derramará mucha sangre, poco importa si es de culpables o inocentes.

Tal como ocurre y nos intimida en la vida real un mundo opresivo, lleno de mafias y violencia. Como en México. Como en USA.

¿Es por la droga y el dinero?, le pregunta un colega al nihilista y apesadumbrado e impotente shérif Ed Tom Bell (un actor gigante: Tommy Lee Jones). Sí, por ésas y otras razones. Por ellas, igual, no es raro ver maquinando entre nosotros, en nuestras calles, a un tipo tan desquiciado como vacío como Anton Chigurh (un intenso y de miedo Javier Bardem), que mata porque no entiende, ni le interesa entender, para qué sirve la vida. Llegué hasta aquí como llegó esta moneda, dice mientras la lanza y deja que la suerte, el azar, decida si matará o no a la víctima que tiene enfrente.

No podía ser menos. Porque queda claro, o al menos es deseable pensar, que el azar está detrás de toda esta vida posmoderna y sus re-glas-sin-re-glas. Porque de lo contrario, si todo esto tiene sentido, no tendría sentido.


La trama de No country for old men es hasta cierto punto sencilla de seguir, sí. Pero no revela a la primera toda la profundidad y vertientes que alcanza. Por fortuna, por talento, es una cinta que admite y de hecho reclama verse una segunda y tercera vez. Y una cuarta y quinta, para así terminar por comprender y reconocer que nuestro entorno completo, el actual, ha sido plasmado en la pantalla.

Ya sólo por disfrutar el sonido del silencio de la peli, su inquietante natural sound, o su extraordinaria fotografía de fotografía -o de película- que logra emocionar, intimidar, desolar o enclaustrar por igual, según lo requiera la escena, es razón más que suficiente para disfrutar No country for old men, que desde principios de marzo ya está disponible en devedé.

Ésta es una cinta intensa, disfrutable y no menos artística. Emocionante y agradecible. Para venir de donde viene, no es poco. De hecho, es paradigmática. Su final es sorprendente y con tamaños. Con actuaciones en serio y una historia que significa más de lo que cuenta. Se trata de una propuesta tal vez no del todo para débiles y quizá no del todo para viejos. O quizás sí. Para que asuman aquello en lo que han convertido el mundo. Pero, lástima, ¿acaso no se dice que los viejos están en la ópera y no en el cine?


viernes, abril 04, 2008

Queremos tanto a la Fleming


Aquí va lo que escribí del concierto de Renée Fleming en Mx. Un evento musical, operístico, pero, por lo visto, sobre todo social. Ahí, mal que mal, estuvimos todos. Sale.


Queremos tanto a la Fleming
Por José Noé Mercado


No es la de Los cuentos de Hoffmann, pero es una muñeca que canta. En rigor no lo es, cierto, pero podría serlo. Así lo demostró la querible soprano estadounidense Renée Fleming, el pasado 28 de marzo, en su debut en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. Y, de hecho, en tierras charolastras.

Por qué, si no es una muñeca podría parecerlo. Desde luego, por su imagen, por su porte delicado y elegante, bonito. Divo, pero agradable. Igual porque el escenario se vuelve un aparador cuando ella está en él. Lo que en Bellas Artes sucedió, ya que además de haber generado en los parroquianos expectativas que rebasaron la opacidad lírica que normalmente se programa en el recinto, mucha gente que hacía años no se aparecía entre el público, decidió dejarse ver, salió de su madriguera. O sarcófago. Y fue para adorar a la Fleming, para atestiguar su canto. Y, más que nada, para hacer notar que hay gustosos de la ópera, ellos, que no se guían más que por los nombres de renombre. Y más si es el de una muñeca, tan famosa y popular como la misma Barbie.

¿Todo eso no es más que una frivolidad? Sí, lo es. Hubo entre los operófagos quien, apresurado, sentenció, mintiendo o equivocado: La voz de la Fleming es fea. Aunque no se atrevió a escribirlo, interesado más bien en la socialité. En consignar, por si a alguien no le quedaba claro su lugar, los saludos y abrazos a sus queridos amigos. Apapachos, palmadas y besitos.


Pero justamente esa frivolidad es un ingrediente que ha acompañado a la ópera, como género, en los más de cuatrocientos años que tiene de haber sido inventada. Y, por lo menos en Bellas Artes, hacía tiempo que no relucía con tanto esplendor en el seno de nuestra sociedad.

Porque no había motivo, siquiera.

Eso, tener una razón, un pretexto para sentirse parte de la ópera y su atmósfera, para bañarse en sus rayos, es el principal alcance de Renée Fleming en nuestro máximo foro artístico (colóquese aquí, si se desea, cualquier otra frase chapeada de arribismo).

Una dosis de primermundismo lírico (que, entre otras luminarias, forman varios cantantes mexicanos), el de los grandes teatros y casas disqueras, es lo que se inyectó al público que desde días antes había agotado el boletaje, ansioso de un evento así, aunque tocara la orquesta que habitualmente ningunea, con y sin argumentos.

En esta ocasión, sin embargo, la Orquesta del Teatro de Bellas Artes fue dirigida por Constantine Orbelian, quien brindó idea al conjunto. Idea o sopa, digamos. Y como ya se sabe, a veces del podio a la boca se cae la sopa. O la idea. Y sí, se cayó varias veces en los innumerables —bueno, no fueron innumerables, pero eso pareció dado su nivel de ejecución— pasajes instrumentales que rellenan todo concierto de este tipo y que no fueron la excepción en esta velada (Obertura de Nabucco, Preludio al acto tercero de Lohengrin, algo del ballet de Fausto, Meditación de Thaïs, Vals de Mascarada, Tahiti Trot).



Fleming, por su parte, interpretó canciones de Richard Strauss y arias de I vespri siciliani, Rusalka, Thaïs, Gianni Schicchi, Tosca, Porgy & Bess y My Fair Lady, además de ofrecer tres propinas a un público, entusiasta, que le ovacionó todo, quizá porque había decidido que nombre mata programa. O, incluso, interpretación.

Lo cierto es que Renée Fleming podría ser una muñeca, Olympia o similar, por su canto lindo —el timbre es realmente bello, cálido, color champaña y por lo tanto bebible— con absoluto control y rigor técnico, planeado y ejecutado sin errores. Como un mecanismo en óptimas condiciones. Que no falla (ni en lo que no le queda a su lirismo ligero con algo de cuerpo como el "Vissi d’arte"). Y que hace disfrutar al espectador. No lo angustia, no lo hace sufrir. No lo estresa ni martiriza con su inseguridad. Y eso es de aplaudirse.

Sobre todo en Bellas Artes.

Renée Fleming canta como quiere cantar —no como otras cantantes lo hacen. O lo hicieron. Y menos como algunos críticos quisieran—. Incluso si ello de repente implica jazzear la emisión, o bocalizar el texto a su manera. Fleming no es lo que otras fueron, por fortuna en ciertos casos, por desgracia en otros, pero es lo que hay. Y de lo que hay, es de lo mejor. Tanto, que le dio brillo a un panorama operístico tan nublado como el nuestro. Por eso en México, desde ese día, queremos tanto a la Fleming.

jueves, abril 03, 2008

Superbad es supercool


Qué risas. Qué risas, no: qué carcajadas. Últimamente pocas pelis han exprimido tanto mi buen humor como la adolescente Superbad, aka, en emeequis, Supercool. Un filme cáustico, con hartos fluidos corporales y escenas hilarantes no tan aptas para persignados, dirigido por Greg Mottola y escrito por Seth Rogen y Evan Goldberg.

Los guionistas, justamente, dan el nombre a Seth (Jonah Jill) y Evan (Michael Cera), protagónicos, al lado de Fogal-McLovin (Christopher Mintz-Plasse), de esta película del género o subgénero algo sobre explotado de comedias universitarias, made in USA.

Así, de alguna manera, se nos deja ver que los escritores han recurrido al legítimo recurso, que suele dar buenos resultados, al menos en su sinceridad, de echar mano de los pasajes autobiográficos o, mínimo, de vivencias cercanas, directas o indirectas. En ese sentido, la sinceridad, en el cine, en el arte, atrae siempre. O casi.

Y Superbad atrae. No por nada, sólo en USA, ha recaudado más de 100 millones de dólares, 80 más de los 20 que costó. Su equipo de producción, creativo, en algunos casos de actores, se consolida cada vez más (Virgen a los 40, Ligeramente embarazada, Talladega nights) en la industria cinematográfica de comedia, no exenta de toques grotescos y algo escatológicos.

De la estirpe de Porky´s, American pie y, desde luego, la mítica Desmadre a la americana del pionero de la comedia de instituto John Landis, surge Supercool, que de entrada presenta mucho mayor logro y cohesión como película que sus antecesoras de género. En sí, se erige en la cumbre de él.


Sí. Ok. Debo reconocer que la historia y los personajes no se salvan del cliché: so-mos-chi-cos-lú-ser-pa-je-ros-pe-ro-pla-nea-mos-co-ger-ya, hoy. Esta noche, en la fiesta de graduación. O en la de fin de cursos, da igual. En la que por supuesto hay chicas deseables, mucho alcohol y hormonas alborotadas. Seth lo sabe y le dice a Evan algo así: Las chicas toman, borrachas y calientes pueden irse a la cama con alguien que quizá para ellas signifique un error. Nosotros podemos ser esos errores.

Gran expectativa, ¿cierto?

Seth, Evan y Fogal, tres perdedores y algo tetos de la preparatoria, tendran acceso a la fiesta de la gente cool de su escuela -entre quienes están las huecas pero deliciosas Jules (Ema Stone) y Becca (Martha MacIsaac)- porque, de alguna forma, fanfarroneando, se han comprometido a llevar el alcohol, pues todos son menores de edad y no tienen acceso a él.

Así que Fogal se conseguirá una identificación tan falsa como estúpida con el nombre de McLovin (basta googlear McLovin para darse una idea del impacto del personaje) para comprar la bebida. O intentarlo. Aventura que lo llevará a divertirse a lo grande con un par de polis desmadrosos y vaciladores, buena onda, de los que deberían existir más ejemplares en la vida real para no tener una idea tan gris o negra de la policía (perdón, lo acepto: vivo en México, DeEfe, y estoy prejuiciado en este aspecto, supongo).

Clichés -divertidos pero clichés-, decía, que no salvan los guionistas ni el director. Cierto. Además de falta de edición más severa e implacable que eliminara, o de perdida redujera, ciertas escenas innecesarias (como una fiesta antes de la fiesta).

Pero lo que hace a Superbad supercool es el tratamiento del tema de la amistad entre Seth y Evan. Seth no fue aceptado en la misma universidad que Evan y ambos saben que semejante circunstancia acabará con su lazo, que les viene desde la infancia. Aunque no lo dicen abiertamente, ambos temen la pérdida de esa amistad en muchos sentidos cómplice y dependiente, que se irá a la mierda sin remedio.


Aunque en buena parte de la cinta vemos a los chicos con ansias sexuales, expresándose en términos decididamente vulgares y a ratos machistas, que todo adolescente, o quien tiene contacto con ellos, reconoce de inmediato, lo que en realidad flota en el ambiente es una relación de amigos (conmovedora la escena en que Seth le dice a Evan que lo ama y Evan le responde que él lo ama a él: una escena tierna, libre de todo morbo y de hecho memorable), amistad que tristemente se terminará después del verano, cuando se separen con el único argumento de que así es la vida no más, ni modo.

Y sí. Así pasa. En eso no pude dejar de identificarme y recordar a casi todas, o todas, las amistades que tuve en cada escuela que he pisado-y no sólo las escolares, por cierto-. Y que hoy sólo ellas saben dónde están o qué fue de sus vidas. Todo esto lo que viene a significar es que, después de todo, en Superbad hay personajes creíbles y lo que a la larga es más importante: entrañables. Con clichés y sin ellos. Como seres humanos cualquiera.